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Resonancias espirituales del siervo de Dios Mario Hiriart
Reflexion - Reflection - Reflexión
 published: 2007-12-18

… esas bellísimas antífonas Oh!

Resonancias espirituales del siervo de Dios Mario Hiriart – por Amelia Peirone, Roma

 

Aus dem armen Stall von Bethlehem sprosst neues Leben…

Del pobre establo de Belén brota la Nueva Vida

Form the poor manger of Bethlehem, new life sprouts…

Aus dem armen Stall von Bethlehem sprosst neues Leben…

 

Mario Hiriart, im Gebet
 

Mario Hiriart, en oración

Mario Hiriart, in prayer

Mario Hiriart, im Gebet

  Am Meer
 

En el mar

At the seaside

Am Meer

  Mitten in der Welt...
 

En medio del mundo...

In the world...

Mitten in der Welt...

Fotos: Sekretariat Mario Hiriart © 2007

  O König der Völker, den sie alle ersehnen ... Komm!
 

Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos... ¡ven!

O King of the nations, awaited by the peoples...come!

O König der Völker, den sie alle ersehnen ... Komm!

Foto: StockXchange © 2007

 

Nueve días antes de Navidad, en la liturgia de la tarde, se reza el Magníficat introducido -en cada una de las vísperas- por una de las venerables antífonas Oh! La Iglesia vibra con ellas desde los siglos VII-VIII y son un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad. Cada atardecer, vuelve la mirada al Redentor y lo saluda con estas aclamaciones esplendorosas: Oh Sabiduría… Oh Adonai, Pastor… Oh renuevo del tronco de Jesé… Oh llave de David y cetro… Oh sol de lo alto… Oh Rey de las naciones… Oh Emmanuel.

Esas antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta desde el día 17 hasta el 23 de diciembre. Todas comienzan con la exclamación «O» (en latín), «Oh» (en otras lenguas), seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la plenitud del Nuevo, porque se encarnan en el Hijo de Dios hecho hombre. Terminan siempre con una súplica urgente: ¡ven! Ven y muéstranos el camino, ven a librarnos, ven a iluminar, ven a salvarnos, no tardes más, Señor, Dios nuestro. Recuerdan las ansias con que era esperado por todos los pueblos, y manifiestan el sentimiento con que todos los años, de nuevo, la Iglesia espera el Nacimiento del Salvador.

El P. Kentenich no dejaba pasar oportunidad para explicitar esa riqueza bíblica y litúrgica, tal como luego, el Concilio Vaticano II, lo pediría con vigor. Con todo, el hijo fiel a su padre fundador, nuestro Mario Hiriart del sur de América, se adelantó a esto aun siendo tan joven. Supo, por fina intuición espiritual, hacer converger lo mariano, lo litúrgico y lo laical de la cultura. Así, resulta muy hermosa la resonancia que él hace de esas perennes antífonas de la Iglesia.

En las tardes tropicales de Santa María, en Brasil, Mario cantaba con su comunidad de Hermanos de María de Schoenstatt estas alabanzas. Parecen oírse todavía los comentarios por lo bajo que le hacía a su Madrecita: "Cada punto de estos daría no sólo para una meditación, sino para meditarlos una semana entera. ¿Te recuerdas, Madrecita mía, que esto penetró muy profundamente en mi alma, cuando lo oí?"

Y antes de cada anochecer, repetían juntos:

Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo…

Aunque Mario prolongaba la antífona para sus adentros: "¡Qué sabiduría tan distinta a la que el mundo enseña, qué esperanza tan diferente! Dices: bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos y humildes, los pacíficos, los que sufren persecución por la justicia... Este es tu llamado, Cristo: ‘vende todo y dalo a los pobres, y ven, y sígueme’. Todo lo que forma parte de la vida terrena del hombre hay que abrirlo hacia el cielo, empezando por mi corazón… abrirlo como un cáliz hacia el cielo, así la vida junto a ti será nuestra gran fuente de alegría."

Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel…

Y él meditaba aún: "Cristo como Maestro nos trae la palabra y sabiduría de Dios, que guían a la inteligencia; como Pastor nos trae la voluntad divina, que guía a nuestra voluntad; como Sacerdote nos entrega el amor divino, expresado en su propio sacrificio que une de nuevo nuestra vida con el corazón de Dios."

Oh renuevo del tronco de Jesé…

El hermano cada vez más débil en su cuerpo, no renunciaba a la poderosa fuerza de la vida nueva en el Señor Jesús: "Creo que mi unión al Padre y al Espíritu de Amor es escasamente un débil germen en mí, una semilla cuyo brote aún no emerge del suelo... ¡Madrecita, haz tú que, por la incorporación en el Cristo vivo, se desarrolle mucho más ese amor de totalidad, de adentrarse hasta lo íntimo y lo más hondo del amor trinitario! Es fácil hablar de renovar el mundo, de ‘restaurarlo en Cristo’ ¿y en la práctica? A esto se refiere aquello que entiendo por ‘sabiduría de vida’: saber palpar, en nuestra vida diaria, la intervención multiforme de Dios... y allí siempre seremos llamados a colaborar con Él para despertar una gran generosidad e idealismo, y ser capaces de arriesgarlo todo en esa misión."

