Publicado el 2018-09-17 In José Kentenich

Solo si nosotros lo sacamos de su tumba con nuestra vida

15 de septiembre de 2018, Schoenstatt/Alemania, P. Alexandre Awi de Mello (Roma, Secretario del Dicasterio para Laicos, Familia y Vida) •

P. Alexandre Awi

“Todo hombre grande es una carta de Dios a su época, un mensaje para los hombres”. Hace exactamente 50 años Mons. Tenhumberg aplicaba estas palabras al Padre Kentenich en la misa de sus funerales. Una carta escrita “no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en corazones vivos” (2Cor 3,1-3). “El libro de su vida es nuestro libro de Dios.” —

Pero, lo más interesante de aquella inolvidable homilía – aunque yo todavía no había nacido – es que el predicador aplicó esas palabras de San Pablo no solo al libro de la vida del Padre, sino también al libro de nuestra vida: ¡nosotros somos la carta de presentación del Padre! “Lo que la Iglesia dirá alguna vez de nuestro Padre y Fundador”, decía el predicador, “se decide en nuestra vida, se decide en cómo leemos esa carta que Dios nos escribió en él y cómo la contestamos.”

Por lo tanto, creo que nuestra reflexión hoy debiera centrarse en la Familia del Padre, desafiada por San Juan Pablo II a “canonizarlo” con nuestra vida. Pues “el carisma de los fundadores es una experiencia suscitada por el Espíritu, que es transmitida a sus discípulos, para que estos la vivan, la guarden, la profundicen y la desarrollen constantemente, en la comunión de la Iglesia y para el bien de la Iglesia” (20/9/1985). Es decir, el Padre solo vive hoy y vivirá en el futuro si nosotros vivimos su carisma, si nosotros “lo sacamos de su tumba” con nuestra vida.

Hace poco una Hermana de María me hizo notar la belleza simbólica de la tumba de San Bonifacio en la Catedral de Fulda. La obra de Johann Neudecker, de 1710, presenta al “Apóstol de los alemanes” saliendo de la tumba, ayudado por dos angelitos. No sé si esta era la intención del autor, pero nuestra interpretación – cuando interpretamos “en familia” el resultado es siempre mejor – es que la tumba no puede contener la grandeza del santo y los angelitos lo ayudaban a “salir de la tumba”, a irrumpir nuevamente en el mundo que tanto necesita de su carisma. Aplicamos entonces la imagen del santo a nuestro Fundador. Y, aunque no somos “angelitos”, nos veíamos a nosotros mismos, sus hijos, en aquellas figuras, como aquellos que colaboran para que la fuerza de su carisma irrumpa en la Iglesia. El Padre necesita de mediadores, de transparentes que lo “desentierren”, lo “muestren vivo”, lo encarnen y lo transmitan al mundo.

le sacamos de su tumba

Tumba de San Bonifacio

Pero ¿qué queremos desenterrar?, ¿qué necesitamos transmitir al mundo de hoy? Mons. Tenhumberg nos habló de tres capítulos del libro de la vida del Padre: el mensaje del Dios de la Vida, la Alianza de Amor con la Madre Tres Veces Admirable y la consciencia de la misión de Schoenstatt para el tiempo actual. Estos capítulos se refieren a lo que llamamos el triple mensaje de Schoenstatt, rasgos esenciales de nuestro carisma, nuestro don y tarea, nuestro aporte fundamental y base para todos los otros aportes. Consciente de nuestra misión, en Alianza con María, hice el ejercicio de escuchar al Dios de la Vida, y me atrevo hoy a continuar descorriendo al menos otros tres capítulos de la carta que Cristo escribió en el corazón del Padre Kentenich por medio del Espíritu Santo. Desde la tarea que tengo hoy, los veo como aportes valiosos para la Iglesia y la época actual, en tiempos del Papa Francisco. Seguramente esta carta tiene muchos otros capítulos, pero como no puedo extenderme mucho, tuve que seleccionar. Para que después lo puedan recordar mejor, los tres capítulos – en español (y en latín) – comienzan con “P”: pedagogía, piedad, paternidad (paedagogia, pietas, paternitas). Los tres deben ser leídos desde la Alianza con María: pedagogía mariana, piedad mariana, paternidad (y maternidad) mariana. Debo ser sintético, pero quizás aquí hay pistas para seguir profundizando.

