Publicado el 2016-03-26 In Temas - Opiniones

La cruz: misericordia que sana

P. Óscar Iván Saldivar, Tuparenda, Paraguay – Viernes Santo 2016 – Ciclo C •

 

Queridos hermanos y hermanas:

El texto tomado del libro del profeta Isaías (Is 52,13-53,12) nos ayuda a interpretar y comprender el alcance de los hechos que Jesús vivió por nosotros. En efecto, hecho y palabra se necesitan mutuamente para transmitir con profundidad el misterio salvífico que estamos celebrando y recordando en esta Acción Litúrgica de la Pasión del Señor.

«Todo se ha cumplido»

Por un lado, Jesús cumple la Sagrada Escritura, vive de ella y desde ella: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30) dice, precisamente en el culmen de su obra mesiánica en la cruz y antes de entregar su espíritu. Por otro lado, la Sagrada Escritura encuentra su cumplimiento en Jesús. En la vida, pasión y muerte de Jesucristo, la Escritura cobra vida y se hace comprensible su sentido salvífico: «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias… Él fue traspasado y triturado por nuestras iniquidades» (Is 53, 4.5).

Si miramos con ojos de fe la Pasión del Señor, si miramos con detenimiento al Crucificado en la cruz, comprenderemos que «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias» (Is 53,4). De eso se trata la Pasión de Jesús, de eso se trata su cruz, que en realidad es nuestra cruz. La cruz de cada uno y de todos.

En este día santo queremos mirar con ojos de fe la Pasión del Señor, no por un afán masoquista o por una curiosidad morbosa ante el sufrimiento de un inocente; sino, para tomar conciencia de que Jesús, “que es el único Justo, se entregó a sí mismo a la muerte, aceptando ser clavado en la cruz por nosotros”.[1] Para tomar conciencia de que Él ha soportado nuestros sufrimientos y dolencias. Para tomar conciencia de que Él ha cargado sobre sí nuestro pecado y nuestro dolor. Y al hacerlo nos ha liberado, nos ha sanado, nos ha salvado. «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5).

Éste es el sentido salvífico de la cruz, y en realidad, de toda la vida de Jesucristo: cargar sobre sí nuestras dolencias, nuestras heridas, nuestros pecados, nuestras cruces. Comprendemos así que la cruz es la misericordia más grande que Jesucristo ha hecho con nosotros.

Sus heridas me han sanado, su misericordia me ha sanado

Y esa misericordia de Jesús en la cruz continúa hoy, pues, “la Pasión de Jesús dura hasta el fin del mundo, porque es una historia de compartir los sufrimientos de toda la humanidad y una permanente presencia en las vicisitudes de la vida personal de cada uno de nosotros.”[2]

Así, la cruz, la que veneraremos solemnemente; la cruz, que llevamos sobre el pecho cerca del corazón; y los crucifijos, que silenciosamente cuelgan en nuestros hogares, no son meros adornos religiosos, recuerdos o amuletos; son más bien signo de la misericordia de Jesús. La Cruz es el signo de la misericordia de Jesús.

Cada vez que contemplemos la cruz susurremos en nuestros corazones: “sus heridas me han sanado; su misericordia me ha sanado”. Cada vez que nuestra propia cruz se haga pesada: “su misericordia me ha sanado”. Cuando tropezamos con nuestras heridas y pecados: “su misericordia me ha sanado”. Cuando me cueste perdonarme a mí mismo: “su misericordia me ha sanado”. Cuando el rencor quiera apoderarse de mi corazón: “su misericordia me ha sanado”. Cuando la soledad y la incomprensión me visiten: “su misericordia me ha sanado”. Cuando me cueste volver a empezar el camino de la conversión: “su misericordia me ha sanado”. Cuando veo la fragilidad de la Iglesia: “su misericordia me ha sanado”. Cuando el sin sentido y la violencia golpean a la humanidad: “su misericordia me ha sanado”.

Solo quien vive de la misericordia que brota de la Cruz de Jesús puede sobrellevar su propia cruz y ayudar a los demás a cargar con la suya. Solo quien vive de la misericordia de la Cruz de Jesús descubre en todas las circunstancias de la vida el sentido salvífico de cada acontecimiento. Solo quien vive de la misericordia de la Cruz de Jesús puede, como Él, entregar confiadamente su vida en manos del Padre (cf. Jn 19,30; Lc 23,46).

Creer en la Cruz de Jesús, “creer en el Hijo crucificado (…) significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia.”[3]

Creamos en la misericordia que brota de la Cruz de Jesús; creamos en la presencia maternal de María al pie de la Cruz; y que esta fe nos ayuden a vivir la Cruz de Cristo, y nuestras propias cruces, como misericordia que sana. Amén.

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[1] MISAL ROMANO, Plegaría Eucarística de la Reconciliación I.
[2] PAPA FRANCISCO, Audiencia general del miércoles 23 de marzo de 2016
[3] JUAN PABLO II, Carta encíclica Dives in misericordia sobre la misericordia divina, 7.

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