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 published: 2006-02-01

Unidos en San Pablo

Testimonio de una unidad que es posible - Celebración de la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos en Roma

San Pablo, Roma

St Paul’s Outside the Walls, Rome

Sankt Paul vor den Mauern, Rom

 

Llegando a la basilica...

Reaching the basilica..

Viele strömen in die Basilika

 
 

Momentos antes de la hora santa

Moments before the Vespers

Kurz vor der Vesper

 
 

Cristianos unidos rumbo a sus lugares de fe y testimonio

United Christians leaving for their places of faith

Vereinte Christen auf dem Weg heim an den Ort ihres Glaubenszeugnisses

 
 

Padre nuestro... la oración de unidad cristiana

Our Father... the prayer of Christian unity

Vater unser… das Gebet der Einheit

 

Claustro

Cloisture

Kreuzgang

Fotos: Donnelly © 2006

 
   

ROMA, Simon Donnelly. "Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo" fue el lema de la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos de este año. Alrededor de dos o tres mil cristianos se reunieron el miércoles 25 de enero por la tarde, en el día de la festividad de la conversión del misionero más grande de la historia, Pablo, el Apóstol. Nos congregamos allí para cantar y rezar, juntos, las Vísperas del día, dando testimonio de una unidad que es posible, que buscamos y que con la gracia de Dios volverá a experimentarse con el correr del tiempo.

Fue éste el fin de la semana de oración por la Unidad de los Cristianos, celebrada en Roma originalmente desde 1968, cada año con un lema diferente. Fue una semana de muchos momentos de profunda búsqueda de renovada unidad por parte de fieles católicos y de otros credos cristianos. En mi propia comunidad de seminario, nuestro rector sostuvo largos y delicados intercambios con los cinco sacerdotes ortodoxos y seminaristas que viven en nuestra casa (la convivencia y el estudio juntos es de por sí un gesto muy significativo de mutua filialidad cristiana, aunque limitado aún). Debemos encontrar un camino para compartir la liturgia- la expresión ritual de nuestra fe- dijo nuestro Rector! Algunos de nuestros hermanos ortodoxos habían señalado que las vísperas greco-ortodoxas en las que nosotros,

seminaristas y sacerdotes católicos, anhelábamos participar, no son simplemente una cuestión de leer cada lectura en un idioma distinto sino que las Vísperas Griegas son parte de una antigua tradición, rezadas enteramente en griego litúrgico, sin ningún tipo de adaptación. Por otro lado los católicos no queríamos ser simplemente espectadores. Al final organizamos un gran triduo de eventos durante la semana de la Unidad: asistimos a las Primeras Vísperas greco-ortodoxas el sábado por la noche, los estudiantes y sacerdotes ortodoxos participaron de nuestras Segundas Vísperas el domingo por la noche, y como punto culminante de nuestra liturgia compartida todos nos hicimos presente y tomamos parte de las Vísperas en la Basílica de San Pablo, invitados por el Obispo de Roma, Benedicto XVI.

Que todos sean uno

¿Quién dijo que el ecumenismo es tarea fácil? Está hecho de sudor y lágrimas, frustración, rabia y una cuota de humillación. Implica reconocer todos los escándalos de nuestro pasado cristiano, tanto para los católicos como para los que no lo son. Estamos aún muy lejos de una unidad total, pero aún así puede palparse en Roma el ímpetu de Benedicto por continuar y extender la tarea que nos lleve a una unidad total entre católicos y ortodoxos. El nuevo Santo Padre no pierde oportunidad de recordarnos esto, como lo hizo el miércoles por la noche, con las palabras de Cristo en el Evangelio de Juan, recogidas por nuestro querido Juan Pablo II en su encíclica homónima: Ut unum sint – ¡que todos sean uno!

Antes de la hora de inicio los peregrinos cristianos salíamos en tropel de la estación de subte San Pablo; otros fueron caminando, algunos en bicicleta, y unos en colectivo. A medida que iba cayendo la fría tarde de invierno, nos agolpamos frente a las puertas de entrada del otro gran centro apostólico de Roma: la Basílica de San Pablo Extramuros. Esta gigantesca iglesia construida por Constantino sobrevivió 1.400 años de triunfos y derrotas romanas para sucumbir casi por completo al fuego el 15 de julio de 1823 (debido a la negligencia de un trabajador que se olvidó la antorcha de madera encendida al retirarse a su casa una vez concluida su tarea). Desde 1832, la reconstruida basílica de San Pablo se eleva como uno de los tesoros más bellos en el corazón de la ciudad de los dos apóstoles mayores.

La única esperanza

Al pasar por detrás de la Basílica, nos topamos con la Guardia Suiza (¡difícilmente puedan pasar desapercibidos con sus "penachos" colorados sobresaliendo de sus yelmos!), apostados ya en su lugar en la puerta trasera de la sacristía, anticipando la llegada de Benedicto. Al llegar al pórtico frontal de la Basílica, atravesamos la descomunal doble fila de cuarenta y seis columnas de granito blanco (el cuadripórtico) que rodean la entrada a la plaza central, y pasamos –cual pigmeos- por debajo de la colosal estatua de San Pablo ubicada en el medio del patio, para encontrarnos sorpresiva y gratamente con las palmeras atípicas del lugar y admirarnos ante la fachada de la Basílica, simbolizando ambas ciudades místicas - Belén y Jerusalem- con los cuatro evangelios que fluyen desde una roca, sobre la cual yace el Cordero de Dios. Por encima se elevan los cuatro grandes profetas judíos: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, coronados por los apóstoles Pedro y Pablo y Jesús bendiciendo desde lo alto de la fachada frontal. Por sobre Cristo, en el vértice más alto del techo hay una pequeña cruz con la inscripción "Spes Unica" ("La única esperanza") debajo, y revoloteando alrededor de la cruz esa tarde había un pequeño pájaro, casi como simbolizando la presencia del Espíritu Santo.

