Publicado el 2012-07-23 In Temas - Opiniones

Hacia el año de la corriente misionera

P. Guillermo Carmona. En el imaginario personal y colectivo de la Campaña se halla la profunda comunión del misionero con María. Dos corazones y un solo latido, nos lo recordaba el Fundador de Schoenstatt. Cuanto más profunda sea esta intimidad, más fecunda será la tarea misionera.

 

 

 

 

Esta unidad no es sólo emocional sino existencial, porque abarca todas las esferas de la persona: inteligencia, voluntad y afectos. Es un proyecto de vida donde el misionero se embarca como en un viaje que atraviesa los mares de su familia, su trabajo y apostolado. En la orilla a la que arribará encontrará hogares, colegios, hospitales, cárceles, hospicios, mujeres embarazadas, etc. En todos los hombres se dibujará la imagen de Jesucristo, que tuvo un corazón abierto para acoger a todos, pero especialmente a los pobres, los enfermos y los niños. Quizás podríamos denominar este viaje: “Un servicio mariano en el corazón de la Iglesia”. La Iglesia es madre y nodriza, como María, que es su caso preclaro – “Prototipo” lo llama el Concilio.

Participación y presencia

De esta intimidad surge el rico sentimiento de pertenencia. Es al mismo tiempo participación -no posesión-, es la presencia imborrable, propia de quien ama. Quizás sea el misionero uno de los que mejor entiende el “capricho” de la Virgen, de no querer quedarse en los Santuarios sino de apearse y visitar los barrios, los desiertos y oasis de nuestra sociedad. Es la paradoja de su amor que se cimenta en una entrega -en este caso desigual- entre Aquella que visita y quienes la reciben en su casa.

Es ese amor de María el que impulsa al misionero a salir de su tranquilidad para hacerse al camino, para satisfacer el deseo de la “Amada”, de la Mater. Nosotros, como otras veces se nos dijo, sólo le prestamos el habla, los pies, el oído y el corazón para que haga los milagros. Es Ella -no nosotros- “la gran misionera”, la que “obrará milagros”.

Nuestra pequeñez y la acción de María

Este contraste de nuestra pequeñez y la acción de María -lo fuerte y lo efímero, lo incompleto y lo completo, lo indigente y la plenitud- es lo que le da sustento a la Campaña. Nuestra pequeñez y su grandeza no son dimensiones antagónicas ni incompatibles. Se “potencian”. Pero en el terreno del amor es Ella siempre la que nos gana. Los dos, María y el misionero se conjugan en un solo deseo: llevar a Jesús y su gracia a todos los ambientes. Don Joao fue un ejemplo vivo de esta tensión -su autoconciencia y la pequeñez de su instrumentalidad: sólo “un burrito de María”.

Hay que dejar entonces que la Mater palpite en mí, si es necesario, “despiadadamente”, para que la irracionalidad de su amor se haga carne en la racionalidad del mensaje: Dios me ama, Jesús es mi hermano, María es mi educadora y nosotros somos -en consecuencia- hermanos.

Certeza

Por otro lado, la Campaña es una respuesta a los amores enlatados de las pantallas televisivas, al encuentro fugaz y superficial de un boliche o los desbordes desenfrenados de una cancha de fútbol.

En un tiempo donde los compromisos son tan efímeros, inciertos e impredecibles -un signo de los tiempos- donde la fragilidad nos lleva a desconfiar de los demás, la Mater le regala al misionero y misionado “su” certeza, la marca de un amor que no defrauda. Ella es la mano tendida, el oído que escucha, el corazón abierto y la palabra adecuada que genera vida.

Mientras más se derrumban las fuerzas para seguir creyendo en Dios, más se presenta la Campaña como vehículo instrumental de la gracia. “En un medio moderno, decía el P. Kentenich, para la pastoral del futuro”.

La Peregrina irrumpe en la noche y hace tolerable la espera

Las señales angustiosas de rupturas sociales, personales y económicas son para el misionero un espolón para seguir andando, para seguir luchando, para que su amor no se cuartee. Mientras surge en el mundo el resentimiento y una incertidumbre llena de temores por el mañana, la Peregrina irrumpe en la noche y hace tolerable la espera. Es el proceso de recomposición que vendrá no sólo de las estructuras, sino de las personas que son visitadas y transformadas por María.

Estos nuevos tiempos nos impele como Campaña a ser creativos. Hay que seguir tanteando, dejar que surja la fantasía religiosa, que nuevas realizaciones impensadas, movilicen las fuerzas inéditas que hay en el corazón de los misioneros. Es el Dios de la vida -la fe práctica en la Divina Providencia- la que abre a una galería de nuevas posibilidades.

El trabajo fino de los misioneros es eficiente. Hace posible atravesar los mares de la desconfianza y asumir las responsabilidades históricas que les cabe hoy a los cristianos. Hay que seguir trabajando aún cuando las noches sean cortas y frías. De la oscuridad surgirá la luz. Es el preanuncio de la primavera que nadie puede impedir que un día llegue. La única condición es decirle a Ella en cada amanecer: “Aquí estoy, ¡envíame!”

Fuente: Carta a los misioneros de la Campaña del Rosario, Argentina, julio de 2012

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Hacia el año de la corriente misionera

P. Guillermo Carmona. En el imaginario personal y colectivo de la Campaña se halla la profunda comunión del misionero con María. Dos corazones y un solo latido, nos lo recordaba el Fundador de Schoenstatt. Cuanto más profunda sea esta intimidad, más fecunda será la tarea misionera.

 

 

 

 

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1 Responses

  1. Susana Camponovo dice:

    Que hermosa carta, da mucho animo para seguir adelanten con la misión , llevar a la Mater es una maravilla, Ella obra milagros de gracias.
    Susana desde Chile

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