  • Paedagogia (pedagogía):

La pedagogía kentenichiana puede contribuir mucho para llevar adelante las intuiciones pastorales del Papa Francisco. Muchos movimientos son ricos en espiritualidad y espíritu misionero, pero pocos tienen una pedagogía tan rica y concreta como la nuestra. Ante la crisis de identidad que vive el hombre, Papa Francisco insiste en la misión personal de cada uno (“yo soy una misión en este mundo” EG 273), lo que llamamos “ideal personal”. Ante los dogmatismos, él apoya una pastoral de procesos, lo que llamamos “pedagogía de movimiento”. Ante la crisis de vínculos, propone la cultura del encuentro con Dios y el hermano, nuestra “cultura de alianza” (como él nos dijo en el jubileo), que ve la fe como una relación viva de amor más que como conocimiento doctrinal. El Papa, como nuestro Fundador, apuesta en las actitudes de confianza, libertad, amor y respeto tan presentes en nuestra pedagogía. Ante el informe del Visitador, el Padre afirmó que lo pedagógico era el nivel en que Schoenstatt “ha querido ser juzgado y valorado desde el comienzo”. Éste era y sigue siendo nuestro aporte y nuestra originalidad. Más todavía si pensamos en el “toque” mariano de esta pedagogía. María como “Educadora” es una perspectiva original tanto para las corrientes pedagógicas como para los movimientos de espiritualidad.

  • Pietas (piedad)

Nuestra piedad no es un “pietismo”, sino una piedad instrumental, mariana y popular. Los movimientos marianos muchas veces son identificados en la Iglesia como “devocionistas”, “conservadores” e, incluso, como siendo “de derecha”. Sería un grave error “catalogar” Schoenstatt de esta forma. Nuestro marianismo es profético, como el de María en el Magnificat. Es instrumento para la “revolución de la ternura” mariana, como enseña el Papa Francisco. Nuestro marianismo es activo, pedagógico, transformador de corazones y de estructuras. Nuestra piedad mariana es instrumental, es decir, es misionera (como espera el Papa de una “Iglesia en salida”; EG 20-24). Nuestro marianismo es, además, popular. ¡Ésta fue la gran “jugada” del Padre Kentenich en los años 30! ¡María vive en el pueblo! (Hace muy poco tuve la gracia de concluir un estudio doctoral sobre la piedad popular mariana.) Pocos Movimientos son tan conscientes de la “fuerza evangelizadora de la piedad popular” (EG 122-126) como el nuestro. ¡Nuestro origen es un santuario mariano! Nascemos para ser “especialistas en pastoral de santuarios”, en peregrinaciones, en símbolos y expresiones populares. Por un humilde “pequeño alumno” de Kentenich, el brasileño João Pozzobon, Dios suscitó la Campaña de la Virgen Peregrina, que tiene una fuerza pastoral y popular increíble. Así como Francisco, Kentenich también desconfió de ciertos sectores intelectualistas en la Iglesia, que no tienen la sensibilidad para evangelizar a partir de la fe del pueblo, de su sensus fidelium (como por ejemplo ante algunas corrientes del movimiento litúrgico), considerándola una fe de “segunda categoría”: “Nosotros, el sencillo pueblo católico, no nos hemos dejado confundir en la batalla que se libra por la piedad popular mariana. Nuestro sano sentir católico conservó la posición de María (en nuestra fe)” (P.K.13/12/1964). Hoy sigue disminuyendo la valoración de lo popular y de lo mariano en la Iglesia. Eso es grave. Creo que desde nuestro carisma podemos ayudar a salvar la piedad popular y mariana.

  • Paternitas (paternidad)

Creo que es uno de los aportes más conscientes en nuestro carisma. La experiencia que faltó en la infancia del Padre se tornó su misión de vida, transmitida a su Familia espiritual. Sana paternidad que despierta sana filialidad. El padre (y la madre) en el plano natural es transparente del Padre (y la Madre) celeste.  No se trata solo de la paternidad del Padre Kentenich, sino también de nuestra paternidad y de la capacidad de ver en los seres humanos la paternidad del Padre–Dios; se trata de nuestra filialidad ante Dios y también frente a sus representantes humanos. Ésta fue la lucha del Padre, que le costó 14 años de exilio. Un pensar, amar y vivir orgánicos, que comprenden y viven la armonía del organismo natural y sobrenatural de vinculaciones querido por Dios. ¿Estamos todavía dispuestos a luchar por esto? Hoy, en muchas partes, la Iglesia vive una crisis provocada por los abusos cometidos por pastores, que fallaron en su misión paternal. En otras palabras, la crisis de los abusos es una crisis de paternidad. Además, algunas ideologías que la sociedad actual intenta imponernos – como la ideología de género, por ejemplo – surgen de una miopía antropológica, que distorsiona el plan de Dios respecto al hombre, a la mujer, a la familia, y no comprende el rol del padre y de la madre, ni la importancia de ser hijos. Más que nunca el Espíritu quiere regalar hoy a la Iglesia dones de paternidad, maternidad y filialidad, dones de familia, que – gracias a la Mater y a la acción del Espíritu – abundan en nuestro movimiento.

