Publicado el 2014-09-14 In Francisco - Mensaje

La novedad del Evangelio

org. Todos los estamentos de la Iglesia, y otros muchos de fuera de ella, creyentes o no, han recibido las palabras claras y esperanzadoras, a la vez que motivadoras de Francisco, para asumir la responsabilidad que todos tenemos de construir un mundo de acuerdo al querer de Dios, en la fuerza del Espíritu y por la senda de Cristo. Cardenales y obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, novicios y seminaristas, familias, jóvenes y ancianos, comunidades e instituciones han recibido esta propuesta de salir “a la calle”, a llevar no una esperanza utópica, sino en hechos concretos, en proyectos evangelizadores de vida al hombre, esté este donde esté, y si es en la “periferia”, allí mismo, con todos los riesgos y peligros que conlleva. Prefiero una iglesia accidentada porque sale a servir, que enferma por ensimismamiento, nos repite constantemente. Testimonio de todo esto está en el apartado de Schoenstatt.org, donde se van seleccionando semana a semana, textos que nos impulsan en nuestra propia peregrinación hacia el Jubileo 2014. Sin duda, que siendo nosotros Iglesia, también estas palabras van dirigidas a nosotros. ¡Cómo se alegraría el Padre con este impulso misionero que se nos regala desde el corazón mismo de la Iglesia! (P. José María García)

A pesar de nuestros pecados, podemos repetir como Pedro: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo.

Tweet @pontifex_es, 13.09.2014

A vino nuevo, odres nuevos. La novedad del Evangelio. ¿Qué cosa nos trae el Evangelio? Alegría y novedad. Estos doctores de la ley estaban cerrados en sus mandamientos, en sus prescripciones. San Pablo, hablando de ellos, nos dice que antes de que llegara la fe – es decir Jesús – todos nosotros estábamos custodiados como prisioneros bajo la ley. Esta ley de esta gente no era mala: custodiados pero prisioneros, en espera de que llegara la fe. Esa fe que habría sido revelada en el mismo Jesús. La ley los custodiaba, ¡pero como prisioneros! Y ellos estaban en espera de la libertad, de la definitiva libertad que Dios habría dato a su pueblo con su Hijo. De modo que la novedad del Evangelio es ésta: es para rescatar de la ley. Alguno de ustedes puede decirme: ‘Pero, Padre, ¿los cristianos no tienen ley?’; ¡Sí! Jesús ha dicho: ‘Yo no vengo a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud. Y la plenitud de la ley, por ejemplo, son las Bienaventuranzas, la ley del amor, el amor total, tal como Él – Jesús – nos ha amado. Y cuando Jesús reprocha a esta gente, a estos doctores de la ley, les reprocha no haber custodiado al pueblo con la ley, sino de haberlo hecho esclavo de tantas pequeñas leyes, de tantas pequeñas cosas que se debían hacer.

Misa en Santa Marta, 5.9.2014

Cosas que hay que hacer sin la libertad que Él nos trae con la nueva ley, la ley que Él ha sancionado con su sangre. Y ésta es la novedad del Evangelio, que es fiesta, es alegría y es libertad. Es precisamente el rescate que todo el pueblo esperaba cuando estaba custodiado por la ley, pero como prisionero. Es esto lo que Jesús quiere decirnos: A la novedad, novedad; a vino nuevo, odres nuevos. Y no tengas miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. Pablo distingue bien: hijos de la ley e hijos de la fe. A vino nuevo, odres nuevos. Y por esto la Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras caducas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio. No se puede comprender la mentalidad – por ejemplo – de estos doctores de la ley, de estos teólogos fariseos: no se pude entender su mentalidad con el espíritu del Evangelio. Son cosas distintas. El estilo del Evangelio es un estilo diverso, que lleva la ley a la plenitud. ¡Sí! Pero de un modo nuevo: es el vino nuevo, en odres nuevos. El Evangelio – dijo también Francisco – ¡es novedad! ¡El Evangelio es fiesta! Y sólo se puede vivir plenamente el Evangelio con un corazón gozoso y con un corazón renovado. Que el Señor nos de la gracia de esta observancia de la ley. Observar la ley – la ley que Jesús ha llevado a su plenitud – en el mandamiento del amor, en los mandamientos que vienen de las Bienaventuranzas. Que el Señor nos de la gracia de no permanecer prisioneros, sino que nos de la gracia de la alegría y de la libertad que nos trae la novedad del Evangelio.

