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 published: 2005-04-12

Al tercer día

"Descansa en paz, Santo Padre" – 8 de abril en Roma

El Santo Padre nos salude...

The Holy Father greeting us...

Der Heilige Vater begrüßt uns noch einmal...

 
 

Cardenal Ratzinger, predica

Cardinal Ratzinger during the sermon

Kardinal Ratzinger bei der Predigt

 
 

Una multitud en San Pedro

A multi-colored crowd at St. Peter’s

Gottes Volk auf dem Petersplatz

 
 

Santo subito, santo ya

Santo súbito, holy now!

Santo subito, heilig jetzt!

 

Muchos durmieron en la Plaza

Many slept the night before on the Square or in the streets

Viele haben im Freien übernachtet, um früh da zu sein

 
 

Tristeza y esperanza

Sadness and hope

Trauer und Hoffnung

Fotos: Donnelly © 2005

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ROMA, Simon Donnelly. El jueves por la noche, una amiga norteamericana y su hijo durmieron en la calle para poder estar cerca de la Plaza San Pedro a la mañana siguiente en que se celebraba el funeral del Santo Padre. Lo mismo hicieron miles de peregrinos polacos, al igual que italianos y de otros países. En mi seminario, un sacerdote polaco que está haciendo su doctorado, oriundo de la diócesis de Koszalin, recibió la visita de cuatro sacerdotes amigos, compañeros de estudio, que habían manejado 2000 kilómetros en dos días, con una parada en Leipzig la noche anterior. Estaban agotados pero felices de estar en Roma. Partieron de nuestro colegio el viernes a las 3.30 AM, para tomar un bus a Piazza Venezia, camino a la Vía de la Conciliación, donde esperaban encontrar un lugar más o menos a la vista de San Pedro para el funeral. Otros partieron también de madrugada.

Yo fui mucho más tarde, pasadas las 6 de la mañana, sin ninguna esperanza de estar cerca de San Pedro para el funeral. Se me hacía que era demasiado tarde ya... pero Dios, en su infinita bondad, asistido sin duda por la intercesión de nuestra Mater, tenía otros planes. Me encontré, de sorpresa, con un sacerdote amigo, que tenía un documento mágico llamado notificazione, que le abría camino a través de todos los puestos de seguridad, dado que debía repartir la Comunión en la Misa de exequias. Tomamos un bus hacia el Estadio Olímpico, donde miles de personas emergían de carpas y autobuses. El Municipio de Roma dispuso, en forma gratuita, ómnibus para trasladarnos lo más cerca posible a San Pedro.

Acercándose a la Casa del Señor

Camino a San Pedro, uno siempre tiene la la sensación de estar acerándose a la Casa del Señor, a medida que va sumándose a otros peregrinos y visitantes que enfilan hacia la Iglesia más grande del mundo cristiano. Pero esta mañana éramos un mar de gente, centenares de miles. Algunos peregrinos polacos llevaban un pañuelo al cuello que decía Solidarnosc (Solidaridad), nombre del movimiento obrero que contó con el apoyo del Papa, y que finalmente llevó a la caída del régimen comunista en Polonia.

Tuvimos que pasar por encima de los que yacían durmiendo sobre el pavimento y los que recién se despertaban. Estos peregrinos habían desafiado una noche ventosa y desapacible con tal de estar aquí. Las piazzas cercanas a San Pedro estaban prácticamente colmadas a esta altura. Realmente jamás pensé que lograría acercarme a la piazza principal. Pero en Italia, si uno camina con paso firme y seguro, y tiene alguna tarea eclesial, a veces consigue atravesar los controles de seguridad. Y eso fue lo que hicimos permanentemente, yo siguiéndolo a mi amigo, y ambos siguiendo a algunos Obispos que logramos divisar.

