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 published: 2003-10-19

La Mitra inclinada

La beatificación de la Madre Teresa de Calcuta y el amor más profundo

300.000 fieles de todo el mundo que abarrotaron la Plaza de San Pedro y sus alrededores en el Vaticano

300,000 faithful from all over the world filled St. Peter's Square

300.000 Gläubige aus aller Welt füllten den Petersplatz und die anliegenden Straßen

 
 

Juan Pablo II. durante la beatificación de la Madre Teresa

John Paul II today, during the beatification of Mother Theresa

Johannes Paul II. bei der Seligsprechungsfeier

 
 

La imagen de la nueva beata en la catedral de San Pedro

The picture of the new Blessed at St. Peter's

Das Bild der neuen Seligen am Petersdom

 
 

Tuvieron un lugar preferente más de 3.500 pobres que ocuparon las primeras filas ante el altar.

Over 3,500 poor people filled the first seats around the altar

Über 3500 Arme hatten die ersten Plätze am Altar

 
 

Con el sari blanco orlado en azul se vio a medio millar de Misioneras de la Caridad en esta ceremonia.

With their typical white and blue sari, a big number of  missionaries of Charity participated in the celebration.

Die vielen Missionarinnen der Nächstenliebe in ihrem weiß-blauen Sari, die an der Feier teilnahmen, prägten das Bild.

 
 

Madre Teresa "toca", como el mismo Juan Pablo II, algo profundo en el corazón de los hombres.

Mother Theresa reaches deep inside the hearts of people - like John Paul II

Wie Johannes Paul II. rührt Mutter Teresa an etwas Tiefes im menschlichen Herzen

 
 

En buen Pastor... un Padre

The good shepherd - a Father

Der gute Hirte… ein Vater

 

Fotos: ap, ansa © 2003

 

ROMA, P. Alberto Eronti. Visiblemente emocionado y feliz, Juan Pablo II proclamó este domingo beata a la Madre Teresa de Calcuta, «a quien siempre he sentido cerca de mí», según reconoció ante 300.000 fieles de todo el mundo que abarrotaron la Plaza de San Pedro y sus alrededores en el Vaticano.

La Jornada Mundial de las Misiones tuvo así como protagonista a la fundadora de las Misioneras de la Caridad (1910-1997) en una eucaristía presidida por el Santo Padre, acompañado de más de un centenar de cardenales y numerosos obispos presentes en Roma con ocasión de la celebración del XXV aniversario del Pontificado de Juan Pablo II.

La mitra inclinada.

Cuando el jueves 16 el Papa hacía su aparición para la Misa de acción de gracias de sus 25 años de pontificado, experimenté una profunda impresión, su cabeza inclinada parecía alargarse en la mitra. Todo un símbolo. Como decía en un rápido articulo para "Schoenstatt.de", estos días he oído tanto sobre Juan Pablo II. Los adjetivos calificativos se multiplicaron ya que ninguno parece agotar su ser y hacer. Profeta, místico, poeta, filósofo…, tal vez nada mejor que aquella expresión de una joven en el último Adviento: "Tú eres nuestro padre y maestro". Hoy el Papa es el icono del sufrimiento, de una vida clavada en la cruz. Justamente el crucifijo que presidía hoy la beatificación de la Madre Teresa atraía una y otra vez mi mirada. Su costado, como ventana sangrante, entregaba la vida; la boca abierta y jadeante, sus ojos cargados de amor dolorido y misericordioso. ¡La mitra inclinada!, como que si su propia misión sintiera este final inimaginable hace 25 años.

Hay demasiada abnegación

El periodista español, Juan M. Padra (diario ABC) escribe, al respecto, algo que me conmovió:

"Que en pleno desprestigio de la vejez (una edad que la agresividad analfabeta de nuestras sociedades ha desterrado a un arrabal de piadosa desidia), un hombre decida exponer al escrutinio público las heridas minuciosas que los años han ido dejando y se levante cada mañana sobreponiéndose al reuma y las cicatrices del alma y de la carne para seguir pronunciando su verdad refractaria a las modas, me parece un espectáculo de incalculable belleza. Esa vejez fecunda que se inmola ante las multitudes, constituye uno de los emblemas más esperanzadores de una civilización que agoniza. Quizás no creamos en el evangelio que propaga, ni en la jerarquía que lidera, ni en la raíz divina de su mandato, pero la valentía de un viejo que carga la cruz de una existencia extenuante, para seguir ejerciendo su vocación, no puede ser despachada con una sonrisita sarcástica. Hay demasiada abnegación en su gesto…"

"El Buen Pastor da la vida por sus ovejas…" (Jn.10).

