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 published: 2003-11-12

El Santuario en medio de la Iglesia

Homilía de Monseñor Robert Zollitsch, Arzobispo de Friburgo, el 8-12-2003 en la basílica de San Pedro. Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

 

8 de diciembre de 2003: Misa en San Pedro, Roma

December 8, 2003: Mass in St. Peter's, Rome

8. Dezember 2003: Festmesse im Petersdom

 
 

Mons. Dr.Robert Zollitsch, arzobispo de Friburgo, Alemania

Archbishop Dr, Robert Zollitsch of Freiburg, Germany

Erzbischof Dr. Robert Zollitsch, Freiburg

 
 

Concelebrantes principales: P. Heinrich Walter (der.), Mons. Robert Zollitsch, Mons. Peter Wolf (izq.)

Main concelebrants: Fr. Heinrich Walter (r.), Archbishop Robert Zollitsch, Mons. Peter Wolf (l.)

Konzelenbranten am Altar: P. Heinrich Walter (r.), Erzbischof Dr. Robert Zollitsch, Mons. Dr. Peter Wolf (l.)

 
 

Más de 50  sacerdotes en concelebración

More than 50 concelebrating priests

Über 50 Konzelebranten

 
 

P. Josef Grass, P. Mario Romero, P. Josef Fleischlin (de izq.)

Fr. Joseph Grass, Fr. Mario Romero, Fr. Joseph Fleischlin (from left)

P. Josef Grass, P. Mario Romero, P. Josef Fleischlin (von links)

 

Charla del Mons. Zollitsch

Sermón of Mons. Zollitsch

Predigt von Erzbischof Zollitsch

 

Antes de la bendición final

Before the final blessing

Vor dem Schluss-Segen

Fotos: P. Marcelo Aravena © 2003

 

 

 

ROMA. El 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción y de la colocación de la piedra fundamental del Santuario Matri Ecclesiae, la Familia de Schoenstatt presente en Roma se reunió a la mañana temprano en la basílica de San Pedro para celebrar la Sta. Misa. Más de cincuenta sacerdotes concelebraron con Mons. Robert Zollitsch en el altar de la cátedra.

Publicamos aquí el texto de la homilía de Mons. Robert Zollitsch.

Queridas hermanas, queridos hermanos:

"Hacia el interior de la Iglesia", estas palabras de nuestro Fundador, Padre José Kentenich, dichas aquí en Roma, suscitan hoy nuevamente una respuesta en nuestra Familia de Schoenstatt. Este es el gran encargo que nos hizo nuestro Padre aquí en Roma, en la tarde del día final del Concilio. Y nos hemos puesto en marcha para responder a este llamado. Y así, hoy a la mañana entramos juntos en la basílica de San Pedro, a la tumba del Apóstol Pedro, y con ello en cierto modo en el corazón de la Iglesia. Espiritualmente estamos unidos en estas horas muy especialmente con el Santo Padre. Nuestro lugar – así lo vio claramente nuestro Fundador – es en el corazón de la Iglesia. Y tal como lo vio el Padre, este lugar es al mismo tiempo una tarea:

Algunos, por cierto, habrán notado al entrar en la Basílica de San Pedro las enormes columnas que sostienen a lo largo de la nave central la bóveda en cañón. En estas columnas hay imágenes de santos. Quien las mire más de cerca descubrirá que allí están representados especialmente los fundadores de órdenes religiosas: Santo Domingo, San Ignacio o San Francisco. Espiritualmente hoy podemos multiplicar y "ampliar" estas columnas y ver allá los grandes fundadores de la historia de la Iglesia hasta ahora. Son las mujeres y los hombres que, en diferentes épocas y con sus comunidades, inspiraron decisivamente la historia de la Iglesia hasta nuestros días; los que la sostuvieron y todavía la sostienen tal como lo hacen las columnas de esa gran basílica. El Padre Kentenich señaló, en este contexto, nuestra tarea: que la Familia de Schoenstatt sea portadora de la misión de la Iglesia, si, que nos preocupemos por esto, que nuestra Iglesia se transforme cada vez más, en el sentido del Concilio Vaticano Segundo, en una familia. Así la Iglesia debe crecer, abrirse y cumplir su misión de ser levadura del mundo.

