Publicado el 2015-11-20 In Proyectos, schoenstattianos

Tirarse a la Piscina

CHILE, por Bárbara Brain, vía revista Vínculo •

Juan Pumpin y Rodrigo Barros, miembros de la Federación de Familias, han dado vida a un emprendimiento que apunta a una necesidad vital en nuestros días: romper el círculo vicioso de quienes viven atrapados en el círculo de la pobreza.

Ambos han puesto su empresa, CPI Ltda., al servicio de esta iniciativa, destinada a apoyar a los olvidados por la sociedad.

Juan Pumpin

Como hombre ligado a la construcción, Juan conoció de siempre la realidad de dos Chiles diferentes y generalmente distantes. También de altos y bajos, de épocas buenas y épocas difíciles.

Una etapa de fuerte crisis en el trabajo, fue el detonante que le permitió encauzar su vida de manera tal, que hoy se siente plenamente realizado. Dedicado cien por ciento al rubro inmobiliario, actualmente está en lo suyo, con más continuidad y estabilidad para los trabajadores.

Pero no se trató sólo de un cambio laboral, el otro pie de la balanza, el familiar, también le dio un respiro, ya que sus hijos, entraban en una etapa en que ya están más dedicados a lo suyo, que esperando el apoyo de sus padres. Juan Pumpin y Rosario del Real, miembros de la Federación de Familias, dieron así un fuerte impulso a su anhelo de proyección social, Rosario apoyando a la Fundación San José y a la Teletón, y Juan, junto a su socio y miembro de su curso de Federación, Rodrigo Barros, en un proyecto destinada a la capitación y el apoyo emprendedor en los sectores más vulnerables. A este proyecto, ha unido a otros miembros de la Federación de Familias, “especialmente de los cursos de postulantes”, aclara, por lo importante que considera que el Movimiento y la Federación, desde sus comienzos, desarrollen distintas alternativas en el trabajo de apoyo a los sectores más necesitados.

El jesuita Luis Roblero, quien oficiaba las Misas en el colegio de sus hijas, fue el instrumento que le abrió la puerta a esta voz de la Divina Providencia. Su clara adhesión a la justicia social despertaron en él el llamado a la acción, y Juan se puso al servicio, como profesor y acompañante, de los cursos que se imparten en Infocap. Esta institución ofrece la posibilidad de capacitarse a personas efectivamente vulnerables, pero que muestran interés por superar su condición de vida y rescatar a los suyos del círculo vicioso en que muchas veces los conduce la falta de oportunidades en que se encuentran. “De 500 postulantes, sólo quedan 150, pero los elegidos son los con más dificultades, con la peor ficha de condición social, con más necesidades de todo tipo”, aclara.

“Ahí uno no puede plantarse como de profesor a alumno”, agrega Juan, “junto con Eugenio Stamm –también miembro de la Federación de Familias, con quien comparte las clases– les aclaramos que estamos al servicio de ellos. Este es un trabajo entre iguales,” afirma. Sus clases de “Cálculo y Presupuesto en carpintería metálica” son la plataforma perfecta para, junto con enseñar la materia necesaria, “ayudarlos a pensar en sí mismos, en sus familias, a valorar lo que son, a descubrir que las herramientas están en ellos mismos, pero las desconocen,” agrega. “Como se nos advirtió en un comienzo ahí no llegamos a ‘devolverle a la vida lo que nos ha regalado’, sino efectivamente a ponernos al servicio de quien lo necesita como un mínimo gesto de agradecimiento a Dios a través de nuestros hermanos y de reconocer en ellos la misma dignidad de hijos de Dios que nosotros”.

Sus alumnos son personas, en general, muy heridas, algunos rehabilitados de las drogas, otros son presidiarios que han sido premiados por su buena conducta con la posibilidad de capacitarse. La mayoría cuenta con 4º Medio rendido, pero, como lo indican las encuestas, con claras deficiencias en materias básicas. Lo que los une es el anhelo de cambiar sus vidas. Algunos tienen trabajos con remuneraciones mínimas y aspiran a superar sus expectativas con más capacitación. Los cursos son de un año y gratuitos (incluso reciben 3 mil pesos diarios para la locomoción). Juan y Eugenio, dedican los primeros 20 minutos de sus clases para hablar de las herramientas vitales y preguntar por el resultado de las “tareas para la casa” de la clase anterior, que pueden ser, por ejemplo, que en el almuerzo del sábado se apague la televisión y le pregunten a sus hijos cómo han estado, qué han hecho, conversar con su pareja sobre este tiempo de capacitación, qué los motiva, los sacrificios que requiere, etc.

