Publicado el 2015-02-28 In José Kentenich

Cuaresma: La jornada de la semilla – Parte 2

Sarah-Leah Pimentel. “La fecundidad de la semilla depende (lo sabemos por experiencia) de su fuerza germinativa, de las condiciones del suelo y de factores meteorológicos como sol, lluvia y viento… Lo que vale para la semilla en la naturaleza, puede aplicarse a las semillas de nuestra espiritualidad (…) y hacia el apostolado universal. El suelo propicio necesario es la disposición natural y sobrenatural a la generosidad, y sobre todo en lo atinente a la castidad y la caridad. Por lo general, solo los que son generosos son capaces [de vivir nuestra espiritualidad]…La castidad es necesaria, de acuerdo con lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo: ‘Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’. Las condiciones exteriores de crecimiento [que necesita nuestra espiritualidad] son las dificultades de muy diverso tipo y grado, son las continuas luchas internas y externas” (José Kentenich 1954/55).

La semana pasada reflexionábamos sobre la manera en que nuestra espiritualidad es como una semilla que tiene una capacidad natural de germinar cuando vivimos de acuerdo al plan de Dios, siguiendo los ritmos naturales de nuestras personalidades únicas, los rasgos de nuestro carácter y la forma en la que comulgamos con Dios y nos relacionamos con los demás.

Buena tierra

La segunda condición que necesita una semilla para germinar es tener la tierra adecuada para crecer. El lenguaje del P. Kentenich nos recuerda la parábola del sembrador (Marcos 4:1-20).  Jesús describe cómo se esparcieron las semillas. Algunas no sobrevivieron porque cayeron en terreno pedregoso o fueron comidas por los pájaros. Otras crecieron muy rápidamente, pero como no tenían raíces fuertes, se secaron y murieron. Sólo la semilla que cayó en tierra buena fue capaz de crecer. Las semillas que crecen, nos dice Jesús, son aquellas que “escuchan la palabra, la reciben y llevan fruto, treinta, sesenta y ciento por uno.”

De la misma forma, nuestra espiritualidad crece mejor cuando estamos a tono con la voluntad de Dios y nos aceptamos a nosotros mismos como somos y como Dios nos hizo. Cuando tratamos de acomodarnos al “molde” de la uniformidad espiritual somos como la semilla que cayó en terreno pedregoso – empezamos a crecer pero nos frustramos cuando intentamos echar raíces en terreno hostil y frecuentemente nos desanimamos y renunciamos a la emocionante jornada del descubrimiento de quiénes somos en Dios.

También necesitamos recordar que no hay una definición de buena tierra. Diferentes tipos de plantas requieren diferentes tipos de tierra. Un cactus no crecerá bien en un pantano y, de manera similar, una rosa nunca sobreviviría en un desierto. Cada tipo de planta requiere una tierra que satisfaga sus necesidades.

Reflexión: ¿Cuál es mi buena tierra?

Minerales del espíritu

Independientemente del tipo de tierra en la que esté plantada la semilla, todos los tipos de tierra contienen los minerales necesarios para el crecimiento de la planta. Así ocurre también con nosotros. El P. Kentenich identifica tres minerales que toda “buena tierra” posee: generosidad, castidad y amor.

Generosidad – dar lo que tenemos y lo que no tenemos

La tierra en la que crece mejor la semilla no puede ser egoísta. La semilla tampoco puede crecer en soledad. Una espiritualidad que toma fuerza de sí misma se vuelve como la semilla que cayó en terreno pedregoso: crece rápidamente, tal vez más rápido incluso que la semilla que desarrolló sus raíces primero. Se siente orgullosa de su éxito, de su aparente fortaleza, pero al no poder extraer los nutrientes necesarios de la tierra, se debilita hasta que se seca.

Una espiritualidad saludable, aunque se forme en las partes recónditas y silenciosas del alma, debe necesariamente estar orientada hacia afuera. Cuando generosamente damos lo que tenemos y hasta lo que no tenemos, estamos respondiendo al llamado de Dios para servir a nuestras familias, a nuestra comunidad y la sociedad. Es un “sí” a la voz de Dios. Es el “fiat”, el sí valiente de la Santísima Virgen.

La generosidad es la confianza en que la tierra proveerá lo que necesitamos cada día. Es el último pedazo de pan que la viuda preparó para el profeta Elías. Dios recompensó su fe dándole a ella y a su hijo suficiente comida para sobrevivir a la hambruna (1 Reyes 17:7-15).  Cuando respondemos generosamente, Jesús nos promete que nuestro pozo nunca se secará. Cuando somos una bendición a los demás, somos bendecidos también.

Reflexión: ¿Cuáles son los límites de mi generosidad? ¿Qué pasos prácticos puedo tomar para ser más generoso con mi tiempo y mis recursos?

