9 - Obediencia: el precedente del pensar orgánico
El último artículo trata del concepto
de obediencia del Padre Kentenich: la obediencia como un estilo de trato de las
personas que son conscientes de su dignidad y que "transparentan" a Dios en su
trato con los demás.
Un caso especial de este "hacer transparente" la relación entre los
hombres es el vínculo entre jefes y subordinados, entre los guías
y los que son guiados, lo cual encierra también la actitud de la
"obediencia ciega".
La pregunta que plantea el visitador -y no sólo él- es: żes digna
del hombre esta obediencia ciega?
En su respuesta, el Padre Kentenich aborda este tema.
En algunos carteles de propaganda en los trenes, se encuentra frecuentemente este aforismo: quien pisa en las huellas de otro,
no deja pisadas propias
Con otras palabras: las personas que se tienen una
cierta estima no pisan en las huellas de los otros, sino que van por sus propios
caminos.
Recordemos el campeonato mundial de fútbol que no hace tanto tiempo que
terminó. Los entrenadores determinan la estrategia, deciden la
alineación del equipo. Los jugadores tienen que entrar en la cancha
rápidamente muchas veces durante el partido.
Alguien que entiende de la materia no dirá que por esto los jugadores son
personas dependientes. Para que un equipo triunfe necesita que alguien conduzca
las fuerzas hacia una sinergia, poniéndolas al servicio de un objetivo
determinado.
Para un equipo que quiere alcanzar más que un promedio general la
obediencia en este sentido amplio es algo obvio.
En el último artículo se profundizó en algunos conceptos
fundamentales que habría que intercalar aquí nuevamente:
Se habló de la "verdad clave" que dice que cada hombre recibe su dignidad
de parte de Dios y no de parte de personas que ocupan el rol de "superiores".
Frente a Dios, tanto los dirigentes como los dirigidos, se hallan en la misma
dependencia: son instrumentos en su mano y deben responder ante Él.
De acuerdo a ello, para el Padre Kentenich, la autoridad tiene una cualidad
específica: Dios traspasa al hombre algo de sus características:
su bondad, su fuerza, su sabiduría. Por su parte, cada uno tiene que
trabajar en sí mismo para hacerle experimentable el estilo de trato de
Dios a las personas por las cuales tiene responsabilidad:
Dios hace todo por amor, Él actúa por amor -también cuando
interviene con severidad- y quiere desarrollar la fuerza del amor en las
personas. De manera similar, cada autoridad humana debe tener respeto "ante
cada persona, ante cada destino humano y ante cada manera de ser de las
personas".
Ciertamente, el Padre Kentenich también advierte que la autoridad humana
debe reflejar al mismo tiempo la grandeza de Dios, debe despertar respeto.
"Donde el amor no impulsa hacia el ideal", donde la persona en particular
o la comunidad pierden la alegría en lo que es lo mejor en cada
situación, la autoridad debe representar también finalmente la
justicia de Dios, dado el caso, debe también ser severa.
Pero esto no es tan problemático cuando la autoridad humana es razonable
y utiliza calificadamente su poder.
El "escollo"
se origina cuando la autoridad correspondiente procede
de manera incomprensible, quizás incluso irrazonable, allí donde
los sentimientos naturales se erizan y el propio entendimento quisiera seguir
otros caminos.
En este caso será eficaz lo que los ascetas llaman la obediencia
ciega.
El Padre Kentenich habla también de la obediencia perfecta, para liberar
a la palabra "ciega" del aura de lo negativo. Al hablar de obediencia ciega, con
la palabra "ciega" no se hace alusión al sentido corriente de esta
palabra. Al contrario, se trata de hacer transparente consecuentemente a
la autoridad humana del Dios que está obrando en ella.
Este "hacer transparente" se traduce ya en la predisposición positiva que
reconoce que normalmente, la autoridad legítima cuenta con el apoyo
correspondiente del Espíritu Santo.
Precisamente esto no significa que haya que dejar de lado entonces la
corresponsabilidad - también a través de ella el Espíritu
Santo puede querer regalar su apoyo. La propia dignidad reclama que cada uno en
particular también contribuya pensando y, dado el caso, le llame la
atención a la autoridad cuando se considera que una decisión no es
tan conveniente o incluso, es totalmente errada.
La fuerza y la madurez de la personalidad se demuestra en que esto no se le diga
a todas las personas posibles sino a la autoridad correspondiente, a ésta
hay que decirle todo abiertamente, a las otras personas no.