Un paso más

Los tres trimestres de un año son sin duda un gran aporte para quien no tiene nada, pero es aún poco para que los sueños puedan convertirse en realidad. Surgió entonces la idea –como también lo realiza la Hna. Cristina en su fundación Cristo Vive– de darles un tiempo más de acompañamiento a los alumnos, para que los nuevos emprendedores comiencen a ver logros reales. Así, con aportes de capital semilla y al alero de Infocap, han comenzado a dar mayor sustento a esta iniciativa.

Providencialmente, la Fundación Acción Emprendedora, creada por un grupo de miembros de la Rama de Hombres del Movimiento en 2002, los invitó a participar de su directorio, fundación que tiene por objetivo justamente ponerse al servicio de los emprendedores en situación vulnerable.

Otra puerta que les abrió la Providencia fue la de poder incorporar a la empresa y acompañar a inmigrantes extranjeros, producto de la fuerte llegada de ciudadanos de países vecinos que nuestro país ha recibido en los últimos años. “Es notorio el mayor interés que éstos ponen en alcanzar sus logros, su esfuerzo y constancia es digna de ejemplo. Muchos de ellos ya han calificado para el capital semilla (deben presentar un proyecto con objetivos, metodología y presupuestos claros), y ya están iniciando sus pequeños emprendimientos, carritos de comida, puestos en ferias, etc.”, afirma Juan.

Pero los logros no sólo se dan entre los emprendedores, también es digno de destacar el resultado alcanzado con la reinserción laboral de los ex presidiarios. La empresa de Juan y Rodrigo ya ha contratado a varios de ellos, quienes descubren –la mayoría por primera vez– que se puede vivir sin necesidad de delinquir. Ya sea por haber nacido en medio de un ambiente en que éste era el “trabajo” normal de los suyos, o por haber tenido necesidades familiares de real urgencia, como el caso de jefas de familia que de un minuto a otro se dan cuenta que no tienen alternativas legales de llevar comida a sus hijos, efectivamente, hay personas a las que el delito se les presenta como una opción “normal o legítima”. Romper ese círculo vicioso es el mejor logro que se le puede ofrecer al país, y “ese sólo se puede dar persona a persona”, aclara Juan. “Son granitos de arena, pero con dos o tres que surjan y salgan de ese círculo vicioso, valió la pena. No estoy luchando contra molinos de viento, veo los resultados,” agrega.

“A todos a quienes les he pedido ayuda en la Federación, me han dicho ‘altiro’”, concluye Juan, confirmando que no es un tema de voluntarismo, sino una puerta abierta por la Divina Providencia ¿para la Federación, para el Movimiento?, “no sé, pero es un forma en que la Alianza con la Mater se la juega. Cuando uno ve una necesidad clara, hay que tirarse a la piscina y vivirlo, y generar una corriente que anime a otros”.

La historia de Marianela

“Me han rodeado puros ángeles”, aclara Bernardita, para explicar cómo es que hoy está trabajando en CPI Ltda., después de haber sido detenida y procesada por tráfico de drogas. “Ya voy a cumplir un año en la empresa”, afirma con una orgullosa sonrisa, mientras mira a Juan, para identificar a uno de ellos. “A mi jefa en la ‘Corre’ (el nombre con que identifican a la Penitenciaría femenina de Santiago), la sargento Marcela Soto, no la voy a olvidar jamás, a ella le debo el estar donde estoy ahora y la persona que ahora soy. Ella fue mi ángel principal”, afirma.