El amor simplemente da

El amor también es necesario para un crecimiento espiritual saludable. Las plantas crecen bien cuando el jardinero las cuida amorosamente. Con sólo mirar a los niños que vienen de hogares llenos de amor podemos ver que se convertirán en adultos íntegros, saludables y alegres. En contraste, los niños que viven rodeados de inseguridad, miedo, conflicto y desconfianza tienen muchas más dificultades para establecer relaciones significativas. No saben lo que es amar y ser amado.

Las semillas espirituales crecen mejor en una tierra que contiene el poder vital del amor. El amor es una respuesta a la generosidad, pero también es un catalizador de ella. El amor es la capacidad de ver al otro y olvidar los deseos propios, egoístas. El amor simplemente da. No pide nada a cambio. Es una expresión del amor incondicional de Dios por nosotros. Si la semilla joven se alimenta con amor, corresponde con amor incondicional. Nuestra respuesta en el amor nos permite crecer y, como la planta de la fresa, propagarse en todas las direcciones. Es el amor de Jesús que cobra vida en el mundo actual cuando nos amamos los unos a los otros.

Jesús resumió todos los mandamientos diciendo: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. (Marcos 12:30-31)

La familia es el primer lugar donde somos llamados al amor incondicional – incluso a aquellos que no han sido capaces de amarnos perfectamente. También es el amor al extraño y al marginado que suplica nuestra ayuda y que no tiene manera de pagarnos de vuelta nuestras obras de amor. Amamos sencillamente porque nosotros somos y porque ellos son.

Reflexión: ¿Quiénes son las personas en mi familia y mi trabajo que son difíciles de amar? ¿Cómo puedo hacer un esfuerzo adicional para amarlos incondicionalmente, aunque no siempre me caigan bien?  ¿Cómo puedo acudir amorosamente a los marginalizados en mi comunidad, expresando mi amor por ellos mediante una ayuda práctica?

Castidad – el tesoro de un cuerpo y una mente sólidos

El P. Kentenich dice que la castidad es otro mineral esencial en la buena tierra.  El lector podría pensar “Un momento… el P. Kentenich estaba hablándole a un grupo de sacerdotes”. Así era, efectivamente, pero la castidad no aplica sólo a los sacerdotes y a los consagrados. La castidad tiene un lugar importante en cada vida cristiana. Castidad significa “pureza en conducta e intenciones”, “contención” y un diccionario incluso agrega “integridad personal” a una de las definiciones de castidad.

En una sociedad que le da tanta importancia a la satisfacción de los placeres de todo tipo – comida, dinero, sexo – y en una cultura que nos dice que merecemos todo lo que deseamos, la castidad es un metal precioso.

La castidad es la capacidad de decir que no. No todo lo que deseo es bueno para mí. La castidad es la autodisciplina de ser capaz de controlar nuestras fantasías, dominar nuestros deseos y reconocer que otros – cónyuge, niños, empleados – no existen sólo para satisfacer nuestras necesidades inmediatas de placer sexual, cumplir sueños frustrados o alimentar nuestro sentido de la propia importancia.

La castidad es un fruto del Espíritu Santo que nos permite permanecer puros en todas las cosas, en nuestros pensamientos y palabras. La castidad es el tesoro de una mente y un cuerpo sólidos. En la tierra de la castidad nuestra espiritualidad florece porque ya no está encadenada por nuestros deseos y pasiones egoístas, sino que se orienta hacia lo alto, a Dios y hacia afuera, a nuestros semejantes.

Reflexión: ¿Qué áreas de mi vida me llaman a practicar la castidad?  ¿De qué forma el autodominio me ayuda en mi camino espiritual?

La buena tierra de la comunidad

La buena tierra genera nueva vida, tanto para la semilla como para cualquier otro organismo que vive en la tierra y que existe debido a la relación simbiótica entre esos diferentes organismos. La tierra se vuelve un tipo de comunidad. La semilla de la espiritualidad sólo crece bien en comunidad con otros, de preferencia en una comunidad donde cada miembro aporta y toma con igual medida, para que todos puedan crecer al máximo, pero cada uno a su propio paso.

Oración: Padre Celestial, al acompañarte en esta segunda semana de Cuaresma, ayúdanos a asemejarnos a Ti. Queremos seguir tu ejemplo de generosidad y amor totales. El mundo en el que vivimos nos dice que tomemos lo que queramos y se vuelve muy difícil no ceder. Danos la fortaleza de practicar el autodominio y te ofrecemos nuestros sacrificios como un regalo de amor por el amor incondicional que nos mostraste en la cruz. Amén.

