Publicado el 2012-03-18 In schoenstattianos

Enrique Viveros. “El señor de la corbata humita”

CHILE, Carmen M. Rogers. Se fue en silencio, sereno, tal como vivió. Tal como María, me atrevería a decir. Y por ese silencio, pasaron Navidad y vacaciones sin poder decirle “gracias” otra vez. Sí. Enrique Viveros, “el señor de la corbata humita” murió un día de Adviento y no fue noticia.

 

 

 

En las grandes fiestas y algún segundo sábado de mes cuando tenían encuentro del primer curso del Instituto de Familias, pude abrazarlos, a él y a Olguita, y sentirme tocando al Padre Fundador en persona. Así de cálidos, así de personales fueron los dos. ¡Cuántas veces me miró Enrique directamente a los ojos preguntándome sinceramente preocupado “¿estás bien?”

Mi primera experiencia de familia

Mi primera experiencia de Familia la tuve con Enrique y Olga. Eran los Jefes de una Jornada Nacional de Dirigentes, y yo, una integrante de la Rama de Profesionales que recién se asomaba al mundo de Schoenstatt. Por años, religiosamente una vez al año, me regalaron la gracia de “ayudarles” (la verdad es que ellos fueron los instrumentos de conquista que se eligió para mi la MTA). De ellos aprendí a ser familia; de ellos tuve la certeza en aquella oportunidad en que representé la voz de mi Rama en una no preparada intervención, y “sentí” que sí estaban en el Santuario aquella calurosa tarde de noviembre mientras yo hablaba; de ellos aprendí el significado de los consejos evangélicos vividos con alegría y naturalidad en medio del mundo.

Un antes y un después

Enrique me introdujo en el mundo de la liturgia con aquellas ceremonias de Semana Santa que coordinaba hasta el último detalle desde la sacristía. Enrique, con su infaltable cámara fotográfica, me transmitió su sentido de la historia… ¡Mil detalles, mil recados de la Mater a través de este matrimonio tan querido!

No puedo hablar de un “antes y un después” de los Viveros. No sé cuánto crecieron en Schoenstatt porque yo los conocí “grandes”. Pero ellos, los dos, marcaron mi propia historia de vida con un “antes y un después”. ¡Gracias, Mater, por ellos! ¡Gracias por prestarnos a tu “señor de la corbata humita y la cámara fotográfica!

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