Publicado el 2013-03-10 In Vida en alianza

Roma saluda a su Obispo

ROMA, Federico Bauml. 27 de febrero de 2013, último día del pontificado de Benedicto XVI. La ciudad que lo adoptó ha acudido a saludarlo.

 

 

 

ROMA Y EL PAPA

La relación entre el Papa y Roma es una relación muy especial. Está tan unido a esta ciudad que es como si fuese parte de ella, como el Tíber o el Coliseo. Para los romanos, la basílica de San Pedro no es solo el símbolo de la cristiandad, o el lugar donde vive el sucesor de Pedro. Para ellos es simplemente «il cupolone», el gran domo que, como los romanos aprenden desde muy pequeños, «puede verse desde cada rincón de Roma». Igualmente, Roma «adopta» al Papa; lo llama por su nombre (generalmente lo traducen a su dialecto con resultados asombrosos) y lo siente como uno de sus ciudadanos.

La noticia de la renuncia de Benedicto XVI al Ministerio Petrino ha sacudido a todo el mundo, dejando una sensación de angustia e incredulidad.

Imagínese a un neoyorquino mirando por la ventana sin encontrar la Estatua de la Libertad; o a un parisino que, de un día para otro, no pueda encontrar la Torre Eiffel. Esa es la sensación que los romanos tuvieron, creyentes o no, cuando recibieron la noticia de la renuncia del Papa.

Porque en Roma, como dice el dicho, «muerto un Papa se elige otro». No hay término medio ni otra alternativa.

El lado negativo de una relación tan estrecha es el peligro de acostumbrarse al hecho de que él está siempre allí. Tener al Papa tan cerca nos puede volver perezosos y hacer que no apreciemos el extraordinario regalo que es tenerlo aquí. Gracias a Dios, para recordarnos que la pereza en la fe y en la vida es un error, a veces ocurren eventos extraordinarios y es en esas ocasiones que la Plaza de San Pedro vuelve a ser el centro de atención y no solo «il cupolone”; en donde todo empieza a llenarse de colores y donde se oyen todas las lenguas.

EL PAPA Y NOSOTROS

Todos tenemos ocasiones que nos unen al Papa y existen momentos en los que recordarlas se vuelve una necesidad inevitable. Así que vuelven a mi mente las imágenes de la noche bajo la lluvia en el (aeropuerto de Madrid) Cuatro Vientos, o la vigilia de la beatificación del Papa Juan Pablo II, las vísperas con los estudiantes universitarios, las fotos del Santo Padre en nuestro pequeño Santuario y muchas otras imágenes inolvidables.

La primera sensación en llegar es la melancolía, tal vez motivada por un sentimiento de abandono, de haber perdido la certeza en un mundo donde la certidumbre es cada vez menor.

Pero luego, lentamente, la melancolía pasa y da lugar a la confianza. Luego de que la conmoción por la noticia pasa, es el momento de analizar la importancia de este gesto tan humilde, y a la vez tan valiente, de hacerse a un lado para permitir que toda la iglesia tenga un impulso hacia adelante. Ese sentimiento de abandono inicial se convierte en tranquilidad; y esta tranquilidad es tal que permite que hagamos una pausa en silencio, sin necesidad de buscar explicaciones a toda costa; nos permite creer.

Y las palabras del Papa resuenan con más fuerza que nunca: «Estén unidos pero no encerrados, sean humildes pero no temerosos; sean sencillos pero no ingenuos; sean pensativos pero no complicados. Hablen con todos pero sean ustedes mismos».

TIEMPO DE DESPEDIDAS

27 de febrero, 10:30, Benedicto XVI tiene su última audiencia pública. La Plaza de San Pedro se viste de gala para la ocasión, 200.000 personas con diferentes lenguas, colores y banderas se unen en un abrazo en el cual, idealmente, participamos todos los fieles de la tierra. El mundo católico saluda a su Papa en lo que no es un adiós definitivo sino un hasta luego.
Y él le devuelve el abrazo a su gente. El tiempo ha dejado su huella, pero la mirada es siempre la misma, inconfundible. De su boca salen palabras de agradecimiento: «muchas personas que aman al Señor también aman al sucesor de San Pedro y lo aprecian a él».

En la Plaza de San Pedro todo el día hay un continuo ir y venir de gente. Todo el mundo quiere saludar al Papa, detenerse unos minutos a orar, recordar por un momento los ocho años de Pontificado. Para nosotros es un miércoles especial. Por esta semana, hasta nuestro Santuario puede esperar. Preferimos rezar el rosario en la Plaza, frente a la columnata, al lado de la vigilia organizada espontáneamente por un grupo de peregrinos.

En esta fría noche de febrero, la Plaza de San Pedro está totalmente iluminada. La basílica, por el contrario, está a oscuras, salvo por una ventana en la parte superior derecha. Sabemos que el no aparecerá (en realidad guardamos una pequeña esperanza) pero nos gusta pensar que detrás de esa ventana está él mirándonos, sonriendo y repitiendo esas palabras tan queridas para él: «Cristo siempre vence».

Original: italiano – Traducción: María Carolina Aguirre, Argentina

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ROMA, Federico Bauml. 27 de febrero de 2013, último día del pontificado de Benedicto XVI. La ciudad que lo adoptó ha acudido a saludarlo.

 

 

 

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