 

Original: Inglés. Traducción al español: Eduardo Shelley, Monterrey, México

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Publicado el In José Kentenich

Cuaresma: La jornada de la semilla – Parte 2

Sarah-Leah Pimentel.

“La fecundidad de la semilla depende (lo sabemos por experiencia) de su fuerza germinativa, de las condiciones del suelo y de factores meteorológicos como sol, lluvia y viento… Lo que vale para la semilla en la naturaleza, puede aplicarse a las semillas de nuestra espiritualidad (…) y hacia el apostolado universal. El suelo propicio necesario es la disposición natural y sobrenatural a la generosidad, y sobre todo en lo atinente a la castidad y la caridad. Por lo general, solo los que son generosos son capaces [de vivir nuestra espiritualidad]…La castidad es necesaria, de acuerdo con lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo: ‘Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’. Las condiciones exteriores de crecimiento [que necesita nuestra espiritualidad] son las dificultades de muy diverso tipo y grado, son las continuas luchas internas y externas” (José Kentenich 1954/55).

 

La semana pasada reflexionábamos sobre la manera en que nuestra espiritualidad es como una semilla que tiene una capacidad natural de germinar cuando vivimos de acuerdo al plan de Dios, siguiendo los ritmos naturales de nuestras personalidades únicas, los rasgos de nuestro carácter y la forma en la que comulgamos con Dios y nos relacionamos con los demás.

Buena tierra

La segunda condición que necesita una semilla para germinar es tener la tierra adecuada para crecer. El lenguaje del P. Kentenich nos recuerda la parábola del sembrador (Marcos 4:1-20).  Jesús describe cómo se esparcieron las semillas. Algunas no sobrevivieron porque cayeron en terreno pedregoso o fueron comidas por los pájaros. Otras crecieron muy rápidamente, pero como no tenían raíces fuertes, se secaron y murieron. Sólo la semilla que cayó en tierra buena fue capaz de crecer. Las semillas que crecen, nos dice Jesús, son aquellas que “escuchan la palabra, la reciben y llevan fruto, treinta, sesenta y ciento por uno.”

De la misma forma, nuestra espiritualidad crece mejor cuando estamos a tono con la voluntad de Dios y nos aceptamos a nosotros mismos como somos y como Dios nos hizo. Cuando tratamos de acomodarnos al “molde” de la uniformidad espiritual somos como la semilla que cayó en terreno pedregoso – empezamos a crecer pero nos frustramos cuando intentamos echar raíces en terreno hostil y frecuentemente nos desanimamos y renunciamos a la emocionante jornada del descubrimiento de quiénes somos en Dios.

También necesitamos recordar que no hay una definición de buena tierra. Diferentes tipos de plantas requieren diferentes tipos de tierra. Un cactus no crecerá bien en un pantano y, de manera similar, una rosa nunca sobreviviría en un desierto. Cada tipo de planta requiere una tierra que satisfaga sus necesidades.

Reflexión: ¿Cuál es mi buena tierra?

Minerales del espíritu

Independientemente del tipo de tierra en la que esté plantada la semilla, todos los tipos de tierra contienen los minerales necesarios para el crecimiento de la planta. Así ocurre también con nosotros. El P. Kentenich identifica tres minerales que toda “buena tierra” posee: generosidad, castidad y amor.

Generosidad – dar lo que tenemos y lo que no tenemos

La tierra en la que crece mejor la semilla no puede ser egoísta. La semilla tampoco puede crecer en soledad. Una espiritualidad que toma fuerza de sí misma se vuelve como la semilla que cayó en terreno pedregoso: crece rápidamente, tal vez más rápido incluso que la semilla que desarrolló sus raíces primero. Se siente orgullosa de su éxito, de su aparente fortaleza, pero al no poder extraer los nutrientes necesarios de la tierra, se debilita hasta que se seca.

Una espiritualidad saludable, aunque se forme en las partes recónditas y silenciosas del alma, debe necesariamente estar orientada hacia afuera. Cuando generosamente damos lo que tenemos y hasta lo que no tenemos, estamos respondiendo al llamado de Dios para servir a nuestras familias, a nuestra comunidad y la sociedad. Es un “sí” a la voz de Dios. Es el “fiat”, el sí valiente de la Santísima Virgen.

La generosidad es la confianza en que la tierra proveerá lo que necesitamos cada día. Es el último pedazo de pan que la viuda preparó para el profeta Elías. Dios recompensó su fe dándole a ella y a su hijo suficiente comida para sobrevivir a la hambruna (1 Reyes 17:7-15).  Cuando respondemos generosamente, Jesús nos promete que nuestro pozo nunca se secará. Cuando somos una bendición a los demás, somos bendecidos también.

Reflexión: ¿Cuáles son los límites de mi generosidad? ¿Qué pasos prácticos puedo tomar para ser más generoso con mi tiempo y mis recursos?

