Publicado el 2011-02-04 In schoenstattianos

La Alianza de Amor hizo de Francisco un hombre libre

Francisco ZioberHna. M. Nilza P. da Silva. El visible crecimiento espiritual de Francisco Ziober es un testimonio del actuar de la Madre y Reina de Schoenstatt como gran educadora en su Santuario. El testimonio de su hermano Osvaldo lo pone claramente de manifiesto.

 

 

 

 

 

Cuando le diagnosticaron leucemia a Francisco Ziober, había decidido participar en la Liga de Familias de Schoenstatt. Él sabía exactamente lo que significaba su enfermedad y sufrió mucho. Cuenta su hermano Osvaldo: «Todavía recuerdo el día en que recibió la noticia. Yo estaba en el taller de la familia, Francisco llegó y me llamó a la oficina. En el escritorio, apoyado y encogido en un rincón oscuro, procurando esconderse, dijo llorando, «¡Osvaldo, es la sangre, es la sangre!». Él sabía muy bien lo que significaba la palabra «leucemia».

Entré al Movimiento para servir

El capital de gracias fue una fuente de fortaleza para Francisco. Investigó y leyó todo lo relacionado con su enfermedad, sabía que en aquel tiempo (1964) se trataba de una enfermedad incurable y que la muerte se acercaba. Sin embargo, sin perder el ánimo, comenzó su camino en el Movimiento de Schoenstatt y sus reacciones eran muy normales. No llamaba la atención de los demás sobre el gran dolor con el que cargaba sino que su tarea era servir al carisma del Padre Kentenich. La primera vez que hizo una oración para la Liga de Familias, un día 18, dijo: «Me incorporé al Movimiento para servir…». Lejos de buscar atraer la compasión de los otros, Francisco era causa de alegría para todos. Esto surtía efecto, como lo demuestra el que la gente no entendía que Francisco no pudiera esforzarse físicamente, y, a veces, hasta tenían prejuicios por ese motivo. Pero la Alianza de Amor vivida fue la fuerza que lo sostuvo.

A causa de los pocos recursos existentes en Londrina en esa época, Francisco tenía que tratarse en San Pablo, a ocho horas de viaje en autobús. Los constantes viajes a San Pablo tuvieron un doble efecto: si bien por un lado el cansancio lo debilitaba, por otro, era un alivio por los medicamentos que recibía. Más aún, para Francisco, cada viaje era una oportunidad para reflexionar y los aprovechaba como un verdadero retiro espiritual.

Su hermano Osvaldo escribe en su diario sobre esto: «Fui a la casa de Francisco y hablamos hasta pasada la medianoche. Está creciendo mucho espiritualmente y creo que tiene una gran misión….» (9-20-1963). Y cinco días más tarde: «Me contó que ese día por la tarde se vio afectado por la noticia de que posiblemente tenía hepatitis. Se recostó y miró el cuadro de la Madre Tres Admirable. Su rostro estaba iluminado. No sabía si era efecto de un rayo de sol o qué, pero quedé muy impactado».

Un dirigente dedicado

Pero exteriormente casi no cambió nada. Francisco fue elegido jefe de su grupo, y a pesar de la enfermedad, procuró participar en las actividades del Movimiento, entre ellas en el torneo de fútbol de salón entre los equipos de solteros y casados. Jugaba de arquero para no cansarse demasiado. También participaba de las «tardes alegres» que eran presentaciones teatrales humorísticas, que los jóvenes y los casados hacían juntos. Francisco era un comediante excelente y hacía que todos se rieran mucho. Para el 18 de septiembre, el último día de alianza de su vida, Francisco también se comprometió a dar una charla a la Familia de Schoenstatt en Londrina. Como se encontraba hospitalizado en San Pablo, escribió la conferencia y le pidió a un hermano de grupo que la lea en su lugar. En la cama, renovó su Alianza de Amor y la Madre de Dios aceptó a su hijo predilecto.

Abandono total en manos de la Madre

Sin embargo, con el correr de los días, Francisco se debilita más, mientras que su alma se va agigantando por el desprendimiento. Con dos niños pequeños y una joven esposa llena de anhelos por una familia ideal, Francisco poco a poco se abandonó en las manos de la Madre y Reina. El 21 de septiembre de 1964 le confiesa a su hermano que «había dejado todo en manos de la Madre. Que si fuese posible, que ella alejara este cáliz de él, pero que estaba dispuesto a enfrentar la muerte. Si la Madre consideraba necesario su para trabajo (Movimiento Apostólico de Schoenstatt) y para el regreso del Padre (el Padre Kentenich estaba exiliado en los EE.UU.), que él muriera, estaba dispuesto. Me dijo que ofreció su vida a la Madre por estas intenciones. Pidió que le diera la gracia de volver todavía con vida a Londrina. Después se sintió en paz y estaba seguro de que se cumpliría su deseo. Me pidió rezar y esforzarme por esto. Y si no le fuera concedido, aceptaría la voluntad de la Madre. Ese día conversamos mucho.

Su actitud era de total conformidad con la voluntad de Dios. Dijo: «No me importa morir, pero quisiera morir en Londrina».

