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 published: 2005-04-14

El Papa y San Pedro, alma de nuestro mundo mediático

Relato personal de la experiencia de Roma

Roma, 8 de abril de 2005: el mundo se reúne en San Pedro

Rome, April 8, 2005: the world metes at St. Peter’s

Rom, 8. April 2005: Es scheint, dass die ganze Welt auf dem Petersplatz ist

 
 

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Überall zugegen und überall hilfsbereit: Sicherheitsdienst

 
 

Roma saluda a su Papa

Rome greets the Pope

Rom grüßt seinen Papst

 
 

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Pantalla gigantesca en la Piazza Populo – la iglesia, alma del mundo de hoy

Life transmission at Piazza Populo – the church, soul of the modern world

Live-Übertragung aus dem Petersdom auf die Piazza Populo – Kirche, Seele der Welt

Fotos: Donnelly © 2005

 

JP II, P. Helmut Grittner. Ya han sido vistas con frecuencia las imágenes de la inmensa corriente humana en Roma y todavía uno quisiera verlas de nuevo. Ya se ha leído mucho sobre esto, incluso en schoenstatt.de: aún se puede continuar leyendo. Ya se ha dicho mucho sobre este Papa y sobre todo lo que se ha movilizado con su fallecimiento, y de nuevo es interesante escuchar algo más. Hemos presenciado un acontecimiento histórico mundial, dice alguien.

Todo el que ha estado presente de una o otra manera comparte la misma experiencia y al mismo tiempo tiene una experiencia personal: los que han estado ante una pantalla a las tres de la mañana en Minnesota, Estados Unidos, o quienes han estado en Roma, como el P. Helmut Grittner, Decano de varias parroquias en Alemania, miembro del Instituto de Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt.

7 de abril de 2005. La cola...

Ayer he sacado de quicio a mi entorno: ¿debo o no ir a Roma? El P. Stamm: yo puedo celebrar la Santa Misa en Freiensteinau. El P. Dmytruk: ¡Yo estoy dispuesto a celebrar la Sta. Misa dominical en el caso de que tú no regreses puntualmente! Pero ¿y el pánico relatado en los medios? La Sra. Sieben: si Ud. quiere esto, ¡está bien! He preguntado a Lufthansa; Roma ida y vuelta 322 €. Hice la reserva. Después de una rápida reunión del consejo administrativo, empaqué: una colchoneta y el saco de dormir, una sotana y un sobrepelliz... después de dormir un poco tomé el auto hacia el aeropuerto. Allí encontré al encargado de la pastoral juvenil de nuestra diócesis. Teníamos tiempo, el vuelo se había retrasado por dos horas porque estaba cerrado el espacio aéreo sobre Roma. En el avión vi a muchos jóvenes, también sacerdotes y religiosos. Escuché hablar en polaco, italiano, inglés y alemán. A algunos los volví a ver en la plaza de San Pedro.

El tren desde el aeropuerto de Fiumicino a la estación Termini (ahora rebautizada Estación Juan Pablo II) estaba atiborrado de mochileros, igual que el micro del servicio de enlace entre la estación de Termini y Castel Sant’Angelo. Todos querían ir a San Pedro. En el comienzo de la Vía de la Conciliación, se formaba la cola para llegar al Papa. Allí me tropecé con el P. Heinrich Walter, presidente del Consejo internacional de la Familia de Schoenstatt, y el P. Ludovico Tedeschi, que trabaja en Roma. En vano ellos quisieron conseguirme una habitación en la Domus Romanus, pero me dirigí a la oficina de peregrinos alemanes y conseguí aún una en la Vía Chinotto. Casi me dio un poco de pena, pues soñé con un alojamiento nocturno a orillas del Tíber. Entonces quise ir a la cola que debía llevarme hacia el Papa en esa histórica corriente humana. En el mes de septiembre había experimentado, con ocasión de la audiencia que tuvimos con motivo de la inauguración del Santuario de Belmonte, cómo se había esforzado él por nosotros. Con mi presencia en la cola multitudinaria, quería saldar una deuda de gratitud.

