Publicado el 2010-12-29 In Jubileo 2014

La peregrinación 2014 comienza con el “Año de la corriente del Padre”

P. Alberto Eronti. El Padre Kentenich solía referirse a la vida de fe y la relación entre el hombre y Dios como «una comedia divina». Naturalmente, los actores son Dios y el hombre, Dios y la comunidad. Partiendo de esta perspectiva es que, en las últimas semanas, he meditado algunos aspectos de la vida del Fundador de la Obra de Schoenstatt, concretamente su particular «lugar» en su Familia.

 

 

He tenido la gracia de conocer algunos fundadores y fundadoras de Movimientos y Nuevas Comunidades, surgidas en la Iglesia a lo largo del siglo XX. Todos ellos, sin excepción, ocuparon, u ocupan, un lugar preponderante en sus fundaciones desde el inicio. Al modo de Jesús, fueron o son un centro indiscutido para sus seguidores. Pienso en Don Luigi Giussani, Chiara Lubich, Andrea Riccardi, etc.; al evocarlos constato, una vez más, qué distinto fue el «lugar» que José Kentenich conscientemente ocupó en el Movimiento de Schoenstatt durante los primeros 27 años de su fundación. Cito dos ejemplos: cuando estaba por comenzar la llamada «Jornada de Hörde», en 1919, tuvo una «enfermedad estratégica» y no participó; cuando se celebraron los primeros 25 años de la Obra no estuvo en Alemania, sino en Suiza. Él mismo dirá en repetidas ocasiones que buscó siempre estar «detrás», poniendo a la Madre tres veces Admirable en el centro de las jóvenes comunidades surgidas en y desde el pequeño Santuario, en la fuerza de la Alianza de Amor.

Reflejando la paternidad de Dios

Todo cambió de repente. Lo que podría haber sido un golpe demoledor para la Familia de Schoenstatt, fue utilizado por Dios para realizar un cambio total en la relación entre el Fundador y la Obra que Dios le encargó gestar y desarrollar. Cuando los agentes de la Gestapo lo contactan en Schoenstatt y lo citan para que se presente en las oficinas de la policía en Coblenza -terminando finalmente internado en el campo de concentración de Dachau- todo podría haber terminado. No fue así. Quien quería estar a la «sombra» y «detrás» de la Santísima Virgen, fue puesto en un primer plano mediante una sorprendente «jugada» del «Actor principal».

¿Para qué realizó Dios esta «jugada», propia de su amor providente? El Padre Kentenich lo dirá partiendo de una afirmación de Santo Tomás de Aquino, que viene a decir: Dios es la «Causa primera» y ha dado al hombre, «causa segunda», la tarea de reflejar «algo» de Él. Como sacerdote, José Kentenich desarrolló una intensa y sorprendente actitud paternal para con las personas que tomaban contacto con él. No se trataba sólo de una expresión particular de su estructura personal, sino que la manera de sentir y vivir su sacerdocio estaba conscientemente orientada a reflejar «algo» de la infinita paternidad de Dios. Hablando a un grupo de matrimonios, y refiriéndose al rol del varón para con los hijos, dirá: «…esta autoridad paterna y el hecho mismo de ser padre deben ser una imagen fiel, un reflejo de Dios Padre y de la autoridad divina. Mis hijos deben experimentar en mí, como padre, al Padre Eterno. Debo hacer mías Sus cualidades, debo ser Su reflejo». Tan hondamente tocó esta realidad su alma sacerdotal, que, a modo de una autodefinición, dirá: «Yo he nacido para ser padre, siempre padre».

La relación personal con el Fundador

Esta ha sido durante su vida, como también después de su fallecimiento, la experiencia que ha tocado y toca el alma de sus hijos espirituales. Por eso, si toda Comunidad Religiosa, si todo Movimiento de Iglesia, destaca el rol fundamental de su fundador o fundadora, hay algunas familias religiosas que le llaman «padre», «madre». Sin adentrarme en otras comunidades, sí puedo decir que la Familia de Schoenstatt «necesita» de la relación personal, cálida y filial con su Fundador. Esta relación particular, es parte constitutiva de su ser y misión. La luz orientadora la encontramos en las palabras de Jesús: «Nadie conoce al hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera mostrar». Esta ley de la Trinidad también se realiza en la dimensión natural, por eso la paternidad humana está llamada a reflejar «algo» de la de Dios. El Padre Kentenich señala también, que en el plano natural «es la madre la que lleva a sus hijos hacia su padre», por ello agregará que no sólo Jesucristo, el Hijo, nos enseña al Padre, también María. Ella, como Madre de la Iglesia, cumple en la familia de Dios la misma función que una madre realiza en su casa.

La nueva imagen de Dios

El testimonio de la inmensa mayoría de los miembros de Schoenstatt es coincidente: «La Virgen me llevó al Padre Fundador», o «el Padre Fundador me llevó a la Virgen». Pero también hemos de agregar lo que José Kentenich llamara «la nueva imagen de Dios». Se trata de la imagen que el hombre y la mujer de hoy necesitan, la de un Dios Padre, rico en amor y misericordia. Esto último refleja, como bien dijera Juan Pablo II «el costado materno de Dios». La capacidad de acogida, de entregar y ser hogar, de percibir las necesidades más hondas de sus hijos espirituales, su irradiación de lo sobrenatural, hizo del Padre Kentenich un verdadero icono del sacerdote con rasgos de padre y de madre. Sacerdocio que identificó con la imagen del Buen Pastor y del pelícano.

Para ser padre, siempre padre

Tuve la dicha de conocerlo, de hablar con él, de abrirle mi corazón joven en aquellos años de formación. Meditando, en la medida que ello es posible, todo lo que Dios me dio a través de su persona, he llegado a experimentar una conmoción interior al recordar que José Kentenich podría no haber sido sacerdote. La votación de su Superior y de los Consejeros apenas fue favorable por un voto. Al preguntarme; ¿qué habría sido de mí si él no hubiese sido sacerdote?, pude valorar más plenamente el don de su persona, de su vocación, de su carisma y misión. ¿Qué habría sido de mí si él no hubiese sido sacerdote? No quiero hacer ciencia ficción, nadie puede decir qué habría sido de su vida si…, pero tengo absolutamente cierto que si José Kentenich no hubiese impactado sacerdotal y paternalmente en mi vida, no sé cómo habría descubierto que mi camino no era la ingeniería sino el sacerdocio de Jesucristo. Constato que, a pesar de la calidad y cuidado que recibí de muchos hermanos sacerdotes, nadie me dijo tanto de mí mismo como él. Nadie con tan solo una frase y un gesto impactó tanto en mí como este hombre de Dios, sacerdote y padre. Sí, sin duda, nació «para ser padre, siempre padre».

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