Publicado el 2020-05-21 In Columna - Ignacio Serrano del Pozo

¿Por qué una nueva coronación en Bellavista?

Por Ignacio Serrano del Pozo •

Empiezo esta columna reconociendo que no ha sido para mí nada fácil sumarme a la corriente de coronación que desde hace algunos años parece movilizar a la Familia de Schoenstatt en Chile.  Las razones son múltiples, pero las podría resumir en tres.—

En primer lugar,

me parecía que la preocupación por restituir la corona robada del santuario de Bellavista un 18 de enero, en medio de la visita del Papa Francisco al país, era –para decirlo sin ambages-  un despropósito. La Iglesia chilena y Schoenstatt chileno estábamos viviendo la mayor de la crisis de nuestra historia, una crisis en que se pisoteó la inocencia de los más vulnerables y que requería fuertes gestos de reconocimiento y perdón, por lo que no correspondía preocuparse por hacer actos de desagravio ante este hecho delictivo.

Por muy significativo que hubiese sido el  símbolo sustraído, este no ameritaba más que un poco de rabia y de desconsuelo. Símbolos para el 31 de mayo ya teníamos suficientes.

En segundo lugar,

mi desafectación ante este impulso de coronación obedecía a que iba en contra de otra corriente que empezaba a despuntar con fuerza y a la que me sumaba con entusiasmo, como era la de un “Schoenstatt en salida”.  Dese hace tiempo sentía que nuestro movimiento debía superar un cierto ensimismamiento y terminar con ese frenesí de festejar y conmemorar cada hecho del pasado, para avanzar con fuerza en la instalación del mensaje de Schoenstatt en el mundo que estaba gestándose.

La fe práctica en la Divina Providencia nos debía impulsar a sintonizar con el tiempo presente, no con el pasado. Restituir una corona que el P. José Kentenich había depositado en 1949, me parecía que era celebrar los 70 años de la misión mirándonos al espejo dentro de casa.

En tercer lugar,

mi desconfianza obedecía a un cierto escepticismo contra las corrientes meramente piadosas que parecen tener tan buena acogida en la Familia de Schoenstatt. Si reparamos en las grandes corrientes de vida post mortem fundatoris, como la Virgen Peregrina, los Madrugadores, los santuarios hogar, y la corriente de unión con el P. Fundador, éstas suelen destacar por su fidelidad religiosa.

Sin embargo, con ellas cabe preguntarse por la insuficiencia de corrientes de renovación intelectual, cultural, moral y social. No existen escuelas de pensamiento schoenstattianas capaces de moldear la praxis pedagógica o psicológica (¡cuánto se podría aportar en ese campo!), y son más bien escasas las iniciativas sociales como María Ayuda o el programa FORTA de acompañamiento matrimonial.  Para José Kentenich ciertamente Schoenstatt es un movimiento de renovación religiosa, pero también de trasformación del mundo, en lo que tiene de mundo. ¿Por qué nos cuesta tanto sintonizar con, o asumir, estas corrientes de renovación secular?  Quizás precisamente por los costos que ello implica.

El P. Kentenich en el santuario de Bellavista, 20 de mayo de 1949

En la corona, ¡nuestra conversión por la misión

Con todo, los hechos de los últimos meses, la crisis social vivida en Chile, pero especialmente la pandemia a nivel global,  han ido paulatinamente cambiado mi percepción.  Probablemente porque ella ha mostrado –como muchos lo han hecho notar- la enorme fragilidad humana, y la urgente necesidad de abrigarse en el poder de Dios y el amparo de la Virgen María. Pero además, porque me ha parecido tremendamente iluminador que la comisión organizadora de la coronación del próximo 31 de mayo, haya conectado la coronación con el sentido de conversión.  “En la corona, ¡nuestra conversión por la misión!

En efecto, esta corona invita no solo a implorar la intervención divina, sino a abrirse al poder transformador de la gracia.  En esa línea, me atrevo a señalar tres rasgos que habría que tomar en consideración para este tiempo, de modo que ésta no sea una coronación más o, en el peor de los casos, un nuevo rito escénico de devoción intimista.