Cuando la autoridad en cuestión no considera la objeción
planteada, el "hacer transparente" consiste en "apagar" la luz de la manera
natural propia de ver las cosas, y esto basados en la conciencia: no tengo que
responder ante Dios y ante mi conciencia por las consecuencias posibles (de tal
decisión), sino que la autoridad -en tanto autoridad legítima es-
asume esta responsabilidad.
"Y sin amargura, y sin que se turben las relaciones mutuas, él
continúa su camino. Esto no le impide que si, más adelante,
él debe resolver en el mismo asunto por cuenta propia, resuelva y trate
el caso como le parece que Dios lo considera correcto."
El punto crítico en este proceso es "apagar" el entendimiento natural, es
la disponibilidad de aceptar la competencia que tiene el otro para decidir
aún cuando a uno le parece mejor otra forma de actuar.
Y żla responsabilidad propia?
żNo se está sobrecargando la competencia de una
autoridad religiosa y se está menospreciando la de aquellos que deben
obedecer?
El Padre Kentenich aborda estas cuestiones a partir de la totalidad de la fe en
la Providencia. La fe en la divina Providencia, tal como se la practica en
Schönstatt, sostiene firmemente y con consecuencia, que Dios siempre
está "todo" allí presente, que la conducción nunca se le
escapa de las manos, que Dios en ningún caso pierde el interés por
los pequeños acontecimientos. En resumen: este Dios cuida de lo
más pequeño y de lo más grande.
Pero entonces, żcómo se puede explicar que Dios permita una y otra vez
que personas a quienes Él les da parte en su autoridad cometan faltas?
Cuán fácilmente podría Él impedir males mediante
intervenciones a tiempo. Quien deja obrar en sí la historia de la Iglesia
puede plantearle a Dios una cantidad de preguntas en esta dirección.
La respuesta -en tanto es posible darla a semejante misterio- radica en el
respeto ilimitado de Dios ante la competencia propia del hombre: Dios permite
que la autoridad transite caminos enredados antes que, cuando ésta cometa
faltas, intervenir impidiendo la libertad de la causa segunda. A menudo espera
largo tiempo antes de intervenir mediante otras disposiciones.
Dios quiere obrar por medio de causas segundas libres que tienen capacidades y
debilidades.
Si Dios se permite tomar en serio la competencia de sus instrumentos aun
tratándose de decisiones erradas por parte de los mismos, y
después muestra que puede "escribir derecho sobre renglones torcidos",
entonces la obediencia ciega aparece en otra luz: ésta no es una
debilidad, sino una fuerza: soportar la autoridad del otro y tenerla en estima
aun cuando personalmente se procedería de otra forma.
El equilibrio en el concepto de obediencia del Padre Kentenich se demuestra en
el hecho de que él agrega: la persona en particular que ve la
situación de otra manera a como la ve la autoridad no precisa cambiar su
opinión teniendo un mejor conocimiento en la materia. Y si llega a ser
ella misma más tarde la autoridad podrá decidir entonces como le
parezca más conveniente.
Aquí resultan ambas cosas: se toma en serio la dignidad de cada persona
en particular pero también se toma en serio la estima debida a la
autoridad, que el mismo Dios le tiene. Al mismo tiempo, este estilo de
obediencia es una protección contra una apreciación
errónea. "A veces puede suceder realmente que la autoridad tenga
razón y que yo me esté equivocando", dijo hace poco una escritora
en un foro de la "Jornada de los católicos".
En cierto sentido, escribe el Padre Kentenich en la "Epístola", la
obediencia católica es siempre ciega. Puesto que "ciega" alude
precisamente a este proceso de "hacer transparente", el cual despliega toda su
fuerza justamente cuando la claridad humana ha agotado todas sus
posibilidades.
El auténtico precedente
del vivir orgánico es esta obediencia ciega.
Quien vive de la actitud: obedezco en tanto yo pueda respaldar esa
decisión, por ej. ante la autoridad legítima de la Iglesia,
permanecerá -en realidad- sólo en el plano naturalista-natural y
no practica el "hacer transparente" en plenitud, el sentido de la fe.
Gabriel Marcel escribe refiriéndose a la estima ante la dignidad humana:
cuán auténticamente una persona estima la dignidad de los otros -
también la de personas venerables, grandes- se comprueba con mayor
seguridad en la manera como ésta se comporta ante los más
débiles de la sociedad: los niños, los ancianos y los pobres.