Finalmente, ente mi asombro, pudimos llegar hasta la misma piazza principal. Fue éste el primer milagro del día para mí. Me sentí totalmente indigno de estar allí. Y, sin embargo, la Mater me había empujado suavemente a lo largo de todo el recorrido hacia la Plaza donde estuviera hace seis días, cuando el Santo Padre murió... esa misma piazza donde celebramos el 25 aniversario de su pontificado un año y medio atrás.

Di gracias, también, por algo sumamente preciado: recibir el folleto de la Misa que acompaña todas las grandes celebraciones en San Pedro; el del viernes decía simplemente Messa Esequiale del Romano Pontefice (‘Misa de Exequias del Pontífice Romano).

Bienvenidos a la Jornada Mundial de la Juventud 2005

A medida que la multitud iba llegando en tropel, alcancé a ver diversos carteles portados por los fieles. Uno de los más llamativos apareció por televisión también. Decía, solamente, Santo subito (literalmente "Santo ya"), vale decir, "¡Proclámenlo santo ya mismo!". Cuando vimos este cartel por las maxipantallas, aplaudimos vivamente. Hay un fuerte clamor popular de que Juan Pablo II, nuestro Papa fallecido, sea propuesto como candidato a la santidad. Son muchos los que están convencidos de su excepcional santidad de vida. Consideramos que su vida responde a un alto grado de santidad. Para quien desconozca todo lo que ha hecho Juan Pablo II, basta tan sólo con leer cualquiera de las decenas de periódicos y revistas de esta semana en Roma con innumerables artículos sobre la vida de este Papa. Su pontificado ha sido tan largo, que muchos de nosotros hemos olvidado – o ignorábamos – el sinfín de cosas que hizo por el pueblo de Dios, a un amplio nivel internacional, al igual que a nivel privado, de carácter personal.

Otro cartel daba la bienvenida al Papa a la Jornada Mundial de la Juventud 2005 en Colonia. Estamos seguros de que Juan Pablo nos acompañará espiritualmente, aunque no pueda estar en persona.

Reunidos desde los confines del mundo

Desde las pantallas de video, una bella imagen del Santo Padre con ornamentos colorados presidía la piazza – impartiendo a todos su bendición. Un tenue día primaveral despuntaba en Roma, envolviéndonos en un clima muy sereno, muy acogedor. Ni una gota de lluvia en el ambiente, tan sólo una suave brisa. Poco a poco, la plaza fue llenándose a lo largo de las tres siguientes horas, hasta que ya no cabía ni un alfiler. Aquí y allá flameaban innumerables banderas de todos los países del mundo, mayoritariamente de Polonia. Me veía rodeado de religiosas, jóvenes, ancianos, sacerdotes. Una Hermana Agustiniana irlandesa repartió estampas antiguas con la imagen de Juan Pablo II: "Recemos por nuestro Santo Padre, el Papa". Aún después de muerto, seguiremos rezando por él.

Me encontré con un empresario holandés, católico, que junto con un amigo habían viajado desde Ámsterdam en avión. "No le mencionamos a nuestros compañeros de trabajo adónde íbamos. Habrían pensado que estábamos locos". Pensé para mis adentros lo que ha logrado este Papa: convocarnos aquí desde los confines del mundo. Qué hermosa es nuestra fe, y qué fe extraordinaria encarnó él en su vida.

Alrededor de doscientos jefes de Estado y dignatarios ocuparon sus lugares junto al altar erigido al aire libre. Nos alegró su presencia, pero no nos llamó la atención. Muchos de ellos, seguramente, (incluso los tres presidentes estadounidenses) se habrán sentido azorados frente a una multitud de un millón de personas, que no habían venido para verlos a ellos.

Un sencillo ataúd de ciprés

A las 10, obispos y cardenales ingresaron al sagrato en lo alto de la escalinata frente a la basílica. Con esa voz serena, tímida pero enérgica que estamos acostumbrados a oír desde el comienzo del papado de Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger dio el saludo inicial: Requiem aeternam dona ei, Domine: et lux perpetua luceat ei (‘Concédele el descanso eterno, Señor, y haz que la luz perpetua resplandezca sobre él)...

