Publicado el 2010-07-10 In Temas - Opiniones

Maestro de vida y padre

P. José Kentenich - Foto: Archiv Frauen von SxhönstattFrancisco Nuño. Fue el viernes 20 de septiembre, corría el año 1985. Mi mujer y yo habíamos llegado un par de días antes a Roma y nos encontrábamos, junto con otras muchas personas, en el Aula Pablo VI, a la sombra de la Basílica de San Pedro, escuchando las palabras que Juan Pablo II dirigía a la audiencia allí presente. Éramos todos miembros y amigos del Movimiento internacional de Schoenstatt, y nos habíamos reunido con el Papa para conmemorar el centenario del nacimiento del Padre Fundador.

 


Las palabras de Juan Pablo II vuelven una y otra vez a mi pensamiento: «La experiencia secular de la Iglesia nos enseña que la íntima adhesión espiritual a la persona del fundador y la fidelidad a su misión son fuente de vida para la propia fundación y para todo el Pueblo de Dios… el carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, que es transmitida a los propios discípulos para que ellos la vivan, custodien, profundicen y desarrollen constantemente en comunión y para bien de toda la Iglesia».

El Papa se refería al Padre José Kentenich, sacerdote alemán y fundador del Movimiento citado. Ayer, día 8 de julio del 2010, se cumplieron cien años de su ordenación sacerdotal en la ciudad de Limburgo/Alemania. Esta efeméride se celebra en todo el mundo con diversos actos y liturgias. Yo lo celebro a mi manera: quiero desvelar a mis amigos mi primer encuentro con este «jefe profético», sacerdote y director espiritual, fundador, y sobre todo, profeta e intérprete del tiempo en que me ha tocado vivir. Cuando oí hablar por primera vez de él, habían pasado algunos años de su fallecimiento. Murió el 15 de septiembre de 1968. Debido a esta circunstancia no llegué a conocerlo en vida, pero sí tuve, pasado un tiempo, un «encuentro» personal con él, encuentro entrañable y definitivo que cambió mi vida.

Un cambio de época importante

Es sabido que mi familia, abuelos y padres, fueron católicos practicantes y me enseñaron a vivir la vida diaria desde la fe en Jesucristo y bajo el cuidado amoroso del Dios Providente. Conocí también desde niño la protección y ayuda de María, la Madre de Jesús y madre nuestra. Los primeros formadores de mi niñez y juventud, los Padres Escolapios, cuyos colegios e internados me albergaron, supieron hacer crecer en mí el amor a la Santísima Virgen. Cuando la vida me llevó a cortar el «cordón umbilical» con la familia y el mundo escolar, y conocí a mi futura esposa, constaté que ella participaba también de mis mismos amores, con lo que el «salto» a la edad madura fue, en este ámbito, bastante sencillo.

Pertrechado con esos regalos de mi pasado afronté (y sigo afrontando), con todos los de mi generación, un cambio de época importante. Un nuevo orden mundial se está abriendo paso, y yo he sido a la vez testigo y protagonista de este cambio tan profundo, que aún hoy experimentamos y «construimos» cada día. Sin entrar en un análisis pormenorizado del cambio, sí quiero destacar algo que me parece bastante relevante: las tormentas de los últimos años están trayendo consigo tiempos totalmente desarraigados, en los que hemos perdido el «hogar», andando por la vida en solitario, sin vínculos que nos protejan. Por todas partes se hace presente una angustiosa orfandad, y todos vivimos inmersos en una sociedad y cultura mecanicista, en donde se separa la idea de la vida, la fe de la vida, la naturaleza y la gracia, Dios y las creaturas. Y lo más triste de todo, no se tiene ya capacidad de amar, de amar de verdad, con fidelidad eterna y sin poner condiciones. El mecanicismo reinante ha dañado seriamente el «modo de amar» del hombre moderno. Y como soy hijo de mi tiempo, el bacilo mecanicista se hizo presente en mi vida, mi capacidad de amar, «de verdad» y orgánicamente, estuvo en serio peligro hasta que llegó el día del «encuentro» con él, con el profeta.

Santos y fundadores

En todos los cambios de época seculares Dios ha hecho surgir hombres y mujeres excepcionales. Antiguamente los llamaban profetas, más tarde los conocimos como santos y «fundadores». Recuerdo algunos de los más conocidos: Juan Bautista, Benito de Nursia, Francisco de Asís, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y tantos otros. Todos ellos tuvieron la misma suerte: vivir en sus propias vidas, experimentar en sus propias carnes, los problemas y desafíos de su época. Y una cosa más, todos ellos escucharon en algún momento de su existencia aquella palabra que Dios dirigió al profeta Isaías: ‘antes de haber sido formado en el seno materno te elegí y te llamé por tu nombre: tú eres mío’.

El Padre José Kentenich también escuchó esta palabra. Fue en medio de su lucha personal por superar su profundo escepticismo juvenil, su idealismo exagerado, su individualismo y su sobrenaturalismo unilateral. Su ordenación sacerdotal, hace ahora cien años, y la práctica pastoral de sus primeros años de sacerdote le llevaron, con la mirada y el corazón puestos en María, su Madre y Señora, a superar la crisis mencionada y con ello a ser Padre y Maestro de muchos, de sacerdotes, de consagrados y laicos, de comunidades y generaciones diversas, Fundador de un vasto Movimiento para la Iglesia del tercer milenio.

El encuentro

¿Y el «encuentro»? Fue en una conferencia. La ponente, mujer delicada, amable y sonriente, nos habló del Padre Kentenich. Nos relató algunos pasajes de su vida e intentó explicar la forma y manera que el Fundador y sus hijos tenían para superar el drama de la vida moderna. Sus palabras y gestos me hicieron comprender aquella manera de pensar sencilla que ve siempre a la naturaleza y la gracia como un todo, que solo conoce una forma de amar. Lo llaman ‘amor orgánico’. Aquella noche se lo conté a mi mujer, y los dos conocimos, en la plenitud de nuestro amor, el verdadero AMOR de Dios, la esencia del amor Trinitario.

Gracias, MAESTRO Kentenich, desde entonces eres también mi PADRE José.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *