Publicado el 2021-05-26 In José Kentenich, Temas - Opiniones

¿Nada sin ti, nada sin nosotros? Cinco grandes escenarios para el 31 de mayo tras el 2 de julio de 2020

Ignacio Luciano Quintanilla, Federación de Familias de España •

El 2 de julio de 2020 nuestra “zona de confort” schoenstattiana desapareció. A nivel personal surgieron preguntas acuciantes que están pendientes todavía de esclarecerse históricamente. Por primera vez para muchos, aunque por segunda vez en nuestra historia, se empezó a considerar la posibilidad de que el Movimiento pudiera abocarse a un cisma o a una desaparición. —

Creo que son dos escenarios aún lejanos y evitables, pero tampoco debemos perderlos de vista si queremos aportar al mundo la luz que la Iglesia espera de nosotros. Lo que quiero compartir ahora no es una mirada a nuestro presente desde esos hechos pasados – ciertamente cruciales y cuya investigación por las instancias correspondientes nos interpela cada día -, sino desde los escenarios de futuro ante los que esta misma investigaciónn nos sitúa. Porque esos dos horizontes que acabo de mencionar: la desaparición o la fractura, no son los únicos a considerar, ni forzosamente los peores, sino tan solo dos más entre otros que también hay que contemplar.  Desde la convicción de que todos estamos tratando de dar una respuesta honesta al desafío que afrontamos, quisiera compartir el inicio de una reflexión general a partir de cinco escenarios posibles que enumero de peor a mejor.

1Convertirnos en secta

El escenario número 1, y el peor de todos para la Iglesia y para nosotros, es el de convertirnos en una secta, boyante o no. Creo que, sin perder la conciencia de nuestro impulso innovador – ser schoenstattiano es querer renovar la Iglesia, no solo querer estar en ella – este riesgo es lo que deberíamos combatir, antes que nada, porque sucumbir a él sería nuestro principal fracaso y la principal traición a este carisma de renovación eclesial. Las sectas no renuevan la Iglesia, la fracturan. De modo que afrontar este peligro, meditarlo seriamente sin renunciar a nuestra originalidad, forma también parte esencial de lo que llamamos el hito del 31 de mayo.

2Política de tapadera

El escenario número 2 – el segundo peor de todos – es el de pasar a la historia del siglo XXI como paradigma de esa “política de tapadera” que tanto está pesando en la historia del cristianismo actual y a tantos jóvenes está alejando de la Iglesia. Da la impresión de que se está trabajando para evitarlo y, además, tenemos aquí la tranquilidad adicional de que ya no está solo en nuestras manos.

3Desaparecer

El número 3 es el de desaparecer – de iure o de facto – del panorama de los movimientos de la Iglesia católica, o, cuando menos, de entre sus movimientos significativos.

4Secesión

El número 4 es el de una secesión, formal o encubierta, fraternal o inamistosa, dentro del Movimiento.

Tal vez sea verdad que el carisma central de algunas partes del Movimiento no deba ser el de las otras partes.

5Refundación

Y el número 5, en fin, es el de una refundación, o segunda fase fundacional del movimiento, o, por qué no, un renacimiento. Una lectura providencial de los acontecimientos, mediante la fe práctica en la Divina Providencia, exigiría preguntarnos qué quiere Dios de nosotros a la luz de hechos nuevos o hasta ahora desconocidos o simplemente desatendidos.

Lo primero que quiero compartir aquí es mi convicción de que no hay alternativa al triunfo final de una, o varias, de estas cinco salidas. Estas son todas las cartas que hay sobre la mesa, y no hay modo de que nadie pueda sacar de la chistera una sexta. Lo único que podemos hacer es escoger, durante algún tiempo, entre entrar al toro o marear la perdiz. Lo segundo que quiero compartir es que no es momento de ceder ni a la confusión ni a la pereza, que no son rasgos esenciales de “la vida” en ningún sentido cabal que queramos darle. La vida es sabia y paciente, no es confusa o perezosa. Lo tercero es que voy a centrarme en reflexionar tan solo sobre los escenarios 1 y 5, que, a mi entender, están íntimamente ligados. Y lo voy a hacer desde la conciencia declarada de ser uno de los miembros del Movimiento que menos está a la altura de sus compromisos y que está más expuesto a la confusión o a la pereza. Existe, por tanto, una probabilidad muy alta de que este escrito contenga ideas erróneas o incluso verdaderas tonterías. Asumo gustoso estos riesgos con tal de no quedarme al margen en un debate que no puedo eludir.