Los restos de nuestro querido Papa yacían delante del altar, en un sencillo ataúd hecho de madera de ciprés. Las pantallas de video enfocaban la muchedumbre que se había dado cita para participar de este evento, a la vez que se detenían en el ataúd, sobre el cual reposaba el libro de las Sagradas Escrituras. Lloramos al verle de nuevo, y aplaudimos vivamente cada vez que la cámara enfocaba el ataúd.

La primera lectura, de los Hechos, fue en español: Dios no hace acepción entre las personas. El salmo nos reconfortó: "El Señor es mi pastor". La segunda lectura, en inglés, fue de la carta a los Filipenses: "Perseveren firmes en el Señor". El Evangelio, según San Juan, en el que tres veces Jesús le pregunta a Simón, hijo de Juan: ¿Me amas? Y a continuación le dice: "Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas adonde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos y otro te atará y te llevará adonde no quieras". Aunque el Papa estuvo rodeado de gente que lo amaba y cuidó de él en su vejez, todos pudimos ver claramente el paralelo entre el pasaje evangélico y la vida del Papa. Sufrió enormemente en sus últimos días: el certificado de defunción indica que falleció de septicemia y de colapso cardiopulmonar irreversible. Pero durante los últimos años padeció también del mal de Parkinson, episodios de insuficiencia respiratoria aguda y consecuente traqueotomía, además de hipetrofia prostática complicada por infección en las vías urinarias (urosepsis), además de cardiopatía hipertensiva. Verdaderamente sufrió muchísimo.

Sígueme

El Cardenal Ratzinger pronunció una breve y sentida homilía, que incluyó un resumen de la vida de Karol Wojtyla. El tema central fue el llamado de Cristo a los discípulos: "Sígueme". Y, como expresó el Cardenal, toda la vida de Karol Wojtyla fue una respuesta a ese llamado: siguió al Señor hasta los confines de la tierra. "Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas". Nuestro Santo Padre, Juan Pablo II, oyó el llamado del Señor: en 1958 dejó atrás la vida académica para convertirse en Obispo Auxiliar. Veinte años más tarde, abandonó su tierra natal para convertirse en Papa. Y, en su vejez, el Papa sufrió en silencio, un silencio más que elocuente. Se refugió siempre en su Madre celestial, María, tras haber perdido a su propia madre. Finalizando con las palabras que más nos conmovieron: "Nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendícenos, Santo Padre".

De esta manera, el Cardenal Ratzinger se dirigió directamente a su amigo, nuestro querido Santo Padre, confiándolo también a la Madre de Dios, que lo guió cada día, y lo guiará ahora "a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro". El breve testimonio del Cardenal Ratzinger estuvo cargado de ese cariño que sólo dos amigos del alma pueden compartir. Fue el mismo cariño que presencié en la celebración de sus 25 años de pontificado, en la Plaza de San Pedro, en octubre de 2003.

Durante toda la Misa de exequias, la voz del Cardenal Ratzinger – y las de los demás – llegaron a mí vía estéreo: desde el altar frente a nosotros, poco antes de ser retransmitidas por una estación de radio polaca, con un locutor polaco. ¡Los coterráneos del Papa querían asegurarse de no perder ni una sola palabra!

La gente aplaudía, agitaba sus manos en un adiós, y todos llorábamos...

La oración de los fieles fue el fiel reflejo de ese vasto universo que Juan Pablo II recorrió llevando su palabra de aliento: preces en francés, swahili, filipino, polaco, alemán y portugués. Durante la Comunión se entonaron los himnos Lux eterna luceat ei y De Profundis: ‘Desde el abismo clamo a ti, Señor, escucha mi voz". Expresando el sentimiento común que nos unía a todos ese viernes.