El Santuario en medio de la Iglesia

Hoy hace treinta y ocho años que aquí, en la Basílica de San Pedro, finalizó el Segundo Concilio Vaticano. En la celebración del cierre del Concilio, el Papa Paulo VI señaló explícitamente a María como la "Madre de la Iglesia". Quería invitar a María a estar en medio de los sucesores de los Apóstoles y con esto, en medio de toda la Iglesia actual, tal como en el primer Pentecostés, en Jerusalén. Este pedido del Santo Padre lo hizo propio nuestro Padre, sí, él reconoció allí un pedido, que fue eficaz desde el comienzo de su vida. El nuevo resurgimiento de la Iglesia, el nuevo Pentecostés, será realidad cuando pongamos nuevamente en el centro a María, la Madre de la Iglesia.

El símbolo que vemos en la piedra fundamental de nuestro nuevo Santuario lo expresa gráficamente: el Santuario está en medio de la Iglesia. Cuando entramos en nuestros Santuarios en todo el mundo, encontramos a la Virgen María, la Madre de la Iglesia, unida a su Hijo. Esta es la experiencia que traemos a Roma. Es la realidad que nosotros queremos compartir con aquellos que aquí, en Roma, tienen especiales responsabilidades dentro de la Iglesia. Más aún, de ser posible es la experiencia que queremos transmitir a muchos hombres de esta ciudad y de toda la Iglesia. El pequeño Santuario, en el símbolo de nuestra piedra fundamental, representa también a la Santísima Virgen. Que Ella sea contemplada de nuevo en medio de la Iglesia. Del mismo modo vale: este Santuario grabado en la piedra fundamental nos simboliza a nosotros mismos, porque la Mater quiere ser eficaz como Madre de la Iglesia a través de cada uno de nosotros.

Hoy, en su día de fiesta, contemplamos especialmente a la Virgen. Como lo hiciera nuestro Padre y Fundador, también nosotros la invitamos a quedarse con nosotros, en medio de nuestra Iglesia, en medio de nuestra Familia, sí, en medio de nosotros personalmente. Ella quiere y debe transformarnos como la gran Madre y Educadora. En su fiesta de hoy, María está ante nosotros con el esplendor de la Inmaculada. Está totalmente en la Luz de Dios, toma esta luz en su ser, y la refleja.

Para que la Luz de su Hijo ilumine a la Iglesia.

Allá arriba, en lo alto, vemos el maravilloso vitral del Espíritu Santo. Pronto llegará el día. La luz brillará más y más a través del vitral y alumbrará a toda la Iglesia. Este vitral lo vemos hoy como un símbolo de la Virgen María. Ella es totalmente transparente para la luz que le fue regalada por el Espíritu Santo. Como Madre de la Iglesia se preocupa para que esta luz de su Hijo ilumine a toda la Iglesia.

María está en la luz. Ella la experimentó en la Anunciación, en Nazaret tal como lo narra el Evangelio: se produjo un gran cambio en su vida. En la luz de Dios ella recibió en ese momento una notable objetividad y claridad: "¿Cómo puede ocurrir esto?" le responde al ángel. María nos puede enseñar a mirar con una gran claridad y objetividad los grandes cambios de nuestro tiempo, en la Iglesia y en nuestra sociedad. María llama a las cosas por su nombre. Esa es también la perspectiva del Padre Kentenich, su mirada sobre la Iglesia y sobre la sociedad. ¡Regalemos la mirada objetiva y clara de la Virgen María y de nuestro Padre! ¡Encontremos el valor y la palabra correcta para llamar a las cosas por su nombre!

En la luz de Dios María vio aún más. Pudo entender más profundamente el cambio de su vida como una irrupción del divino. "Hágase en mí según tu palabra". Reconoce María que dentro de todo de lo que ocurre, finalmente está la mano real de Dios. Nos quiere regalar esta perspectiva de ella: los cambios, incluso las fracturas y los fracasos en la sociedad y en la Iglesia no deben paralizarnos. No podemos quedarnos llorando por lo que ya es historia. Debemos creer y confiar más y más, que es Dios quien actúa. Nuestro Fundador estaba profundamente marcado por esta verdadera confianza absoluta que caracteriza a la Virgen María. En esta actitud, María quiere ser hoy de nuevo nuestra Madre y la de toda la Iglesia.