Una nueva lectura y una nueva ubicación

Obviamente, creo que el escenario 5 no es solamente el menos malo, sino que no es nada malo en absoluto. Es extraordinariamente bueno porque responde a la voz que nos toca escuchar. Con independencia del resultado que arrojen nuestras indagaciones históricas sobre los sucesos que conciernen al fundador, a la espera de estos, y conscientes de que tal vez la Iglesia ya no necesita hoy de tantos fundadores sino de muchos más cristianos autónomos y completos, se trata de culminar el impulso primigenio del Movimiento. Un impulso que, como creemos en Schoenstatt, no fue principalmente de José Kentenich, sino del Espíritu Santo y María, que usaron su persona y su vida, y también la de muchas otras personas además de él, como causas segundas para su puesta en marcha.

Aquí se trataría, simplemente, de aplicar de verdad ese nada sin nosotros, que está escrito en muchos de nuestros santuarios. Pero se trataría de aplicar también un nada sin ti que, tanto referido a la Madre de Dios, como directamente a Dios Padre, o a Cristo presente en el Sagrario, nos remite siempre a la acción del Espíritu Santo en su Iglesia. Si realmente pensamos que Kentenich amó a la Iglesia y entendió algo de causas segundas, no deberíamos tener problema para ubicar correctamente todas las causas segundas que nos llevan a Dios en su debido orden de prelación. Dios Padre en un extremo y nuestros seres queridos, nuestros amigos, prójimos y nosotros mismos, en el otro. Sería absurdo que cualquier eslabón intermedio en esta cadena nos llevase a devaluar a todos los demás.

Así que no es arriesgado afirmar que el padre Kentenich no pretendió ni saberlo todo ni decirlo todo para siempre. No era eso lo que quería el fundador y por eso insistía en que cada generación debía fundar de nuevo el Movimiento. Esto supone que, en la tarea que nos toca hoy, en nuestra formación, en nuestro mensaje, no podemos ni debemos basarnos exclusivamente en textos o conferencias de José Kentenich, sea cual fuere su calidad humana o sobrenatural. Más aún, algunos de los textos o conferencias del Padre José Kentenich deberán ser significativamente desarrollados, matizados o corregidos, es decir, perfeccionados. ¿Perfeccionados por quién? Pues naturalmente por nosotros, para empezar, y luego también por todas aquellas otras personas que la providencia disponga. Llámense Stein, Tromp o como sea que se llamen. Y, por cierto, no me parece casual que la mariología del padre Tromp parezca, por lo poco que sé, tan interesante desde el punto de vista de nuestras ideas.

Para empezar una gran parte de los escritos del padre Kentenich proviene de charlas, y sabemos que era un especialista en hablar siempre desde la perspectiva de los intereses de quienes tenía enfrente. Para seguir, José Kentenich no era, ni pretendía ser, un escritor muy preciso. Por ello, todo ese material debe ser tomado siempre en el contexto en el que se expresó, muchas veces desde la conciencia – errónea como vemos – de que no se trataba de un material publicable o definitivo. Pero no se trata solo de contextualizar. Nuestro fundador descubrió o tuvo claras cosas muy importantes, pero no solamente no lo sabía ya todo, sino que ni siquiera sabía todo lo esencial para la vida de nuestra comunidad, y además se equivocaba a veces. Y la constancia de estas realidades no viene de ninguna investigación reciente. Viene de la sabiduría secular de la Iglesia y del sentido común. Todo humano se equivoca a veces y pedirle a una persona – canonizada o no – que esté por encima de esta limitación es mecanicismo en estado puro. La fidelidad o el amor de un humano hacia otro, cuando son maduros y sanos, nunca implican asumir su infalibilidad. Y en lo que puede tener de pereza, de negativa a la verdad o de rechazo al crecimiento querido por Dios en la historia de una comunidad o en la vida de una persona, la actitud de hacer infalible a alguien puede ser también un fruto de la soberbia o del miedo antes que de la confianza o el amor.

