Publicado el 2014-03-31 In Francisco - Mensaje

Éste es nuestro Padre, el Dios que nos espera

org. Todos los estamentos de la Iglesia, y otros muchos de fuera de ella, creyentes o no, han recibido las palabras claras y esperanzadoras, a la vez que motivadoras de Francisco, para asumir la responsabilidad que todos tenemos de construir un mundo de acuerdo al querer de Dios, en la fuerza del Espíritu y por la senda de Cristo. Cardenales y obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, novicios y seminaristas, familias, jóvenes y ancianos, comunidades e instituciones han recibido esta propuesta de salir “a la calle”, a llevar no una esperanza utópica, sino en hechos concretos, en proyectos evangelizadores de vida al hombre, esté este donde esté, y si es en la “periferia”, allí mismo, con todos los riesgos y peligros que conlleva. Prefiero una iglesia accidentada porque sale a servir, que enferma por ensimismamiento, nos repite constantemente. Testimonio de todo esto está en el apartado de Schoenstatt.org, donde se van seleccionando semana a semana, textos que nos impulsan en nuestra propia peregrinación hacia el Jubileo 2014. Sin duda, que siendo nosotros Iglesia, también estas palabras van dirigidas a nosotros. ¡Cómo se alegraría el Padre con este impulso misionero que se nos regala desde el corazón mismo de la Iglesia! (P. José María García)

SEMANA 14/2014

La Cuaresma es el tiempo para cambiar de rumbo, para reaccionar ante el mal y la miseria.

Tweet del 31.3.2014

Tantas veces una buena acción, una obra de caridad origina habladurías, discusiones porque hay algunos que no quieren ver la verdad. El evangelista Juan quiere atraer la atención sobre esto que también ocurre en nuestros días, cuando se cumple una acción buena. El ciego curado es en primer lugar interrogado por la multitud sorprendida- han visto el milagro y lo interrogan; luego por los doctores de la ley; y éstos interrogan también a sus padres. Al final el ciego curado llega a la fe, y ésta es la gracia más grande que le viene dada por Jesús: no sólo poder ver, sino conocer a Él, ver a Él, como «la luz del mundo» (Jn 9,5). Mientras el ciego se acerca gradualmente a la luz, los doctores de la ley al contrario se hunden cada vez más en su ceguera interior. Encerrados en su presunción, creen tener ya la luz; por esto no se abren a la verdad de Jesús. Ellos hacen todo lo posible por negar la evidencia. Ponen en duda la identidad del hombre curado; después niegan la acción de Dios en la curación, tomando como pretexto que Dios no obra el sábado; llegan incluso a dudar que aquel hombre hubiese nacido ciego. Su cerrazón a la luz se vuelve agresiva y desemboca en la expulsión del hombre curado del templo. Expulsado del templo.

Angelus, 30.3.2014

El camino del ciego en cambio es un camino por etapas, que parte del conocimiento del nombre de Jesús. No conoce a otro que a Él; de hecho dice: « Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos» (v. 11). Como consecuencia de las insistentes preguntas de los doctores, primero lo considera un profeta (v. 17) y después un hombre cercano a Dios (v. 31). Luego que ha sido alejado del templo, excluido de la sociedad, Jesús lo vuelve a encontrar y le “abre los ojos” por segunda vez, revelándole la propia identidad: «Yo soy el Mesías», le dice. A este punto aquel que había sido ciego exclama: «¡Creo, Señor!» (v. 38), y se inclina ante Jesús . Este es un relato del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de tanta gente: también nuestra gente ¿eh?, porque nosotros tenemos, algunas veces, momentos de ceguera interior.

