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 published: 2006-09-15

"Mensajero del Amor": El Padre José Kentenich y la Encíclica del Papa Benedicto XVI "Deus caritas est"

38º aniversario de la partida a la eternidad del Padre José Kentenich. Iglesia de la Adoración, Monte Schoenstatt, 14 de septiembre de 2006

 

 

 

Una palabra: el amor. Las múltiples formas del amor. Dios es el amor por antonomasia.

Encíclica, Nº 2.

El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. A este respecto, nos encontramos de entrada ante un problema de lenguaje. El término « amor » se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes. Aunque el tema de esta Encíclica se concentra en la cuestión de la comprensión y la praxis del amor en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, no podemos hacer caso omiso del significado que tiene este vocablo en las diversas culturas y en el lenguaje actual.

En primer lugar, recordemos el vasto campo semántico de la palabra «amor»: se habla de amor a la patria, de amor por la profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a Dios. Sin embargo, en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor. Se plantea, entonces, la pregunta: todas estas formas de amor ¿se unifican al final, de algún modo, a pesar de la diversidad de sus manifestaciones, siendo en último término uno solo, o se trata más bien de una misma palabra que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?

P. José Kentenich: Homilías de Milwaukee, 2 de junio de 1963 (Tomo 8)

Y si ahora examinamos como contemplaron al Padre Dios los apóstoles y los evangelistas después de la venida del Espíritu Santo, entonces solamente necesitamos, por ejemplo, ir por un momento a la escuela de San Juan. Aquí escuchamos las grandes palabras que lo resumen todo: Deus caritas est, Dios es Amor por antonomasia (1 Jn. 4,8–16), ¡no es la justicia! Sin duda, Él también es la justicia, pero su esencia es y permanece siendo el Amor. Deus caritas est, Dios es Amor por antonomasia , y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4,16).

¿Qué nos dice esto, queridos oyentes? Debemos imaginarnos ¿para qué ha creado Dios al mundo? ¿Para qué me ha llamado a la existencia? La gran respuesta, la que el Espíritu Santo enciende e inflama en nosotros, es: Dios me ha creado para hacerme objeto de su amor.¡Dios es el Amor por antonomasia!. Él me ha creado para que pueda amarme con un amor infinito; me ha creado para que yo aprenda a amar: para que aprenda a amar en Él y con Él y como Él ama. Este es el gran sentido de mi vida. Así puedo, por esto, representarme el sentido de mi existencia: desde el Amor eterno, dentro del Amor eterno. Estoy atraído hacia el interior de una corriente de amor, atraído hacia dentro de una ilimitada corriente de amor. ¡Atraído hacia dentro! Y puedo pasar por todas las estaciones que están señaladas en esta corriente de amor. Debo aprender a amar, a madurar en el amor, a ir madurando en el amor. Debo aprender todas las formas del amor, debo aprender a vivir y desarrollar en mi todos los tipos de amor.

Todas las formas del amor. Se trate del amor filial, se trate del amor maternal, del amor paternal, del amor fraternal: ¡para esto estoy aquí! ¡Debo amar! Así debo aprender a amar.

Debo aprender a pasar por todos los grados del amor, comenzando por el amor primitivo hasta alcanzar el amor maduro. ¡Dónde hay hoy aún hombres, donde hay organizaciones humanas que encuentren el sentido de su vida en la maduración de su capacidad de amar! Ser maduros, madurar en el amor: ¡este es el sentido de nuestra vida!

Cuando le preguntaron a Jesús cuál es el mayor de los mandamientos, Él mencionó el doble mandato del amor a Dios y al prójimo: no son dos mandamientos separados, sino sólo uno. En Dios amamos al prójimo, y si amamos al prójimo, amamos a Dios ¿Se puede exigir amar?

