Publicado el 2011-02-19 In Temas - Opiniones

Cuando miro su imagen lo veo a él vivo

Ermita en Coronel DorregoP. Javier Arteaga. Era una luminosa mañana de finales de enero en Coronel Dorrego, Pcia. de Buenos Aires, donde habíamos llegado con las Misiones Familiares de La Plata. La capilla del colegio San José, nuestro Santuario misionero, desbordaba de anhelos de misión, listos para comenzar a visitar a los vecinos de los barrios con el mensaje del Señor y de María. Luego de los cantos y oraciones la Hermana Ligia (Hermana franciscana de 90 vitales y juveniles años) se adelantó al altar, nos dio la bienvenida como dueña de casa y se alegró de nuestra presencia y la presencia de la «Mater» (así la llamó) en Dorrego. Y volviéndose para mirar el cuadro del P. Kentenich dijo: «cuando miro su imagen lo veo a él vivo».

 

 

P. José KentenichUn silencio expectante nos envolvió a todos. Y la Hna. Ligia nos contó cómo ella lo había conocido cuando era joven, en la portería de su convento en Florencio Varela: «El Padre tocó el timbre de nuestra casa y yo le abrí la puerta. Estaba allí, tenía una mirada serena, profunda y era muy reverente, sí, muy reverente». Luego nos contó que el Padre Fundador también había estado en Dorrego en junio de 1947, en ese mismo colegio donde estábamos viviendo. Nuestra sorpresa y alegría eran cada vez mayores. Días más tarde fuimos a visitar el Santuario de la Madre y Reina del Pueblo en Paso Mayor. Allí la familia de Schoenstatt nos relató el paso del Padre Fundador por ese lugar en los años 1948 y 1952, y también experimentamos su presencia viva. El Padre nos había precedido en esas tierras pampeanas como misionero, más aún, él sigue presente en la memoria viva de sus hijos.

Presencia a través de la vida y el testimonio de sus hijos

Esa misma experiencia la tenemos cuando visitamos el Santuario del Padre en Nuevo Schoenstatt o tantos lugares donde sentimos su presencia viva. Presencia a través de la vida y el testimonio de sus hijos; una presencia que nos motiva a vivir el ideal del hombre nuevo y de la santidad de la vida diaria; presencia viva que nos invita a vivir en Alianza de Amor con María y nos envía como sus misioneros. Una presencia que nos dice nuevamente: «En los planes de Dios nunca debo haber existido sin ustedes ni ustedes sin mí. Desde la eternidad Dios nos pensó en una Alianza de Amor». (Nueva Helvecia, 1947)

Herencia que es envío y misión

De este vínculo nacen lazos paterno-filiales y lazos fraternales, nace espíritu de familia. Él es nuestro padre porque nos ha engendrado en el seguimiento a Cristo, nos ha abierto el camino a la Alianza con María, nos ha educado en la santidad y nos ha unido como familia al servicio de la Iglesia. Algo semejante les decía San Pablo a los cristianos de Corinto: «Porque, aunque tengan diez mil preceptores en Cristo, no tienen muchos padres: soy yo el que los ha engendrado en Cristo Jesús, mediante la predicación de la Buena Noticia. Les ruego, por lo tanto, que sigan mi ejemplo» (1 Cor. 4, 15-16). Esta última exhortación de San Pablo a los corintios nos recuerda el urgente pedido de Jesús a sus discípulos: «Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Juan 1, 15). Esta es la herencia que les deja, una herencia que es envío y misión. Así también el P. Kentenich nos dice una vez más: «Ustedes, a su manera, pueden ayudarme a llevar la responsabilidad y compartir la misión de la Familia» (P. J. K., 31 de mayo de 1949).

La carta de presentación

Mons. Tenhumberg, obispo de Münster (Alemania), le dijo el 15 de septiembre de 1968 a la Familia de Schoenstatt que éramos «la carta de presentación de la santidad del Padre». Realmente una excelente imagen para describir nuestra responsabilidad frente a la misión del Padre Fundador. Somos «su carta de presentación», de nosotros depende que su misión sea hoy «legible, motivadora y atractiva».

Somos sus hijos y herederos del Padre. Pero, ¿conocemos profundamente la vida, la misión del P. Kentenich? ¿Conocemos sus pasos por nuestra tierra y la herencia que nos ha dejado? ¿Nuestro vínculo a él nos impulsa a «hacernos cargo» de su obra? Espero de corazón que por nuestra altura de vida en la Alianza, por nuestra valentía para vivir auténtica y creativamente nuestra misión, la Iglesia y la sociedad reciban lo que nosotros mismos hemos recibido en la persona del Padre Fundador. Y, por otra parte, que quien nos vea pueda decir: «estos son verdaderamente buenos hijos y herederos del Padre Kentenich».

Camino al gran jubileo del 2014 celebremos este año al Padre y unámonos más entrañablemente a él, para descubrir lo que Dios nos ha regalado con su vida, para crecer en santidad y para llevar a muchos hermanos la inconmensurable gracia de la Alianza de Amor con María.

¡Padre, tu Alianza, nuestra misión!

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¡Regálale su testimonio!

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