Misa en Santa Marta, 5,9.2014

En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, en efecto, nos dijo que no juzguemos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio mutuo que podemos y debemos prestarnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz sólo si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La conciencia misma que me hace reconocer el error del otro, antes aún me recuerda que yo mismo me equivoqué y me equivoco muchos veces.

Angelus, 7.9.

Por ello, al inicio de cada misa, somos invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabra y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos: «Ten piedad de mí, Señor. Soy pecador. Confieso, Dios omnipotente, mis pecados». Y no decimos: «Señor, ten piedad de este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores». ¡No! «¡Ten piedad de mí!». Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo quien habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Es Jesús mismo que nos invita a todos a su mesa, santos y pecadores, recogiéndonos de las encrucijadas de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cf. Mt 22, 9-10). Y entre las condiciones que unen a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a misa: todos somos pecadores y a todos Dios da su misericordia. Son dos condiciones que abren de par en par la puerta para entrar bien en la misa. Debemos recordar siempre esto antes de ir al hermano para la corrección fraterna.

Angelus, 7.9.

Después de la oración, Jesús elige a los doce Apóstoles. El Señor lo dice claramente: “No han sido ustedes los que me han elegido a mí. ¡Soy yo quien los ha elegido a ustedes!”. Este segundo momento nos da coraje: ‘¡Yo soy elegido, yo soy una elección del Señor! En el día del Bautismo Él me ha elegido’. Y Pablo, pensando en esto decía: ‘Él me eligió a mí, desde el seno de mi madre’. Por tanto, nosotros los cristianos, hemos sido elegidos: ¡Estas son las cosas del amor! El amor no ve si uno tiene rostro feo o rostro bello: ¡ama! Y Jesús hace lo mismo: ama y elige con amor. ¡Y elige a todos! Él, en la lista, no tiene a nadie importante – entre comillas – según los criterios del mundo: es gente común. Hay gente común. Pero que tienen una cosa – sí – hay que subrayarlo, que todos son pecadores. Jesús ha elegido a los pecadores. Elige a los pecadores. Y ésta es la acusación que le hacen los doctores de la ley, los escribas: ‘Este va a comer con los pecadores, habla con las prostitutas….’. ¡Jesús llama a todos! ¿Recordamos la parábola de las bodas del hijo: cuando los invitados no fueron? ¿Qué hizo el dueño de casa? Envía a sus siervos: ‘¡Vayan y traigan a todos a casa! Buenos y malos’, dice el Evangelio. ¡Jesús ha elegido a todos!

Misa en Santa Marta, 9.9.2014

El Señor que camina con Dios es también el Señor de la paciencia. La paciencia de Dios. La paciencia que ha tenido con todas estas generaciones. Con todas estas personas que han vivido su historia de gracia y de pecado. Dios es paciente. Dios camina con nosotros, porque Él quiere que todos nosotros lleguemos a ser conformes a la imagen de su Hijo. Y desde el momento en que nos ha dado la libertad en la creación – no la independencia – hasta hoy sigue caminando. Hoy (en la fiesta del nacimiento de María) podemos ver a la Virgen, pequeñita, santa, sin pecado, pura, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: ‘¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?’. Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor. Esta pregunta nos hará bien hoy. ‘¿Dejo que Dios tenga paciencia conmigo?’. Y así, viendo esta historia grande y también esta pequeña localidad, podemos alabar al Señor y pedirle humildemente que nos de la paz, esa paz del corazón que sólo Él nos puede dar. Que sólo nos da cuando dejamos que Él camine con nosotros”.

Misa en Santa Marta, 8.8.2014

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