Encíclica, Nº 16

Después de haber reflexionado sobre la esencia del amor y su significado en la fe bíblica, queda aún una doble cuestión sobre cómo podemos vivirlo: ¿Es realmente posible amar a Dios aunque no se le vea? Y, por otro lado: ¿Se puede mandar el amor? En estas preguntas se manifiestan dos objeciones contra el doble mandamiento del amor. Nadie ha visto a Dios jamás, ¿cómo podremos amarlo? Y además, el amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad. La Escritura parece respaldar la primera objeción cuando afirma: « Si alguno dice: ‘‘amo a Dios'', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve » (1 Jn 4, 20). Pero este texto en modo alguno excluye el amor a Dios, como si fuera un imposible; por el contrario, en todo el contexto de la Primera carta de Juan apenas citada, el amor a Dios es exigido explícitamente. Lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios.

P. José Kentenich: Homilías de Milwaukee, 29 de septiembre de 1963

Bueno, queridos oyentes, ¿cómo debe ser en verdad el ideal de la relación entre el amor divino y el amor humano? Concretamente, debe ser una única gran bi-unidad.

Para hacer comprensible lo que quiero decir con esto, doy dos ejemplos. En uno, se trata de un conocido filósofo francés. Siendo joven, él tenía una relación con una niña del norte, protestante. Se enamoraron. El joven francés amaba a la niña apasionadamente. Presento este ejemplo explícitamente por eso, porque nosotros también hemos elegido previamente este fundamento: vivencias naturales del amor. La niña le respondió – ella tenía un poco de miedo, porque el amor era fuerte y profundo – "yo también te quiero, pero yo lo amo a Dios mucho más que a ti". ¿Comprenden lo que significa esto? Miedo a que el amor humano no pueda desembocar del modo correspondiente en el amor de Dios. ¿Qué respondió el destinatario – era León Bloy – en una forma ingenua? "No entiendo nada, no entiendo absolutamente nada de lo que me escribiste. Para mí el amor jamás se divide".

"Para mí el amor – el amor hacia ti, el amor a Dios – es siempre una unidad absoluta. Te amo, si, te amo en Dios". Lo digo explícitamente, con espacio: "te amo en Dios, te amo por Dios, a través de Él, o amo a Dios en ti, a través de ti, y te amo a causa de Dios. Más aún: te amo absolutamente y amo a Dios absolutamente. En ti amo absolutamente a Dios, y amo absolutamente a Dios en ti. Esta separación entre el amor a Dios y el amor humano es absolutamente incomprensible para mí. Hagámoslo otra vez sencillo: ¡sencillamente amemos! Realmente el buen Dios no nos ha convocado desde la nada para que mutuamente nos maltratemos y torturemos, para que le tengamos miedo al amor. ¡Nos ha creado para que por medio del amor – del auténtico amor mutuo – lo glorifiquemos a Él!".

Queridos oyentes, aquí tenemos un ejemplo: el amor humano es el requisito, sí, la verdadera coronación de un profundo amor a Dios, de la bi-unidad entre el amor a Dios y el amor humano. Donde falta el amor humano, ¡qué difícil es encontrar en sí mismo el verdadero amor a Dios, profundo, ardiente, sincero! Es posible, pero es extraordinariamente difícil que ocurra.

La gracia construye sobre la naturaleza, y la naturaleza se perfecciona mediante la gracia. Esta interacción orgánica de la naturaleza y la gracia fue un verdadero anhelo para el Padre Kentenich. La vida natural y la vida sobrenatural están unidas mutuamente de manera inseparable. Él le enseñó a la gente no solo a pensar y vivir orgánicamente, sino también a amar orgánicamente. También el Papa Benedicto de da un gran valor a la interacción entre el amor natural y sobrenatural, porque el cuerpo y el alma forman una unidad.

Encíclica, Nº 5 y Nº 8

En estas rápidas consideraciones sobre el concepto de Eros en la historia y en la actualidad sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es rechazar el Eros ni «envenenarlo», sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.

