Nachrichten - News - Noticias
 published: 2005-04-08

EN AGRADECIDA MEMORIA

El Movimiento apostólico de Schoenstatt recuerda la persona y el pontificado de Juan Pablo II

En agradecida memoria

In grateful memory

In dankbarer Erinnerung

Foto: POS Fischer © 2005

 
 

La familia de Schoenstatt internacional con el Santo Padre, 9 de septiembre de 2004

The international Schoenstatt family with the Holy Father, September 9, 2004

Die internationale Schönstattfamilie beim Papst, 9. September 2004

 
 

Misión y compromiso

Mission and commitment

Sendung und Verpflichtung

 
 

El Cardenal Francisco Javier Erráuzuriz saluda al Santo Padre, 9 de septiembre de 2004

Cardinal Francisco Javier Errázuriz greets the Pope, september 9, 2004

Kardinal Francisco Javier Errázuriz grüßt den Papst, 9. September 2004

Fotos:  Raid/Mari © 2005

 

In septiembre de 1985, la Familia Internacional de Schoenstatt tiene una audiencia con Juan Pablo II. Le presente la persona, obra y misión del Padre José Kentenich y se compromete con su amor a la Iglesia.

In september 1985, the International Schoenstatt Family has an audience with John Paul II and presents life, work and mission of Father Kentenich to him, committing itself to his love for the church.

Im September 1985 begegnet die internationale Schönstattfamilie dem Heiligen Vater, Papst Johannes Paul II, stellt ihm Person, Werk und Sendung ihres Gründers Pater Josef Kentenich vor und erklärt ihre Bereitschaft, die Anliegen des Vaters der Christenheit aufzunehmen und mitzutragen.

 

Foto: Archiv © 2005

 

En comunión con la Iglesia universal sentimos con dolor la partida a la casa del Padre del Papa Juan Pablo II. En esta hora de despedida queremos hacer memoria viva de la preciosa herencia que nos dejó y renovar nuestro compromiso de colaboración para que sea fecunda. Sin pretensión de abarcar las múltiples facetas de su histórico servicio a la Iglesia y a la humanidad deseamos resaltar algunos aspectos que consideramos importantes.

Como ocurre siempre con la partida de un ser querido vuelven a la memoria los momentos privilegiados de encuentro familiar con él: La beatificación de Carlos Leisner en el estadio olímpico de Berlín, las diversas audiencias y celebraciones eucarísticas con comunidades y peregrinos de nuestro Movimiento. Pero sobre todo no podremos olvidar su paternal acogida y sus sabias enseñanzas en septiembre de 1985 cuando recibió a miles de miembros de la Familia internacional de Schönstatt reunida con motivo de la celebración del centenario del natalicio del fundador, el Padre José Kentenich. En esa ocasión renovamos ante él la promesa que el Padre Kentenich en 1965 había hecho a su antecesor el Papa Pablo VI: colaborar con todas nuestras fuerzas para la renovación de la Iglesia conforme al programa del Concilio Vaticano II. Tampoco podremos olvidar que hace pocos meses, en septiembre del año pasado, volvimos a encontrarnos con él un día después de la bendición del santuario "Matri Ecclesiae" edificado en Belmonte, Roma. Notoriamente marcado por la enfermedad y disminuido en sus fuerzas físicas no renunció a regalarnos su presencia, su palabra y su bendición.

Hemos experimentado como un gran don el hecho de que el Santo Padre nos hizo partícipe de su experiencia personal del Dios vivo. Juan Pablo II fue un hombre de oración y de contemplación, hombre de la Eucaristía y signo vivo de la presencia de Dios en medio nuestro. La doctrina hecha vida en él, la verdad encarnada en su persona le otorgaron esa innegable autoridad moral que superó los límites de la Iglesia católica y lo constituyó en verdadero líder de la humanidad, más allá de tantas diferencias raciales, políticas o religiosas. Esta coherencia entre magisterio y testimonio personal es también la clave para comprender la recíproca simpatía y el profundo entendimiento entre el Santo Padre y la juventud. Millones de jóvenes se reunieron en las jornadas mundiales del pasado y con ansias esperaban hacerlo próximamente en Colonia. Ellos, que son el futuro de la Iglesia y de la humanidad, no quedaron defraudados en su búsqueda de clara orientación y firme apoyo.

Juan Pablo II hizo honor al nombre que eligió como pontífice. En su persona se unieron el amor entrañable a Jesús del apóstol Juan, el discípulo amado, y el ardiente amor misionero de Pablo, el apóstol de las gentes. E hizo honor asimismo al nombre que le damos normalmente al pontífice: Santo Padre. No sólo nos recordó la vocación a la santidad recibida en el bautismo y nos dijo que existe una "pedagogía de la santidad" sino que nos precedió en ese camino y nos dio ejemplo de una vida santa. Con verdad lo llamamos también Padre. Porque compartió alegrías y tristezas nuestras y de nuestros pueblos, porque no claudicó en su voluntad de servicio y aún enfermo y débil salió a la búsqueda de todos, en especial de los más pobres y necesitados. Porque no hizo diferencias ni se dejó llevar por oportunismos ni comodidades, porque valoró cada cultura y supo enaltecerla, incluso denunciando sus errores y señalando sus peligros, por todo esto su paternidad no tuvo fronteras.

