Movimientos y comunidades nuevas: Una nueva primavera para la Iglesia

El Movimiento de Schoenstatt es una de las nuevas iniciativas espirituales que surgieron en el siglo XX dentro del seno de la Iglesia, impulsadas fundamentalmente por el Concilio Vaticano II. Los nuevos movimientos eclesiales son agrupaciones, integradas principalmente por laicos, pero también por sacerdotes y religiosos, que apuntan a crecer en la vida de fe y trabajar por la renovación de la Iglesia y la sociedad. Cuentan, por lo general, con una organización supraregional, agrupados a menudo en base a centros espirituales, al mismo tiempo que sus miembros están fuertemente insertados en las parroquias y la iglesia local. Un rasgo particular de estos movimientos es un vínculo comunitario muy flexible: tienen una cierta organización y estructura, pero con muy diversos grados de participación y compromiso.

«Los nuevos movimientos y comunidades, expresión providencial de la nueva primavera que suscitó el Espíritu Santo con el Concilio Vaticano II, proclaman el poder del amor de Dios, que renueva la faz de la tierra por sobre todo tipo de divisiones y barreras y crea una civilización del amor». Así se expresó el Papa Juan Pablo II el 31 de mayo de 1998 frente a representantes de más de 50 movimientos eclesiales, reunidos en Roma para su primer congreso mundial. En 1999 el Papa dijo a un grupo de obispos: «Uno de los logros más importantes de los movimientos es su capacidad de despertar en muchos fieles, hombres y mujeres, adultos y jóvenes, aquel ardiente entusiasmo misionero que es esencial para la Iglesia en el umbral del tercer milenio».

La mayoría de los nuevos movimientos surgieron en la segunda mitad del siglo XX; desplegando una fuerza carismática considerable en la vida de la Iglesia. Junto con sus fundadores y carismas fundacionales, están sólidamente arraigados en la tradición de la Iglesia, ofreciendo a la vez nuevos y fecundos impulsos creadores para la renovación de la misma. Siguen, por tanto, la tradición de los movimientos reformadores impulsados por el Espíritu (como Cluny en la Edad media) y de las órdenes (como las fundadas por san Francisco y san Ignacio). Así como aquellas órdenes y congregaciones nacieron como iniciativas carismáticas para enfrentar los desafíos de su tiempo, también los nuevos movimientos quieren ser una respuesta del Espíritu para el siglo XX y XXI. De modo tal, los movimientos eclesiales están vitalmente insertos en la vida de la Iglesia, más aún, son verdadera Iglesia.