Esto depende ante todo de la constitución del ser humano, que está compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del Eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. (Nº 5)

Hemos encontrado, pues, una primera respuesta, todavía más bien genérica, a las dos preguntas formuladas antes: en el fondo, el «amor» es una única realidad, si bien con diversas dimensiones; según los casos, una u otra puede destacarse más. Pero cuando las dos dimensiones se separan completamente una de la otra, se produce una caricatura o, en todo caso, una forma mermada del amor. También hemos visto sintéticamente que la fe bíblica no construye un mundo paralelo o contrapuesto al fenómeno humano originario del amor, sino que asume a todo el hombre, interviniendo en su búsqueda de amor para purificarla, abriéndole al mismo tiempo nuevas dimensiones. Esta novedad de la fe bíblica se manifiesta sobre todo en dos puntos que merecen ser subrayados: la imagen de Dios y la imagen del hombre. (Nº 8)

Padre José Kentenich: Conferencias para matrimonios, Milwaukee, 30-1-1961

Vean ustedes, buscamos una forma de piedad para los laicos en medio del mundo. Y todas las cosas del mundo que podemos y queremos usar, deben ser para nosotros un camino hacia Dios. Esto vale también de todo aquello que para nosotros, como personas casadas, nos está permitido en virtud del matrimonio. Podemos decir que queremos ser santos, no a pesar de estar casados y porque el matrimonio autoriza diversas cosas, sino justamente porque estamos casados. Esto significa que nosotros queremos utilizar como un "sursum corda" todo lo que está autorizado en el matrimonio. Creo que debo repetir una vez más las palabras que ya hemos oído dos veces: la vida matrimonial no debe ser una "trampa" para nuestra aspiración religiosa, sino que debe ser un medio para ella. La cuestión es ahora: ¿podemos usarla como camino a la santidad? Si pensamos en todo lo que a nosotros nos está autorizado como casados, sí, lo que es obligación, entonces pensamos ante todo en el acto matrimonial. Esta es ahora la cuestión ¿cómo queremos que el acto matrimonial sea una expresión y un medio para alcanzar la santidad?

Creo que debo dar dos respuestas: la primera, como expresión de la dignidad personal de ambos contrayentes, la segunda, como un medio para la mutua complementación espiritual.

La primera: expresión de la dignidad personal. Aquí ustedes deben tener ante la vista que según la Sagrada Escritura todos somos verdaderas imágenes de Dios, y de un Dios trino. ¿Comprenden ustedes lo que significa ser verdaderas imágenes del Dios trino? Este es el gran misterio: tres Personas, un solo Dios. Y la peculiaridad de las tres Personas reside en la mutua apertura a los demás. El Padre se piensa a sí mismo. Y este pensar es el Hijo. Y el Padre y el Hijo se abrazan en un eterno beso de amor. Y ese es el Espíritu Santo. Vean ustedes ¿cómo está ahora ante nosotros el Dios trino? Como una comunidad esencial.

Si queremos ser reflejos del Dios trino, entonces no debemos ser personalidades cerradas, sino abiertas a un Tú. Corresponde a la esencia del hombre el sentido de la apertura a la comunidad. El perfecto reflejo del Dios trino es en sí el matrimonio, y ciertamente en vista al acto matrimonial.

Vean ustedes, son al principio dos personas que están tan fuerte y tan estrechamente vinculadas entre sí, que la Sagrada Escritura dice: ambos son una sola carne. Pero son dos personas. Por eso, no se debe abandonar la dignidad personal por lo que está autorizado en el matrimonio.

Pero vayamos un poquito más adelante: ¡un reflejo del Dios trino! Cuando el matrimonio se realiza conforme a su sentido, es de esperar que el fruto de la mutua donación sea el hijo. .Por lo tanto: reflejo de la Trinidad. Esposo y esposa, que como padre y madre traen un hijo al mundo, forman una "Trinidad".

El Cantar de los Cantares, cuenta, en el Antiguo Testamento, como la novia y el novio se buscan mutuamente, se encuentran el uno al otro, encuentran gusto el uno en el otro. Esto es un símbolo del anhelo del alma por Dios y del anhelo de Dios por las almas creadas por Él.

