Schönstatt - Begegnungen

Homilía del Cardenal Francisco J. Errázuriz, Domingo 18 de marzo de 2001

en la Iglesia de la adoración, Tercer domingo de Cuaresma

Kardinal Errázuriz: Predigt in der Anbetungskirche Berg Schönstatt

 
Foto: POS, Brehm © 2001

Estimado Señor Cardenal Sterzinsky,
queridos hermanos en el ministerio episcopal y sacerdotal,
estimado representantes del gobierno provincial y comunal,
querida Familia de Schönstatt,
queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Con alegría y gratitud nos reunimos en torno de este altar para celebrar Eucaristía, para alabar al Dios uno y trino y encontrarnos con el Señor en su palabra y en su sacramento. El Evangelio recién proclamado relata el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Cansado del camino, Jesús se sienta a orillas del pozo de Jacob. Allí, a la hora del mediodía, llega una mujer samaritana a buscar agua. Y en el diálogo, iniciado por Jesús, ella primero se admirará de que un judío le pida agua, después descubrirá la existencia de otra agua, admitirá con sinceridad el desorden de su vida afectiva. Y abrirá el corazón a quien primero reconoce simplemente como un varón judío, después como un profeta y, por último, como al único Mesías. De El recibirá la revelación de que ha llegado la hora "en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23). Llena de asombro y de entusiasmo deja entonces su cántaro y corre a la ciudad a anunciar la buena noticia del encuentro con el verdadero Salvador del mundo. Ella misma se convierte así en fuente de agua viva para sus semejantes, tal como el Señor poco antes le había dicho que ocurría con quienes bebían del agua que El daba.

Nuestra vida es la historia de nuestros encuentros

"Nuestra vida es la historia de nuestros encuentros", afirman reconocidos pensadores contemporáneos. La vida de la mujer samaritana quedará marcada para siempre por este encuentro junto al pozo de Jacob. Pero también nuestra existencia está marcada por la necesidad de saciar nuestra sed de realización personal, de dar sentido a la vida, de ayudar a nuestros semejantes y de encuentros que regalan libertad, crean paz y llenan de felicidad. La mayoría de las veces fueron encuentros con hombres que nos permitieron el encuentro con Dios, con la zarza ardiente. Es así como experimentamos que Jesús salía a nuestro encuentro e iniciaba el diálogo de salvación, ofreciéndonos agua viva para nuestra sed e invitándonos a adorar al Padre en espíritu y en verdad.

El encuentro con el Padre Kentenich – una experiencia de "fuente de Jacob"

Hoy la Providencia me permite retornar al lugar de origen de lo que en mi historia personal se transformó en una experiencia de "fuente de Jacob". Ustedes han peregrinado a Schoenstatt para agradecer conmigo por la conducción de la Providencia. Por eso me siento obligado a compartirla con Ustedes. Por primera vez entré en contacto con esa fuente cuando yo era un joven estudiante universitario. El testimonio de vida de un compañero de la facultad me condujo a ella. Pronto experimenté que Schönstatt podía saciar mi sed de encuentro con Dios, de realización personal, de aporte a mi patria.Y a orillas de esa fuente entré en diálogo con el Fundador, el Padre José Kentenich. Primero a través de sus escritos y de discípulos suyos, que lo habían experimentado y transmitían lo que de él habían recibid y, años más tarde, en el encuentro personal con él. Recibí el don del contacto con un hombre de Dios y de experimentar que él me regalaba confianza. Vivía con mucha sencillez; no buscaba carrera, honores ni poder; tenía la alegría propia de los que aman y sirven desinteresadamente. Su trato con los demás y su preocupación personal por cada uno era límpida transparencia del amor y cuidado del buen Pastor. Vivificante era su respeto ante cada uno y su manera de conducir a la libertad de los hijos de Dios, de regalar confianza, de ubicarnos en el horizonte de las promesas y de los proyectos de Dios. Porque su propia fuente de vida era una alianza de amor con el Dios de la vida, nos dió ejemplo y nos transmitió la fe en un Dios Padre fiel y rico en misericordia, que en su Hijo Jesucristo nos invita a la amistad con El y en la fuerza de su Espíritu nos llama a colaborar como instrumento para que crezca entre nosotros su reino de amor y de verdad, de paz y justicia, de perdón y reconciliación.

El encuentro decisivo que marcó toda su vida y la de la Familia de Schoenstatt

El encuentro decisivo que marcó toda su vida y la de la Familia de Schoenstatt - nuestra vivencia del "pozo de Jacob" - lo tuvo el 18 de octubre de 1914. Guiado por signos ordinarios de la Providencia creció en él la convicción creyente de que María quería sellar una alianza de amor con él y los que le habían sido confiados. Y que deseaba instalarse en la pequeña capilla para convertirla en un santuario, en una fuente de abundante agua viva para la Iglesia y el mundo. Esta realidad iluminó su vida, a ella dedicó todas sus fuerzas. No es de extrañar la confesión del Padre Kentenich: María es "el alma de mi alma". A Ella fue consagrado por su madre cuando niño, a Ella le consagró él toda su vida. Ella lo educó para la confianza filial en los designios del Padre, para dejarse guiar filial y generosamente por la Providencia, para el seguimiento incondicional de Jesucristo, para la sensibilidad ante lo que el Espíritu quiere a través de los grandes signos escritos en los acontecimientos del tiempo y de los pequeños y no menos importantes signos escritos en los corazones de los hombres. De María aprendió que Dios escoge a los pequeños y débiles, que no abandona a su pueblo y es fiel a las promesas. Y de su cántico del Magnificat aprendió también que Dios quiere que a María la proclamemos bienaventurada. Ella, en efecto, se ha transformado en fuente de abundante agua viva para innumerables hombres y mujeres. Ella tiene la misión de regalarnos de nuevo un vivo amor a Jesucristo, para que El se ha haga carne y nazca en los hombres y en las culturas del tercer milenio.