Quien estima a estas personas no lo hace a base de cualidades naturales. Ve en
ellas lo santo, al santo, que resplandece aun en las personas más
indefensas. Por eso dice Marcel: cuando una persona estima a tales personas en
su desamparo y debilidad extremos, también tratará con dignidad a
personas venerables no por cualidades exteriores.
Algo similar sucede con la obediencia: la seriedad y la grandeza de la
obediencia católica se muestra cuando humanamente visto, se toca el
límite. Precisamente en este punto puede irrumpir lo divino, otra
fuerza.
Desde este punto de vista, cita el Padre Kentenich en su respuesta a San
Francisco de Sales, que apoyándose en Prov 21,28 escribe: "El
verdaderamente obediente permanece vencedor en todas las dificultades por las
que lo conduce la obediencia."
Lo que el Padre Kentenich ha escrito en 1949, lo ha vivido enseguida, en lo
años de exilio que le siguieron. El ha aprobado la prueba de la
"obediencia ciega" y mostrado que con ella la personalidad no se debilita sino
que se fortalece porque se hace más santa.
Esto es fe en la divina Providencia hasta las últimas consecuencias:
cuando el camino que transito es querido por Dios, entonces Dios muestra
también las posibilidades para realizar la misión sin proceder
ilegalmente contra la autoridad eclesiástica. Y Dios ha mostrado caminos,
de tal forma que su grandeza y poder resplandecen de manera impactante. No por
nada hablamos del regreso del Padre Kentenich del exilio el 24 de diciembre de
1965 como un "milagro de la Nochebuena".
En una universidad alemana, varios schoenstattianos estudiaron teología.
El profesor de historia de la Iglesia dejó entrever en las clases que
tenía sus reparos contra los schoenstattianos y sus conceptos.
En conexión con el paso dado por Lutero al salir de la Iglesia
católica, dijo este profesor en una clase: "Lutero quería renovar
a la Iglesia y adoptó una posición contraria frente a ella. En
algún momento le negó la obediencia. Yo conozco a un hombre que en
una situación similar permaneció inquebrantablemente obediente y
finalmente fue aceptado por la Iglesia. Un tal camino sobrepasa la grandeza
humana - ahí tiene que estar Dios detrás. Hablo del Fundador del
Movimiento de Schönstatt, el Padre Kentenich."
Algunos años más tarde se dio otra vez un encuentro con este
profesor. Él dijo espontáneamente: "Ud. conoce mi postura frente a
Schönstatt. Pero la obediencia del Padre Kentenich me rinde. ˇLo que
hubieran podido hacer Lutero y otros grandes por la Iglesia si hubieran seguido
por este camino!"
Para el Padre Kentenich la obediencia era fe en la divina Providencia tomada en
serio. Él no la practicó por debilidad sino por
responsabilidad.
En 1957 describe su evaluación del largo tiempo de prueba que la Iglesia
le impuso:
"El profeta se manifiesta en oposición a lo establecido. En esto
radica el verdadero motivo de su entrada en escena. (...) El puede renovar a la
Iglesia pero también la puede dividir. La oposición puede
convertirse en contradicción (...) La oposición se
convertirá en contradicción si se separa y aisla del contexto en
el que se encuentran los términos opuestos. (...) Si el profeta separa
una verdad y la absolutiza se convertirá en hereje, que no puede renovar
a la Iglesia sino dividirla. El hereje no es otra cosa que un profeta
malogrado.
Pero si la oposición no se convierte en contradicción será
fecunda: la Iglesia la aceptará. (...) Precisamente porque ama a la
Iglesia, el profeta verdadero, no se aparta de ella ni se desvía
renegando de su misión."
La obediencia - soportar la contradicción, no abandonar, dejar
actuar a Dios. Esta fue la actitud fundamental del Padre Kentenich en el
exilio.
Sólo quien está "adentro" puede renovar a la Iglesia desde
adentro, quien también sabe soportar las debilidades humanas y en toda
situación ama a su Iglesia, como la Iglesia de Dios, en la que Dios
triunfa por sobre todas las cosas humanas.
żNo podría ser precisamente el concepto de obediencia del Padre Kentenich
un camino para abordar de manera constructiva muchas preguntas que se plantean
hoy en torno a la autoridad eclesiástica? żNo nos ha sido encomendado a
nosotros, schoenstattianos, vivir esta actitud día tras día como
"pequeños profetas"?
(Schw. M. Nurit Stosiek)