¿Nos entienden? ¿Nos entendemos?

Pero no era solo del quinto escenario del único que querría hablar, sino de otro que me parece que no estamos considerando como merece: el de convertirse en una secta, o acercarnos a ello. Con secta no me refiero solamente a la perniciosa actitud de pensar que no necesitamos nada de otros, o que si somos criticados o malentendidos eso demuestra que tenemos razón. Tampoco hablo solo de esa autorreferencialidad contra las que nos ha prevenido el Papa recientemente, y que acecha a todas las órdenes y movimientos de la Iglesia. Me refiero a una secta en el sentido de la adopción de principios doctrinales o de prácticas recurrentes que resulten erróneos para el común sentir de la Iglesia.

Ahora bien, por lo que estamos viendo, muchos obispos, teólogos y hombres sabios de la Iglesia, y en última instancia dos papas, tuvieron a finales de los años 40 e inicios de los 50, la “impresión” de la inminencia de este peligro en nuestra comunidad. Es precisamente esta impresión la que motivó los acontecimientos que rememoramos como hito del 31 de mayo. Creo que Schoenstatt lleva años reprimiendo en exceso sus deberes de creación y consolidación teológica y doctrinal con el argumento de atender al corazón; y también sus deberes de consolidación y organización formal interna con el argumento de tener un estilo de pensar y de ser orgánico. Y es verdad que nuestro movimiento es esencialmente cordial y orgánico, pero no hay verdadero corazón humano sin lenguaje, ni hay organismo sin forma. Por eso la palabra, el logos, desempeña un papel esencial en la obra de la redención como corazón de la relación humana con Dios, de la Sagrada Escritura y de la liturgia.  Y por eso también lo “orgánico” es, hablando con propiedad, el triunfo de la forma sobre el caos. Olvidar todo ello convierte a lo cordial en un peligro para la sabiduría y para la justicia y a lo orgánico en un término confuso y peligroso que, no en vano, era también uno de los favoritos del nacionalsocialismo.

Además, los escritos del fundador que sustentan el 31 de mayo no dicen solamente que el cultivo del corazón y del vínculo orgánico sean claves en el futuro de la espiritualidad cristiana, sino que también cuestionan con dureza elementos importantes en la mentalidad y la doctrina de la Iglesia en su momento y la instan a renovarse. Y cuando alguien hace eso es que tiene en la cabeza una tarea argumentativa y doctrinal que debe desarrollarse con claridad y rigor. De modo que eludir este punto de tensión creadora refugiándose en el mero cultivo comunitario de la afectividad o en el simple activismo social, sin tener un carisma suficientemente esclarecido – esclarecido para toda la Iglesia -, no es solo mirar para otro lado, es también “saltarse” ese tercer hito. Eso es precisamente lo que Kentenich pudo hacer el 31 de mayo y lo que no quiso hacer.

Así que la cuestión me parece, en el fondo, bastante sencilla: si Schoenstatt tiene realmente algo importante que aportarle a la Iglesia, sería bueno que la Iglesia pudiera entender bien eso que queremos aportarle. De modo que la actitud de: nosotros ya nos entendemos, ustedes no pueden entendernos, es el principal error en el que podríamos reafirmarnos. Lo fue en el primer 31 de mayo y lo sigue siendo hoy, según parece. Entre otras razones porque si la Iglesia no nos entiende del todo, o no entendió a nuestro fundador, entonces tampoco es verdad que nos entendamos a nosotros mismos ni que lo entendamos a él.

 

¿Es posible que en todos estos años no hayamos aprendido a explicarnos mejor sobre estas cuestiones?

Un ejemplo reciente de lo que trato de decir lo tenemos en el debate suscitado sobre el examen filial, sobre el que apareció, el 15 de enero de este año, un documento en Schoenstatt.com. A mi modo de ver el sentido del documento era justificar la ortodoxia de una práctica espiritual: el examen filial, en los términos que el documento describe y con las precauciones que allí se recogen. Precauciones como voluntariedad plena, carácter excepcional, atenimiento a un formato prefijado o una clara reducción de la figura de autoridad ante la que se realiza a la de un vicario no imprescindible en tanto que persona individual. En este sentido, la argumentación del texto me parece acertada y consistente. La determinación de si estos principios fueron o no realmente respetados por el fundador estaría, por tanto, en otro orden de discusión que el texto no aborda.

