Schönstatt-Bewegung
31. Mai 1949 - 31. Mai 1999
50. Jubiläum des Dritten Meilensteines der Geschichte Schönstatts
Serie: der Schritt über die Schwelle



El paso por el umbral...

8 - La obediencia: ¿expresión de debilidad o de fuerza?

Como ya es sabido, la visitación se concentró fuertemente en torno al Instituto Secular de las Hermanas de María -los demás Institutos se hallaban recién en sus comienzos-. Las Hermanas eran la comunidad de techo y de mesa con más antigüedad, en la que se podían observar de manera más clara los procesos vitales de Schönstatt.
Por eso, el Padre Kentenich en su contestación se remite a esta comunidad para demostrar: los hechos son una respuesta suficiente: sería difícil imaginarse que personas "inseguras y carentes de independencia" hubieran alcanzado lo que ahora estaba a la vista: "Nuestras Hermanas en el extranjero han salido adelante ejemplarmente, en medio de las más grandes dificultades durante 16 años, de manera independiente, sin ayuda de otros. Tienen la fama de haber sabido tratar magníficamente con las más altas autoridades estatales y eclesiales y han edificado un mundo nuevo". En los años de guerra y persecución han arriesgado cosas que hombres valientes no arriesgaron, han "guiado, bajo peligro de muerte, a todo el Movimiento durante el tiempo difícil".
Tanto dentro como fuera del país, han dirigido la propia comunidad de manera independiente. Esto está dicho en un tiempo en el que tal cosa no era en absoluto algo sobreentendido dentro de la Iglesia católica.
El Padre Kentenich admite que, naturalmente, en una comunidad tan grande, no todos los miembros están marcados en la misma medida por este tipo. No se trata de casos particulares, se trata mucho más del "tipo que está vivo actualmente".
El Padre Kentenich expresa claramente: en el concepto de obediencia del "Informe" (del Visitador) y de Schönstatt, se hallan contradicciones "tales como el sí y el no. Aquí se encuentran dos mundos que -aun siendo ambos católicos- psicológicamente no tienen ningún punto de contacto.
El Fundador de Schönstatt no se detiene en justificaciones sino que desarrolla su visión cristiana católica de la obediencia. Un aspecto esencial de la misma: la obediencia es un camino para los

hombres que quieren hacer algo más de su personalidad.

Pertenece a nuestro ser humano -en cuanto vive a partir de impulsos naturales- una tendencia fuerte a limitarse al propio yo. El amor como fuerza originaria del desarrollo de la personalidad es, en su estadio inicial, naturalista y esto significa entre otras cosas: estrecho. Pues por naturaleza, los instintos abarcan un radio limitado y se precipitan hacia aquello que satisfaga rápidamente sus necesidades y evitan lo que es desagradable para la naturaleza.
En este estadio, que puede repetirse una y otra vez, el yo "se vivencia más como una válvula de obstrucción que como un principio realmente creador" (G. Marcel).
El desarrollo de la personalidad radica en quebrantar una y otra vez esta cerrazón en el propio yo -en planes, opiniones y expectativas preconcebidas- y abrirse a lo que nos sale al encuentro: al momento, a las personas, a las verdades, a las tareas.
Al mismo tiempo se debe evitar el otro extremo: que alguien se deje guiar tanto por lo exterior que pierda el sostén interior del propio centro personal.
La obediencia correctamente ejercida promueve una apertura equilibrada que, al mismo tiempo, conserva a la personalidad en su unicidad. Este es el concepto del Padre Kentenich.
Esta obediencia se basa en la unicidad de la personalidad: el Fundador alude a la "relación inmediata a Dios" de cada hombre. En otra parte dice al respecto: cada uno es una ocupación predilecta de Dios y debe hacer de Dios su ocupación predilecta.
Esta verdad le otorga a cada uno "una dignidad personal inviolable, sin arrancarlo, sin embargo, de la comunidad que se da naturalmente o que se elige libremente y que es querida por Dios". Así dice el Padre Kentenich en "La Santificación de la Vida Diaria".
El sentimiento propio de la dignidad personal abre para los valores ajenos y para las exigencias de la realidad. La obediencia puede mantener constantemente abierta a la personalidad durante este proceso.
El Padre Kentenich lo aplica a tres relaciones que son fundamentales para nosotros los hombres: la relación de cada uno consigo mismo, con Dios y con los demás, en las circunstancias del propio ámbito vital.
En cuanto a la relación consigo mismo, la obediencia preserva del "entumecimiento y la terquedad". Ya se ha aludido a esto: es humano absolutizarse bajo el pretexto de la individualidad. El Padre Kentenich habla del "peligro del entumecimiento, la terquedad y la extravagancia". Menciona el clisé del solterón o la solterona. Con eso describe al tipo de persona que con los años cultiva sus manías y se construye un mundo que le calce a él. Cuando la realidad sea distinta, la desconocerá o la despreciará. Hay etapas en la vida en las que nos inclinamos más fuertemente a afirmar determinadas particularidades y conceptos. Esto dificulta el contacto con los demás y así limita al propio desarrollo: las otras maneras de ser y puntos de vista son considerados más como una amenaza que como un enriquecimiento.
Frente a esto, el Padre Kentenich observa: "La obediencia perfecta conserva a la personalidad abierta y receptiva para Dios, sus deseos y su Voluntad, desposa la voluntad humana con la divina y con ello se le concede tomar parte no solamente en su fuerza y firmeza sino también en su movilidad, capacidad de adaptación, bondad y fidelidad".
Otro rasgo fundamental es la relación personal con Dios. Nosotros los hombres estamos más marcados por la propia religiosidad de lo que nos damos cuenta. También aquí se encuentra un escollo que el Fundador de Schönstatt describe así: "La vida interior -con el esfuerzo por el recogimiento permanente y el profundo arrobamiento en el santuario interior del alma habitada por la Trinidad-, corre el peligro constante del autoengaño, de la autoilusión y del buscarse a sí mismo".
Puede originarse algo así como una "porfía espiritual": uno se ensueña en su ser agraciado, pero en realidad no está buscando a Dios sino a sí mismo. Tal religiosidad no es un servicio a la vida, al contrario: puede convertirse en una escapatoria allí donde se debería dominar la vida. En este punto, el Padre Kentenich se remite a los grandes maestros de la vida espiritual, sobre todo a San Ignacio: la fuerza de la gracia se muestra en realizar la voluntad de Dios. La obediencia es la