El amor simplemente da

El amor también es necesario para un crecimiento espiritual saludable. Las plantas crecen bien cuando el jardinero las cuida amorosamente. Con sólo mirar a los niños que vienen de hogares llenos de amor podemos ver que se convertirán en adultos íntegros, saludables y alegres. En contraste, los niños que viven rodeados de inseguridad, miedo, conflicto y desconfianza tienen muchas más dificultades para establecer relaciones significativas. No saben lo que es amar y ser amado.

Las semillas espirituales crecen mejor en una tierra que contiene el poder vital del amor. El amor es una respuesta a la generosidad, pero también es un catalizador de ella. El amor es la capacidad de ver al otro y olvidar los deseos propios, egoístas. El amor simplemente da. No pide nada a cambio. Es una expresión del amor incondicional de Dios por nosotros. Si la semilla joven se alimenta con amor, corresponde con amor incondicional. Nuestra respuesta en el amor nos permite crecer y, como la planta de la fresa, propagarse en todas las direcciones. Es el amor de Jesús que cobra vida en el mundo actual cuando nos amamos los unos a los otros.

Jesús resumió todos los mandamientos diciendo: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. (Marcos 12:30-31)

La familia es el primer lugar donde somos llamados al amor incondicional – incluso a aquellos que no han sido capaces de amarnos perfectamente. También es el amor al extraño y al marginado que suplica nuestra ayuda y que no tiene manera de pagarnos de vuelta nuestras obras de amor. Amamos sencillamente porque nosotros somos y porque ellos son.

Reflexión: ¿Quiénes son las personas en mi familia y mi trabajo que son difíciles de amar? ¿Cómo puedo hacer un esfuerzo adicional para amarlos incondicionalmente, aunque no siempre me caigan bien?  ¿Cómo puedo acudir amorosamente a los marginalizados en mi comunidad, expresando mi amor por ellos mediante una ayuda práctica?

Castidad – el tesoro de un cuerpo y una mente sólidos

El P. Kentenich dice que la castidad es otro mineral esencial en la buena tierra.  El lector podría pensar “Un momento… el P. Kentenich estaba hablándole a un grupo de sacerdotes”. Así era, efectivamente, pero la castidad no aplica sólo a los sacerdotes y a los consagrados. La castidad tiene un lugar importante en cada vida cristiana. Castidad significa “pureza en conducta e intenciones”, “contención” y un diccionario incluso agrega “integridad personal” a una de las definiciones de castidad.

En una sociedad que le da tanta importancia a la satisfacción de los placeres de todo tipo – comida, dinero, sexo – y en una cultura que nos dice que merecemos todo lo que deseamos, la castidad es un metal precioso.

La castidad es la capacidad de decir que no. No todo lo que deseo es bueno para mí. La castidad es la autodisciplina de ser capaz de controlar nuestras fantasías, dominar nuestros deseos y reconocer que otros – cónyuge, niños, empleados – no existen sólo para satisfacer nuestras necesidades inmediatas de placer sexual, cumplir sueños frustrados o alimentar nuestro sentido de la propia importancia.

La castidad es un fruto del Espíritu Santo que nos permite permanecer puros en todas las cosas, en nuestros pensamientos y palabras. La castidad es el tesoro de una mente y un cuerpo sólidos. En la tierra de la castidad nuestra espiritualidad florece porque ya no está encadenada por nuestros deseos y pasiones egoístas, sino que se orienta hacia lo alto, a Dios y hacia afuera, a nuestros semejantes.

Reflexión: ¿Qué áreas de mi vida me llaman a practicar la castidad?  ¿De qué forma el autodominio me ayuda en mi camino espiritual?

La buena tierra de la comunidad

La buena tierra genera nueva vida, tanto para la semilla como para cualquier otro organismo que vive en la tierra y que existe debido a la relación simbiótica entre esos diferentes organismos. La tierra se vuelve un tipo de comunidad. La semilla de la espiritualidad sólo crece bien en comunidad con otros, de preferencia en una comunidad donde cada miembro aporta y toma con igual medida, para que todos puedan crecer al máximo, pero cada uno a su propio paso.

Oración: Padre Celestial, al acompañarte en esta segunda semana de Cuaresma, ayúdanos a asemejarnos a Ti. Queremos seguir tu ejemplo de generosidad y amor totales. El mundo en el que vivimos nos dice que tomemos lo que queramos y se vuelve muy difícil no ceder. Danos la fortaleza de practicar el autodominio y te ofrecemos nuestros sacrificios como un regalo de amor por el amor incondicional que nos mostraste en la cruz. Amén.

Original: Inglés. Traducción al español: Eduardo Shelley, Monterrey, México

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