Publicado el 2019-04-10 In Misiones

El familión salió a misionar

CHILE, Marita Miranda Bustamante, vía Vinculo •

80 jóvenes, niños, papás y consagrados participaron en las desafiantes misiones de Agua Santa en Los Maitenes, lugar recién afectado por un gran incendio. —

“De lejos, la mejor semana del verano”, escribe un joven en sus historias de Instagram. No viene de la playa ni de un destino de moda. Acaba de llegar de Los Maitenes, un sector de Limache, por el que probablemente muchos pasan cuando van de camino a Olmué por la avenida Eastman. Otra cosa es subir por sus cerros interminables y de tierra, con quebradas escarpadas y tocar las puertas una por una, ofreciendo un rato de conversación, una charla de esperanza. Eso es lo que se hace en las misiones familiares católicas, como las que vivieron este verano las 80 personas que partieron desde el santuario Cenáculo de Fundación, en Agua Santa, Viña del Mar.

Justamente el sector de Los Maitenes había sido dañado por un incendio rebelde que logró quemar 29 casas que el viento elegía a capricho, la calurosa tarde del 3 de enero.

A unas semanas de partir, las misiones familiares se estaban desmoronando después de tener que descartar en el último minuto el pueblo de Chincolco, lugar de las misiones en 2018, por arreglos en el liceo, único lugar con capacidad para albergar a tantas personas. Y estaba resultando difícil encontrar otra opción. Entonces, el incendio en Limache fue una pista providencial para decidir ir a trabajar con esas familias, que recién estaban comenzando a ocupar sus nuevas viviendas de emergencia.

Y aún más, cinco días antes del inicio del viaje, se revocó el permiso para alojar en la escuela de Los Maitenes y la organización tuvo que conseguirse otro colegio, que quedaba a una distancia imposible de caminar del lugar de misión, lo que obligaría a un lento traslado dos veces al día en micro o en autos. Así y todo, el entusiasmo de los jóvenes siempre estuvo a tope cuando partimos desde el santuario de Agua Santa, tras haber completado un bus y diez autos con mochilas, cajas de alimentos, platos y vasos, carpas, instrumentos musicales y mucha ilusión por esta experiencia, con la que se vivió el lema “Desde María Misionera, que nazca tierra nueva”.

Evangelizando con Zumba

Según la idea original que propuso el P. Hernán Alessandri en los inicios de las misiones familiares, estos 80 misioneros (incluyeron a papás, jóvenes, niños y consagrados), iban jóvenes del Movimiento de Schoenstatt y otros que no pertenecían a la Juventud Apostólica y que vinieron desde Viña, Valparaíso, Santiago y Casablanca, e incluso llegó un representante de la Familia de Copiapó. Todos ellos estuvieron acompañados por siete matrimonios, el diácono de Schoenstatt Diego Cifuentes y el seminarista Stanley Ukasoanya, de Nigeria.

Con los años, la propuesta inicial del funcionamiento de las misiones ha ido adaptándose de acuerdo a las voces de los tiempos. En las misiones de Agua Santa, los jóvenes tienen un consejo propio que trabaja codo a codo, pero con autonomía, con el matrimonio jefe. El té infantil tradicional fue reemplazado por tardes de juegos y los talleres de formación de adultos y jóvenes, que no habían tenido buena convocatoria en los dos últimos años, fueron cambiados por un taller de manualidades, que se llenó de mamás, niñas y niños; un taller de zumba y otro especializado en cultivos agrícolas para microproductores de la zona.

“Los tiempos han cambiado y la forma de evangelizar también. Creemos que, de esta manera, pudimos congregar a las personas en la capilla del pueblo, en torno a instancias muy humanas, que nos permitieron, precisamente por eso, hablar de Dios. Porque en eso justamente consiste la religión. En unir lo humano y lo divino”, opinó Guillermo Novoa, uno de los papás jefes de las Misiones Familiares.

Otra instancia importante fue el festival, donde se presentaron talentos locales y de los misioneros, y que este año contemplaron baile, canto, malabares y exposición de obras artísticas y manualidades de los vecinos.

Además, los misioneros ofrecieron una adaptación teatral de la película Coco, donde el elenco cantó, actuó y bailó para transmitir la importancia de recordar y rezar por nuestros difuntos. Se decoró un altar de ofrenda a la manera mexicana, con fotos de algunas personas fallecidas de la comunidad de Los Maitenes y la función comenzó con una oración por ellos.

Este año, los misioneros pusieron especial atención al apoyo práctico a la comunidad, transmitiendo en dos radios limachinas, visitando el hogar de niñas del Refugio de Cristo en Limache y ofreciendo sus manos para cualquier trabajo que se necesitara, como desmalezar, apalear tierra o poner cercas, especialmente en el Callejón Cabrera, el lugar donde había ocurrido el incendio.

La difícil tarea de compartir a Dios

Pese a los esfuerzos, hoy la tarea misionera no es fácil, en cualquier lugar. Hay menos puertas que se abren, menos asistentes en las actividades y varias personas hacen ver su rechazo a los abusos cometidos por algunos sacerdotes. Por eso, el desafío es grande.

Así lo vivió Delfi Nazar (21 años): “Fue una misión en donde me sentí más soldado de Cristo que nunca. Me tocó defender mucho a la Iglesia, como nunca en mi vida. Ya no era solo compartir con la gente, sino que fue algo de culturizar respecto a ciertos temas y a intentar explicar que al final de todo es Dios quien nos une”.

