Publicado el 2010-07-08 In schoenstattianos

“Tan… ¡interesante! ¡Tan maravilloso!” Tres veces maravilloso»

Álbum de fotosP. Simon Donnelly. Un viejo pionero levantó su campamento esta semana; colgó sus zapatos de misionero y cerró sus ojos por última vez para toda la gente a la que había sido enviado. Estas líneas están basadas en algunas horas pasadas con el P. Weikamp en julio de 2008.

 

 

 

 


El P. Johannes Weikamp (izq) con el P.  Simon Donnelly (segundo de der.) con familiares

«Soy el Padre Johannes Andreas Weikamp. Nací el 29 de noviembre de 1926 en Bucholt, Alemania, cerca de la frontera con Holanda. Mis padres me llamaron Johannes, pero como nací el 29 de noviembre, la víspera de la fiesta del apóstol Andrés, me pusieron también Andreas (Andrés). Tuve 5 hermanos y 5 hermanas, pero a dos no los conocí, porque uno murió al nacer y con el otro mi madre sufrió una caída cuando tenía 7 meses de embarazo y el bebé murió.

En marzo de 1939, mi madre, que ya había sido diagnosticada con cáncer en el estómago, supo que sí podría asistir a la escuela de enseñanza media (Mittelreife), brincando a un grado superior. Eso fue tan… interesante», busca el adjetivo adecuado, «… ¡tan maravilloso!… Mi madre murió al día siguiente. De alguna forma, aunque yo estaba planeado que fuera para ser llamado como soldado a la guerra, eso nunca ocurrió. El examinador médico me declaró no apto para el servicio. ¡Interesante…!

Hacia el final de la guerra, alrededor de la Navidad de 1944, nuestro capellán  de la pastoral juvenil en Bocholt murió. Lo sepultamos y algunos meses después, al final de 1945, recibimos a un nuevo capellán, un sacerdote de la Federación de Sacerdotes de Schoenstatt llamado el P. Stroth. Él me espetó: «¿Qué va a hacer usted después de la Mittelreife?». Yo podría graduarme con una beca de guerra (Kriegsabitur), pero eso no sería suficiente para estudiar en la universidad (Hochschule). «¿Le gustaría estudiar más?», preguntó el P. Stroth. «Sí» – le dije… y me respondió: «Vaya a Bonhoff y hable con los padres que están ahí. Están empezando un nuevo noviciado en Limburg. Le daré una nota». Así lo hizo, y unos pocos días más tarde ¡ya estaba yo estudiando en Limburg! ¡Tan interesante, tan maravilloso!».

El P. Weikamp se detiene, con una media sonrisa, como enfatizando lo que está diciendo: «¡Interesante! ¡Maravilloso!». No encuentra las palabras. A veces los recuerdos salen fluidamente, uno tras otro. Otras veces se mezclan, lucha por separar los eventos y las personas. Lo estimulo amablemente con alguna fecha o persona. «¡No, no!…». Está buscando la frase correcta, el nombre correcto de la persona, el año correcto en el que algo sucedió. Está completamente absorto en el recuerdo de las gracias que se le han dado a lo largo de su vida. Parece adecuado que estemos abrumados por las gracias que el Dios Todopoderoso ha derramado en nuestros corazones, por las gracias que se nos han ofrecido por intermediación de María, Madre de Dios, nuestra Reina y Madre.

El joven sacerdote resplandece en fotografía tras fotografía, radiante, lleno de la gracia de su ordenación

Me pide que abra un cajón en el fondo de su armario: tomo los álbumes de fotos que me indica. Hojeo las páginas del primer álbum y veo brillantes fotos en blanco y negro de un joven seminarista, un resplandeciente joven que irradia felicidad en cada imagen. El 27 de julio de1952 este joven fue ordenado en la Iglesia Palotina en Schoenstatt, aquí en Vallendar, con otros ocho jóvenes. Dentro de pocos días, eso habrá ocurrido hace cincuenta y seis años. El más joven del grupo – parece casi un estudiante – era precisamente el P. Johannes Weikamp. Cuando el obispo llegó para imponer sus manos a este joven de Bucholt, el P. Weikamp cuenta que el obispo titubeó, diciéndole a su secretario: «¿Ya tiene 25?» (la edad canónica mínima para ser ordenado). La respuesta fue un gesto afirmativo, y la ordenación pudo continuar. Inmediatamente después, el obispo le dijo al flamante joven sacerdote: «¿Qué edad tiene usted?». Las fotografías muestran a un sonriente nuevo sacerdote que no parece tener más de 17 años… A juzgar por la expresión que tiene el P. Weikamp en este momento, medio siglo después, veo que el día de su ordenación está tan fresco como si hubiera sido ayer. Las fotos muestran al joven sacerdote en su primera Misa en su parroquia local y después en Schoenstatt. También sentado en un auto convertible, acompañado por el sacerdote que había visto el inicio de la joven vocación. La comida en el hogar familiar, rodeado por parientes… ¡Resplandeciente! El joven sacerdote resplandece en foto tras foto, radiante, lleno de la gracia de su ordenación.

