Zum Weiterdenken - Considerations - Para reflexionar
 published: 2007-01-19

Misión de vida – Vivir la misión

Pensamientos sobre unas oraciones de "Hacia el Padre"

 

Schoenstatt: encontrar y vivir la misión de mi vida

Schoenstatt: finding and living the mission of my life

Schönstatt: meine Lebenssendung finden und leben

Foto: POS Fischer © 2007

 

PARA REFLEXIONAR. Hildegard Fischer. Hablar de misión no es cualquier cosa. Quien quiera vivir su ser cristiano comprometidamente, quien de verdad quiera vivir su alianza de amor comprometidamente, no puede pasar por alto el tema de su misión de vida. El cristianismo –y nuestra forma original de vivir el cristianismo en la alianza de amor- requiere de una participación activa: Dios nos quiere, nos necesita y quiere hacerse dependiente de nuestra colaboración.

Buscando recientemente con mi computadora sinónimos para la palabra "misión" en Internet, aparecieron más de tres millones de resultados pero, después de revisar muchos de ellos, ninguno me daba una respuesta cercana a lo que estaba buscando: ¿Cómo entender mi misión de vida? El sistema me dio una buena sugerencia: filtrar la búsqueda agregando alguna otra palabra.

Con esto me di cuenta de que estaba entrando al meollo del tema. Mi misión personal es aquel punto en mi vida, en mi pequeña historia de vida y en mi pequeña "historia de salvación", en el cual Dios cuenta conmigo y espera mi participación activa. Dios sabe dónde esperarme, sabe muy bien dónde me necesita y lo que de mí necesita, pero también espera que yo vaya y realice esa tarea libremente. Para encontrar cuál es esa misión debo filtrar mi búsqueda sopesando en el silencio el sinnúmero de experiencias de mi vida, para escuchar y ver con los ojos de una fe viva qué es lo que Dios espera de mí.

…nos dirigimos, Señor, a dar tu forma a la vida cotidiana

Quizás un día llegue a formular mi misión en mi Ideal Personal o una comunidad particular formule la suya en su Ideal de Comunidad... ¿y luego?

Ninguna misión, una vez formulada, sigue hablando por sí misma de manera que uno pueda dedicarse a partir de ese momento nada más que a su realización y todo lo demás lo tengamos claro y nunca nos surjan ningún tipo de dudas de fe o preguntas acerca de cómo actuar consecuentemente en la vida.

Pero esto no nos pasa solamente a nosotros sino también a los grandes santos. El mismo Pedro, el primer Papa, el que escuchó su misión de los labios de Cristo mismo (y seguro que le pudo hacer muchas preguntas al respecto), tampoco tenía todo claro, también debía retirarse al silencio y descubrir qué le pedía Dios en su vida cotidiana.

Con nosotros, con nuestra misión, sucede de la misma manera. Tenemos que aguzar el oído y dirigirlo hacia Dios para que la señal pueda llegar nítida y podamos responder e ir a hacer aquello que Dios nos pide en la vida diaria.

En el "Hacia el Padre" escribe el P. Kentenich en el envío de la Misa del Instrumento: "Desde el altar nos dirigimos, Señor, a dar tu forma a la vida cotidiana". Lo más esencial de nuestra misión y de la misión de cada uno es -por cierto- llevarla a su realización en la vida diaria. Seguramente Pedro realizó innumerables veces cada día aquel encargo de Cristo: "apacienta mis ovejas"; María realizó también su tarea como Madre de Dios a través de su quehacer concreto y cotidiano como madre de Jesús.

Cada misión debe probarse en lo cotidiano, en los momentos silenciosos, en los momentos en que nadie lo nota y seguramente en algunos momentos áridos y tediosos.

El Ideal para el cual tu amor nos creó

Nuestra misión no vino simple y sencillamente a nuestro encuentro, no la podemos cambiar por otra u ofrecerla al mejor postor en Ebay,…porque Dios nos creó para realizarla nosotros mismos. Cuando preparaba este artículo escudriñando un poco en mi literatura schoenstattiana fui a dar con un pasaje del Hacia el Padre. En la oración de la mañana encontré esta formulación : "El Ideal para el cual tu amor nos creó…" .

Cuando a cada uno de nosotros nos llene la convicción de que Dios en su amor nos ha hecho (me ha creado a mí) de tal manera, que yo pueda realizar mi misión de vida, entonces mi vida tomará un nuevo sentido basado en la certeza: Dios ha pensado todas mis capacidades y limitaciones, todas mis vivencias, las condiciones pasadas y actuales de mi vida con todo su amor y sabiduría, orientándolas a posibilitarme el descubrimiento y la realización de la misión que Él me ha encomendado. No soy yo quien me invento la misión que debo realizar sino que es Dios quien me ha creado para realizarla.