Pedagogía, piedad y paternidad. Tres capítulos de la carta que Cristo, por el Espíritu, gravó en el corazón del Padre, y que quiere gravar también, a sangre y fuego en nuestros corazones de hijos de Kentenich. Esta carta está escrita para hoy, para ser leída y vivida en este convulsionado tiempo social y eclesial. Por esto, si me permiten abusar un poco más de su paciencia, no quisiera concluir esta reflexión sin hablar del contexto en que debemos leer y ser esa “carta de presentación” del Padre Kentenich: la Iglesia en tiempos del Papa Francisco. Y mencionar, así, con qué actitud creo que debemos entregar estos aportes, que la Iglesia y el mundo esperan de nosotros.

La Iglesia vive un tiempo de reforma, a pedido de los mismos cardenales en el último cónclave. Francisco habla de “una impostergable renovación eclesial” (EG 27-33). Sin embargo, las mayores oposiciones a la reforma vienen de dentro de la propia Iglesia, sea por los pecados que cometemos y la dificultad en enfrentarlos (como ante el tema de los abusos, por ejemplo), sea por la resistencia a una pastoral “en salida”, dirigida al hombre de hoy, que – sin negar de forma alguna los principios dogmáticos y el ideal cristiano – se ocupa de la vida real, desde la misericordia y el amor evangélicos enseñados por Jesús; se trata, en primer lugar, de un desafío pedagógico-pastoral (como ante el tema de los divorciados o de los migrantes, por ejemplo). (Supe, por ejemplo, de una comunidad religiosa que rezaba para que el pontificado actual fuera breve…)

Los que vivieron el funeral del Padre se recordarán seguramente también de las reformas provocadas por el Concilio Vaticano II y del conturbado tiempo posconciliar. En aquel momento, atento a las voces del tiempo, el Padre Kentenich no pudo dejar de pronunciarse y dar criterios que permanecen válidos también hoy, en tiempos de renovación eclesial. Cito apenas la reflexión que él hizo en una homilía, de 15 de noviembre de 1964, cuando el concilio no había ni siquiera terminado. Tipificand, él identifica “en el concilio y también en el ámbito general de la Iglesia, la existencia de una tendencia progresista y de otra conservadora”. Los progresistas decían que “lo que ha sido cambiado es demasiado poco” y los conservadores no entendían “¡para qué tantos cambios!”, pues “lo antiguo era suficientemente bueno; lo que hizo feliz a mis padres y a mis abuelos, también puede hacerme feliz a mí”, alegaban. El Padre Kentenich respeta las opiniones de ambas corrientes, pero su postura no es ni progresista ni conservadora. Yo la defino como “eclesial”, o más claramente aún, como “integral”.

Si la Iglesia quiere volver a ser alma del mundo de hoy, ser forma vital, principio vital del mundo de hoy, entonces en el fondo no puede ser solo una reliquia de antiquísimas concepciones, que correspondían bien a aquel tiempo, pero que prácticamente nada tienen que decir al hombre actual. Debemos aceptar los cambios en beneficio de la gran misión de la Iglesia y también en beneficio de la misión que cada uno tiene en particular. Debemos actualizar la Iglesia, en cuánto ésta tiene hoy una misión.” (PK, 15/11/1964)

Ante las polarizaciones: conservadores vs. progresistas; derecha vs. izquierda; moral de la vida/“pro-vida” y “pro-familia” vs. moral social/”pro-pobres” y “pro-Doctrina Social de la Iglesia”; rigorismo vs. laxismo; Ratzinger vs. Francisco. Ante estos antagonismos, la sabiduría cristiana busca el “equilibrio” (“in medio virtus”), visto que los extremismos tienden a una visión distorsionada de la realidad, que supervalora algunas cosas y minusvalora otras. El pensamiento cristiano, integral, kentenichiano, orgánico, busca un equilibrio ponderado ante las polarizaciones. Busca que las tensiones sean creadoras y no destructivas. Y, de hecho, nuestro Movimiento es visto así por muchos en la Iglesia universal. Pero no se trata de un equilibrio neutro, un centro “tibio” (que el Señor “vomitaría”, según Apoc 3,15-16), apático y descomprometido con las intenciones válidas de ambos extremos. Se trata de procurar una integralidad capaz de abarcar con perseverancia y coraje (con hypomoné y parresia, diría Francisco) el deseo de bien y verdad que existe en ambos lados. Una integración que respeta ciertas “unilateralidades orgánicas”, pero las ve siempre dentro del todo, del organismo completo, en tensión creadora. El equilibrio está en el centro no porque desecha los polos, sino porque abraza los dos lados, con aquél “y” orgánico (et-et), católico, que el Padre nos inculcó. Por eso el adjetivo “integral” es tan importante para la Doctrina Social de la Iglesia. (Coincidentemente los seguidores fieles de Kentenich, en los duros tiempos de lucha, fueron llamados “integrales”.)

