Un Movimiento del pueblo y de peregrinos

Es natural observar, en torno a una colmena, un movimiento de abejas que van y vienen. Lo mismo ocurre con un lugar de peregrinación: en derredor suyo crece un Movimiento de peregrinos. Desde su origen -recordemos el Documento de Fundación- Schoenstatt quiso ser un lugar de peregrinación («quisiera convertir este lugar en un lugar de peregrinación, en un lugar de gracia…». Padre Kentenich, 18.10.1914).

Este tenía también su exigencia, a saber: el serio esfuerzo por la propia santificación. En la primera fase de su historia, en los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Schoenstatt se desarrolla a partir de la Congregación Mariana fundada el 19 de abril de 1914. Es el tiempo de José Engling, el congregante que llevó una vida heroica en sus años de soldado. Es el tiempo de los «congregantes héroes». Los ideales de la Congregación Mariana se difunden entre los soldados, en los campos de batalla y los diversos frentes de guerra.

Finalizada la contienda, en el encuentro que se realiza en Hörde (1919) se funda la Federación Apostólica, cuyo objetivo es la «educación apostólica de dirigentes católicos, en el espíritu de la Iglesia». En 1920 son admitidas las primeras mujeres en el Movimiento de Schoenstatt, y de esos comienzos resultará en 1926 la fundación de la Comunidad de las Hermanas de María de Schoenstatt. En los primeros veinte años de su desarrollo (1914-1934) Schoenstatt fue un marcado movimiento de dirigentes católicos, al servicio de las organizaciones de masa existentes en ese momento en Alemania.

Pero a fines de 1933, el Padre Kentenich promueve un cambio fundamental en la estrategia. En una carta del 21 de diciembre de 1933, impulsa al Movimiento a convertirse, en adelante, también en un movimiento del pueblo, popular: «Debemos dar el paso del movimiento de dirigentes (jefes) al movimiento popular, sin descuidar por ello la formación y la organización de los dirigentes». ¿Cuál fue la razón del cambio? Las nuevas circunstancias en Alemania, en las cuales el Padre Kentenich percibía la voz de Dios. En 1933 Adolfo Hitler se había apoderado del poder y comenzaba a movilizar, con enorme ímpetu, al pueblo alemán, buscando su incorporación al movimiento nacional socialista. Intentaba incluso la formación de una nueva religión. Era necesario dar una respuesta concreta. «Ahora debemos movilizar todas las fuerzas disponibles» -escribía el Padre Kentenich- «a fin de mantener y profundizar en el pueblo su espíritu cristiano«.

De ahí su idea-fuerza para 1934: un año «schoenstattiano, mariano y popular». Analicemos más de cerca algunas de las tareas que el Padre Kentenich señalaba al Movimiento. Se trataba de llevar al pueblo a un contacto creyente, espiritual con el Santuario. Al mismo tiempo, ante una situación en la cual, con todo el poderío del Estado, se buscaba cambiar valores fundamentales del pueblo alemán, había que hacer todo lo posible a fin de que el pueblo se sintiera «como en casa» en el mundo de valores schoenstattianos. Para eso, las grandes ideas-fuerza o ideales de Schoenstatt debían ser popularizados y difundidos en el pueblo.

Llevar a nuestro pueblo a un contacto creyente con el Santuario.

La presencia de la Virgen María en el Santuario es un don de inapreciable valor. Ella, como Madre, quiere estar cerca de sus hijos. Todo don implica, al mismo tiempo, una tarea. Cabe a nosotros dar testimonio de esa presencia maternal. Y ayudar a que muchos puedan encontrarse allí con la Virgen María. «Que todos los que acudan acá para orar puedan experimentar la gloria de María», decía el Padre Kentenich el 18 de octubre de 1914.

Se trata de un contacto creyente, espiritual. Muchas veces no será posible ir físicamente hasta el Santuario. Pero siempre se puede peregrinar en espíritu. Si así lo hacemos, recibiremos las mismas gracias que hubiéramos obtenido estando allí presentes. Para aclararlo aún más: de poco sirve estar en el Santuario, si la fe es débil. Saldremos con las manos vacías. Por el contrario, nadie es capaz de medir las gracias que podemos recibir si vamos vacíos, abiertos, confiados. «A los hambrientos los colmó de bienes» (Lc 1,53).

Pero esto no basta. Del Santuario debe salir una corriente, una gran ola de gracias, de vida y de ideas, que llegue al pueblo. Debemos dar a conocer, en primer lugar, la persona de María. No sólo como la poderosa «Madre del pueblo», sino también como el gran modelo, el gran catecismo viviente, plástico, de lo que es «una profunda vida cristiana» (Padre Kentenich, 21.12.1933).

Los pueblos de América Latina poseen una natural apertura ante la persona de la Virgen María, descubrió el Padre Kentenich en sus viajes a este continente. Dones son tareas. Con la Campaña de la Virgen Peregrina, surgió de Amércia Latina la popularización de Schoenstatt que él obviamente ya anheló en el año 1933.

la Virgen María pertenece, como dijera Su Santidad Juan Pablo II a la «identidad de nuestros pueblos y caracteriza su piedad popular» (Zapopan, 31.1.1979). Es necesario mostrar en forma profunda, sencilla y a la vez actualizada la persona, la verdadera imagen de María, y las respuestas que ofrece frente a los problemas de hoy.

Al mismo tiempo, debemos popularizar y difundir las grandes ideas-fuerza que acentúa el Movimiento de Schoenstatt. Por ejemplo, la importancia del padre en la familia, y en toda la estructura social. El rostro de Dios como Padre misericordioso. La santificación del día de trabajo. La imagen del hombre como hijo de Dios, su dignidad y valor personal. La visión de la sociedad humana como una gran familia. La realidad del misterio de Cristo, tanto en su dimensión de Cruz como en su condición de resucitado. La visión de futuro victoriosa…

Hemos reflexionado en este capítulo sobre una dimensión esencial del Movimiento de Schoenstatt. Vale la pena cerrarlo con un texto del Documento de Puebla: «la religión del pueblo tiene la capacidad de congregar multitudes. Por eso, en el ámbito de la piedad popular, la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad. En efecto, «sabiendo que el mensaje no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados o de elegidos, sino que está destinado a todos» (EN 57), la Iglesia logra esa amplitud de convocación de las muchedumbres en los santuarios y las fiestas religiosas. Allí el mensaje evangélico tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente, de llegar «al corazón de las masas» (Ibid).» (DP 449).