Oh llave de David y cetro…

El que palpaba en cada santuario el lugar de encuentro del cielo con la tierra, anhelaba entrar en lo más profundo de las cosas humanas y en lo más sublime de las cosas divinas: "El claro reconocimiento del propio yo y del tú ajeno es la base para un entendimiento comunitario. Cuando yo sé que soy aceptado como un tú por aquella persona con la cual busco una aproximación en amor, tengo la llave maestra para entrar en su corazón... Y, al mismo tiempo, señala la apertura que da el amor, porque vemos que ese tú ama a otros seres, seguimos la dirección de su mirada y amamos también a quienes nuestro tú ama... Así nace el verdadero amor comunitario."

Oh sol que naces de lo alto, resplandor…

Desde semanas antes, Mario comenzaba a prepararse para la fiesta de Navidad, cantando villancicos: "Creo que para mí no hay un instante más hermoso y amable en la historia humana que aquel en que diste a luz a tu Hijo. ¡Dios hecho niño, en una cunita de paja, cuidado por una vaca y un burrito! La escena en que la Divinidad se une enteramente a lo más débil y más pequeño, el momento en que la gracia se apodera de todo el ser humano, también de aquel que aún no sabe ni puede valerse por sí mismo, el niño recién nacido. Momento en que Dios se pone por entero en las manos de los hombres, podías hacer con él lo que querías, tenías que cuidarlo, alimentarlo, asearlo. Ya no sólo transparentas a tu Hijo, te desprendes de él para mostrarlo a los hombres. Tu acto de dar a luz es el ansia inmensa de derramar la felicidad perfecta que es la vida con Dios sobre toda la creación y para todo el mundo, porque todo tiene nostalgia de ser feliz."

Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos…

Rey pobre, muy pobre y despojado, acotaría nuestro hermano Mario, que de eso también sabía: "Pobreza no sólo espiritual, sino también material. Pobres en Nazaret. Parecía más razonable permanecer aquí, para preparar un lugar adecuado al Niño que ya estaba por nacer. Siquiera había casa propia, donde habría alguna comodidad para ti y tu hijito. Pero en Belén, como peregrinos, no tenían sino lo que llevaban encima. Rechazados por los posaderos, y seguramente hasta por los propios parientes. No hay médicos, no hay parteras, ni parientes, ni amigos. Dar a luz al Niño Dios en un humilde establo, junto a los animales... Es la pobreza absoluta: tu única riqueza es Dios mismo. Eras como un cáliz puro con el mayor tesoro que podías poseer, tu Niño."

Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro…

El que estaba seguro que en ninguna parte viviría tan unido a Dios como en Belén, porque allí los dos tenían nido en el corazón de la Madre, esperaba ese instante como el más apacible y lleno de bondad, que se pudiera desear: "En el pobre establo de Belén, el cielo baja a la tierra, la gracia viene a llenar y elevar la naturaleza, y todo el orbe gira en torno al pequeño Niño que acaba de nacer. En Navidad y en Belén, el Hijo Trinitario se hace hombre. Se pone a merced de los hombres como cualquier otra creatura, débil y desamparado, tanto que cualquiera podría matarlo estrechándolo en sus manos. Al mismo tiempo, está allí el misterio infinito del amor divino que busca a los hombres para elevarlos, hacerlos libres del pecado y hacerlos participar de la vida divina: misterio tan incomprensible como el que Dios se encarne en el cuerpecito de un niño y se deje a la voluntad de sus propias creaturas."

Así, estas breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, las bellísimas antífonas Oh!, condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre le hace exclamar ¡Oh!:

  • O Sapientia = sabiduría, Palabra
  • O Adonai = Señor poderoso
  • O Radix = raíz, renuevo de Jesé (padre de David)
  • O Clavis = llave de David, que abre y cierra
  • O Oriens = oriente, sol, luz
  • O Rex = rey de paz
  • O Emmanuel = Dios-con-nosotros

Maestro y estudioso de la liturgia, el español José Aldazábal, nos enseñó el gusto por celebrar la vida de Dios en nosotros. Él nos orienta ahora a leer en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O». Ellas forman el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana». Un buen patrólogo precisa que la expresión afirma una total certeza: «seré, sin dudar, mañana» o «estaré indudablemente contigo mañana», conocimiento que Mateo deja escrito en el evangelio como «sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Aparece como la respuesta del Mesías a la ferviente súplica «Ven pronto, ven, no tardes».

Y nuestro Mario, el de la espera de Adviento, se hace eco de tal respuesta sabiendo que "todo el orbe gira en torno a la venida del Niño Dios" porque "ninguna escena contemplada en esta tierra puede ser más real que la del pesebre de Belén". "Llegaste a la medianoche…" sí, pero "para darnos una nueva y más verdadera Navidad". Por eso "quiero yo también esperarte con ansias cada día, para que vivas en mí… Oh Tesoro que viniste del cielo, Jesús Niño que te me aproximas."

 

 

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Last Update: 18.12.2007