También fue una tarea ardua y de gran aprendizaje para Beatriz Lagos (18 años): “Nos enfrentamos a un escaso público, un tanto desconfiado, reacio y de poco interés en abrirnos la puerta. También la poca participación en las actividades o ayuda ofrecidas y promocionadas fue motivo de frustración y desilusión para nosotros, pues no cumplíamos en su totalidad con la misión encomendada. No obstante, los pocos que nos dieron una bienvenida acogedora aceptaron nuestro apoyo tanto para conversar como para ayudar en el quehacer doméstico, construcción e incluso “jardineando”. Y con tal de demostrar su aprecio a nuestra labor nos dejaron la puerta abierta e incluso materializaron su gratitud en presentes de los más variados: desde productos agrícolas a un discurso de agradecimiento en la iglesia. Al final cantidad no significa calidad y esas pocas personas fueron el recordatorio de por qué misionamos y en donde haya tierra siempre puede nacer una nueva”, expresó.

Todo por una sola oración

Tras ocho días de intentos, caminatas cerro arriba, juegos con los niños, oración insistente e intenso trabajo, llegó el momento de la despedida en la misa dominical de Los Maitenes.

Ese último día, la capilla Inmaculada Concepción estaba bastante llena. Luego de la bendición final, irrumpió en el templo una señora del lugar. Con señas pidió permiso al sacerdote para hablar. Tomó el micrófono y se disculpó por llegar tarde. Contó que ese 3 de enero todas las casas en torno a la suya se quemaron, pero la de ella se había salvado. Por eso había rezado y rezado para que alguien fuera a bendecir su pasaje, porque lo necesitaba tanto. Y en estas misiones –agregó– no sólo fueron una vez a bendecirlos, sino tres veces. Finalmente, Dios la había escuchado y había dispuesto todo para traer a 80 personas por una sola oración hecha con fe.

¿Qué es lo bueno de que estas misiones sean “familiares”?

Una parte fundamental de las Misiones Familiares es la misión interna, la posibilidad de experimentar el calor familiar y compartir vivencias de fe en una comunidad de distintas edades y estados. Aquí van algunos testimonios:

Delfi Nazar, joven misionera: Son pocas las familias en que todos los miembros son creyentes, por múltiples razones. Y el tener esa oportunidad de vivir la fe con una familia y formar vínculos como si fuese una, es algo indescriptible, en donde sólo podemos darnos cuenta de una cosa: el amor de Dios. El vivir esta experiencia de fe en familia y con familias es un enriquecimiento de ambas partes. Uno aprende muchísimo de los mayores (experiencia) y los mayores, de los más pequeños (inocencia y simpleza). Es algo que no todas las misiones tienen, el que sean familiares le da un plus extraordinario que yo al menos en todas mis otras misiones nunca había vivido ni sentido.

Claudia Romo, mamá misionera: El ambiente que se nos regala en estos días es una verdadera bendición. Tu familia crece en número, conoces a jóvenes con garra, dispuestos a “botar” una semana de sus vacaciones en tiempo para regalarse a otros y dejar que Dios actúe a través de cada uno de ellos. Los anhelos son distintos y sus inquietudes también. Muchas veces llegan buscando un acompañamiento y, cuando se da el encuentro, en la palabra, en la escucha, en el trabajo misionero, Dios también está actuando allí. Hacer familia en “otra tierra”, fuera de tus comodidades también –como papá– invita a darnos a los demás, contemplar a tus hijos en acción misionera y aprender de ellos y de los demás jóvenes, porque traen vida nueva, iniciativa y generosidad.

Matías Montecinos, joven misionero: He tenido la suerte de vivir las misiones familiares con mis papás y sin ellos, y de las dos maneras tiene un peso distinto. Realmente ayuda a formar una comunidad más unida mostrando que no hay una edad definida para ser misionero, además de que esta comunidad sea la misma familia de uno o de otros cercanos a ti, ayuda a vivir el encuentro con Dios de una manera mucha más íntima.

Constanza Varas, joven misionera: Lo más importante son los vínculos que se generan entre las distintas edades; el poder aprender del otro es lo que hace que estas misiones representen verdaderamente lo que es ser familia. Compartir el Dios y la espiritualidad que tiene una persona de 50 años y el de una persona de 15, mientras juntos visitan un hogar, hace que estas misiones tengan un sello especial. Los vínculos que quedan y los que se fortalecen son el sello representativo de lo que es Schoenstatt; una gran familia con su centro en Dios.

Lola Bordera, mamá misionera: Dios no es un solitario, sino un Dios Familia. Por eso, Dios goza en las misiones familiares, porque su mensaje se transmite más plenamente en familia.

Beatriz Lagos, joven misionera: La importancia de que las misiones sean familiares es que al final se vive en comunidad, lo que no es una tarea fácil, pues hay que aprender a convivir, ceder, respetar y obedecer como ocurre en las familias. Además, con esto surge la unión que se ve reforzada en la interacción entre padres e hijos tanto naturales como misioneros. Asimismo, esta dinámica de misionar en familia genera compañía, vínculos y asesoría para la vida.

Fuente: Revista «Vínculo», Chile,  marzo de 2019.

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