Sin embargo, al finalizar este mismo texto se introduce una analogía entre los fieles rezando el padrenuestro durante la santa Misa y el examen filial, y se hace en unos términos cuya ambigüedad – seguramente por la brevedad e imposibilidad editorial de desarrollo – pudo dejarnos a muchos con la misma impresión de confusión que tal vez tuvieron en su día los monseñores Stein o Tromp, a la luz de los documentos ya disponibles. Y el hecho es que algunos cristianos bien formados y benévolamente predispuestos hacia José Kentenich, también se han quedado confusos y perplejos ante estas líneas. Por supuesto – una vez más hay que escribirlo – no parece que esté en cuestión ni la ortodoxia ni la originalidad de fondo en el mensaje del Movimiento. Pero: ¿es posible que en todos estos años no hayamos aprendido a explicarnos mejor sobre estas cuestiones?

Y no me refiero a circunstancias manifiestas como el hecho de que la primera oración fuera instituida por Jesucristo y forme parte de la liturgia, que son diferencias muy obvias y que, sin duda, nadie ha tratado de minimizar – no creo que nadie en el Movimiento quiera atribuir a José Kentenich la misma función mediadora que a Jesucristo, ni a una práctica de espiritualidad privada la misma función que la misa. Me refiero a que sigamos haciendo malabares con esta cuestión. Me refiero a la posible confusión subyacente entre sacramento y sacramental, entre filialidad e infancia espiritual, o entre el ministro de un sacramento y la persona que ejerce el ministerio. Indefiniciones como estas no solo pueden producir legítima perplejidad sobre nuestra ortodoxia, sino que – incluso sentada esta – también impiden trasladar eficazmente al   conjunto de la Iglesia lo más original que Kentenich quería decir sobre el carácter sacramental de nuestras vidas cotidianas, sobre la necesidad que nuestra espiritualidad contemporánea tiene de revivir la figura paterna o sobre importancia que nuestra propia libertad e iniciativa tienen en la relación con Dios.

Un tesoro y un peligro en cada carisma

Todos los movimientos de la Iglesia católica, así como todos sus santos y doctores, encierran en su carisma un tesoro y un peligro, y ambos suelen estar íntimamente vinculados. La gran tarea de las generaciones que suceden a la fundación no es solo regalarle al mundo ese tesoro, sino también saber tener a raya esos peligros. Con singular sabiduría José Kentenich se da cuenta de que la recta vinculación con las causas segundas y la superación de un dualismo erróneo entre lo natural y lo sobrenatural es clave para la espiritualidad del humano postmoderno. La importancia de un renovado ejercicio de la paternidad en una cultura sin padres es tan solo un aspecto destacado de esta genial intuición. Pero esta intuición comporta riesgos. Y el primero entre todos es un cierto pelagianismo o minimización del papel de la gracia – y de la Iglesia – en la sanación de la naturaleza.

La necesidad que el siglo XX tiene de renovar y sanar la relación entre la naturaleza y la gracia, entre humanidad y divinidad, es una luminosa tarea y una revelación regalada a nuestro fundador – aunque no solo a él – de manera eminente. Pero la Iglesia de Cristo ya existe, ya está ahí, cuando menos en construcción permanente, y el cristianismo y la cristiandad son obras que trascienden el carisma de cualquier santo e incluso el de todos los santos juntos. No digamos el de cualquier fundador. Ahora bien, hay que amar y conocer muy bien la doctrina que se quiere perfeccionar para poder perfeccionarla. Podemos quejarnos de que la Iglesia no nos atiende, pero no podemos quejarnos de que la Iglesia no nos entiende. La incomprensión no puede seguir formando parte de la esencia del 31 de mayo y en ella no hay nada que celebrar.

Por ejemplo, proponer la necesidad de una cristianización del subconsciente es algo correcto, audaz y visionario. En cambio, suponer que con una experiencia de infancia o de familia vivida según la sabiduría de nuestro fundador o sus métodos formativos, accederemos a una vida emocional o sexual perfectamente sana, ordenada y libre de los efectos del pecado original es, sencillamente, un grave error doctrinal. Insistir en que nuestra vinculación auténtica con Dios es también una vinculación natural a personas, lugares o ideas concretos es una idea formidable. En cambio, fijarnos unos a otros determinadas ideas o lugares concretos, más allá de los establecidos por la liturgia y los sacramentos, como causas segundas obligatorias para relacionarse con Dios es otro grave error. Y jugar con la ambigüedad respecto a estos temas es un error mucho más grave todavía.

