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 published: 2005-06-22

La gracia de ser distintos

El tema de la Iglesia en diáspora

Una iglesia de pequeños grupos

A church in small groups

Eine Kirche kleiner Gruppen

 
 

Disfrutando de la “gracia de ser diferente”

Enjoying the grace to be different

Freude am Anderssein

 
 

Un iglesia que ofrece sus tesoros…

A church that offers her treasures

Eine Kirche, die ihre Schätze anbietet

 
 

Una iglesio peregrina...

A pilgrim church

Eine pilgernde Kirche

Fotos: POS Fischer © 2005

 

 

 

ROMA, P. Alberto Eronti. Cuando se le preguntaba al Padre Kentenich por la finalidad de la Obra que había fundado, decía que pretendía ofrecer a la Iglesia "el hombre y la comunidad nuevas, para los tiempos nuevos". Esto quiere decir que el Espíritu le regaló al Padre dones en función de "los nuevos tiempos" y que la Obra por él fundada, tanto en su espiritualidad como en su estructura, responde a esta realidad. En el articulo: El Papa es el Papa decía que uno de los desafíos que el Papa Benedicto XVI tenía hacia el interior de la Iglesia es, según la opinión de muchos, el tema de la diáspora.

El tema no es nuevo, ya había hablado de él el teólogo alemán Kart Rahner en su libro "Misión y gracia" (1966). Afirmó el gran teólogo que, por primera vez desde el siglo IV la Iglesia se encuentra en esta situación. La palabra es de origen griego y significa "dispersión". Así vivió la Iglesia en los primeros siglos, San Pedro lo escribe en su Primera Carta: "Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Diáspora…" (1 Pe. 1,1). ¿Por qué la expresión vuelve a ser usada tras 16 siglos? El teólogo canadiense J. M. Tillard escribió no hace mucho un artículo con un título impactante: "¿Somos los últimos cristianos?". En el artículo afirma que no somos los últimos cristianos, pero sí somos los últimos testigos de una cierta manera de ser cristiano". Se ha terminado lo que un teólogo holandés W. H. van de Pol describía como "el cristianismo convencional". Identifica "convencional" con "establecido y aceptado" pero no vivido. Es decir: se sabe una verdad, pero no se vive realmente en función de ella. Es lo que el P. Kentenich llamó "mecanicismo" y el Concilio Vaticano II definió como "el drama del cristianismo: la separación entre fe y vida".

¿Problema... o desafío?

Si coincidimos con lo dicho, entonces estaremos de acuerdo en que – definitivamente – la Iglesia del siglo XXI necesita responder a una realidad antigua para ella y nueva para nosotros: la diáspora, como consecuencia de la increencia alimentada por el laicismo y la subjetividad de la verdad y de la moral; citando lo que se oye mayoritariamente aquí. Ahora, si nosotros creemos que el Padre Kentenich da un aporte para esta nueva realidad, hemos de "volver hacia la historia de la Familia", como él nos lo pidiera. Volver a la historia para detectar que en ella los problemas de la Iglesia y la sociedad actual "ya encontraron" una respuesta. En el pensar del Padre, a él y a la Familia, la Providencia les dio previvir los problemas y también, de alguna manera, las soluciones. A nosotros se nos pide renovar la fe de que somos depositarios de un don para esta Iglesia que ya transita los nuevos tiempos y, por eso mismo, renovarnos en conciencia de misión.

Para ayudar a una reflexión de lo propio, será bueno saber cómo ven y qué dicen de esta "nueva Iglesia" en el ámbito de los teólogos, pastoralistas, sociólogos y Movimientos. Resumo las cuatro notas más comunes:

Discípulos con experiencia de Dios.

