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 published: 2005-04-01

Viernes Santo: silencio y dolor al pie de la cruz

Por las calles de Roma – Viernes Santo y Pascua de 2005

En el corazón de la Iglesia

In the Heart of the church

Im Herzen der Kirche

Foto: Archiv

 

ROMA, Simon Donnelly. Hoy día es Lunes de Pascua, conocido por los italianos como pasquetta, la "pequeña Pascua" que le sigue a la gran Pascua de Resurrección del Señor, vivida ayer, en la que - por medio de su pasión y muerte – Cristo dispersó del mundo toda tiniebla dando paso a la luz eterna. Un soplo primaveral saludó nuestro despertar esta mañana, levemente teñida de gris, en la que por lo visto todos los pájaros al norte del Ecuador se congregaron a parlotear sobre las bondades primaverales justo a la vera de mi ventana. Una suave llovizna primaveral nos envuelve de a ratos, (que por la tarde nos sorprende con un desorbitante aluvión primaveral de granizo)

Reina hoy en Roma una gran quietud (a no ser por esos pájaros alborotados con tanta necesidad de cantar). Hay tiempo como para reflexionar sobre la secuencia de acontecimientos sobrecogedores vividos aquí a lo largo de estos tres últimos días, tal como habrán hecho los discípulos los días posteriores a la Pascua y Resurrección del Señor. Necesitamos hacernos tiempo simplemente para ser (y no hacer). La mayoría de los seminaristas ha partido de viaje por unos días, antes de la avalancha de estudios filosóficos y teológicos que comienza el próximo lunes, y culmina con el momento crucial de los exámenes finales en el mes de junio.

Mis recuerdos de los Viernes Santos vividos en Ciudad del Cabo están ligados a los tradicionales bollos de pasas decorados con una cruz, y a una lenta y serena mañana transcurrida en casa. De los que pasé en Johannesburgo, recuerdo las Estaciones del Vía Crucis del Padre Kentenich, bajo la arboleda cercana al Santuario Aurum Patris en Bedfordview. Pero este año, en Roma, la experiencia fue distinta...

"Esta es mi Iglesia, la Iglesia, los amigos del hijo del carpintero…"

Vale la pena visitar San Pedro y observar el amplio operativo encabezado por el Vaticano, por sus múltiples fundamentos espirituales, y para desterrar forzosamente, de una vez para siempre, la idea estereotipada de que Italia es sinónimo de caos. El Vaticano – con una cultura aparentemente muy similar a la italiana (y de hecho lo es) – es capaz de montar e implementar las ceremonias más increíblemente complejas, ejecutadas y celebradas con precisión y dignidad, con esmero y santidad. Una sonrisa de felicidad se dibujó en mi rostro al tomar conciencia una vez más: ¡he aquí! ¡Esta es nuestra fe! Esta es MI Iglesia, LA Iglesia, los amigos del hijo del carpintero de Galilea, los seguidores suyos y de los pescadores de Galilea.

Una mañana en San Pedro

En medio de la explicación sobre la secuencia de los diversos momentos, de pronto nos dieron la orden de ponernos de pie, y sobrevino un silencio absoluto: filas y más filas de clérigos y prelados comenzaron a desfilar frente a nosotros en dirección a la nave central de la Iglesia, en medio de cantos. ¡Obviamente nuestra liturgia se había visto interrumpida por otro evento litúrgico (previsto)! Vimos encenderse los cirios en uno de los balcones superiores que sobresalen desde lo alto de los muros interiores. Emergió un prelado con un puñado de acólitos, portando una prominente cruz dorada. Nos pusimos de rodillas, al igual que la procesión, para venerar, en un instante de silencio, reliquias de la Cruz verdadera que se conservan en San Pedro. Nos unimos espiritualmente con estos fragmentos, íconos de la cruz de Cristo, y a continuación – tan raudamente como comenzara – los prelados se retiraron silenciosamente en procesión, y nosotros seguimos adelante con nuestro ensayo general. Cada uno de los 12 apóstoles que representábamos tuvo determinadas tareas en la liturgia de la Pasión.

