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Publicado el 2024-04-18 In Reflexiones sobre Schoenstatt

La coherencia de la vida: el desafío a los que quieren celebrar los 75 años del “31 de mayo”

Por Patricio Young, Chile •

Lo hacemos de nuevo. Celebramos otro jubileo. Esta vez, los 75 años del “31 de mayo”. ¿De qué 31 de mayo, si cada año tiene uno? ¿Otro ejemplo de la obsesión schoenstattiano por las fechas, del lenguaje interno y de la tendencia a rodear un acontecimiento o elemento de espiritualidad con el aura del misterio? ¿O simplemente comodidad, para evitar hablar de la aplicación concreta hoy? Cuando hablamos del “31 de mayo” hablamos de una fecha (31.05.1949), de un acontecimiento histórico y un contenido que se hace misión… y que, para no hacerse ideología, tiene que hacerse obras concretas. —

El pasado sólo tiene sentido en la medida que alimenta el presente e ilumina el futuro

En la celebración de los 75 años de la entrega de esta visión[1], es importante analizar el mensaje entregado por el padre Kentenich, su entorno y significado; sin embargo, no es suficiente.

Estamos en un nuevo siglo, con realidades humanas, sociales, políticas y éticas distintas. Algunas pueden tener bases sustentadas en el pasado y en la propia realidad humana, pero que requieren abordajes, fundamentos y explicaciones distintas.

Está claro que lo central de esta visión está en su plática del 31 de mayo de 1949 en el santuario de Bellavista. Durante mucho tiempo se señaló que en la Epístola Perlonga estaba más desarrollada. El mismo documento que estuvo negada su lectura por mucho tiempo a los laicos, después de leerla no sin dificultad, las más de 800 páginas escritas como una carta sin títulos o subtítulos, nos queda claro que éste es un documento que busca responder a las críticas de la Iglesia. Sin duda aborda aspectos de lo señalado el 31 de mayo, pero no es lo esencial.

Hay otros documentos en los que el fundador menciona esta visión y lo complementa. Pero hoy el tema no es refugiarse en dichos textos, sino confrontarlos con preguntas que hoy necesitan respuestas, como:

  • ¿Cuál es la esencia de la misión del 31 de mayo para la sociedad de hoy?
  • ¿Qué aporte complementario y enriquecedor nos ofrece a la gran Misión de Cristo?
  • ¿Cómo aportamos a un cambio cultural en esta dirección?

Procuraremos intentar algunas respuestas.

¿Cuál es la esencia de la visión para nuestra sociedad hoy?

La cruzada del amar, pensar y vivir orgánico (un lenguaje bélico que posiblemente se debe a la cercanía temporal de la Segunda Guerra Mundial) es el eje central que nos plantea nuestro padre fundador en la plática del 31 de mayo de 1949. No es más ni menos que una cruzada por la coherencia y consistencia de vida, que una el mundo natural con el sobrenatural. Es la unidad entre el pensar y el actuar, centrado en el amor.

Vivimos hoy, con mayor intensidad incluso que en 1949, una realidad donde la mayoría “piensa lo que hace para justificarse”. Buscamos satisfacer intereses particulares a cualquier costo y después lo explicamos o justificamos. El egoísmo y egocentrismo marcan la vida social, cultural y política de nuestros pueblos. Lo importante no es la consecuencia de vida, sino qué hago para sacar mejor provecho de la realidad en mi beneficio.

Sólo a modo de ejemplo para no caer en generalidades: en la mega realidad de la política, tenemos muchas coherencias e inconsistencias, que no están marcadas por el tamaño o el nivel de desarrollo del país. Basta mirar la política de la gran potencia norteamericana como el mejor ejemplo de falta de coherencia e inconsistencia. En el estado judío, donde la fe religiosa es parte del estado, y quienes, en mi opinión, han realizado un tremendo genocidio con los palestinos. [2]

En lo social hoy prima el interés personal por encima del interés común. El interés por el bien común parece ser el menos común de los intereses y eso cruza por la conciencia de personas que dicen profesar el cristianismo u otras religiones y filosofías que tienen en común el amor, la solidaridad y la fraternidad.