En el pasado, se dice, bastaba con "dejarse llevar" para ser cristiano. En el futuro, precisamente por eso, dejará de ser cristiano. Acertaba Rahner cuando escribió "el cristiano del futuro o será ‘místico’, es decir una persona que ha experimentado a Jesucristo, o no será cristiano". Se trata de lo que Job expresó tan existencialmente: Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos" (Job 42,5). No ha de asustarnos la palabra "místico", tampoco la expresión "te han visto mis ojos". Se refieren a algo muy propio de la espiritualidad de Schoenstatt: la experiencia de Dios es, sencillamente, una experiencia humana con una interpretación religiosa. Se trata del Dios de la vida, de nuestra vida. El discípulo de Jesús es el que ha recibido la capacidad de percibir el significado profundo que los acontecimientos llevan en sus entrañas. El fruto nos es conocido: la gracia del arraigo en Dios.

Radicalidad evangélica.

Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles nos impresiona el entusiasmo de los primeros seguidores de Jesús. La palabra "entusiasmo" proviene del griego y significa "poseído por Dios". Alguien la define como "una experiencia de Dios intensa que impulsa a la acción con alegría". Cuando el cristianismo se convirtió en la "religión oficial", se produjo lo que M. Weber llamó "el retorno de los revolucionarios a la vida cotidiana"; el resultado es claro: lo que muchos llaman "la religión light". Una religiosidad cómoda, poco exigente y coexistente con otras lealtades no religiosas, es lo que caracteriza a muchos cristianos hoy. Para nosotros se trata de la "gracia de la transformación interior y del envío apostólico".

La gracia de ser distintos.

A los primeros cristianos se les llamó "los santos", es decir "los distintos, los diferentes". Se les reconocía por cómo vivían y hablaban para "dar razón" de su fe. No es ni será fácil vivir la fe en Jesucristo en la realidad social que ya se ha instalado, por eso -sin disminuir el compromiso con la sociedad y la tierra en que vive, porque la levadura tiene que fermentar la masa- el discípulo de Jesucristo tendrá que saber buscar una atmósfera que le permita fortalecer y desarrollar su fe. Por esto, para el cristiano del siglo XXI tendrá importancia decisiva estar integrado en una comunidad cristiana viva, en la que exista fe compartida y calor humano. Para nuestra Familia la comunidad (grupos, cursos, ramas) es en primer lugar una experiencia de Iglesia – "pequeña Iglesia", la llamaba el Fundador – y, por eso mismo, ofrece una "pedagogía de atmósfera" para el crecimiento.

Una Iglesia para los demás.

Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles tenemos la impresión que la fe se propagaba "por contagio". Esto volverá a ocurrir ahí donde la comunidad de los creyentes ponga de manifiesto a los ojos de todos que, donde hay un cristiano hay una nueva humanidad, pasó lo viejo, todo es nuevo (cf. 2 Cor. 5,17). Pero en este "para los demás", hay un desafío para el cual la Iglesia tiene que prepararse ya: acoger a los que retornen a la fe. Son personas que necesitan pacificar un pasado religioso que les decepcionó, y no bastará con darles la "bienvenida" e invitarles a ocupar un lugar en la comunidad como si nada hubiera ocurrido. Eso sería cerrar las heridas en falso. Debemos hacernos a la idea de que un discipulado "de estricta observancia" no llegará a ser un fenómeno de masas. Sin embargo debemos aspirar a una Iglesia lo más numerosa posible, porque Jesús nos pide intentar "hacer discípulos a todas las gentes" (Mt. 28,19). La Iglesia, por lo tanto, ha de aspirar a ser una Iglesia de masas, pero no a cualquier precio. Y, desde luego, no al precio de dejar de ser Iglesia: es decir, no al precio de estar integrada por personas que nunca se han planteado en serio el seguimiento de Jesús. Por eso, el desafío del discípulo es ser "levadura en la masa y sal de la tierra", única manera cierta de que el reino llegue a muchos y muchos "entren" en él.

He aquí un resumen de lo oído en algunas conferencias, reuniones y diálogos personales. Lo dicho dista mucho de ser todo lo que se dice y se puede decir, pero basta para que con el corazón del Padre Fundador y desde su visión de la Iglesia, que ya es de"la nueva ribera", valorizar lo que somos y tenemos, vivirlo más plenamente y entregarlo con alegría y esperanza.



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Last Update: 22.06.2005 Mail: Editor /Webmaster
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