Marianela se casó a los 14 años con un hombre 20 años mayor. Ya era madre de un hijo, y solía estar a cargo de sus 9 hermanos menores mientras su madre salía a trabajar. Contar con un hombre proveedor era su salvación, y su palabra, un mandato indiscutido. Con él tuvo cuatro hijas más. La tercera nació con una grave afección al corazón y debió ser operada muy pequeña. Todos, costos que el marido podía proveer, pese a no tener un trabajo conocido. “Mientras no te falte nada, no preguntes”, era la sentencia. Y efectivamente fueron alcanzando una vida donde no faltaba nada. Hasta que Marianela fue requerida para hacer un ‘encargo’ en Calama, ya que –lo supo después– el marido estaba siendo buscado por la policía antidroga y se requería alguien que estuviera ‘limpio’. Pese a su resistencia, obedeció y partió, sin saber que sus pasos eran seguidos de cerca por la policía, que tenía ‘pinchado’ el celular de su marido que ella llevaba. Era noviembre de 2004.

Con la droga en la mano, fue detenida y a los 22 años ingresó a la cárcel, de la que pronto fue liberada, gracias a la gestión de un abogado defensor, contratado por su marido. Al comienzo fue constante en su firma semanal, pero ya sola y a cargo de sus hijos –él ya tenía otra pareja– recurrió a la venta individual de droga, y dejó de presentarse a firmar. En 2008, fue nuevamente detenida. Dado su antecedente, fue condenada a 12 años, 7 por tráfico y 5 por microtráfico.

Ahí, en el Corre, la gendarme Soto la mandó a estudiar, primero a terminar su 8º básico y luego toda la educación media. “Me gradué en 2012 y di el discurso en la graduación. Era tanto mi orgullo de haber alcanzado este logro, que pensé. Este otro año, me voy, voy a salir de esto! Estoy segura! Tenía una fe ciega en que eso iba a ser realidad”. Con el apoyo de ‘mi jefa’, como llamaba a la gendarme, había participado en talleres en los que pudo ganar algunos pesos para mandar a sus hijos y se fue superando e incorporando en todas las oportunidades que le dieron al interior del penal. Así resultó ser elegible para ser trasladada al CET, Centro de Estudio y Trabajo, un penal semiabierto. “No lo podía creer, al inicio del 2013 éramos trasladas 34 reclusas –no 33, dice con picardía, ‘sino una más todavía’– sin esposas, sin las chaquetas amarillas, en una van, no en un carro celular, a un lugar cercano, pero con sólo dos gendarmes, muy abierto, con una muralla pequeña, con camas decentes, duchas con agua caliente… no lo podíamos creer! Mi sueño empezaba a hacerse realidad”. El sistema semiabierto consiste en que deben salir a estudiar o a trabajar durante el día, y estar de regreso a una hora fija sin ninguna falla ni excepción. “Nos permitieron postular al Infocap, lo hicimos todas, pero quedamos sólo 5”. Las demás –que estaban en lista de espera– fueron ubicadas en distintos trabajos, generalmente de aseo, en otros recintos penitenciarios.

“Infocap, fue finalmente el ángel que me permitió ser lo que soy ahora”. Cursó con éxito los tres trimestres, incluido uno Desarrollo Humano. “Éste hizo la diferencia, ahí nos hacían preguntarnos cosas que nunca habíamos pensado, sobre nosotros mismos, lo que valemos, lo que podemos lograr, lo que podemos aportar y muchas cosas que me cambiaron. Los 20 del curso nos hicimos amigos, compañeros, hermanos. Las historia de cada uno, a veces, eran terribles, peor que la mía. Ahora soy otra persona, con un trabajo y sé lo que valgo”.

Frente a la pregunta de cómo enfrenta ahora su actitud del pasado, afirma: “Sí, me lo he cuestionado… Me ha servido para aprender a no culpar a otros. Yo soy la culpable de lo que me pasa, yo fui la que actué mal y yo soy la que tengo que superarme. Soy como la tortuga, lenta, pero avanzo. Yo debí decir que no y no lo hice, fue mi culpa”.

Desde octubre del año pasado está en libertad condicional completa, sólo tiene que firmar semanalmente “y no fallo por ningún motivo. Hoy vivo con mi familia de nuevo. Mi hija mayor está casada con una muy buena persona y aún vive con sus dos hermanas menores. Mi otra hija vive conmigo. Todas aprendieron la lección, no sólo yo. Ellas me dicen: ‘mamá, es mejor comer sopa de pan que de caviar, lo importante es estar juntas’”.

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Fuente: Revista Vinculo, Chile

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