En el ámbito personal, muchas veces nuestros hijos nos reclaman incoherencias. Es cierto, nos caemos y sin duda a ellos los confunde, por ser muy trascendente en su vida de niños o adolescentes. También experimentamos incoherencias e inconsistencias en nuestra Iglesia. Es un tema que da para mucho, porque cruza todos los planos de nuestra existencia.

Está claro y evidente que nunca habrá plena coherencia, porque sería la perfección, que no existe en nuestra realidad humana, pero deberíamos buscarla en su mayor expresión, si nos declaramos cristianos.

Más allá de que sea una carencia, el mundo lo valora. Es por ello que son reconocidos personas como Teresa de Calcuta, Martín Luther King, Gandhi y otros. También tantos que silenciosamente en nuestras familias y barrios, con gran sencillez y honestidad, han sido o son un signo de coherencia y consistencia de vida.

Ahora, podríamos preguntarnos qué importancia tiene para un desarrollo más feliz del mundo. La respuesta es clara. Es la pieza fundamental para la vida en sociedad. Sin esa búsqueda honesta de la consecuencia y consistencia de vida, se torna imposible gestar una sociedad más fraterna y solidaria, sustentada en el amor. De no existir, estaremos hoy y siempre dudando y desconfiando de los demás, a partir de lo cual resulta imposible construir juntos un camino común.

Lo trascendente de esta visión es que corresponde a la razón de ser, a la mirada y al objetivo de casi todas las religiones y visiones filosóficas. Por lo tanto, es ampliamente convocante. Es un claro punto de encuentro con otras religiones y movimientos filosóficos, con un lenguaje entendido por todos. Cada cual, según su visión, le asignará diversos medios y alimentos para lograr su crecimiento. Es un tremendo camino para unir a todos hacia un objetivo común.

El Papa Francisco nos señala: “No se trata de hacer proselitismo, ya lo he dicho, para que los otros sean “de los nuestros”; no, esto no es cristiano: se trata de amar para que sean hijos felices de Dios. Y si los cristianos no tenemos este amor que sufre y arriesga, tenemos el riesgo de apacentarnos solo a nosotros. Los pastores que son pastores de sí mismos, en vez de ser pastores del rebaño, son peinadores de ovejas “exquisitas”. No hay que ser pastores de sí mismos, sino pastores de todos”[3].

El gran valor de esta visión propuesta por el padre fundador es que convoca, invita a muchos, dentro y fuera de la Iglesia. Por lo tanto, tiene una tremenda proyección en la búsqueda de un diálogo interreligioso y en el desafío de encontrar un punto de unión que nos convoque a todos para mejorar nuestro mundo.

Por otra parte, el desarrollo vertiginoso de la ciencia nos parece decir: “a Dios lo que es de Dios y al mundo lo que es del mundo”. No se ve, no se comprende, ni se atisba, en una mirada amplia, esta necesaria e importante articulación entre lo natural y lo sobrenatural. A lo que para nosotros los católicos, debemos agregar la tarea pendiente de integrar la gracia y la naturaleza, la causa primera y las causas segundas.

Cristo nos dice: “Solo la fe viva vence al mundo…” o sea, una fe integrada a la vida o una vida de fe. El Papa Francisco en Evangelii Gaudium lo dice en su lenguaje claro y directo: “…no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón.” [4]

Si esta visión del fundador está inserta en la gran misión de Cristo, tiene que ser convocante e integradora hacia toda la sociedad. Sin duda la genialidad del fundador es constatarla y ofrecerla a la Iglesia y al mundo.

¿Qué aporte complementario y enriquecedor nos ofrece a la gran misión de Cristo?