 

En primer lugar,

debemos recordar que la coronación es, antes que todo, reconocimiento de nuestra debilidad. Pero no de nuestra debilidad genérica por nuestra condición de creatura -eso es muy filosófico o teórico-, sino reconocimiento de qué omisiones y pecados concretos han eclipsado el carisma luminoso de Schoenstatt.

«Lo que no se asume no se redime”, solía repetir el P. Kentenich, citando a San Ireneo. La crisis de la Iglesia no es ajena a Schoenstatt; la crisis de la Iglesia chilena debe mucho a la infidelidad a la misión del 31 de mayo (paternidad y vínculos).  Y el mismo estallido social tampoco debe ser ajeno al Movimiento chileno, pues debe mucho a la indolencia de nosotros los laicos.

En segundo lugar,

tenemos que reparar en que la corona del cristiano es sobre todo la de espinas. No cabe esperar que después de este acto de coronación las cosas cambien por arte de magia, recuperemos la salud, el movimiento imprima su sello en la sociedad o nuestros anhelos se materialicen.

Quizás solo quepa esperar una fecundidad lenta y silenciosa para nuestros sacrificios en la cruz. De hecho, estoy convencido de que si algo podemos mostrar a Dios en esta historia de más de 70 años, es el dolor de tantos que han ofrecido su enfermedad o su angustia calladamente y que han sido capaces de asumir sus fracasos apostólicos o frustraciones familiares sin victimismos, confiando en que ahí Dios mismo los estaba coronando.  Así, la corona del 31 de mayo debería estar fundida con el cáncer de Mario, la enfermedad del P. Hernán, el dolor paternal de Cedric Moeller, así como el sacrificio amoroso de tantos religiosos y laicos que dan testimonio de la “clase media de la santidad”, esa santidad de la constancia cotidiana que rescata el Papa Francisco.

En tercer y último lugar,

creo fundamental recordar que esta coronación se materializará en la fiesta de Pentecostés.  Eso significa que el tiempo que sigue debe caracterizarse por la audacia, por los saltos en la fe, porque como decía Benedicto XVI: “El signo de la presencia del Espíritu es la ausencia del miedo”.

Tenemos que avanzar en un Schoenstatt sin miedo, fuera de la zona de confort o más allá de los discursos dulzones sobre solidaridad.

Me atrevería a decir que esa es la primera mayor conversión. Un Schoenstatt que se atreva a proporcionar respuestas creativas antes los nuevos desafíos, o mejor aún, a dar los pasos que posibiliten esas respuestas.

Cada uno sabe cuáles son sus miedos que impiden un nuevo orden social: para unos puede ser no atreverse a reducir su nivel de gastos y salario en vista de conservar el empleo de sus trabajadores, para otros puede ser no aventurarse a agrandar la familia, para un joven schoenstattiano el miedo puede estar impidiéndole su compromiso en la desprestigiada política, para uno más viejo el miedo puede ser rechazar la pérdida de autonomía como su más preciado capital de gracia. “¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!”, fueron las palabras de san Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Algo semejante podríamos decir nosotros a la Santísima Virgen María.

¿Estamos dispuestos a hacerla Reina en esas condiciones? Hacerse esa pregunta es fundamental antes de una nueva coronación.

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18 Responses

  1. eduardo yocca dice:

    Estimado Ignacio: una vez mas me sorprende tu valentía para decir lo que muchos piensan y callan, en aras de la burguesa postura de ser prudentes. También me alegra que puedas expresarte de esa manera en la página oficial del movimiento, signo inequívoco de una apertura a todos los que de buena voluntad proponen seguir creciendo. Veo desde hace tiempo en mi provincia, Tucumán, Argentina, un importante crecimiento del Movimiento, lamento decir, que este crecimiento cuantitativo nos esta mediocrisando, y en vez de mantener nuestra identidad y ofrecer el mensaje que nos dio el PJK, nos vamos mezclando y amoldando para ser un movimiento mas de los tantos que vegetan desde años en la iglesia. O sea de fuego, poco y nada. Respecto a la Coronación, y perdón por la ironía, hacerlo en en plena vigencia del Corona virus, lo vi poco atinado, pero seguramente habrá sido un camino, para que algunos refuercen su cercanía con la Mater. Personalmente comparto que estamos lejos de ser un movimiento que esté convencido de su misión de cambiar el mundo y de la necesidad de hacerlo. Que la Mater, el Santuario y la Alianza, herramientas únicas, maravillosas y transformadoras que nos brinda el Movimiento, nos sirvan para levantar vuelo, para abrevar en ellas y salir al mundo con un testimonio transformador, y no para revolotear en círculos concéntricos dándonos la razón entre nosotros y alimentando la tendencia a permanecer en la zona de confort en que hoy muchos estamos. Nuevamente gracias por movilizarnos.