El hecho de no haber desarrollado todavía con suficiente creatividad y claridad doctrinal – y para el común de los cristianos – todos estos grandes motivos antropológicos y teológicos, iniciados en la obra de nuestro fundador, pero necesitados de nuestra propia luz, de nuestra propia vida e inteligencia, nos expone por tanto a numerosas confusiones. Por ejemplo, a la hora de fijar bien las distancias entre sacramentos y sacramentales, a la hora de desarrollar una buena mariología para el siglo XXI que todavía está por hacer, o a la hora de aclarar si una práctica espiritual concreta es:

a) una recomendación para uso particular,

b) una obligación para una comunidad determinada,

c) una obligación para todo el Movimiento o

d) una aportación al magisterio universal de la Iglesia.

Estas cuatro cosas son muy distintas y la principal preocupación aquí no es cuál de estas cuatro respuestas queremos dar, sino que realmente el Movimiento, como tal, no parezca tener una respuesta clara a este tipo de cuestiones.

La posibilidad real de fracasar como movimiento

Solo desde un manejo natural, consistente y riguroso de la tradición teológica y doctrinal de la Iglesia, y desde el amor más absoluto a la misma – un amor que le es debido como cristianos sin mediación de persona alguna – estaremos en condiciones de perfeccionarla, engrandecerla o sanarla como entiendo que Kentenich soñaba. Así que, en paralelo con el esclarecimiento histórico de unos hechos que nos tienen atribulados desde al 2 de julio, podemos sacar ya, a mi entender, una importante conclusión: en la misma medida en que seamos incapaces de ampliar, renovar o sanar nada importante en el mensaje y la doctrina de nuestro fundador, por idénticas razones también seremos incapaces de ampliar, sanar o renovar nada importante en la doctrina de Iglesia y, por tanto, habremos fracasado como movimiento.

Lo cual no implica, por supuesto, que fracasemos como cristianos. Dios, la Mater o la Iglesia siempre estarán ahí, acogiéndonos, transformándonos y enviándonos, como lo hicieron con el propio José Kentenich, antes de que existiera Schoenstatt, y como lo hacen todos los días con millones de cristianos, y de no cristianos también. Siempre habrá pobres con nosotros, siempre seremos pobres nosotros mismos, y siempre habrá matrimonios qué apoyar, prójimos qué consolar y niños qué educar en la fe, pero se habrá perdido algo importante por lo que valía la pena luchar.

31.05.

Etiquetas: , , , , , , , , , ,

6 Responses

  1. Manuel de la Barreda Mingot dice:

    Gracias Ignacio por este artículo. Me atrevería, y perdona mi osadía, a cambiar una sola palabra del mismo, pues como dices también, las palabras importan. En lugar de «refundación» o «renacimiento» hablaría de «maduración» en la quinta opción pues para ser esos cristianos autónomos y completos que indicas, tenemos que madurar. Solo madurando, los lastres de la imperfección pueden dar frutos. Y por supuesto, cualquier tentación de utilizar la frase «nosotros ya nos entendemos, ustedes no pueden entendernos» cortarla de raiz sin miramientos. La veo como un dar la espalda a nuestra Madre la Iglesia flagrante, con muchos tintes gnosticos.

  2. Maria Jesus Losada dice:

    Muchas gracias Ignacio por tu artículo, para mi de los mejores y más iluminadores de todos los que, con dolor pero con amor a Schoenstatt, he podido ir leyendo en este último tiempo. Un gran aporte para la reflexión personal y compartida.
    Me parece magnífico por el contenido, por el tono, por toda la sabiduría que alberga y por el sincero interés por seguir construyendo Schonstatt y la Iglesia con cimientos veraces, coherentes y bien anclados, para así afrontar el desafiante presente que nos espera, a cada uno de nosotros y a la Iglesia.
    Gracias de nuevo Ignacio.

