Publicado el 2018-07-17 In Misiones

Misionar y ser misionado

COSTA RICA, Gaby Yglesias de Tous •

Este año atendí al deseo de mi hija adolescente de ir a misionar la Virgen Peregrina. Ella ya había tenido la oportunidad de asistir una Semana Santa en Guanacaste y le había encantado. A mí… pues me parecía una actividad incómoda el ir tocando puertas en casas de extraños e invadirles su vida.  ¡Pero nada más alejado de la realidad! —

Primero me preparé con una muy interesante charla sobre el gran legado de Joao Pozzobon, quien inició la Campaña  en 1950 cuando sintió la llamada de la Virgen a visitar casas, llevando a pie por más de 140.000 kilómetros a la Madre de Dios a las familias, a hospitales, escuelas y cárceles. Este apostolado creció rápidamente y se propagó en distintos países. Él motivaba a rezar a María, la gran misionera, especialmente el Santo Rosario, como arma para cambiar el mundo de hoy, pues Ella obrará milagros.

Ya para este momento me encontraba sorprendida del amor heroico de este gran hombre. Quería ya caminar con Ella y dejar que Dios me fuera moldeando más y más el alma, transformándome en mi interior.

En una segunda reunión se nos explicó el objetivo y el programa a seguir. ¡La emoción aumentaba! Pero el corazón latía nervioso cuestionándome si lo podría lograr.

Ese contacto humano con gente completamente desconocida me inquietaba.  Me preguntaba si  sería capaz de salir de mi área de confort y compartir “sin un libreto” la bella experiencia del amor de Dios.

Salir al encuentro

Fue nuevamente la nobleza y pureza del corazón de mi hija lo que me hizo ver que este era el momento de seguir esta corriente de vida. Pensé en el llamado del Papa Francisco a “no balconear la vida, ponerse las zapatillas y salir a la calle”.

Y así lo hice, salí de mi misma para hallar en otros un crecimiento de mi  propio ser.

Con una actitud alegre, serena, respetuosa, sin emitir juicios iniciamos nuestro recorrido por las calles preseleccionadas en Sarapiquí.

Visita a visita me daba  cuenta de la gran necesidad de la gente de ser escuchada, de la agradable sorpresa que causaba el recibir a un grupo de misioneros: niños y adultos, en el portal de tu casa y tal vez, incluso, invitarlos a entrar.

Pero no todos eran católicos, lo cual no fue inconveniente para rezar,  pues hay varios caminos que conducen a Dios. ¡Habló el lenguaje del amor!

Las historias de ese prójimo primeramente desconocido nos fueron envolviendo e interesando. Sus testimonios de vida nos encendieron.  Juntos nos unimos y rezamos a Dios y a nuestra Madre. Se bendijo cada casa, cada miembro de la familia y para mi sorpresa, nos bendijeron de vuelta.

Me sentí feliz por haber accedido a ser instrumento fiel de María, reconociendo mi pequeñez y lanzándome al vacío en un salto que me merecía audacia y confianza.

Al final no fui a misionar, ¡fui yo la que terminé misionada!

 

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