    • Excelente comentario y nosotros, la redacción de schoenstatt.org, felices de poder ofrecer esta columna de Ignacio Serrano. Solo para aclarar: schoenstatt.org no es una ni menos «la» pagina oficial de Schoenstatt, sino una iniciativa comunicativa libre, por parte de schoenstattianos apasionados con la misión del Padre Kentenich y la comunicación como el nos la enseña y muestra.

  2. Sí …y … estimado Ignacio, te agradezco tu tiempo y tu trabajo para escribir esta lúcida columna que nos hace pensar, sentir, oler, gustar, ver y oír está próxima coronación desde varios puntos de vista. También me hace reflexionar en el 31 de mayo de 1949 y en el 5 de junio de 1949 para preguntarme si al Padre le dio miedo o si lo había pensado así. Yo, conociéndolo, me inclino porque él en todo momento estaba pensando en que tenía que coronar, que esta suerte de profeta lo superaba absolutamente …y así lo dice y así lo hace; él corona a la Mater porque él se siente desvalido y más allá, porque siente que la Mater también se ha de sentir desvalida. Pienso en la corona, en una corona de espinas, en una de hierro y en una de oro y me pregunto ¿cuándo y a quién le ponemos la corona? …antes de la batalla? …después de la batalla?. Estoy seguro que es antes de la batalla y es un grito para que quien tiene la corona nos conduzca valientemente en esta situación de tanto miedo, de tanta desazón …y se la ponemos al que mejor nos puede conducir; no al que temerariamente no tiene miedo sino que al que abrazando el miedo no se queda paralojizado y es auténticamente valiente. Muy interesante tu comentario que la crisis de la iglesia no es ajena a Schoenstatt …ni es ajena a mi. No es una cuestión dulzona ni beata, se trata de conmovernos porque lo que no toque nuestro corazón no llega a nosotros y no podemos empatizar con eso, menos misericordiar y actuar conforme a nuestra consciencia iluminada; esa es la solidaridad. Gracias por tu aporte que me hace reflexionar, ojalá escribieras, al menos trimestralmente pensando en las corrientes que están entre nosotros, nos hace bien. Que Dios nos bendiga, la Mater nos cuide y nuestro Padre nos guie.

  3. Miguel Angel Rubio dice:

    Muchas gracias por tu artículo, Ignacio.
    Hacía falta una reflexión auténtica, llamando a las cosas por su nombre, sin importarnos lo políticamente correcto y reconociendo humildemente nuestros «pecados». A los tres motivos que enuncias, añadiría un cuarto motivo: la soberbia. Muchas veces nos creemos los mejores allá donde vamos; después… la realidad nos pone en nuestro lugar.
    Coronar siempre se ha hecho cuando uno culmina con éxito una tarea, una batalla. En Schoenstatt invertimos el orden: ante una necesidad, una urgencia, un desafío…coronamos. Esto nos convierte en deudores ante la Santísima Virgen ya que le pedimos a Ella que actúe. SÍ, pero con nuestro esfuerzo solidario, sacrificio y colaboración (la corona de espinas de la que hablas). El asumir esa «deuda» nos obliga a cumplir nuestro compromiso, nuestro «contrato», porque luego (¡ay!) Dios nos exigirá responsabilidades, ya que la iniciativa fue nuestra. No puede quedar en un simple acto piadoso, meramente «ornamental».
    En ese caso habremos coronado a María con una de esas coronas de cartulina que entregan en una conocida cadena de hamburgueserías. Sería un agravio a la Virgen, una vergûenza para nosotros y una traición a nuestro padre fundador.