Encíclica, del Nº 10

El aspecto filosófico e histórico-religioso que se ha de subrayar en esta visión de la Biblia es que, por un lado, nos encontramos ante una imagen estrictamente metafísica de Dios: Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser; pero este principio creativo de todas las cosas —el Logos, la razón primordial— es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor. Así, el Eros es sumamente ennoblecido, pero también tan purificado que se funde con el agapé. Por eso podemos comprender que la recepción del Cantar de los Cantares en el canon de la Sagrada Escritura se haya justificado muy pronto, porque el sentido de sus cantos de amor describe en el fondo la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. De este modo, tanto en la literatura cristiana como en la judía, el Cantar de los Cantares se ha convertido en una fuente de conocimiento y de experiencia mística, en la cual se expresa la esencia de la fe bíblica: se da ciertamente una unificación del hombre con Dios —sueño originario del hombre—, pero esta unificación no es un fundirse juntos, un hundirse en el océano anónimo del Divino; es una unidad que crea amor, en la que ambos —Dios y el hombre— siguen siendo ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: «El que se une al Señor, es un espíritu con él», dice san Pablo (1 Co 6, 17).

Padre José Kentenich: María, Madre y Educadora, 1954

El Cantar de los Cantares corre con cuidado y respeto el velo de la profunda relación amorosa entre el novio y la novia, esto es, entre Dios y el alma en estado de gracia. Con una profunda, espiritual e ingenua despreocupación, relata el diálogo de amor mutuo que sostienen ambos contrayentes. "Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya" (Ct, 4,9). Tan maravillado está Dios con la belleza del alma en gracia, que tal declaración de amor fluye con sencilla naturalidad de los labios divinos: "¡Qué bella eres, amada mía, que bella eres" (Ct, 1,15)

Así como un enamorado terrenal ve a la amada de su corazón totalmente bella y ordenada, lo mismo sucede aquí. Pronto es el calzado y el modo de andar lo que causa el agrado del novio divino. Plenas de felicidad surgen las palabras de sus labios: "¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe!" (Ct 7,2). Pronto sus ojos quedan fascinados por el cabello de su nuca: "Me robaste el corazón, amada mía... con una vuelta de tu collar" (Ct.4,9)...En otra ocasión le quita a él el aliento el encanto y la belleza de sus labios: "...la gracia está derramada en tus labios. Por eso Dios te bendijo para siempre" (Salmo 45 (44), 3 b)

¿Cómo se explica tal comportamiento extasiado del novio divino?. Los ojos, los cabellos, los labios, los pies y el modo de andar que aquí se mencionan en su excepcional perfección sensual, se deben interpretar como un símbolo exterior de la belleza del alma en gracia Sin embargo, Dios permanece incomprensible para nosotros. ¿Cómo puede Él, el Increado, el Infinito, la belleza original – así quisiéramos preguntar – amarnos de tal manera? Lo podemos comprender solamente si afirmamos que Dios ama en la belleza de nuestra alma su propia belleza. Su corazón se deja llevar por el amor por nosotros – sí, por nosotros, que nos sentimos tan débiles, desvalidos, pecadores y manchados – de modo semejante a como se ama a sí mismo.

Esta es una verdad sumamente feliz, valiosa, pero poco conocida. Porque el mundo de la gracia nos es ajeno, tampoco tenemos ni idea del inmenso, indecible e insuperable amor que Dios nos tiene.

Cuando dos personas se aman quieren estar tanto tiempo juntas como sea posible, están unidas en los pensamientos y en los hechos. Amar significa que los corazones latan al unísono. Donde los corazones laten al unísono, crece la comunidad, se realiza la unidad. El Papa Benedicto y el Padre Kentenich acentúan la gran fuerza unitiva y asemejadora del amor Quieren lo mismo y rechazan lo mismo, esto es el amor.

Encíclica, del Nº 17

En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. Al principio hemos hablado del proceso de purificación y maduración mediante el cual el Eros llega a ser totalmente él mismo y se convierte en amor en el pleno sentido de la palabra. Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad. El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por «concluido» y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo. Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común. La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28).