disponibilidad espiritual permanente

a realizar la voluntad de Dios aun cuando suponga una vida seca e incómoda.
Un tercer rasgo fundamental de nuestro ser humano es la relación con nuestros semejantes, con las tareas que nos solicitan. El encuentro entre los hombres nunca es totalmente desprendido. Pero lo que es cierto es que hay una gran diferencia entre el interés auténtico por los demás y un volverse a los otros más bien movido por el interés propio que espera reconocimiento, confirmación o sostén por parte de los demás. Gabriel Marcel dice que esa forma de regalarse centrada en el yo, ve a los otros más como un "ello" que como un "tú". Recién cuando se logra abrir a la grandeza ajena, a la demanda que el otro me dirige mediante su manera original de ser, por su misterio de Dios, por aquello que necesita, recién ahí se puede hablar del regalarse a un "tú". Este volverse es obediencia, un escuchar al otro y obedecer al reclamo.
Aquí damos con el fundamento del que hablábamos al comienzo: la "relación inmediata con Dios". Para Dios, cada hombre tiene un valor imperdible. De allí surge en el trato humano un clima único,

un estilo de trato entre los hombres

que se ven mutuamente en su grandeza sin fin, en tanto lo permite su visión natural: como ocupación predilecta de Dios. "La gran ley del hacer transparente ... nos marca tan fuertemente que ... sólo a partir de ella se nos comprende. Quien no tiene un sentido para ello, no hallará un puente hacia nosotros", escribe el Fundador de Schönstatt en su respuesta al "Informe".
Ver a través de lo inmediato humano a Dios, que mediante hombres concretos, me quiere tocar, atraer hacia sí, educar y conducir -esto promueve en el trato mutuo una actitud básica que se designa como el "amor de obediencia", la inclinación de ir tras del otro.
Esta forma de obediencia tiene una larga tradición. Ya San Benito exhorta a sus monjes a que se obedezcan mutuamente.
Básicamente todo amor -matrimonial, de amistad, parental- impulsa a este escucharse mutuo, a este respeto, a este sentimiento de tacto del amor. El Padre Kentenich describe esta actitud del alma como una "atención permanente e interior del entendimiento, flexibilidad del sentimiento y de la voluntad y un alto desinterés" en el trato mutuo.
Él mismo lo ha vivido en la manera como accedía a los deseos de los otros, cuán a menudo cambiaba su plan del día porque Dios le enviaba personas en su camino que lo necesitaban. Él ha hecho de esta obediencia un principio de su actuar en Schönstatt: ya en 1912 le dice a los alumnos: crearemos esta organización, no lo haré sin ustedes.
La obediencia, un clima del trato mutuo que puede surgir sólo entre hombre fuertes. Entre hombres que son fuertes a partir de esta conciencia: soy valioso a los ojos de mi Dios, y los demás lo son también.
Este proceso de "hacer transparente" es especialmente "peliagudo" al tratarse de personas que tienen una relación de autoridad-(súbdito) ante otras: la una puede darle indicaciones a la otra, y esta debe aceptarlas aun cuando su opinión sea distinta. ¿Es compatible entonces, la obediencia con la dignidad y la independencia de la personalidad? En el próximo artículo nos ocuparemos con esta pregunta.
Para terminar, una vivencia: sucedió hace unos meses, en una jornada para directivos. Un sacerdote participante tuvo que volver antes de la conclusión de la jornada. Por una equivocación faltaba un sacerdote en un día de peregrinación y le pidieron a éste que lo reemplazara. Él se hubiera quedado hasta el final de la jornada, pero no quería dejar en apuros a los responsables.
Después de un tiempo nos volvimos a encontrar. Este sacerdote me contó: si no me hubiera tenido que ir un día antes, muy probablemente hubiera estado en la autopista en el momento del accidente en masa que hubo allí. Ya he hecho a menudo este recorrido con el auto, estoy casi seguro de que hubiera estado en la autopista en el momento en que allí sucedió el accidente. El buen Dios me ha protegido de ello, llamándome a hacer el reemplazo en el día de peregrinación.
Para el Padre Kentenich, la obediencia no es otra cosa que fe en la divina Providencia en todas sus consecuencias.
Quien hace de este estar atento una actitud fundamental interior permanente -aun cuando no haya una orden formal, cuando no apremie un "arriba" y un "abajo"- éste le dará a Dios la chance de obrar más a través de él. Este hombre percibe la chance de ser alguien que haga algo más de su personalidad.

(Hna. M. Nurit Stosiek)




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Letzte Aktualisierung: 07.06.99, 19:30
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