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 published: 2006-06-09

"Dilexit Ecclesiam"

Un resumen de lo vivido durante cuatro años en Roma

 

Dilexit Ecclesiam

Dilexit Ecclesiam

Dilexit Ecclesiam

 

El Papa, la iglesia en su belleza, y Schoenstatt en su misión

The Pope, the Church in its beauty, and Schoenstatt with its mission

Der Papst, die Kirche in ihrer Schönheit, und Schönstatt mittendrin

 
 

Una misión para la iglesia

A mission for the church

Eine Sendung für die Kirche

Fotos: POS Santos © 2006

 

 

 

ROMA, P. Alberto Eronti. Ya estamos a las puertas del mes dedicado popularmente a la devoción del Corazón de Jesús. Para mí será un mes particular ya que el próximo 18 junio dejaré Roma para iniciar el camino de regreso a la Argentina, donde espero iniciar mis nuevas tareas a comienzos de septiembre. He estado en Roma, "corazón de la Iglesia", más de cuatro años. Ha sido una oportunidad única para vivir a la Iglesia: su catolicidad, su cabeza visible – dos Papas – sus Dicasterios y ese enjambre de razas y de hábitos de todo tipo que se observa en las Universidades, Institutos y Ateneos católicos. ¡El mundo presente en Roma, la "ciudad eterna"! Si los antiguos romanos decían "Roma cabeza del mundo", la Iglesia puede decir: "Roma centro y vitrina de su universalidad". Hoy escribo mi última carta circular desde Roma.

¿Qué balance hago de lo que he vivido en este tiempo? ¿Qué sentimientos me embargan? Es mucho lo que podría decir, pero lo resumo en esta frase: creo que he aprendido a amar más a la Iglesia, a la Iglesia "real". A lo largo de estos años he tenido como guía las palabras de nuestro Padre y Fundador: "Dilexit Ecclesiam". ¡Amó a la Iglesia! Amar es dar la propia vida sirviendo y alentando la vida de otro u otros. No soy yo quién hará el balance personal de lo actuado, pero sí puedo compartir pensamientos y sentimientos de lo vivido y experimentado.

La Iglesia real

La Iglesia real tiene luces y sombras. Las luces reflejan su belleza, las sombras sus debilidades. Pero, me digo, esta Iglesia real "nació del costado abierto" de Cristo. Cuando contemplamos la Cruz de la Unidad, vemos que María recoge en un cáliz la "sangre y agua" que brotaron del Corazón de Jesús tras el golpe de la lanza. María, que había recibido poco antes el "encargo" de Madre del "discípulo amado", acoge la nueva vida: su Hijo seguirá presente entre los hombres por y en su Iglesia.

He podido vivir la Iglesia real que se hace y rehace en la celebración de cada Eucaristía y en cada tiempo de adoración Eucarística. El cumplimiento del mandato: "haced esto en memoria mía", constituye la vida de la Iglesia. Sin Eucaristía no hay Iglesia, porque sin Eucaristía no hay discípulo. En este sentido he tenido la gracia de ver y sentir el amor total y apasionado a la Eucaristía y a la Iglesia, que vivió Juan Pablo II, hasta consumirse de amor en ella y por ella. Para mí fue la oportunidad de comprender más profunda y vivamente las palabras del Padre Kentenich. ¡Amar!, ¡amar hasta el extremo de dar la vida, arriesgar la fama y la propia seguridad por Jesucristo y la Iglesia!

Yo soy la iglesia

La Iglesia real cree, espera y ama en los avatares de la vida concreta. El cielo es esperanza y meta, pero la Iglesia se hace – o se deshace – en lo cotidiano, en lo simple y concreto de la vida diaria. La Iglesia – la Comunidad de los discípulos y discípulas de Jesús – se "juega" en cada bautizado llamado a ser luz, sal y levadura. Sin el sentimiento vivo y profundo "yo soy la Iglesia", la Iglesia no podrá cumplir su misión de ser "alma del mundo" ni evangelizadora de la cultura. Se dice popularmente que "la cuerda se corta por la parte más débil". Esto significa que cada uno es parte del trenzado de la cuerda, pero también que cada uno es responsable moral de la parte que se le ha dado. Hoy hay muchas hebras débiles en la cuerda de la Iglesia, porque la vida de muchos bautizados no es coherente. A esta coherencia, en Schoenstatt, la llamamos "santidad de la vida diaria" y "cumplimiento fiel y fidelísimo del deber de estado".