Al final de la Eucaristía, los patriarcas de las Iglesias católicas orientales se acercaron a bendecir el ataúd mientras rezaban el Oficio de Difuntos de la liturgia bizantina, en griego. El idioma griego predominó ciertamente en San Pedro durante los primeros siglos del cristianismo, cuando la mayoría de los obispos no hablaba latín. Esto forma parte explícita del legado del Santo Padre: la iglesia debe "repirar con ambos pulmones". Uan vez más, quiere recordarnos hoy nuestra herencia griega y latina.

Una vez finalizada la Misa, los "sediari" llevaron en andas el féretro del Santo Padre, subiendo la escalinata, donde lo sostuvieron en alto para que nos despidiésemos de él por última vez, tal como hicieron el lunes al transportar sus restos mortales al interior de la basílica. El viernes sólo se veía el cajón cerrado, pero aún así fue el momento más sobrecogedor: nuestro ojos contemplaban por última vez su féretro. La gente aplaudía, agitaba sus manos en señal de adiós, y todos llorábamos, especialmente los desolados polacos en torno a mí. Había llegado el momento final: su Papa polaco retornaba a la tierra, tal como pidiera en su testamento. A la tierra de su patria adoptiva, no de su suelo natal.

Tras el silencio final de la Misa de exequias, un pequeño grupo de cardenales procedió al interior de la basílica donde tuvieron lugar las disposiciones finales previas al entierro del Santo Padre. En presencia de ellos, se selló el féretro de zinc que recubría el de cedro, el que luego fue depositado en la tierra, para su eterno descanso.

De pronto no teníamos adonde ir

En la plaza, todo había llegado a su fin, y de pronto no teníamos adonde ir. Los agobiados peregrinos polacos e italianos se sentaron, bebieron agua, comieron algo de las viandas que habían preparado. En un santiamén, la enorme plaza de San Pedro se transformó en un gigantesco lugar de picnic. Un toque sutil: la familia de Dios vino a rendir su homenaje ante el fallecimiento de su pastor, participando del banquete Eucarístico. ¡Y ahora compartían juntos también su alimento terrenal!

A continuación, más de un millón de personas fueron abandonando lentamente el lugar, meditando todo lo que habían contemplado ese día. Hay mucho por agradecer, y que rezar, a lo largo de los próximos días y meses. Un sacerdote de Tanzania, de nuestra casa, dijo hoy unas palabras muy lindas y enigmáticas: "Aprendí más en este solo día del funeral del Papa que en todo un año de teología". Y agregó: "Pensé que Dios me había enviado a Roma para hacer mi doctorado, que estoy haciendo. Pero me di cuenta que me envió aquí para este momento en particular, para que estuviera aquí durante la muerte y el entierro del Santo Padre. Cuando termine mis estudios, habré hecho dos doctorados: uno de ellos es el de hoy día".

Verdaderamente es así. Ha sido un tiempo de abundantes gracias, y de muchas lágrimas también, gracias a través de lágrimas. Hemos compartido aquí los últimos días de Karol Wojtila. Algo grandioso para nosotros, que jamás podremos olvidar.

Ahora nuestros corazones arden por dentro

Si el viernes 8 de abril fue el día en que Juan Pablo II fue enterrado, hoy, domingo 10 de abril, es el tercer día. Este día, en la eternidad, Juan Pablo II resucitará de entre los muertos, como todos aquellos que un día participen del banquete eterno al que fueron invitados por el Novio. El Evangelio del día, de San Lucas, nos narra la historia de los peregrinos de Emaús. Mane nobiscum, Domine... "Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde y el día se acaba". Una lectura muy apropiada para este primer domingo después del funeral de nuestro Santo Padre: fue éste precisamente el tema de su última Carta Apostólica a la Iglesia, para el Año de la Eucaristía (que él mismo proclamara). El Papa se ha ido de nuestra vista, pero en su partir el pan, nos ha ayudado a reconocer la presencia de Cristo, nuestro Señor. Y ahora nuestros corazones arden dentro nuestro.

Descansa en paz, Santo Padre.

Traducción: mca, Argentina



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