Ayúdame a ofrecer al Señor, como instrumento mis débiles manos

Mi misión es la respuesta de amor que Dios espera de mí. El Señor no me va a exigir una lista de resultados ni va a presionarme continuamente para que los logre, tampoco me está agregando con esto una ocupación más al sinnúmero de cosas que -de por sí- ya tengo que hacer cada día; Él no me pide realizar todas las actividades posibles dentro de la Iglesia y ser un campeón en ellas como si fuese un decatlón, no es un llamado al activismo desenfrenado en contradicción con una interioridad profunda; tampoco es una proclama a desvivirse heroicamente,… se trata de una respuesta de amor.

Dios espera que nosotros, en nuestra debilidad y a pesar de ella, nos pongamos a su disposición como instrumentos. Aquel que se pone más profunda y radicalmente a disposición como instrumento en manos de Dios participa más fuertemente de la fecundidad de la Iglesia (fecundidad que no es otra que vivir su misión). Pero esa respuesta de amor también es una exigencia de amor. Ser instrumento no significa darle un "Sí" abstracto a Dios y después sentarse cómodamente a que Él haga el resto.

Ser un instrumento en manos de Dios, ponerme a su disposición en mi misión personal, significa acoger profundamente esta propuesta de amor y entregarme profundamente a sus exigencias. El amor de Dios no pasa por una persona sin dejar huella: el amor de Dios transforma, moldea y purifica a la persona.

Por eso formula también el P. Kentenich en la oración de la mañana: "El ideal para el cual tu amor nos creó esté presente ante nuestros ojos y plasme íntegra nuestra vida."

Haz que el Espíritu de Cristo nos penetre hondamente

Es fantástico leer concientemente (y vivirlo también) lo que el P. Kentenich escribe en el Envío de la misa del instrumento: justamente no proclama activismo, no dice "vayamos a la vida diaria a dar por lo menos una hora de "cristianismo de alto rendimiento" cada día", sino que dedica ocho estrofas a trazar los rasgos de un estilo de vida llena de interioridad y de amor a Dios: nuestra vida ha de girar en torno a Dios, entregarle continuamente nuestros dones y sacrificios, nuestro ser y actuar deben estar transfigurados como los dones en la consagración, nuestra vida debe ser una permanente comunión con Dios y la alegría y alabanza a Dios deben recorrer todos nuestros días.

En último término, la misión con la que Dios nos ha enviado al mundo a cada uno de nosotros no es otra que vivir en intimidad con Él, con amor mostrarle mi disponibilidad concreta a dejarme llenar por Él hasta los últimos rincones de mi ser y plasmar así cada día. Jesús le pregunta a Pedro tres veces si lo ama, antes de darle a conocer la tarea de su vida, de ser su representante en la tierra. Esa respuesta de amor y su disponibilidad al Señor fueron decisivas para su misión. Dios no se fijó tanto si Pedro fallaba y caía, más bien le pedía siempre de nuevo su respuesta de amor. Se la pidió a Pedro, me la pide a mí, se la pide a cada uno en su vida.

Quiero amarte, Señor, tú eres mi fortaleza

¿...y luego? Con esta pregunta comencé este artículo y aquí me vuelve a surgir, porque aquí comienza la aventura de la alianza de amor.

Pudiera parecer una locura que como cristiano el único mandamiento de parte de Dios sea el de amar o que como compromiso en la alianza de amor yo prometa amar. Amar es definitivamente un regalo de Dios que yo solo, por mis propias capacidades, no puedo lograr.

Buscando cómo describir este proceso me topé con un cántico muy antiguo. Angelus Silesius describe en él los dos elementos básicos de un amor auténtico : "quiero amarte con obras y un anhelo perpetuo".

Debemos cultivar ambos elementos de manera muy conciente: todas aquellas experiencias de amor de Dios hay que atesorarlas, cultivarlas, defenderlas, porque en ellas se enciende siempre de nuevo nuestro amor – igualmente importantes, sin embargo, son las obras, mi quehacer cotidiano: el escuchar a otros, la solidaridad con otros, el compartir, dar testimonio, mis momentos de oración, mi horario espiritual, mis renuncias, mis contribuciones al capital de gracias.

Sólo puedo dar testimonio de Dios cuando lo amo profundamente, sólo cuando mis acciones están hechas con amor y por amor puedo ser un transparente del amor de Dios para los demás. Sólo cuando me dejo rebosar por el amor de Dios puedo ser su instrumento.

Donde se pierde el amor se cae en el activismo, a pesar de tener las mejores intenciones. Quien actúa sin amor quizás pueda mover los montes de lugar, pero se aleja de Dios.

Pero, ¡donde mi amor se encuentra con el amor de Dios, allí se abre un abanico inimaginable de posibilidades! El P. Kentenich afirma que cuando nos abrimos completamente al amor de Dios, Él –por así decirlo- vuelve a hacer surgir el mundo desde sus cimientos.

Traducción: Carlos Infante, México

 

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Last Update: 19.01.2007 Mail: Editor /Webmaster
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