Durante la espera, pudimos rezar serenamente el Oficio del día, incluyendo el extraordinario Himno a San Pablo en el sermón de San Juan Crisóstomo: Pablo abrazó la humillación, el sufrimiento, la tribulación. Los consideraba nada en comparación con el tesoro inmenso del amor de Cristo. El mismo Juan Crisóstomo jugó recientemente un rol dentro del ecumenismo: sus reliquias – al igual que las de San Gregorio de Nizancio - fueron regresadas por Juan Pablo II al Patriarca de Constantinopla, Bartolomeo (27 de noviembre de 2004).

"No se trata de mí, sino de Jesús"

Pudimos contemplar también la liturgia del día en nuestro folleto, que – cual punzante aguijón – detallaba la lista de todo tipo de divisiones escandalosas que han rasgado (aunque no destruido) el manto de la fe, sin acusaciones - incluyendo el Gran Cisma entre oriente y occidente del siglo XI y la posterior Reforma Protestante iniciada en el siglo XVI que continúa vigente hoy día.

Finalmente hizo su ingreso el sucesor de Pedro, caminando silenciosa y humildemente, sin alardes de ostentación. No era el ingreso de un emperador a su palacio, sino la llegada del siervo del pescador a un templo reservado al culto de Dios a lo largo de más de un milenio y medio, para rezar con el fiel rebaño del Buen Pastor por excelencia. Como siempre me sentí abrumado ante los gritos, aplausos, vitoreos y saludos de italianos y otros, incluyendo muchas religiosas de pie en sus sillas, algunas munidas de cámaras digitales, ¡todos ellos presentes allí para poder ver por un instante tan siquiera a nuestro Papa Benedicto!

Pero el lenguaje corporal y los gestos litúrgicos del Santo Padre son sumamente explícitos: "No se trata de mí, sino de Jesús". Benedicto apunta hacia Cristo, ese parece ser su único rol.

Entonces, sin hacer bulla, empezamos con los tres salmos de las vísperas de la Iglesia Universal - rezados en forma alternativa por líderes católicos y no católicos -, seguidos de la lectura evangélica y una breve homilía. Dijo Benedicto: "Somos concientes de que la base de la concreción del ecumenismo es la conversión del corazón, como el Segundo Concilio Vaticano certifica claramente: no se da verdadero ecumenismo sin conversión interior. Los anhelos de unidad nacen y maduran a partir de la renovación espiritual, de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad. Dios es amor. Sobre este sólido pilar descansa por entero la fe de la Iglesia".

Una melodía casi tan antigua como la Iglesia misma

Esto le da pie al Papa para adentrarse en su encíclica dada a conocer recientemente esta mañana. La hermosa y poética encíclica de Benedicto está claramente traspasada por su propia experiencia del amor de Dios: Deus Caritas Est . En mi opinión, parece ser un clásico de Ratzinger: refinada, humana, equilibrada, de ricos matices y llena de pasión.

Nos ponemos de pie nuevamente para cantar el Magnificat que nos regala las palabras mismas de María, nuestra Madre y Reina, palabras de gratitud y alabanza a Dios Padre, que cada noche nos guían hacia Él.

A continuación se entonó la oración que el mismo Señor nos enseñó - compartida diariamente por los cristianos en el mundo entero - acompañada de una melodía casi tan antigua como la Iglesia misma. Cantamos el Padre Nuestro en latín, la lengua más antigua de la liturgia occidental.

Finalmente, Benedicto bendice a todos, como han hecho todos los Obispos de la Cristiandad con su rebaño desde la bendición de Pedro y Pablo a los primeros cristianos en Roma, en esta misma ciudad, en los días y noches de la primera mitad de Siglo I; y retornamos en medio de la noche cada uno a su respectivo mundo - tan diversos dentro de la misma ciudad – implorando que nuestros pasos nos acerquen un poco más a ese solo camino que transitamos juntos durante la primera mitad de nuestra historia, y al que debemos retornar.

Juan Pablo II, el Grande, ¡ruega por nosotros!

Como Pablo se convirtió, podemos convertirnos nosotros cada día. Que nuestros corazones no se enfríen, sino que nos amemos más cada día, aún dentro de nuestra separación y divisiones. Que todos seamos uno, Señor, como tú y el Padre son uno. Si esto se hizo posible en noviembre de 2004 al momento del traspaso de las reliquias por parte del Papa Juan Pablo II al Patriarca Bartolomeo, y si se hizo posible durante una hora en San Pablo Extramuros esta noche, un día se hará posible, también, de una vez para siempre. Precisamos de ambos pulmones para respirar correctamente. San Pablo, ruega por nosotros. Juan Pablo II el Grande, ruega por nosotros.

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Traducción: Andrea Prestia, Buenos Aires, Argentina/mca


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Last Update: 03.02.2006 Mail: Editor /Webmaster
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