Angelus, 30.03.2014

Es muy difícil que un corrupto deje de serlo. El pecador, sí, porque el Señor es misericordioso y nos espera a todos. Pero el corrupto está obsesionado con sus cosas, y aquellos lo eran. Por esto se justificaban, porque Jesús, con su sencillez, pero con la fuerza de Dios, les molestaba. Y poco a poco, terminaron convenciéndose de que debían matar a Jesús y uno de ellos dijo: “Es mejor que un hombre muera por todo el pueblo”. – Pero se equivocaron de camino. Se resistieron a la salvación del amor del Señor, y así dejaron de lado la fe y pasaron de una teología de fe a una teología del deber: “Tenéis que hacer esto, esto, esto “…. Y Jesús les señala con ese adjetivo tan feo: “¡Hipócritas! Es mucho el peso que oprime la espalda del pueblo. ¿Y vosotros? Ni siquiera les tocáis con un dedo! .!Hipócritas¡”. Rechazaron el amor del Señor y este rechazo les llevó a recorrer un camino que no era el de la dialéctica de la libertad que Jesús ofrecía, sino el de la lógica de la necesidad, donde no hay lugar para el Señor…Se convirtió en un tipo de conducta. Hombres de buena educación, pero de malos hábitos. Jesús los llama, “sepulcros blanqueados”. Este es dolor del Señor, la tristeza de Dios, el lamento de Dios. En el tiempo de Cuaresma nos hará bien a todos pensar en la invitación del Señor al amor, en esta dialéctica de la libertad que conlleva el amor y preguntarnos todos: ¿Yo estoy en este camino? ¿O tiendo a justificarme y pasar de un camino a otro?. Un camino cíclico, porque no lleva a ninguna promesa. Oremos al Señor para que nos conceda la gracia de recorrer siempre el camino de la salvación, para abrirnos a la salvación que viene solamente de Dios, de la fe, no de lo que proponen estos “doctores del derecho», que perdieron la fe y gobernaron al pueblo con esta teología pastoral del deber.

A  parlamentarios y ministros italianos, 27.3.2014

Aquellos que son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Están «al frente» sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-28 / Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote, un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca…. El obispo que no reza, el obispo que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no se confiesa regularmente, y el sacerdote mismo que no hace estas cosas, a la larga pierde la unión con Jesús y se convierte en una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por ello debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a confesarse habitualmente. Esto es muy importante porque concierne precisamente a la santificación de los obispos y los sacerdotes.

Audiencia General, 26.3.

Si la Reconciliación transmite la vida nueva del Resucitado y renueva la gracia bautismal  vuestra tarea es entonces la de darla generosamente a los fieles. Un sacerdote que no se dedica a esta parte de su ministerio… es como un pastor que no se preocupa por las ovejas que se han perdido…¡La misericordia es el corazón del Evangelio¡ Es la buena nueva de que Dios nos ama, de que ama siempre al pecador y con este amor lo atrae hacia sí y lo invita a la conversión. No olvidemos que, a menudo, a los fieles les cuesta trabajo confesarse, sea por motivos prácticos, sea por la dificultad natural de confesar a otro hombre los pecados propios. Por eso es necesario trabajar sobre nosotros mismos, sobre nuestra humanidad, para que no representemos nunca un obstáculo sino para que favorezcamos siempre el acercamiento a la misericordia y al perdón.. ¡La confesión no es un tribunal de condena, sino una experiencia de perdón y misericordia! … Sabemos que el Señor quiso regalar este don inmenso a su Iglesia, ofreciendo a los bautizados la seguridad del perdón del Padre. Por eso es muy importante que en todas las diócesis y comunidades parroquiales se preste mucha atención a la celebración de este sacramento de perdón y salvación. Es importante que en todas las parroquias los fieles sepan cuando pueden encontrar disponibles a los sacerdotes: cuando hay fidelidad, se ven los frutos.

A los participantes en el curso anual del foro interno de la Penitenciaría Apostólica, 28.3.

Nuestra vida, a veces, es parecida a aquella del ciego que se ha abierto a la luz, que se ha abierto a Dios y a la gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como aquella de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, y ¡hasta al Señor! Hoy estamos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para llevar fruto a nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos: todos somos cristianos, pero todos nosotros, todos ¿eh?, tenemos algunas veces comportamientos no cristianos; comportamientos que son pecados ¿no? Y debemos arrepentirnos de esto y eliminar este comportamiento para caminar decididamente sobre el camino de la santidad, que tiene su inicio en el Bautismo, y en el Bautismo hemos sido iluminados, para que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz» (Ef 5,8), con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia. Hoy les sugiero, cuando regresen a casa, que tomen el Evangelio de Juan y lean aquel pasaje del capítulo 9: y esto les hará bien, porque así verán este camino de la ceguera a la luz y aquel otro camino malo hacia una ceguera más profunda. Y preguntémonos: ¿cómo es nuestro corazón? ¿cómo es mi corazón?, ¿cómo es tu corazón? ¿Cómo es nuestro corazón? ¿Tengo un corazón abierto o cerrado hacia el prójimo? Tenemos siempre en nosotros alguna cerrazón nacida del pecado, nacida de los errores: no tengamos miedo, ¡no tengamos miedo! Abrámonos a la luz del Señor: Él nos espera siempre. Él nos espera siempre. Para hacernos ver mejor. Para darnos más luz, para perdonarnos. No se olviden de esto: Él nos espera siempre. Confiemos a la Virgen María el camino cuaresmal, para que también nosotros, como el ciego curado, podamos con la gracia de Cristo “venir a la luz”, ir más adelante en la luz y renacer a la vida nueva.