El mundo está unido en este hombre...

¡Esas cinco horas fueron una gran vivencia! Me rodeaba casi solamente gente joven de todas las lenguas: había muchos polacos, especialmente una agradable familia con cuatro hijas de 6 a 12 años de edad, que había viajado 30 horas en un pequeño ómnibus; más allá un ruidoso grupo de chicas de Bolonia que molestaban un poco; también parejitas de Canadá, Italia, España... y una médica de Munich con la que pude conversar bastante. Entre las pausas de la conversación, intenté rezar los misterios dolorosos del Rosario: yo veo al Papa y al Padre Kentenich como imágenes de Cristo para nuestro tiempo, con la basílica de San Pedro ante los ojos. Si a muchos les molestaba la pompa que acompañaba a los Papas, ahora son solo pantallas que ocultan a Jesús, que se ha hecho presente en la vida de este Papa, comprensible para todo el mundo. En las pantallas gigantes se ve a los jefes de Estado rezando junto al Papa. El mundo se ha unido en este hombre que ha consumido su vida para que Jesús viva en la humanidad.

Las persianas de las habitaciones donde murió el papa están cerradas. El Papa trajo nuevamente a nuestras vidas la realidad de sufrir y de morir. Continuamente aparecía en las pantallas gigantes la imagen de los jóvenes que pasaban sin cesar... los restos mortales del Papa amado y respetado y enviado a todo el mundo: ¡la Iglesia como alma de la cultura! Por un momento se concretó una realidad perceptible: ¡el Papa y San Pedro, como el alma de nuestro mundo mediático!

Cuando la fila llegó a la columnata, se leyó la Carta que envió el Papa a los sacerdotes el Jueves Santo: "Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, derramada por ustedes" es lo que debe decir cada sacerdote. ¡El Papa nos lo ha previvido! Él ha consumido su vida por la vida del mundo. Esta carta es su testamento, su última carta, la renovación del sacerdocio... Recordé el 20 de enero de 1942: la decisión del Padre Kentenich de ir libremente al Campo de Concentración por la libertad interior de su Familia, ¡decisión definitiva de la mutua responsabilidad de redimir! Hemos recibido del Papa, en la audiencia con ocasión de la bendición de nuestro Santuario, una gran responsabilidad por el sacerdocio de la Iglesia. A través de este Santuario nos hemos regalado totalmente al Papa y a la Iglesia. ¡Cómo le urgía al Padre Kentenich esta entrega a la Iglesia y al Papa! Yo intento, algo avergonzado, renovar la Alianza de Amor con el Papa, por nosotros todos y como pedido por la renovación de nuestra comunidad, de nuestros presbíteros y decanato.

Vigilia por el querido Papa

La médica de Munich me preguntó por qué habían viajado tan pocos sacerdotes alemanes. Reflexionamos sobre las consecuencias de la Reforma y esperamos que estos días hagan inteligible el papado, tanto para las iglesias protestantes como para nuestros católicos críticos.

Entonces todo sucedió rápido. Pasamos por el pórtico de San Pedro: bellos cánticos en la liturgia presidida por el Cardenal Ratzinger al otro lado de la columnata de Bernini. Y entonces estuve ante los restos del Santo Padre, vi su rostro helado, sus manos... ante mí lloraba una joven apoyada en el hombro de su amiga, un ciego pasaba por delante, un grupo de personas con serias discapacidades, una chica arrodillada lloraba suavemente... Aquí se vive y ama orgánicamente, aquí la psicología de las causas segundas llega a una culminación: los jóvenes de nuestra época creen y experimentan en este Papa a Jesús y la cercanía del cielo. Termino de rezar los misterios dolorosos del Rosario al ver al Papa. Entonces puedo contemplar el sufrimiento y la muerte de Jesús que el Papa y en el Padre Kentenich ofrecieron por la Iglesia y la querida humanidad.