Con la entrega de su vida vivió momentos de tranquilidad mezclados con momentos de lucha. Francisco madura lentamente y la Madre de Dios estaba obrando en su alma. El 22 de septiembre, cuando lo visitó Osvaldo y le preguntó acerca de su estado, respondió vibrante: «Ahora estoy totalmente en manos de la Madre. El 21 le ofrecí mi vida a la Madre por los fines de la Obra y por el regreso del Padre. Siempre temía que llegara este momento porque me juzgaba un cobarde. ¡Qué fácil es, Osvaldo! ¡Cómo es de fácil!».

Mostró una gran madurez y coraje frente a la muerte

Osvaldo dijo que «había hecho la Inscriptio y el acto de José Engling y no lo retiraría si sanase. Quedé feliz con eso. Me pareció, y así lo dijo, que estos últimos días fueron a una escuela extraordinaria de maduración».

Su hermano nota aún algo más: debido a la madurez espiritual que Francisco irradiaba, influyó en las vidas de aquellos que lo seguían de cerca. «En otras ocasiones le pedí mucho a José Engling el milagro de la curación de Francisco. Viéndolo tan transformado y feliz, pasó por mi mente el pensamiento: y si ahora aconteciese el milagro que tanto pidió la gente, confieso que mi sentimiento era, ahora no lo quiero más. Pensé en el Francisco de antes: un buen hombre, buen padre, pero delante del Francisco que allí estaba, me sentí como si hubiera cruzado un umbral y que el regreso sería una pérdida.

Francisco, en esos días quería hablar de lo que debía hacerse después de su muerte. Su actitud, su naturalidad, me dejó libre para tratar un tema por lo general tan embarazoso. Transmitió tanta paz y tranquilidad para planificar lo que debía hacerse, que su muerte no era para mí ni absurda ni preocupante. Él estaba feliz».

Francisco es un hombre libre

Con esta felicidad de quien nada reserva para sí mismo, en la Alianza de Amor, Francisco fue llevado al cielo. Dejemos que su hermano continúe contando:

«27-9-1964: Hoy llegué tarde en relación con el horario en que solía venir a cuidarlo durante la noche, debido a problemas en el tráfico. Mientras caminaba por los pasillos del hospital, sentí que algo había sucedido y apresuré el paso. Cuando entré a la enfermería, la sala estaba sumida en la penumbra del crepúsculo. Podía ver el cielo oscuro, un poco rojizo.

La cama de Francisco estaba al lado de la puerta de la sala, la cabecera del lado de la puerta, con una pantalla de aislamiento a la vista del corredor. Las luces estaban todavía apagadas, la enfermería estaba a oscuras. Encendí las luces y vi a Francisco ligeramente inclinado en la cama, hacia la izquierda, con su brazo izquierdo colgando. Lo coloqué en la posición normal y pude sentir sus brazos y el cuerpo caliente, pero los dedos estaban fríos. Fui a llamar al médico de guardia, una joven de mi edad en aquel momento, y que probablemente fuera una interna, y le dije que creía que mi hermano había muerto. Ella se asustó y se avergonzó un poco al recoger el estetoscopio. Fuimos a la enfermería, lo revisó y confirmó mis sospechas. Cerré sus ojos, que estaban entreabiertos.

Francisco, antes de la leucemia era un hombre alto, fuerte, muy activo, lleno de energía. El progreso de la enfermedad en los últimos años fue reduciendo sus capacidades físicas hasta el punto de ser incapaz, en sus últimos días, de moverse sin ayuda. Sabía que él estaba sufriendo mucho por eso y me molestaba mucho. Recuerdo que después de la salida de la médica miré al cielo por la ventana y pensé: ahora ya no está preso. En Dios se encuentra libre en todo el universo».

¡Francisco Ziober vive!

¡Vive para siempre su alianza de amor! Es libre para amar en la plenitud de Dios y con Dios. Cuando su hermano, de regreso a Londrina, conoció a la Hermana asesora de la Liga de las Familias, le informó de la muerte de Francisco con estas palabras: «Hermana, tengo una información y no sé qué hacer con ella: Francisco ofreció su vida a la Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt por los fines de la Obra y por el regreso del Padre Fundador». Francisco fue velado en el Santuario de la Madre y Reina en Londrina, y la Familia de Schoenstatt acompañó intensamente sus últimos momentos. Su cuerpo fue sepultado, pero su espíritu vive como un ejemplo y da fuerza a todos los que sellaron la Alianza de Amor.

Si su hermano no sabía qué hacer con la información, la Madre y Reina sabía muy bien qué hacer con el sacrificio de la vida de Francisco: la libertad del Padre Kentenich y lo atinente a su exilio se fue solucionando. Pocos días después de la entrega de Francisco la Iglesia declaró la autonomía de la Obra de Schoenstatt para su mejor desarrollo (18-10-1964) y también menos de un año después de la entrega de su vida, el Padre Kentenich regresó a Roma y fue rehabilitado por el Papa Pablo VI.

Damos las gracias a Osvaldo que, cincuenta años después de la entrega de la vida de su hermano, compartió tan vívidamente sus recuerdos. Que la preparación para el centenario de la Alianza de Amor, en 2014, despierte el héroe en el corazón de todos los que sellaron la Alianza de Amor y que la Madre de Dios pueda ofrecer al Padre los frutos de su escuela de santidad, porque, como dice Juan Pablo II, «¡Son los santos lo que el mundo de hoy más necesita!».

Traducción: Kikito Vázquez, Asunción, Paraguay

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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