  3. Rafael Mascayano Medo dice:

    Dice el dicho «un texto sin contexto, solo sirve de pretexto», y es así que en este espíritu de «Refundación», es necesario un espíritu de oración, una actitud de participación y una acción «sinodal», que nos permita a todos una mayor participación en mirar cómo schoenstatt se puede hacer vida hoy en la Iglesia y en la sociedad. El papa Francisco, para la prepración del próximo Sínodo «ha reorganizado el periodo de preparación del sínodo para obligar a que esté más presente la voz de laicos, sacerdotes y religiosos», y como dice DARIO VITALI Consultor, Secretaría General del Sínodo “Él Papa pidió varias veces que se escuche y que escuchar sea un criterio fundamental en la vida de la Iglesia. En una democracia lo que funciona en general es la opinión de la mayoría. En la Iglesia sinodal el principio que regula la vida de la Iglesia es el “sensus fidei”, es decir: la voz del Espíritu Santo que se manifiesta a través del pueblo formado por los bautizados”.
    Y hoy en día en Schoenstatt también necesitamos un Sínodo que desde todos, podamos mirar los próximos 50 años del Movimiento.

    • Paulina Johnson V. dice:

      Gracias Rafael, por plantear algo que venía pensando desde que respondí a la encuesta en preparación al Congreso de Pentecostés en 2022. Me preguntaba entonces ¿ Por qué no hacer un sínodo a nivel país? Una reflexión compartida y transversal, que nos permita reconocer lo que hemos logrado, lo que hemos hecho bien y aquello que es necesario reparar, para emprender caminos de mayor fecundidad y de fidelidad creadora a nuestro Fundador y a su carisma, en la Iglesia y para el mundo.
      Me pregunto también cuál es el interés que se ha despertado y motivado, en nuestro Schoenstatt latinoamericano, por participar en el Sínodo de Latinoamérica y El Caribe. Personalmente creo que nuestro «en salida» debe tener como primer destino la Iglesia, desde el Santuario, para amar y servir a la Iglesia. Si realzamos la presencia de la Madre de la Iglesia en la convivencia local, parroquial, pastoral y social, la Iglesia podrá ser más familia, para ofrecer hogar a muchos que viven en el desarraigo y soledad, en la precariedad y las múltiples carencias y necesidades. Como un Movimiento de renovación ético-religioso y no solo portador de una rica espiritualidad, no podemos olvidar nuestra misión de transformar el mundo, de contribuir a gestar un Nuevo Orden Social, basado en la verdad, la justicia y el amor. Conmemorar nuevamente el 31 de Mayo, supone un renovado compromiso con nuestra misión y la cruzada por rescatar los vínculos heridos, a todo nivel. Nuestra esperanza nace de la fe en la presencia de la Mater en el Santuario, de la convicción que Ella espera nuestra colaboración como instrumentos y que nos ofrece las gracias que necesitamos y que implora con nosotros al Espíritu Santo en nuestros Santuarios, pequeños Cenáculos, para el envío de los discípulos y misioneros.

  4. Nacho Fontes dice:

    Ignacio, yo no era ni remotamente consciente de que hubiese un riesgo de cisma dentro del movimiento. Seguro que como yo habrá otros muchos. Creo que cosas tan sagradas tienen que ser tratadas con mucha prudencia, pues somos muchos los que no estamos al corriente de estos «intríngulis» y desde luego a algunos les puede causar un dolor innecesario (como los hijos menores cuando perciben que algo no va bien en casa). Com mero miembro de la Liga de Matrimonios, ni siquiera militante, en este sentido me considero un «hijo menor». Rezo por todos.

    Un fuerte abrazo,

    Nacho Fontes
    Pozuelo de Alarcón

  5. Juan Zaforas dice:

    Ignacio me ha encantado tu artículo y el punto de vista que aportas. Si no te conociera me habrías sorprendido mucho con tu planteamiento algo provocador en el que sitúas el foco en un lugar diferente al que lo tiene casi todo el mundo puesto. Sueles ser muy disruptivo y mover el tablero para sacarnos de nuestras fijaciones y en esta ocasión lo haces nuevamente.
    Creo que tu aportación es muy valiosa para la reflexión y espero que ayude a muchos a encontrar lo que buscan.
    Gracias Ignacio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *