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 published: 2005-07-05

El Dios de mi vida

Un desafío pedagogico: ¿Cómo es posible que tantos que se reconocen creyentes, no tengan experiencia de Dios?

Dios en mi vida... en las „piedras“ y „rosas“ de la vida diaria

God in my life... in the “stones” and “roses” of each day

Gott meines Lebens… in den “Steinen” und “Rosen” des Tages

Foto: POS Fischer © 2005

 
   

ROMA, P. Alberto Eronti. He recibido dos estadísticas realizadas en España, que me han impresionado. Aceptando que las mismas no agotan la realidad ni lo dicen todo, no por ello dejan de ser un verdadero interrogante en lo que hace a la pedagogía de la fe. Hoy se usan expresiones como "increencia", "indiferencia religiosa", "ateísmo práctico", "deserción" y muchas otras, ¿qué entendemos?, ¿qué suponen realmente?, ¿cómo se manifiestan en la realidad concreta del hombres bautizados, pero que son prácticamente ateos?

Cuando el Papa Juan Pablo visitó por última vez España, uno de los encuentros más deseados por el Pontífice era el programado con los jóvenes en las afueras de Madrid. Recuerdo que en una conversación telefónica, un sacerdote me dijo días antes del evento: "reza, necesitamos reunir por lo menos 250.000". Es decir, se dudaba de que se llegara a un número adecuado a las expectativas del Papa. ¿Qué ocurrió?, pues que el número de jóvenes se acercó al millón… Toda aquella juventud, ¿era realmente creyente?, ¿se identificaba mayoritariamente con Jesucristo y procuraban irradiarlo con sus vidas? Creo, como bien decía un periodista italiano viendo la cantidad de jóvenes que hacían cola para ver por última vez a Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro, que "el Papa ganó el corazón de los jóvenes, pero no su manera de pensar y vivir".

Del entusiasmo a la vida diaria

Para aclarar lo dicho, nada mejor que intentar interpretar los datos que me han llegado. Según un informe de 1989, realizado por la "Fundación Santa María" en España, solo el 16 por ciento de los jóvenes consideraba que la Iglesia decía y proponía cosas importantes para sus vidas. Al mismo tiempo, para un gran número lo que la Iglesia dice "suena a viejo, a pasado, a otra época". En 1994 el porcentaje favorable continuó bajando al 4 por ciento, para terminar, según la última encuesta de la Fundación, en el actual 2,7 por ciento. Se puede agregar que los partidos políticos estaban a la par de la Iglesia. En cambio, los mismos jóvenes respondieron que recibían aportes más importantes para sus vidas en: la familia (51%), entre los amigos (35%), en los medios de comunicación (31%), en los centros de enseñanza (21%), en los libros (20%)… ¿Cómo entender estas estadísticas viendo el entusiasmo de los jóvenes reunidos en Madrid con el Papa? Quizás debamos decir que no hay que confundir el amor de los jóvenes por Juan Pablo II, con amor a la Iglesia y compromiso bautismal.

Lo dicho explica lo que podría ser interpretado como una contradicción con las estadísticas, dada la afluencia de los jóvenes a las Jornadas Mundiales de la Juventud. Es interesante citar lo que escribiera una periodista sobre la reunión de los jóvenes con ocasión del Jubileo del año 2000 en Roma: "Iban vestidos como todos los chicos y chicas, camisetas y hombros desnudos, algo más tapados cuando asistían a las funciones, pero después invadieron la ciudad ardiente, la noche amiga y, a veces, dormían con el chico o la chica del alma en el mismo saco de dormir". Es decir, fueron y son sensibles al llamado de un hombre, el Papa, pero su decisión de ir no conlleva -en la mayoría- una opción por la fe tal como la Iglesia necesita hoy.

La realidad actual en la relación Dios-hombre, fe y vida.

En 1969, José María Gironella, presentó un libro titulado "Cien españoles y Dios". El escritor había entrevistado a cien españoles famosos y les preguntó si creían en Dios, la mayoría contestó afirmativamente. Lo curioso es que al preguntarles si había tenido alguna experiencia de tipo religioso, la mayoría respondió negativamente. Salta a la vista que creer en Dios no supone necesariamente experimentarlo. Veinticinco años más tarde Gironella entrevistó a otros cien famosos: "Nuevos cien españoles y Dios". Esta vez aproximadamente solo la mitad creía en Dios y la otra mitad no. Pero igual que había ocurrido en la primera encuesta, casi todos los que se declaraban creyentes dijeron no haber tenido nunca una experiencia religiosa digna de mención. José María Aznar añadió incluso: "Tampoco la espero ni experimento deseo alguno de ella".

Las estadísticas que estoy comentando constituyen un aporte para la comprensión de la realidad actual en la relación Dios-hombre, fe y vida. España no es Europa ni el mundo, pero las estadísticas señaladas provienen de una tierra que ha tenido y tiene una importancia enorme para la vida de la Iglesia. Baste pensar en el número Comunidades Religiosas y de santos que generó, como la epopeya evangelizadora de América y Filipinas. Si las mismas estadísticas se realizaran en otro país, por ejemplo Holanda, los números serían más duros todavía. El Padre Kentenich repetía incansablemente que Dios "habla en la vida cotidiana", que "habla en los hechos, en los sucesos". ¿Cómo interpretar la voz de estas estadísticas? Me detengo es dos aspectos:

Un desafío pedagogico de dimensiones enormes

En primer lugar, estamos ante un desafío pedagógico de dimensiones enormes. ¿Cómo es posible que tantos que se reconocen creyentes, no tengan experiencia de Dios o ni siquiera la anhelen? ¿Qué es lo que no se hace bien? Creo que la Iglesia tiene, entre otras limitaciones pastorales, un grave problema de lenguaje. Lo confirmo casi cada vez que converso con jóvenes y también con adultos. Por ejemplo, ¿se ha preguntado el predicador, el catequista, qué entienden los oyentes cuando se les habla de: "sacerdocio real", "gracia de Dios", "reino de Dios", "pecado original", "salvación",…? Mi experiencia es mayoritariamente negativa: no entienden qué, por qué, para qué. En cambio, los pocos que responden positivamente han tenido o tienen una experiencia, una vida religiosa. Dios no es "una cosa", no es "alguien lejano e innecesario para la vida", sino una persona que experimentan y con la que se comunican. El Padre Fundador no solo señaló la importancia decisiva de la experiencia de Dios, sino que desarrolló una verdadera pedagogía de la fe. Esta pedagogía tiene una palabra clave: alianza. Alianza de amor. Alianza es pacto, interrelación, comunión y comunicación de amor entre Dios y el hombre. Solo quien dialoga con el Dios vivo en su vida, quien lo vive como Aliado y Compañero de camino puede adquirir la "experiencia" religiosa.

La familia y las amistades

Lo segundo son las dos entidades que más valoran los jóvenes españoles: la familia y las amistades. He aquí dos "voces" potentes de Dios que nos confirman, porque justamente nos denominamos Familia. Tenemos la Obra de las familias, formamos grupos y cursos, es decir lugares de amistad y fraternidad, desarrollamos estructuras espirituales originales como el Santuario del Hogar en la Iglesia doméstica. ¡Hemos de aportar audaz y creativamente lo que se nos confió!

Por todo lo dicho, las estadísticas, lejos de desalentarnos, son una confirmación de lo que somos y tenemos como Familia de Schoenstatt. Eso sí, hemos de cuidar que el vocabulario sea comprensible, porque no se ama ni se vive lo que no se comprende como sustancial. Hemos de valorar siempre más la espiritualidad de la alianza, como las estructuras que poseemos, cuidando que éstas sean dinámicas y sirvan a la vida. Solo quien hace un buen diagnóstico podrá determinar la medicina adecuada. Tenemos claramente un aporte a esta hora de la Iglesia, pero sólo si nos damos cuenta de ello se desatarán las energías interiores y la audacia alegre para darlo

 



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Last Update: 05.07.2005 Mail: Editor /Webmaster
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