Publicado el 2012-01-29 In Temas - Opiniones

¡Libertad! ¡Al fin!

Margaret Steinhage Fenelon. Como tantas otras personas en nuestra Familia de Schoenstatt en todo el mundo, habíamos encontrado en el P. Jonathan Niehaus a un amigo afectuoso y a un mentor excepcional. En el día de su funeral sólo podía pensar en un lugar para desahogar mi tristeza: El santuario Mariengarten, en Milwaukee. El santuario (cualquier santuario, todos los santuarios) es indudablemente mi lugar favorito en el mundo, pero éste en particular es especial para mí. El santuario y yo «nacimos» con 4 meses de diferencia, así que podría decirse que crecimos juntos. Mucha de mi historia está ligada al santuario, la escuela y la parroquia a la que pertenece. Eso lo hizo el lugar perfecto para ir ese día. En la compañía de la Santísima Virgen y de su Hijo podía libremente dar rienda suelta a mi dolor y unirme espiritualmente con otros que también sufrían la pérdida del P. Jonathan.

Una vez que agoté mis lágrimas, eché un vistazo rápido al índice de mi libro de oraciones y escogí al azar una que me pareció reconfortante. Era una oración de agradecimiento y en ese contexto la ofrecí por la vida del P. Jonathan. Guardé mis cosas (libros, rosario, diario, pañuelos desechables…) para irme a casa. Cuando estaba a punto de alcanzar el interruptor de la luz, sonó la campana de la escuela.

“Vaya, Madre Santísima. Parece que me estás dejando salir al recreo” pensé sonriendo.

Salí del santuario y cerré la puerta detrás de mí. De repente, un muchacho de unos 8 años de edad pasó casi volando junto a mí, cien pasos delante de sus compañeros. Sus brazos se alzaban al cielo y su cara mostraba una felicidad absoluta.

“¡LIBERTAD! ¡Al fin!” gritaba mientras corría por el patio. Este pequeño seguramente había estado contando los segundos que faltaban para que pudiera librarse de las cadenas del salón de clases.

No pude evitar soltar una risa. “Sí, ahí va el P. Jonathan,” musité para mis adentros. “Libertad. Finalmente es libre.”

Podía sentir la alegría de ese pequeño muchacho y eso despertó una poca también en mí. Podía imaginar el ama de este santo sacerdote que había sufrido por el cáncer durante meses antes de morir. Ahora estaba libre de sufrimiento, había sido liberado de sus cadenas. Como el muchachito en el patio de recreo, el P. Jonathan puede correr con los brazos abiertos y su rostro resplandeciente de felicidad, gritando “¡Libertad! ¡Al fin!”

Mientras me subía en nuestra camioneta, tuve uno de esos pequeños sobresaltos emocionales que indican que se hizo una conexión que tú no habías hecho previamente, como si alguien te tocara en el hombro y apuntara al clip de papel que has estado buscando por veinte minutos. La oración que elegí al azar en el santuario viene del libro “Hacia el Padre” y es la siguiente:

Cántico de gratitud

¡Cayeron las cadenas! Resuene en las voces de todos un jubiloso cántico de gratitud que se eleve desde los santos recintos de Schoenstatt.

En el difícil camino de peregrinación Dios se ha manifestado ante nuestra comunidad en su grandeza y sabiduría, para gloria y alabanza suyas.

Cuanto el poder y la astucia de Satanás idearon como infortunio, lo transformo la mirada del Padre en nuestra suprema felicidad.

Aquello que era terreno en el pensar o demasiado humano en la entrega, quiso Dios orientarlo hacia las alturas y sumergirlo enteramente en su corazón.

Así formamos hoy una férrea unidad, fundidos en el amor de Dios, y luchamos sin fatigarnos en contra de los engendros de Satanás, a fin de que nazcan hombres nuevos que, siendo aquí en la tierra libres y fuertes, se comporten como Cristo en las alegrías y dificultades y que sólo con Cristo entrelacen el afán de sus corazones, así como durante su vida se entregó María, la Madre y Esposa.

En agradecimiento, nuestras almas escojan al Cordero de Dios para desposarnos con él por la eternidad y ser contados entre los que permanecen fieles.

Y ahora que nos amenaza un súbito derrumbe, ¿quieres, Señor, morir nuevamente?

¿Buscas también con estos requerimientos de amor a herederos de tu santa transfiguración?

Si es así, mira la grey de los que son tuyos, a esta porción signada con la pequeñez y la pureza, y por misericordia únelos a ti para en ellos aparecerte nuevamente al mundo.

En ellos tú puedes sufrir, luchar, apacentar y a través suyo prepararte de nuevo las alegrías de la resurrección.

Por ellos edifica la ciudad fundada en el cielo, hacia la cual con entera confianza alcen todos la mirada.

Hasta los confines del mundo puedes enviar a quienes hoy se te consagran, para contemplar tu Reino en la tierra.

María, recibe la ofrenda en tus fieles manos de madre, y así, hasta nuestro paso a la vida futura, no cese el cántico de gratitud. Amén.

Una canción de gratitud que nunca termina

Esta oración, escrita en tiempos de degradación y depravación ¡estaba llena de esperanza! Pensé en el P. Jonathan. Ahora no sólo había sido liberado de su sufrimiento, sino de todas las limitaciones humanas contra las que luchó durante su vida. Incluso puede ayudarnos aquí en la tierra de formas que nunca pudo hacerlo antes. Como Santa Teresita del Niño Jesús, ahora puede “pasar su cielo haciendo el bien en la tierra.”

Es necesario y curativo lamentar la pérdida de aquellos que amamos, pero no podemos quedarnos inmóviles en ese pensamiento terrenal. Cuando un ser amado muere, es difícil ver que incluso la peor calamidad puede ser transformada por nuestro Padre Celestial en nuestra mayor fortuna. Quizás lo sabemos en nuestra cabeza, pero es otra cosa saberlo con el corazón. Si estamos abiertos a ello, esa enorme fortuna puede manifestarse de múltiples formas. Los milagros no son sólo acerca de la multiplicación del amor o de los peces. Son también la multiplicación de la gracia de Dios dentro de nosotros y el impacto que tendremos en el mundo entero.

El P. Jonathan se ha convertido en heredero de la transfiguración de Cristo de una forma real. Sólo puedo esperar lo mismo para mí misma, mis seres amados y toda la Familia de Schoenstatt. Al igual que el P. Jonathan, que nuestro último aliento sea un cántico de gratitud que nunca termine.

¡Libertad! ¡Al fin!

 

Traducción: Eduardo Shelley, Monterrey, México

1 Responses

  1. Ruth de Rusas dice:

    Es magnífico!! Un gran regalo del cielo, leer estas líneas… una y mil veces a través de esta página,la providencia divina nos demuestra cuan profunda y basta es la misión de Schoenstatt para el mundo, cuan pequeños somos y también cuánto nos necesita para que se haga realidad su mensaje…AMAR hasta que duela y cada día Agradecer, y caminar confiadamente y con entusiasmo por donde El nos indique y para su mayor Gloria.
    Gracias doy hoy por este mensaje profundo que me insipira a lo más alto!! Somos portadores de Gracias especiales…impregnemos de ella nuestros ambientes. Desde el Santuario de Belen de Escobar,unidos especialmente en este año dedicado al Santuario, escuela de vida, hogar para el mundo!!

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