La Iglesia universal congregada en la tumba del Apóstol

Esa tarde, llegamos a San Pedro vistiendo nuestras sotanas moradas (¡de un tono un tanto chillón!) sobre las cuales debíamos colocarnos la cotta blanca que llevan los sacerdotes y diáconos cuando asisten una celebración litúrgica en la Basílica. Para las celebraciones mayores, se amplía la sacristía, incorporando el rincón que hay detrás del vidrio que protege el frente de la Pietá de Miguel Ángel. De modo que durante unos 20 minutos antes de comenzar la Pasión, estuvimos parados justo a los pies de la Pietá, contemplando el cuerpo sin vida del Señor en brazos de su madre. Me permitió un momento de reflexión muy personal, antes de participar en la Pasión misma que llevaría a la crucifixión del Señor. Es impresionante lo real que es la estatua de Miguel Ángel: la madonna sostiene a su Hijo muerto, con su corazón traspasado por la espada del dolor.

El Cardenal Stafford, el celebrante, nos dirigió un saludo a los acólitos y miembros del coro, pronunció unas pocas palabras enfocando la Pasión como eje central de nuestros corazones y nuestro pensamiento: reflejo del pecado – nuestro y del mundo – y finalmente llegó nuestro momento. Ingresamos en procesión: la Basílica de San Pedro estaba REPLETA, miles de personas en total y absoluto silencio, jóvenes y adultos juntos, italianos y extranjeros juntos, la Iglesia universal congregada en la tumba del Apóstol. Detrás del altar papal, cerca del vitral del Espíritu Santo (donde el Arzobispo Robert Zollitsch celebró la Santa Misa para los peregrinos schoenstattianos en la helada mañana de invierno del 8 de diciembre de 2003, día en que fuera colocada la piedra fundamental del nuevo Santuario de Roma).

‘Vuelve junto a nosotros, Santo Padre, la Pascua no es la misma sin vos"

Tuve oportunidad de unirme en grado ínfimo al sufrimiento del Salvador: permanecimos de pie durante la narración cantada de la Pasión del Evangelio de San Juan, en latín, que duró media hora, una verdadera tortura física para mí y todos nosotros. Reapareció una vieja herida en el hombro, como consecuencia de las extrañas posturas musculares que asume un acólito, de manos juntas mientras permanece parado durante tanto tiempo. Me preguntaba si lograría cargar el cirio, que era mi siguiente función litúrgica.

Un prolongado y emotivo sermón a cargo del predicador de la Casa Pontificia, el Padre Raniero Cantalamessa, franciscano, siguió al relato de la Pasión. Finalizó diciendo: "Vuelve junto a nosotros, Santo Padre, la Pascua no es la misma sin vos". En silencio, derramamos algunas lágrimas por nuestro querido Papa, que sabíamos nos estaba viendo a través de una conexión de video desde sus habitaciones.

Preces en diversas lenguas universales

Luego vinieron las cuantiosas y sentidas preces por la Iglesia y el mundo, como es habitual en un despliegue de lenguas universales: italiano, inglés, polaco, ruso, alemán, portugués, filipino, swahili, árabe, español. Durante las mismas, recorrimos la larga distancia que separa el altar papal del altar del Santísimo Sacramento, para recoger nuestros gigantescos cirios que acompañarían a uno de nuestros diáconos en el ingreso de la cruz para su veneración. Permanentemente hay uno de los tres o más ceremonieri parado codo a codo junto a uno, a fin de asegurarse de que nada salga mal. Son extremadamente profesionales.

A continuación sostuvimos nuestros cirios, de pie junto al Cardenal Stafford (que en circunstancias normales habría sido el Santo Padre, Juan Pablo II, sufriendo en carne propia su agonía, a escasos 200 metros de nosotros, en sus recintos pontificios). Esos candeleros son pesadísimos. Tres veces el Cardenal entonó: "He aquí el madero de la cruz, del que pendió el Salvador del mundo", a lo que nosotros respondimos: "Venid, adorémosle". Por fin pudimos colocar nuestros cirios sobre el altar papal, desprovisto de sus habituales ornamentos sagrados.

Cantamos, rezamos y recibimos la comunión, tras lo cual sigilosamente abandonamos la Basílica, sumergiéndonos en el atardecer primaveral, llenos de tristeza, pero también con la esperanza firme y el gozo ante lo que sabemos ha de acontecer al tercer día.

Traducción: mca, Argentina



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