El gran mensaje de Cristo es justamente su testimonio de coherencia y consistencia de vida. La palabra hecha vida. Vino a cumplir la misión que el Padre le dio de mostrarnos el camino para construir, con y en el amor, su reino aquí en la tierra y alcanzar la felicidad eterna al reencontrarnos con el Padre. Ese fue su evangelio que no sólo lo predicó, sino que lo vivió con total consecuencia hasta dar su última gota de vida. El sabía que eso lo llevaría a ser asesinado y a morir en la cruz. Conscientemente lo asume y lo consume con su muerte. Muchos teólogos y biblistas están rescatando éste como el gran sentido de la vida de Cristo. Esta consecuencia y consistencia es lo que ha hecho grande, reconocido y valorado a Cristo por todo el mundo, más allá de los propios cristianos.

Jesús nos dice, No basta con decir Señor, Señor… sino hacer la voluntad del Padre. ¿Cuál es la voluntad del Padre? Vivir consecuente y coherentemente en el amor y para el amor, como claramente lo expresa en las bienaventuranzas.

El gran acierto del padre fundador es rescatar y darle valor a este principio sustancial en la vida de Cristo. Con la visión del 31 de mayo nos enseña que la misión de Cristo va más allá de su palabra, es justamente enaltecer su consecuencia de vida.

Para nosotros, lógicamente este testimonio de vida debe estar inspirado por el evangelio y no sujeto a la subjetividad de cada cual. Es esa la consecuencia de vida que el Padre nos demanda a través de Cristo.

¿Para ello, necesitamos un cambio cultural? 

Si la visión de la coherencia y consistencia de vida que nos muestra el 31 de mayo es el centro de nuestro carisma schoenstattiano, tenemos una tarea clara para el presente y el futuro: luchar por una nueva cultura que integre el pensar, el vivir y el actuar.

Si no somos capaces de influir en la cultura, viviendo y proponiendo una coherencia de vida expresada en un nuevo vínculo social, centrado en la fraternidad y la solidaridad como expresión concreta del amor, será muy difícil generar un nuevo espíritu y orden social, como lo demanda el fundador.

Se requiere que cada schoenstattiano, en el lugar que esté y en lo que haga, pueda comprender que todos sus actos deben estar orientados a hacer realidad este fin. Somos familia y es especialmente desde la familia donde debemos educar en esta coherencia y consistencia de vida. De esta forma seremos ese ejército en orden de batalla que señalaba el fundador para su movimiento apostólico.

Si los cristianos somos evaluados por nuestra coherencia y consistencia de vida, los schoenstattianos seremos doblemente evaluados. La tarea es inmensa y los instrumentos débiles.

¡Nuestra visión nos desafía!


 

[1] La única misión para un cristiano es la de Cristo, el resto son visiones, carismas, ideas.

[2] En ningún caso se puede avalar la violencia y las atrocidades palestinas, pero Israel ha superado todo límite posible incluso para sus aliados.

[3] Audiencia General del 18 de enero del 2023

[4] Evangelii Gaudium (262)

1 Responses

  1. Eduardo Arnouil dice:

    Muchas gracias, Patricio por recordarnos un nuevo aniversario de la “misión 31 de mayo”.

    A mi me parece que la re-actualización permanente en que se enmarca la misión eclesial de Schoenstatt es vital para su fecundidad.

    Y por eso es necesario reflexionar sobre los principios en los que la doctrina de la misión se fundamenta. Como hombre de Iglesia, como persona laica, me ha interesado indagar en qué consiste la originalidad de Schoenstatt, el carisma que recibimos como don, misión y tarea en la Iglesia y al servicio de la Iglesia.

    También, he buscado descubrir en qué consiste la validez de la respuesta de Schoenstatt a los diversos desafíos que nos plantea la Iglesia como institución y el mundo, en nuestra realidad secular y cultural en que vivimos hoy.

    El lugar y la importancia del santuario de Bellavista como santuario filial se deriva de asumir, como santuario vicario de todos los santuarios filiales, la misión de Schoenstatt vis a vis el santuario original, asumiéndola y haciéndola suya el 31 de mayo de 1949.

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