Publicado el 2016-08-05 In Casa Madre de Tuparenda, Obras de la misericordia, Proyectos

La sociedad soy yo; por eso, me uní a la Casa Madre de Tupãrendá

PARAGUAY, por Susana Stanley •

Suena el teléfono. Es mi cuñada para decirme que han asaltado a mi sobrino, ¡a dos cuadras de su casa! Formulo las preguntas de rigor: ¿Está bien? ¿Lo lastimaron? Me responde que no lo dañaron y me cuenta cómo fue el asalto. Dos chicos, uno de 12 años y el otro de unos 17, le interceptan y le piden a punta de pistola, el celular y la billetera. Él se los entrega, corre a su casa y la llama. Van a la comisaría a denunciar el robo y a hacer los trámites de rigor. La policía les dice que «son siempre los mismos», y que hay poca o ninguna esperanza de recuperar el móvil y los documentos.

Semanas después, por esas cosas de la vida o más bien, de la Divina Providencia, me comprometo a acompañar al equipo de la Pastoral Penitenciaria en su visita al Correccional de Menores.

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Bautismo en la carcel de menores, julio de 2016. Foto: Javier Vera

Falta de recursos, falta de familia, calle, droga, robos, cárcel…

Luego de una larga hora atrapada en el tránsito del sábado, llego a la Cárcel de Menores en Itauguá. Como llegué tarde, entro sola. “Soy de Schoenstatt», le digo a los guardias. Me piden que deje todas las cosas de valor y, tras registrarme, me indican cómo llegar para encontrarme con el equipo de la Pastoral. En la capilla, esperamos que entren los chicos.

Llega el primer grupo, son unos 35 chicos. Me sorprendo, ya que uno de ellos es tan chiquito que parece de 12 años. Luego me dicen que tiene 16 y que es muy bajito por la desnutrición. Nos presentamos, rezamos, luego se forman en fila, les damos la merienda y allí aprovecho para hablar con algunos de ellos.

Una de las historias me conmueve, es la de Pedrito (nombre ficticio). Un padre desconocido, su mamá se fue a trabajar a España hace unos años como empleada doméstica y ya no supo nada de ella; él quedó con su abuela, quien murió de cáncer, y se quedó solo… A partir de ahí, traba amistad con otros chicos, limpia vidrios, prueba el «chespi» (cocaína de mala calidad que se fuma) y para “ganarse” la vida y conseguir el dinero necesario para comer y drogarse, se vuelve ladrón de celulares y luego de motocicletas. Uno de los robos salió mal y está allí cumpliendo su condena. Me cuenta que, en unos meses, saldrá de la cárcel y que no tiene adonde ir.

Se acaba el tiempo. Sale este grupo y se repite el proceso con el siguiente: presentación, oramos y a merendar. Los rostros son diferentes e iguales al mismo tiempo. Todos tienen olor a pobreza y soledad. Escucho otras historias: el factor común es la falta de recursos, la indiferencia, la violencia intrafamiliar, las drogas. Me pregunto dónde está el Estado, donde está la sociedad a la hora en que ellos necesitan una mano.

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El P. Pedro Kühlcke y Orlando, del correcional de menores, presentando la Pastoral al Papa Francisco (Julio de 2015)

La sociedad soy yo

Al llegar a mi casa, me cuentan que a mi sobrino le regalaron un vehículo para que no se arriesgue más caminando por las calles. Pusieron cámaras de seguridad en la casa y, en unas semanas, el asalto será solo un mal recuerdo para él. Sin embargo, para Pedrito y sus iguales serán meses de cárcel, para salir de nuevo a la misma realidad, sin esperanzas.

Entonces, como nunca antes, tomo conciencia de que la sociedad soy yo, la misma que con egoísmo e indiferencia se escandaliza por la inseguridad y violencia, pero que no se conmueve ante la pobreza ajena.

Observo la imagen de la Mater que, desde mi Santuario Hogar, me devuelve la mirada con el Niño en sus brazos. Parece que me dice: «¿Tanto tiempo tardaste, hija, en darte cuenta? No importa, lo que vale es lo que hagas de ahora en adelante».

Así es como trabaja la Mater, así me uní a la Casa Madre de Tupãrendá, donde vamos a trabajar para darles una oportunidad a los chicos que salen de la cárcel, donde les haremos sentir que nos importan y les daremos una oportunidad, tal vez la primera en sus vidas, para salir adelante.

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Foto arriba: Susana en una visita a la familia de un joven, con el P. Pedro Kühlcke

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