Efectivamente, "hay demasiada abnegación". ¿Cuál es su fuente?, ¡el amor!. El amor de pastor. Son muchos los pasajes evangélicos que nos pueden reflejar este momento de la vida del Papa. Cada uno iluminará algo de esta personalidad multifacética, pero para mí hay una figura recurrente: "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas…" (Jn.10). El padre y maestro tiene un momento donde es examinado en el amor. No solo el amor a su Señor, sino también el amor a los hombres (Jn.21,15-17). Su cuidado, su preocupación de pastor, llega un momento en que se centra en el amor, solo en el amor. Y el amor es la acción de donarse, de darse. Ya no se dan "cosas", sino que solo resta darse a sí mismo y hasta el fin (Jn.13,1). Por esto esta "sensación de final" (que nadie sabe cómo ni cuándo será, cosa que pertenece al mundo del Espíritu), ha ido dejando de hacerme daño para ir colmándome de vida. A mí, sacerdote, me hace bien ver a un icono del Buen Pastor, que "da la vida por las ovejas"; que ama "hasta el fin". Todo lo que no sea una interpretación desde Jesucristo es pura vanalidad y conjetura natural. Juan Pablo II piensa, opta, se mueve y actúa en "otro nivel": el del amor más grande (Jn.15,13), y veo que hace bien, que nos hace bien verle cumplir el mandato supremo hasta el final. No tiene sentido preguntarse por otras alternativas, que leo a diario. Al Cardenal Jorge Mejía se le atribuye esta afirmación: "El Papa renunciará cuando ya no pueda hablar". Ya hace semanas que no puede hablar todo lo que quisiera y hoy, en la Misa de beatificación de la Madre Teresa, no pronunció una sola palabra de la homilía. Decididamente no me pregunto nada, vivo cada día bebiendo de su amor y recibiéndolo como mensaje. Es la hora en que el Buen Pastor se hace definitivamente el buen padre, porque ama y y sirve apasionadamente a la vida de sus hijos. En la cruz Jesús fue padre de la Iglesia. En su cruz, el Papa es padre.

La beatificación de la Madre Teresa.

La ceremonia ya no es nueva, ¡son tantas las beatificaciones y canonizaciones de Juan Pablo II!. La ceremonia de hoy tenía, sin embargo, ese sabor particular que toca y conmueve el núcleo emotivo de las multitudes de la Iglesia. Ya la introducción al acto de contrición nos conmovió: el apelo a la misericordia divina, pidiéndole a Dios la gracia de no juzgar (cosa que, en realidad, solo le corresponde a él), sino de saber perdonar y servir.

Luego, el Arzobispo de Calcuta, leyó una breve reseña de la Madre Teresa. Recordó que su nombre lo tomó por su vinculación con Teresa de Lisieux. Que la suya fue una "vocación dentro de la vocación", es decir: consagrada a Dios - vocación primera – sintió el llamado a servir a los más pobres entre los pobres, a los humillados, abandonados, no amados. Por eso le puso a sus Hermanitas el nombre de la misión: ser misioneras de la caridad. No misioneras del amor, sino de la caridad. ¿No es lo mismo?, no. La palabra "amor" es ya muy equívoca, quizás para rescatarla sea mejor usar la palabra "caridad", que es la que indica el amor de Dios, amor que no es equívoco. Porque Dios es puro amor, puramente amor, solo amor y por eso puro don de sí. La misión de las Hermanitas, ¡es la Caridad!. Por eso lo que ellas aportan es el don de sí, el puro don de sí, ahí donde no hay posibilidad alguna de retribución. Es la realización de estas palabras: "más vale dar que recibir" (Hechos.20,35) y que Pedro realizara tan admirablemente cuando sanó al paralítico: "No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar" (Hechos.3,6).

Vivir la lógica del Evangelio

El texto del Evangelio del día no podía ser más adecuado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, hágase vuestro servidor"(Mc.10,43). La pequeña imagen de Teresa sonriente, en el frente de la Basílica, parecía decirnos: ¡es verdad!. Como también que la santidad es alegría. Ella nos enseñó con una admirable simplicidad uno de los caminos hacia la grandeza evangélica. Se hizo, como María de Nazaret, la "servidora" de su Señor y por eso también de sus hermanos, de sus hermanos más abandonados, de los "sin amor". Ella supo descubrir y vivir "la lógica del Evangelio" y se constituyó en el icono más luminoso del buen samaritano. La que supo hacerse "prójimo", la que supo aproximarse a los más débiles y necesitados, a los abandonados de amor para darle "el amor más grande". No hubo dificultad que no venciera, pero no ella, sino el amor de Dios que actuaba admirablemente en ella. Ella es la que pudo decir con veracidad total: "Yo me enamoré de los más pobres, cuando vi en ellos el rostro de Dios". Así su vida se hizo buena noticia, su nombre alegría y bendición para muchos y hoy, definitivamente, para el mundo.

Madre Teresa "toca", como el mismo Juan Pablo II, algo profundo en el corazón de los hombres. Quizás sea ese fondo de nobleza, de bondad y necesidad de amar como don de sí, que anida en lo más profundo y que a veces está tan oculto. Ella percibió la sed de amor que había en muchos pobres, descubrió que la mayor pobreza es no ser amado, y resolvió dar su riqueza: el amor que bebía de Jesús, su Señor. Así Cristo fue, como en María, el centro de su vida y lo hizo centro del don de sí. La vida de Teresa de Calcuta es una eucaristía viva. Ella puede decir con verdad "este es mi cuerpo entregado"…hasta el extremo.



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Last Update: 19.10.2003 Mail: Editor /Webmaster
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