Creo que el Padre espera de nosotros, sus hijos, esta postura integral, equilibrada, que colabora en la “conversión pastoral” a la que convoca el Papa Francisco y ofrece a la Iglesia el carisma del Padre: la Fe Práctica, la Alianza con María, la consciencia de misión, vividas en múltiples dimensiones de nuestra vida, pero en particular por el cultivo de la paternidad, la piedad y la pedagogía marianas.

Hoy la Iglesia necesita que sigamos “desenterrando” el Padre Kentenich, que lo ayudemos a permanecer “en salida”. Solo lo haremos, si somos capaces de encarnarlo en nuestra vida. Nosotros como Familia; juntos, unidos, como los dos angelitos de la tumba de San Bonifacio. Como nos recordaba el P. Juan Pablo Catoggio al inicio de este año jubilar: “Kentenich es más que todos nosotros y nos supera, nadie lo agota. Solamente todos juntos podemos y debemos hacer presente todo el rostro completo, toda su figura en plenitud.” (15/09/2017) Tuve la gracia de vivir esa experiencia en los varios años como Director del Movimiento en Brasil. Una experiencia que recuerdo con alegría y nostalgia, y que me sirve mucho para mi actual trabajo.

Quiso la Providencia que, a 50 años de la muerte del Padre, un hijo suyo, un hijo de la Alianza de Amor con María, fuera llamado en un día 31 de Mayo – el día de la proclamación de nuestra misión como Familia – para servir a la Iglesia en el nuevo “Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida”, creado por el Papa Francisco como parte de la reforma de la curia romana. Creo que es por este motivo que me invitaron para hablarles y ustedes tuvieron que aguantar esta larga homilía hoy. Con “temor y temblor”, hace un año inicié mi trabajo. Es un dicasterio que tiene “todo que ver” con Schoenstatt, pues es el lugar desde donde la Iglesia universal acompaña los movimientos eclesiales y las asociaciones internacionales de fieles, acompaña la formación de líderes laicos para la Iglesia y la sociedad, mostrando la solicitud especial de la Iglesia por las familias y la juventud. Como ven, todos son temas muy “nuestros”. Y por eso cuento con sus oraciones y agradezco la colaboración de toda la Familia de Schoenstatt.

Como estamos en familia, he querido compartir con ustedes algunas de mis primeras impresiones. Debo decir que, trabajando en el dicasterio, me han impresionado la riqueza de los carismas en la Iglesia, el entusiasmo de tantas comunidades, nuevas y antiguas, y el ardor de tantos misioneros, laicos y religiosos. Tengo – y creo que, como movimiento, tenemos – mucho para aprender con los otros carismas dentro de la Iglesia. Pero percibo también el lugar e importancia de Schoenstatt – es decir, del carisma del Padre – como complemento fundamental para la Iglesia y la sociedad de hoy.

Sigamos trabajando juntos. La federatividad de Schoenstatt, querida por el Padre, es única en la Iglesia. Y creo que, internamente, es el principal desafío que debemos enfrentar y la condición para que podamos dar nuestro aporte. “Somos como las pequeñas piedras de un mosaico, que solo juntas muestran el todo”, nos decía el P. Juan Pablo. “El gran desafío es que nos abramos unos a otros, que intercambiemos vida, que trabajemos juntos, que vivamos solidaridad efectiva, cultura de alianza. El mosaico es como un difícil y exigente rompecabezas que debemos armar. Solo así representamos íntegramente al Padre Kentenich” (15/09/2017). Creo sinceramente que ese mosaico con el rostro del Padre es la portada, la tapa del libro de nuestras vidas. Sí, de la vida de todos nosotros, porque ¡Dios desde siempre nos pensó juntos, como un único libro! Solo así la vida del Padre – el libro de su vida – vivirá en la Iglesia para que su carisma de Fundador – su pedagogía, su piedad, su paternidad marianas – aporte a la transformación del hombre y del mundo de hoy. Continuemos escribiendo juntos este libro para que la imagen del Padre pueda aparecer cada vez más viva y clara en los próximos 50 años de nuestra historia.

 

P. Alexandre Awi Mello, ISch

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