  4. Gracias, Ignacio. Tu artículo es claro y directo. Me ha interpelado, hace tiempo que me pregunto hacia dónde vamos. Se corona para seguir adelante. Se corona a la Santísima Virgen para que Ella sea nuestra Reina. Pero no para que nos solucione los problemas. Los hijos de la Reina viven la fe práctica en la Divina Providencia y el «nada sin nosotros». Nos pasamos la vida celebrando y mirando al pasado. No lo entiendo, nuestro padre quería un nuevo orden social. Eso no se consigue viviendo en un club privado, hay que salir a las trincheras.
    Es cierto que hay que actuar sin miedo, porque somos hijos de la Reina. Pero, a mi entender no es el miedo lo que nos paraliza, sino el orgullo. El orgullo del nuevo rico, del ignorante, que tiene un tesoro y no sabe administrarlo ni compartirlo. Estoy convencida que tenemos un tesoro, pero soy consciente de que otros también lo tienen. Por eso desearía dar cumplimiento al tercer fin de Schoenstatt y compartir mi tesoro con otros movimientos. No para quedarme en la zona de confort, sino para salir a servir a los más necesitados, a servir a una Iglesia herida que nos necesita. En definitiva, servir a Dios.

  5. Gonzalo Génova dice:

    Muchas gracias, Ignacio, por estas palabras que nos «pinchan» para salir, como dices, de nuestra zona de confort.

    Si me he sentido como tú en tus tres primeros «lugares», me has ayudado también a avanzar hacia los tres segundos lugares donde cobra pleno sentido el acto de la coronación.

  6. Guillermo Parra Silva dice:

    Yo no quiero ver el acto de la coronación como un acto piadoso o de «desagravio» para con nuestra nuestra Madre. Quiero verlo como el inicio de un «nuevo tiempo» para, al menos, el Schoenstatt chileno. Un tiempo de retomar la Misión en toda su amplitud, que implica para nosotros los laicos orientar todo nuestro actuar hacia la construcción del Nuevo Orden Social, por pequeño que nos parezca. Pero todos podemos comenzar a construir, desde ya, confabuladamente, a nuestro alrededor, una Nueva Sociedad centrada en los vínculos personales y en la fraternidad, la justicia y la solidaridad social. Esa conciencia es el «gran impulso», según el Padre Fundador, del espíritu misionero de Schoenstatt, el «Nada sin Nosotros». lo que genera unidad y mística. Si no, nos quedaremos refugiados, una vez más, en el «Nada sin Tí».

  7. Rodolfo Monedero dice:

    Gracias Ignacio por este artículo valiente y honesto. Totalmente de acuerdo. Nos estamos acostumbrando (en el mal sentido de la palabra) a celebrar jubileos y estamos perdiendo la frescura de un movimiento que, en sus orígenes, aspiraba a renovar el mundo en todos los sentidos. ¡Ojalá lo tengamos siempre presente!

    • Gracias a ti Rodolfo por tus palabras. El Espíritu Santo sabrá soplar como en Pentecostés para que recuperemos esa frescura originaria de la que hablas, y nos haga nacer de nuevo.

  8. Renate Dekker dice:

    Quao acertado é o teu pensamento. Nós duas aqui também nos perguntamos a mesma coisa!

  9. Jose Manuel Gª Hervás dice:

    Gracias Ignacio.
    Una reflexión muy honesta que remueve profundamente a quien ha entendido, o como en mi caso intentado entender, al P Kentenich.
    Me quedo sobre todo con el último párrafo referido a la búsqueda de los miedos que nos impiden cómo movimiento e individuos dar ese paso audaz que el tiempo nos reclama a gritos. Gracias de nuevo

    • Gracias José Manuel. También me da miedo no entender bien al P. Kentenich y distorsionar su mensaje, y -aunque parezca raro- por eso escribo de él, para obligarme a profundizar y que otros me corrijan.

  10. Manuel Huapaya dice:

    Gracias Ignacio, muy cierto, esta coronación nos debe llenar mas de las actitudes marianas, la disponibilidad inmediata a servir a salir de nuestro confort como María que partió rauda donde Isabel.
    Debemos llevar a Schoenstatt a la altura de la Cruz y este tiempo de Pandemia y Post Pandemia se no presenta como la gran oportunidad de hacerlo.
    Saludos

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