Angelus, 30.3.2014

El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin, porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y da la fuerza para volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece. Todos lo sabemos: Nuestro Padre jamás se cansa de amar y sus ojos no se amodorran al mirar el camino de casa, para ver si el hijo que se fue y se ha perdido regresa. Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre. No sólo nos deja la puerta abierta: nos espera. Él está involucrado en esto, esperar a los hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, aun permaneciendo siempre en casa con él, sin embargo no es partícipe de su misericordia, de su compasión. Dios no sólo está en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su mismo de amar: “Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor.

«24 horas por el Señor”, 28.3.

A cuantos encontrarán, podrán comunicar la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él. Y díganles que nuestro Padre nos espera, nuestro Padre nos perdona, y es más: ¡Hace fiesta! Si tú vienes con toda tu vida, con tantos pecados, Él en lugar de reprocharte, hace fiesta. Esto es nuestro Padre, y esto lo tienen que decir ustedes, decirlo a mucha gente, hoy. Quien experimenta la misericordia divina, se siente impulsado a hacerse artífice de misericordia entre los últimos y los pobres. En estos “hermanos más pequeños” Jesús nos espera (Cfr. Mt 25, 40). Recibamos misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la Pascua en la alegría de Dios!

«24 horas por el Señor”, 28.3.

Es el corazón de nuestro Padre, Dios es así: no se cansa, ¡no se cansa! Y por tantos siglos ha hecho esto, con tanta apostasía, tanta apostasía del pueblo. Y Él regresa siempre, porque nuestro Dios es un Dios que espera. Desde aquella tarde en el Paraíso terrenal, Adán salió del Paraíso con una pena y también una promesa. Y Él es fiel, el Señor es fiel a su promesa, porque no puede renegar a sí mismo. Es fiel. Y así nos ha esperado a todos nosotros, a lo largo de la historia. Es el Dios que nos espera, siempre. Éste es nuestro Padre, el Dios que nos espera. Siempre. ‘Pero, padre, yo tengo tantos pecados, no sé si Él estará contento’. ‘¡Prueba! Si tú quieres conocer la ternura de este Padre, va hacia Él y prueba, luego me cuentas’. El Dios que nos espera. Dios que espera y también Dios que perdona. Es el Dios de la misericordia: no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él no se cansa. Setenta veces siete: siempre; adelante con el perdón. Y desde el punto de vista de una empresa, el balance es negativo. Él pierde siempre: pierde en el balance de las cosas, pero vence en el amor. Y esto  porque Él es el primero que cumple el mandamiento del amor. El ama, no sabe hacer otra cosa”. Y también los milagros que Jesús hacía, con tantos enfermos eran también un signo del gran milagro que cada día el Señor realiza con nosotros, cuando tenemos el coraje de alzarnos e ir hacia Él. Y cuando pasa esto Dios hace fiesta. No como el banquete de aquel hombre rico, que tenía en la puerta al pobre Lázaro. Dios hace otro banquete, como el padre del hijo pródigo. ‘Porque tú florecerás como un lirio, es la promesa, ‘Te haré fiesta’. ‘Tus retoños se extenderán, su esplendor será como el del olivo y su fragancia como la del Líbano’. La vida de cada persona, de cada hombre, cada mujer, que tiene el coraje de acercarse al Señor, encontrará la alegría de la fiesta de Dios. Así pues, que esta palabra nos ayude a pensar a nuestro Padre, Padre que nos espera siempre, que nos perdona siempre y que hace fiesta cuando regresamos.

Santa Marta, 28.3.

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  • El objetivo de la peregrinación
    es la renovación de la Alianza de Amor
    en su fuerza plasmadora y misionera;
    la que se manifestará -hacia dentro de Schoenstatt-,
    en la renovación de la Familia
    y -hacia fuera-, en la plasmación de una Cultura de Alianza.

    Documento de Trabajo 2014


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