Publicado el 2019-11-03 In Temas - Opiniones, Voces del tiempo

Discernir la realidad para una conversión personal y comunitaria

CHILE, P. Juan Pablo Rovegno/red. •

“Esta semana, en Chile, ha sido de una intensidad inimaginable. Todo espacio seguro, cómodo, rutinario se alteró profundamente y hemos pasado por diversas emociones: incredulidad, rabia, impotencia, dolor, miedo, empatía, escucha, colaboración, esperanza…”. Así comenzó su homilía el P. Juan Pablo Rovegno, el domingo 27 de octubre pasado, que aquí compartimos. Si bien él se refirió a la actual crisis sociopolítica chilena, esta reflexión puede aplicarse perfectamente a muchas de las realidades que vivimos y vemos en el mundo de hoy. Es el mismo desafío planteado tantas veces en las últimas semanas: Los Schoenstattianos debemos abandonar la idea de vivir en paz en un oasis, mirando al mundo como algo que está «afuera». Tenemos que aterrizar en la realidad, salir hacia la periferia y ensuciarnos las manos. Nos hará bien. Nos hará Schoenstatt. —

El paso de la violencia irracional a una manifestación pacífica transversal, ha sido impactante. No cabe duda, que es fruto de la oración y el ofrecimiento consciente por la paz, pero también de la toma de conciencia de un problema real, y de un proceso que está exigiendo, de parte de todos nosotros, apertura y disponibilidad. Un proceso que, si bien lleva mucho tiempo incubándose y buscando formas de expresión, necesita de nuestra colaboración comprometida para que llegue a feliz término.

Lo primero que tenemos que hacer es reflexionar y discernir

Ha habido multiplicidad de declaraciones y opiniones, algunas lúcidas, otras oportunistas; también ha habido reproches, defensas y ofensas; se han despertado miedos ancestrales y resentimientos enquistados, polarizaciones endémicas y heridas aún no cicatrizadas. Sin embargo, lo primero que tenemos que hacer (una vez calmados los ánimos, temores y especulaciones), es reflexionar, discernir.

Una reflexión personal, y también una reflexión comunitaria, que nos abra a recorrer este proceso, a sentirnos parte de un camino hacia un Chile más verdadero en sus posibilidades y límites, en su realidad y en su imaginario. Pasar de la idealización o la ideologización de un sistema (el que sea), a una realidad que exige nuevas miradas, nuevos signos, nuevas formas y, sobre todo, una nueva forma de entender el país, el desarrollo, la probidad, el bien común, la justicia, la igualdad y la paz.

Conversión personal y comunitaria

Nuestra primera respuesta instintiva ha sido la oración y ha sido fundamental. Nuestras respuestas espontáneas ante tanta violencia han sido ayudar a remover escombros, barrer cenizas y compartir, y también han sido fundamentales. Sin embargo, el desafío que subyace para nosotros como hombres y mujeres de fe es el desafío de una conversión personal y comunitaria con consecuencias sociales”, y para eso, discernir la realidad es fundamental.

Cada uno de nosotros, pero también en comunidad (familia, trabajo, grupo, curso), está llamado a discernir la realidad que estamos viviendo para descubrir a un Dios presente y actuante en la historia. Un Dios que conduce la historia en medio de estos acontecimientos.

Las lecturas de hoy (27.10.2019, Domingo XXX T. Ord. – Ciclo C), nos pueden ayudar en este ejercicio, dándonos pistas para ese discernimiento.

Reconocer que hay un problema real

  1. Reconocer que hay un problema, que es real y no ficticio o inventado. Que necesitamos empatizar y comprender el problema de fondo. No podemos quedarnos en el temor, el dolor y la rabia por los destrozos, los saqueos y la violencia, ni con la angustia por las muertes y los excesos de un estado de emergencia, ni con el rechazo a las aberraciones que ha mostrado la prensa. Necesitamos abrirnos al bien común de una nación, a realidades no visibilizadas, a necesidades no encauzadas, a soluciones no arriesgadas.

 En ese sentido, la primera lectura (Eclo 35, 15b-17. 20-22) nos pone a bocajarro con el problema: Dios no deja de escuchar el clamor del pobre. El pobre, la viuda y el huérfano representan situaciones de marginalidad y necesidad que conmueven a Dios hasta en sus entrañas. Muestran la dolorosa realidad de la falta de empatía, dignidad, inclusión y oportunidades. Y Dios se pone de parte del marginado. Nosotros, como seguidores de Jesús, estamos llamados a ponernos de parte del que sufre esa falta de dignidad, de oportunidades, de visibilidad, y esto forma parte de la consecuencia necesaria de nuestro seguimiento a Jesús.

Una nueva manera de entender la realidad

  1. Este desafío supondrá la apertura a nueva cosmovisión, a una nueva forma de entender la economía, el estado, el desarrollo, el mercado, el trabajo, la empresa, la educación, la ciudadanía… No podemos quedarnos atrapados en polarizaciones y fantasmas heredados o adquiridos, y que hoy no ayudan. A muchos la palabra justicia, pueblo e igualdad, les despiertan dolorosos fantasmas de la Unidad Popular; a quienes han sufrido el drama de la violación de los derechos humanos, se les paraliza el alma ante la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles. Sin embargo, tenemos la oportunidad de mirar la realidad de una manera nueva, no desde la polarización o el temor, sino desde el encuentro y la posibilidad.

San Pablo en la segunda lectura (2Tim 4, 6-8. 16-18) nos da un ejemplo radical de un cambio en la forma de entender la realidad: él era judío por religión, romano por ciudadanía y griego por formación; él ya era un hombre adulto cuando se encuentra con Jesús, pero ese encuentro le cambia la vida y su visión de la vida. Transforma su imagen de Dios, de sí mismo y de la humanidad. Este cambio tuvo costos y renuncias, pero lo transformó en apóstol de Jesús, quien nos revela con su vida, palabras y ejemplo, una vida plena. No para algunos, sino para todos sin excepción.

 

El pecado de la autorreferencia

  1. Ninguno de nosotros puede arrogarse “la solución” o estar “limpio de pecado” ante este desafío social. Todos hemos contribuido a este nivel de descontento, desigualdad, distancia, frustración y violencia. El vivir tan encerrados en nosotros mismos y en nuestros proyectos, el sentirnos cómodos en nuestros espacios conocidos y seguros, el hacer de nuestras visiones sociales, económicas y políticas un ídolo, el mantenernos en nuestras polarizaciones ancestrales, el vivir anestesiados por el consumo, la virtualidad y el éxito, han contribuido al desencuentro con la realidad en personas, situaciones y estructuras.

El Evangelio (Lc 18, 9-14) es fuerte en condenar esa pretensión de perfección y autorreferencia. El fariseo se siente virtuoso y se justifica a sí mismo despreciando al publicano. El publicano reconoce sus límites, su pecado e imperfección, y eso lo hace sujeto de salvación, porque necesita crecer y aprender. La humildad del publicano tiene que ser la nuestra: la humildad de reconocer que este nuevo Chile es tarea de todos, y supondrá generosidad y apertura de parte de todos, así como el humilde reconocimiento de nuestros errores, que no han permitido el encuentro.

Se ha dicho que Chile despertó de la violencia y la irracionalidad anónimas de un viernes de furia, a la esperanza y la oportunidad con rostros, de un viernes multitudinario y transversal.

De todos nosotros, sin excepción, depende que los próximos viernes no sean ni una pesadilla ni un sueño, sino la semilla de un Chile más fraterno, más justo y en paz, de una Patria Familia.

 

Foto de portada: iStock Getty Images,  ID:607985768, MR1805

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