Publicado el 2010-02-25 In Temas - Opiniones

Hay ciertos momentos históricos en que se presentan oportunidades especiales

Estatua de Nelson MandelaJorge H. Day. El primer fin de Schoenstatt, «El hombre nuevo en la nueva comunidad», implica una bipolaridad en la que en algunos momentos se acentúa un polo u otro.

 

 

 


El camino habitual comienza con el hombre nuevo, lo que es lógico, ya que no se puede pretender cambiar la sociedad si previamente no se han podado defectos y cultivadas virtudes propias. También es habitual que el trabajo de auto educación se vaya reflejando en la comunidad más próxima que es la familia. Lo que no es tan habitual es la proyección hacia un escenario mucho mayor como es una nación entera.

En este sentido, me ha conmovido la película INVICTUS, la que recomiendo con todo entusiasmo. Sin adelantarles detalles de la misma solo puedo comentar que se trata de Mandela y la copia mundial de rugby de 1994. El film explora brevemente los 29 años de prisión del líder africano, prisión durante la cual, como dice la poesía que acompaña, su ensangrentada cabeza siguió erguida. La prisión para Mandela, como fue el caso de José Kentenich o de Viktor Frankl, fue un camino de fortalecimiento y de crecimiento espiritual.

Pero el rasgo que me interesa señalar en este momento, es la capacidad del líder para proyectarse hacia toda la nación, recurriendo para ello (seguramente sin saberlo) al consejo paulino de la ley de la puerta abierta.

No quiero repetir lo ya comentado en algunos medios sobre los obvios contrastes entre el líder africano y nuestros líderes locales, sino simplemente pensar en el rol que puede cumplir Schoenstatt en el aquí y ahora, o sea en la Argentina del Bicentenario. Hay ciertos momentos históricos en que se presentan oportunidades especiales. Para Mandela fue un mundial de rugby, para Schoenstatt puede ser el anhelo argentino de líderes que construyan sobre la base de la tolerancia, la pacificación, la generosidad. En otras palabras, de líderes impregnados de verdadera paternidad, que no es la que impone actitudes sino la que promueve la vida e imitando al Maestro, de vida en abundancia.

Enrique San Miguel, co-autor de un libro sobre grandes políticos católicos del siglo XX, comenta que «los testimonios de políticos que no sólo no actúan sin renunciar a sus creencias, sino que participan en la vida pública como consecuencia del imperativo moral de todo hombre de ser útil a sus semejantes, constituyen un requisito esencial a la propia vida comunitaria».

Mientras esperamos que de las filas católicas surja un Konrad Adenauer, un Balduino I de Bélgica, o un Alcide de Gasperi, nos felicitamos por la actitud señorial del Contraalmirante Raúl Viñas que al actuar acorde a sólidos principios éticos va marcando caminos a la sociedad argentina, acompañando también a los hermanos en la alianza que en Chile, Paraguay y otros países trabajan en altos cargos políticos.

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