Encuentros que han vivivicado su historia personal

Me he detenido un tanto en mi propia vivencia de encuentro con una fuente de agua viva. Pero sé que cada uno de nosotros podría dar testimonio de su propio encuentro con el Señor y con personas o comunidades que, por su unión a El, han vivificado su historia personal. El Espíritu Santo, en efecto, no cesa de regalar hoy estas fuentes. En mis años de servicio a la vida consagrada como secretario de la Congregación en Roma tuve oportunidad de conocer y valorar más de cerca esta múltiple acción del Espíritu vivificando antiguas y nuevas familias religiosas, diócesis, movimientos y comunidades. Permítanme que, de entre ellas, mencione expresamente a San Vicente Pallotti y a la comunidad de los Padres Pallottinos, a quienes me une un particular vínculo. Con gratitud reconocemos igualmente que el mismo Espíritu suscita personas y comunidades en otras confesiones cristianas e incluso en otras religiones, los alienta y fortalece para que se conviertan en existencias vivificantes para los demás. Lo reconocemos actuante asimismo en tantos hombres y mujeres de buena voluntad que en la familia, la educación, la política, la ciencia, el arte, con noble y generoso esfuerzo se empeñan para que muchos tengan el agua viva de la defensa de la dignidad de la persona, del amor privilegiado a los pobres y marginados, de la promoción de la paz y la justicia, de la conservación de la creación.

Apertura del corazón

"El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna" (Jn 4. 14). Para que cada uno de nosotros y la Iglesia toda nos convirtamos en esas fuentes, al igual que la samaritana debemos entrar en diálogo con Jesús. Debemos dejarnos decir por El, sobre todo en este tiempo de la cuaresma, la verdad de nuestra debilidad personal y la necesidad de conversión. Debemos acoger su mensaje de que no precisamos sólo del agua que sacia la sed corporal sino de aquella que es capaz de saciar la múltiple e íntima sed del alma. Debemos aprender a asombrarnos por su bondad y sabiduría y confesarlo como nuestro Mesías nuestra vida, nuestra esperanza y nuestra alegría. De esta manera, vivificados por este encuentro, seremos capaces de dejar nuestros cántaros y de ir a nuestros semejantes para invitarlos a recorrer el camino que los llevará a la fuente que les permitirá saciar la propia sed y adorar al Dios verdadero.

Que la Iglesia sea fuente de agua viva para los hombres y las culturas del tercer milenio

Los invito a que, siguiendo el ejemplo y la palabra de Juan Pablo II, ayudemos para que la Iglesia sea fuente de agua viva para los hombres y las culturas del tercer milenio. En el consistorio celebrado hace pocas semanas el Santo Padre nos decía: "Juntos queremos desplegar las velas al viento del Espíritu, escudriñando los signos de los tiempos e interpretándolos a la luz del Evangelio...". Y agregaba que el mundo se hace cada vez más complejo y mudable, y la viva conciencia de las discrepancias produce o aumenta las contradicciones y los desequilibrios. Los enormes progresos científicos y técnicos, así como el fenómeno de la globalización, "nos exigen estar abiertos al diálogo con toda persona y toda instancia social, a fin de dar a cada uno razón de la esperanza que llevamos en el corazón" (cf. Homilía en el consistorio celebrado en la plaza de San Pedro, 21 de febrero de 2001). Siguiendo el ejemplo de su Fundador y Maestro, la Iglesia debe estar presente allí donde los hombres recurren a buscar el agua. Lo mismo que Jesús debe admitir su propia sed y su cansancio. Por El está llamada a entrar en diálogo con cada uno de los hombres y superar las dolorosas discriminaciones de sexo, raza, condición social. Está llamada a sostener el diálogo con el estilo de Jesús, quien no oculta la verdad y la dice con benevolencia y firmeza, quien con respeto ilumina la mente y ayuda a la paulatina apertura del corazón, quien partiendo desde la realidad del agua material eleva hasta la realidad del agua viva otorgada por su Espíritu, quien da a conocer al Dios verdadero y lo transparenta con su persona y sus actos.

Los invito cordialmente a que cada uno, allí donde el Dios de la vida nos ha colocado, según los talentos, carismas y ministerios que nos ha sido confiados, nos acerquemos a Jesús como lo hizo la mujer samaritana, dialoguemos con El y lo descubramos como el dador de la vida que anhelamos para nosotros, para nuestra Iglesia, para nuestros pueblos. Será la mejor manera de expresar el vínculo que nos une y de adorar, en espíritu y en verdad, al Dios que puede calmar nuestra propia sed y la de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Amén.



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