La Iglesia real vive, trabaja, confía y se da en las tierras de misión. ¿Qué sabemos de ello? Poco o nada. Pero hay cientos y miles de discípulos de Jesús que por amarlo a Él han decidido dar sus vidas para que otros hermanos encuentren el amor de Jesús y tengan la Vida en Él. Me he preguntado a menudo, ¿qué hace que una persona deje la seguridad y comodidad de su tierra para ir a la inseguridad, la incomodidad y el riesgo de tierras llamadas de misión? ¡El amor!, sólo el amor recibido de Jesucristo y convertido en amor a Él y por Él a los hombres, puede explicar tamaña entrega.

Amar con una amor incondicional

La Iglesia real sabe de amenazas, cárceles, atentados, secuestros y martirio. Sí, hoy, en pleno siglo XXI el hombre puede ser instrumento del no amor y atacar arteramente a los que aman al Amor. Aquí en Roma he sido testigo del dolor y sufrimiento de muchos hermanos y hermanas misioneros. Algunos, como los monjes Trapenses del monasterio de Atlas en Argelia, derramaron su sangre para "probar a los hermanos musulmanes que Cristo los ama con amor incondicional".

La Iglesia real sabe de hijos que se alejan de ella, la olvidan y hasta la repudian como Madre, yendo tras los "cantos de sirenas" de los ídolos de turno. Hay hijos de la Iglesia que han olvidado la Carta Magna del Reino de Dios: las Bienaventuranzas, buscando por otros caminos la felicidad anhelada. La Iglesia real tiene "manchas y arrugas" producidas por la debilidad de sus hijos e hijas, porque si bien la Iglesia es santa en su Fundamento, está compuesta de hombres capaces para el amor o el desamor.

Todo lo dicho me ha llevado a reflexionar en un texto del "Hacia el Padre"(nº 115), en el que el Padre Kentenich, ante la presencia eucarística de Cristo, habla de adoración, expiación, agradecimiento y petición. Lo primero es adorar, porque lo primero es siempre la infinitud de Dios, su amor, su luz y su belleza. Pero, ¡hay tanto por que expiar! La expiación es reparar, rehacer, renovar y también pedir perdón por uno mismo y por los otros. Sin embargo la gratitud nos es necesaria porque indica que somos sensibles y reconocemos el amor de Dios en su cercanía, sus dones, su guía. Quien agradece se sabe amado y reconocido. La petición. ¡Hay tanto por quiénes pedir! ¡hay tanto por qué pedir! El pedir es propio de un corazón de niño que, ante su necesidad aceptada, busca en su padre o su madre la ayuda.

La belleza de la Madre Iglesia

En estos años he aprendido más de todo esto, pero sobre todo a amar a la Iglesia tal cual es, porque así la ama Jesucristo, porque así la ama María, porque así la amó nuestro Fundador. ¿Quién no querría que su madre no perdiera nunca la belleza? La Madre Iglesia tiene en María la imagen inmaculada. En María resplandece toda la belleza de la Iglesia. Como aliados de María somos co-responsables de la belleza de la Madre Iglesia, la que Jesús alumbró plena y santa al dejar manar la "herida del costado". Imploremos la gracia de vivir el lema del Encuentro del Papa con los Movimientos y Nuevas Comunidades: "la belleza de ser cristiano y la alegría de comunicarlo". Que tengan todos un mes de junio muy bendecido, contemplando con María el Corazón abierto del Hijo. En la Eucaristía y desde el Santuario Matri Ecclesiae, agradezco a Dios y a cada uno de ustedes por la oración y la compañía de estos cuatro años. Que la Madre de la Iglesia nos regale en abundancia su amor incondicional a la Familia de Dios en la tierra. ¡Amén!


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Last Update: 09.06.2006 Mail: Editor /Webmaster
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