Finalmente las fuerzas del orden nos condujeron fuera de la basílica de San Pedro. Igual que al comienzo de la columnata, caminamos rodeados de muestras de veneración: cientos de velas, cartas de despedida, gorros, banderas y todas las posibles muestras de veneración de los jóvenes al Papa.

Detrás de la columnata comenzaron los preparativos para mañana: cientos de jóvenes extendían sus colchonetas sobre el pavimento y sobre todas las escalinatas de las iglesias desde el Vaticano hasta el Tíber. En torno a Castel Sant’Angelo todos los espacios verdes se transformaron en un gran campamento. Encendieron velas, pusieron fotos del Papa en el centro y cantaron, rezaron y conversaron. Hicieron una noche de vigilia por su Papa. ¿Encontraron aquí la Jornada Mundial de la Juventud? Eran más de dos millones.

8 de abril de 2005: el entierro

Henriette, una fotógrafa evangélica, me acompañó al Vaticano. A las 7 de la mañana la mayor parte de los jóvenes había dejado el campamento y estaba en camino a San Pedro. Encontré un lugar en el comienzo de la Vía de la Conciliación, con vista a la plaza de San Pedro y una pantalla gigante. Cerca de mí estaba un sacerdote y una religiosa de Nigeria; ante mí, un grupo de polacos que había pernoctado en la plaza. Un niño cambiaba de humor por turnos... En la pantalla gigante apareció el cartel "Santo súbito" (=¡santo ya!) todos los jóvenes cercanos gritaron: ¡Santo súbito!. Los jefes de estado ocuparon sus lugares. Vi a Karsai; el nigeriano reconoció a su presidente. Era un escenario sin precedentes: millones en las calles y en las plazas romanas, dos mil millones ante las pantallas de televisión en todo el mundo y los jefes de estado unidos en este Papa. Todos se levantaron e hicieron una reverencia cuando el sencillo ataúd de madera fue conducido desde la plaza ante el altar. Cundió un increíble júbilo. Se agitó un mar de banderas. Entonces comenzó el sobrio y sencillo Réquiem.

El Cardenal Ratzinger cuidó de la sencillez litúrgica. En su homilía encontró el tono adecuado para esta multitudinaria concurrencia. Honró al Papa con objetividad y cariño. Fue interrumpido muchas veces por largas ovaciones. El hilo conductor fue la palabra evangélica "Sígueme". El Papa siguió a Jesús con su decisión por el sacerdocio, por su llamado al episcopado y por su elección al papado. "La Madre de la Misericordia te quiera mostrar, querido Santo Padre, la misericordia de su Hijo y del Dios Trino". Una gran y sencilla prédica. Durante la consagración y la comunión todos se arrodillaron en la plaza y en las calles. Roger Schutz (de Taizé), fue el primero en recibir la comunión de manos del Cardenal Ratzinger. Después de la oración final y aún después de la despedida, los ortodoxos se quedaron por largos minutos junto al Papa. Entonces lo levantaron los porteadores. Por última vez mostraron el ataúd a los fieles ante el pórtico de San Pedro. En ese momento muchos rompieron a llorar. El pueblo de Dios se despidió de su gran padre, la vida y el sufrimiento de nuestro Santo Padre, el papa Juan Pablo II había llegado a su fin.

Después del Réquiem me puse en camino para no perder el avión. Compré un panecillo en un kiosco. La mayoría de los jóvenes polacos parecían petrificados sobre los puentes del Tíber y sobre los muros del Castel Sant’Angelo.

Entonces comenzó lentamente el éxodo de millones de personas hacia la estación Termini, que desde hace unos días se llama "Stazione Giovanni Paolo II". Todos iban a pie, no había ómnibus. Sólo pasaban de largo los jefes de estado uno tras otro, con el estruendo de la custodia policial. Cada uno volvía a su mundo y el mundo continúa... Pero parece que este mundo despistado, desintegrando, tiene un corazón escondido.

Traducción: aat, Argentina



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Last Update: 14.04.2005 Mail: Editor /Webmaster
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