Con fino sentido para captar los signos de la acción del Espíritu Santo en los corazones y en las comunidades fue un gran pedagogo del Evangelio. Firme y claro en el anuncio de la verdad, fue sobre todo un incansable sembrador y un creativo promotor de múltiples iniciativas para la efectiva encarnación de esa verdad y la adecuada transmisión según la sensibilidad del hombre y de las culturas contemporáneas. Sabía bien que la fe es un proceso de vida y requiere paciente acompañamiento, voluntad de diálogo, veracidad y respeto.

Su valoración de los movimientos eclesiales como frutos del Espíritu y primavera de la Iglesia nos llama a mantener vivo el carisma particular recibido y a ponerlo al servicio de toda la comunidad eclesial. La inolvidable celebración en la plaza San Pedro, en la víspera de la fiesta de Pentecostés del año 1998, acrecentó la comunión de los movimientos entre sí y despertó nuevas iniciativas de encuentros y de trabajos en común. Nos reiteró el llamado a ser Iglesia y a vivirla como misterio de comunión y de misión junto con todo el pueblo de Dios.

Anunció en su primera encíclica que el camino de la Iglesia debía ser el hombre, el hombre en su existencia concreta y única, creado a imagen de Dios y redimido por la sangre de Cristo. Nunca abandonó ese camino y lo recorrió hasta el final. Por eso fue el gran defensor de la dignidad de cada hombre y todo hombre. Por eso defendió el valor sagrado de la vida desde el primer momento de la concepción hasta el momento final de la muerte. Por eso quiso pasar a la historia como el pontífice de la familia, lugar primero y decisivo de formación de la personalidad humana. Por eso la paz y la justicia encontraron en él al más ardiente defensor y promotor, porque sin ellas no hay una vida conforme a la dignidad del hombre. No es de extrañar que millones de mujeres y varones de todas las religiones y razas se hicieran eco de tal mensaje y hoy experimentan la partida de Juan Pablo II como una dolorosa pérdida para la humanidad entera. "Abrid las puertas a Cristo, no temáis" fue su primer y su continuo llamado de pastor universal, urgido por la convicción de que sólo en Jesucristo ser encuentra la plena realización de la historia.

El camino del hombre y el camino de la Iglesia tienen una misma meta: el encuentro con el Padre, el Dios rico en misericordia, que para siempre nos manifiesta su amor en su Hijo Jesús, redentor del hombre y señor de la historia, y nos vivifica y santifica por medio del Espíritu Santo.

Fue la meta señalada por Juan Pablo II en la preparación al inicio del nuevo milenio de la historia. Nos animó a caminar hacia la meta con la mirada fija en el rostro de Cristo, a seguir su palabra y remar mar adentro sin miedo al mar agitado de la historia de nuestros días, a ofrecer con valor su mensaje a todos los hombres y a todos los pueblos.

Faltaría algo esencial en nuestro recuerdo agradecido de la persona y el magisterio de Juan Pablo II si olvidáramos un nombre y un mensaje: María. "Totus tuus" fue mucho más que la declaración pública de una piedad privada. A Ella consagró su amor desde los días de su infancia hasta el final de sus días. Y Ella lo acompañó como buena madre, lo protegió cuando se atentó contra su vida, lo alentó en todo momento. El estaba convencido de que nadie como María puede introducirnos más profundamente y enseñarnos mejor a vivir la dimensión divina y la dimensión humana del misterio de Cristo. La peregrinación a tantos santuarios marianos que enriquecen la geografía de la fe en todo el mundo constituyó parte irrenunciable de su programa en los viajes apostólicos. Tuvimos la alegría de que en su tierra natal, en junio de 1991, bendijera el santuario de Schönstatt en Koszalin. Y de que en el diciembre del año santo del 2000 peregrinara al santuario "Cor Ecclesiae", ubicado a pocos kilómetros de la basílica de San Pedro.

Alabamos al Dios uno y trino por el don que nos hizo en la persona y magisterio de Juan Pablo II, le pedimos fuerzas para realizar lo que nos confió como mensaje e imploramos al Espíritu Santo que el próximo sucesor de Pedro sea nuevamente una bendición para la Iglesia y la humanidad.

Schoenstatt, 5 de abril de 2005

P. Heinrich Walter

Presidente del Consejo internacional de la Obra de Schoenstatt



Zurück/Back: [Seitenanfang / Top] [letzte Seite / last page] [Homepage]

Last Update: 08.04.2005 Mail: Editor /Webmaster
© 2005 Schönstatt-Bewegung in Deutschland, PressOffice Schönstatt, hbre, All rights reserved, Impressum