El Padre José Kentenich: Quien tiene una misión ha de cumplirla

«Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque conduzca al abismo mas profundo y oscuro, aunque un salto mortal siga a otro», decía con serenidad y total convicción, al atardecer del día 31 de mayo de 1949, en la capillita aún no del todo concluida, a los pies de la cordillera andina, el Padre José Kentenich. Tenía a la sazón 64 años. Esas palabras eran fiel reflejo de su vida.

Nacido el 18 de noviembre en el pueblito de Gymnich (Alemania), a partir de sus nueve años fue internado, durante los cinco siguientes, en un orfanato en Oberhausen. En 1899 ingresa al Seminario Menor de los Padres Palotinos en Ehrenbreitstein. En 1904 comienza su noviciado. Al cabo de seis años de duras pruebas -una salud muy frágil; crisis de fe que se prolongan por años y un primer rechazo de sus superiores al tratarse su acceso a la ordenación sacerdotal- es ordenado ministro de Cristo el 8 de julio de 1910. Comienza entonces una carrera que concluirá casi 60 años más tarde, al fallecer repentinamente, el 15 de setiembre de 1968, en el Monte Schoenstatt, luego de celebrar la Santa Misa.

Profesor de latín y de alemán, Director Espiritual en el Seminario Menor de los Padres Palotinos en Schoenstatt. Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Famoso predicador de retiros para sacerdotes en la década del ‘20 y la del ‘30. Perseguido por el Nacionalsocialismo. Prisionero en el campo de concentración de Dachau. Apóstol internacional (1947-1952). Desterrado en Milwaukee (1952-1965). Rehabilitado en 1965, trabajó activamente en Schoenstatt y Alemania los últimos tres años de su vida.

Los seres humanos, por nuestra condición sensible, buscamos encontrar a Dios, y a lo divino, encarnado en personas humanas concretas. El hombre no puede vivir sin arquetipos. No puede sentirse atraído por una religión puramente intelectual, desencarnada. Normalmente llegamos a la realidad invisible, al Dios vivo, a través de signos visibles que nos lo hacer cercano en la tierra. Por eso los hombres y mujeres de Dios siempre son necesarios. Hoy más que nunca. Dice el Concilio Vaticano II: «en la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, con mayor perfección se transforman a imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro» (Iglesia, 50). Y también enseña el Concilio que, ante el fenómeno masivo del ateísmo contemporáneo, es tarea de la Iglesia hacer «transparentes» y «como visibles» a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo (Iglesia y Mundo 21).

El universalismo del Fundador

Esto fue el Padre Kentenich: un gran «transparente» de la paternidad de Dios. Así lo recuerda una madre de cinco hijos: «Conocí al Padre… me sentí querida, aceptada, acogida y comprendida como nunca antes. Me cambió la vida… ya no le tuve más miedo a la muerte, ni al juicio, ni a Dios… Si un ser humano, un padre terrenal puede dar tanta paz y alegría al alma, ¿cómo será nuestro Padre Celestial?».

No es éste el lugar para dar una visión panorámica de la vida del Padre Kentenich. Queremos acercarnos a su persona desde un ángulo bien determinado, a saber: su relación con el movimiento del pueblo y de peregrinos de Schoenstatt. Cabría afirmar dos cosas: Siendo Schoenstatt reflejo de la persona, del espíritu del Padre Kentenich, es lógico que el Movimiento, en su espiritualidad y en su estructura, ponga de manifiesto la amplitud de corazón, la grandeza de alma, el universalismo de su Fundador. Por esta razón, Schoenstatt no podía ser totalmente un movimiento destinado a unos pocos, a una élite, a comunidades de jefes. También debía tener una dimensión universal, estar abierto a todos. «El universalismo del Movimiento» -dijo el Padre Kentenich en una oportunidad- «exige que todo tipo de individuos y de personas puedan encontrar en él un hogar» (1935). Para lograr esto es necesario también el Movimiento del pueblo y de peregrinos, que el Padre Kentenich llamó a la existencia en la hora de la fundación (1914) e impulsó concretamente a partir de 1934.

Al mismo tiempo, el Padre Kentenich juega un rol decisivo en el movimiento popular. En Schoenstatt la presencia de María en el Santuario, y su mensaje, nos llegan a través del Padre Kentenich. A su vez, éste nos conduce a María, nos conduce al Santuario. Las gracias del cobijamiento espiritual, transformación interior y apostolado que la Sma. Virgen allí concede, se hacen palpables, de modo extraordinario, en su vida. Su entrega heroica, su vida de santidad sacerdotal es también un signo evidente, el más fuerte, de la realidad de María como Madre, Reina y Educadora desde el Santuario de Schoenstatt.

Él encarna, en forma preclara, el tipo de «hombre nuevo» que Dios quiere regalar a la Iglesia a través de la Alianza de Amor con María.

A su vez, es tarea prioritaria del movimiento del pueblo y de peregrinos dar a conocer, en forma masiva, la persona, el carisma y la misión del Padre Kentenich. «Las palabras conmueven, los ejemplos arrastran…»

P. Esteban Uriburu

El Padre José Kentenich – informaciones biograficas