La luz de Cristo, que a través de ella llena la Iglesia, quiere iluminar a la sociedad desde el interior de la misma. Especialmente en torno al Concilio Vaticano II se habló muchísimo de abrir las ventanas y puertas de la Iglesia. Deben entrar en ella – y ser asumidas – las inquietudes y preocupaciones de los hombres de hoy; todos tienen que encontrar un lugar en la Iglesia. El mensaje de la Iglesia, del Evangelio, debe recorrer el mundo y cambiarlo. Esta visión del Concilio es realidad en nuestros Santuarios día tras día. Nuestros Santuarios nos pueden decir mucho de las personas que allí encuentra refugio. De allí surge un compromiso para nosotros, para que también abramos ampliamente las puertas de nuestros corazones y de nuestros Santuarios del corazón. Ser un Santuario vivo significa amar a los demás como María, con un amor desinteresado y sin condiciones; comprender profundamente las preocupaciones y necesidades de los hermanos. Especialmente aquellos que a primera vista nos son ajenos, deben experimentar que tienen un lugar en nuestro corazón.

Así puede surgir de nuevo una comunidad de fe de corazón a corazón, así comienza la Iglesia a iluminar y a irradiar la luz de Cristo, y así será de nuevo una Iglesia misionera. Porque esta es la perspectiva de la Virgen María: Ella, que está llena de la luz de Dios, no se queda en su pueblo, sino que sale al encuentro del prójimo. Se marcha y lleva a su Hijo a los hombres, concretamente a su prima Isabel. El cambio en su vida, la irrupción de lo divino, la llevan a los demás. María es la Madre y el modelo de una Iglesia misionera. La sencilla muchacha, a pesar de ver el paisaje montañoso de Judea, sale llena de confianza. Muchas cosas adquieren ante nuestra vista el tamaño de una montaña. Y sin embargo allí está la perspectiva: la perspectiva de María, la perspectiva del Concilio y la perspectiva de nuestro Padre: la perspectiva de la salida. Donde al principio vemos sólo montañas, fuera de y, no raramente, dentro de la Iglesia, allí deberíamos palpar y descubrir paso a paso, huellas y caminos. Esta es la visión que nuestro Fundador tiene de la Iglesia peregrina. Deberíamos preguntarnos: ¿dónde comienza mi "salida"? ¿Hacia quien voy, y más aún, con quien salgo? ¿Dónde se me muestra un camino para llevar a Cristo a los hombres? Puede comenzar con el intercambio de relatos de nuestras "salidas".

Un Santuario de la "apertura" , de salida...

Nuestro Santuario Matri Ecclesiae es ante todo un Santuario de la "apertura", de salida. En los últimos meses debimos experimentarlo. El ánimo de apertura, de la salida, se extendió por nuestra Familia. Tenemos que estar agradecidos por ello. Es el "Kairos" (el momento de gracias) que evidentemente nos regala la construcción de este Santuario. El Santuario es una exigencia para la Familia de Schoenstatt, nos llama a ingresar en el corazón de la Iglesia. Al mismo tiempo nos alienta a ser un Santuario vivo y nos regala la fuerza para serlo. Podemos abrirnos en nuestras vidas cotidianas, aquí y allí, donde estemos, para ser testigos de la irrupción del divino.

Como la luz del vitral del Espíritu Santo ilumina a la Iglesia, así también la luz divina, a través de la Virgen María, debe iluminar a la Iglesia desde nuestro nuevo Santuario. Cada uno de nosotros debe permitir que esta luz lo ilumine en el lugar donde se encuentre. Es la condición para que crezca nuestro nuevo Santuario dentro y alrededor de nosotros, para que seamos cada vez más un Santuario vivo para la Iglesia y el mundo. Amen.

Traducción: Rosa Espinozo, Bariloche, Argentina/hma

 



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Last Update: 19.12.2003 Mail: Editor /Webmaster
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