Padre José Kentenich: "Pedagogía mariana", 1934

Puedo advertir que la vinculación – otra palabra aplicable al amor, al quererse sencillamente – que el amor tiene una doble fuerza: una que une y otra que asemeja. Estas son ahora otras expresiones de la transferencia vital. Mejor estudien ustedes los asuntos en la vida práctica. Aquí se menciona solamente una expresión científica de los fenómenos esenciales de la vida.

Con respecto a la fuerza unitiva, debo agregar que es una fuerza que une orgánicamente, no en forma mecánica, pues esta es la herejía del tiempo actual y también la herejía de aquellos que se enloquecen por los hombres y no se dejan llevar hacia Dios. ¡Qué profunda es esta fuerza unitiva en el hombre! Es un fuerte estar uno con el otro, no contra el otro: yo en ti y tú en mi y ambos uno para el otro. Así nos lo muestra la vida, el acto del amor. Tan fuerte es este estar el uno para el otro que podemos hablar de una conciencia de identidad. Yo en ti y tú en mí, y ambos el uno para el otro. Si ustedes aplican esto a Dios, comprenderán mucho mejor a la dogmática. ¿Qué debemos y podemos hacer ya, pero sobre todo en la visio beata? Podemos participar en la vida de Dios. Yo en ti y tú en mí. Y lo que ustedes ven en la dogmática, se desarrolló según las leyes psicológicas del amor. Se trata de ver las cosas en la práctica de la vida diaria.

Pero no se trata sólo de la fuerza unitiva, sino también de la fuerza asemejadora:"idem velle et idem nolle", igual suenan los corazones, las inclinaciones. Esto se ha visto ya en los antiguos filósofos. Esto va hasta tal grado, que la persona amada , sin querer, se asemejará en la forma exterior del ser amado en un grado extraordinariamente alto. Esto es comunicación de la vida.

Ser el amor

Homilía en la fiesta de San Silvestre, Schoenstatt 31-12-1965 (Del libro "Propheta locutus est", Tomo II)

Creemos estar llamados a ser el corazón de la Iglesia. ¿De cual Iglesia? De la Iglesia venidera. ¡El corazón! Sí, ¿qué significa esto, el corazón? Significa ser el poder de un profundo amor que todo lo supera. Un poder de amor que conquiste a la Iglesia, que colme a la Iglesia con el heroísmo del amor. El poder del amor ¡esta es nuestra misión!

¿Qué significa? ¡Que queremos encendernos interiormente y estar cada vez más encendidos con el fuego ardiente del amor! Deberíamos empeñarnos, individuo por individuo, organización por organización, en unirnos mutuamente por el vínculo del amor. La Alianza de Amor con la querida Mater, quiere y debe ser el último fin en nuestras filas y obrar más y como Alianza de Amor con el Dios Trino, como Alianza de Amor mutua, como Alianza de Amor con todos los integrantes y todas las organizaciones de la Iglesia, pero también como Alianza de Amor con todos los hombres del universo. El corazón, el amor, la fuerza de amor de la Iglesia.

Pensamos automáticamente en la relación con el hermoso ideal de Santa Teresita. ¿Qué quería ser ella? El amor en el seno de la Iglesia. Esta es justamente nuestra misión. Queremos anunciar el gran poder del amor, queremos vivirlo, queremos realizarlo, sea que se trate del amor filial, del amor paternal, fraternal o – no podemos olvidarlo – que se trate del amor a los enemigos.

¿No es verdad? Aquí escuchan ustedes resonar muchas disposiciones de la Constitución "De Ecclesia", así como muchas otras disposiciones – no quiero mencionarlas detalladamente – disposiciones que afectaron al Padre y que fueron aprobadas por la Santa Sede. Piensen ahora en todo lo que allí está determinado sobre la libertad, la libertad en la Iglesia. Todo por hacer un lugar para la omnipotencia del Amor. El amor es el último fin de la gran omnipotencia, debe ser el poder en nuestras manos, debe ser el poder en toda la Familia.

Traducción: aat, Argentina


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