Sudáfrica

El siguiente año el joven sacerdote se embarcó para Sudáfrica (La Unión de Sudáfrica, como era todavía la frágilmente unida colonia anglo-holandesa). Las Hermanas de Schoenstatt ya llevaban casi veinte años en esas tierras. Ellas habían sembrado las primeras semillas, con los Padres Palotinos, para todo lo que seguiría. Luego había un pequeño montón de fotos desordenadas y sin fecha del P. Weikamp de treinta y tantos y cuarenta y tantos años, fotografías en blanco y negro con jóvenes Hermanas negras y blancas en Sudáfrica, con gente africana en las misiones y granjas donde estaría por los siguientes 19 años de su vida. Estas dos décadas abarcaron el apogeo de la segregación racial (apartheid) que era legal por cuestiones políticas. Mientras que el estado quería que la gente blanca estuviera totalmente separada de la negra, el P. Weikamp, que era blanco, y muchos otros, estaban plantando las semillas del futuro de la Iglesia entre los ciudadanos negros, la nueva sociedad política y religiosa que tomaría el poder mucho tiempo después de que el P. Weikamp dejara Sudáfrica. Es bien conocido para los Padres de Schoenstatt y para otras personas que Sudáfrica es el país adonde fue su corazón y donde tal vez se quedó. Seguramente cuando Jesús se sentó en la mesa con sus Apóstoles – «Los he llamado amigos» – pensó en aquellos a quienes amaba en el mundo: los fariseos y los saduceos, el centurión romano y los niños, la mujer samaritana, Lázaro, María, Marta y todos aquellos que serían arrancados de su lado por su muerte terrenal. Sufrió por dejarlos. Fue enviado a ellos, pero tenía que dejarlos atrás. Esas son parte de las gracias atesoradas de un viejo sacerdote y parte de su cruz, también.

Fui tan feliz ahí

«Fui tan feliz ahí», dice el P. Weikamp, con el rostro radiante de felicidad ante sus recuerdos. «No tenía mucho, pero era feliz con mi gente. Tenía todo lo que necesitaba». La frase lo delata: ‘mi gente’. Le menciono los nombres de algunas Hermanas de Schoenstatt que conocí cuando ya eran muy ancianas en la década de 1970, cuando yo era un joven. Por ejemplo la Hna. Edwina, la ‘Hermana del jardín’, primero en el Cabo del este, luego en Villa María en Cape Town. ¿La conoció?, le pregunto. «¡Por supuesto…!».

Hay tanto de estos tiempos en Sudáfrica, tanto así que hay pocas fotos coherentes en sus álbumes, y el P. Weikamp no habla mucho de esos tiempos. No le hago muchas preguntas, porque es claro que sus recuerdos son preciosos, y a veces los recuerdos son tan preciosos, tan ligados con la gente que uno ha conocido y amado – y quizás perdido – que es difícil, incluso doloroso, recordarlos. Son tan privados. Uno puede tratar de describirlos, pero nadie más estaba ahí, mucho menos yo, que todavía no había nacido cuando ocurrieron la mayor parte de ellos. Todos los rostros, los aromas y sabores, los sufrimientos y las alegrías del rebaño que fue suyo para pastorear durante dos décadas, todo eso está guardado en su corazón. Seguramente esos recuerdos son parte del ofrecimiento que cada sacerdote hace al Padre cada día en la Santa Misa, en la patena y en el ofrecimiento en sacrificio de toda su vida sacerdotal.

Había tanto que hacer en las granjas y en las misiones, que realmente no había tiempo para documentar las miles de Misas, decenas de miles de horas dedicadas a celebrar los sacramentos de la Iglesia: tantas horas en el confesionario, tantas veces bautizando a los jóvenes y conversos, tantas veces siendo testigo de la unión de un hombre y una mujer en matrimonio, tantas visitas a los enfermos y a los muy enfermos, para ayudarles a prepararse para la muerte.

Tantos otros Padres de Schoenstatt y Palotinos han hecho lo mismo en otros países, en Sudamérica y en otras partes. ¿Quién contará la historia de la vida pastoral de cada hombre, de su ministerio sacerdotal y de la vida de cada uno de los fieles, en todos los rincones de la Iglesia? Sólo el Autor de la Vida lo sabe todo de cada vida humana. Estos sacerdotes fallecidos y los envejecidos misioneros que todavía viven son el incienso vivo de la Iglesia: así como nuestras oraciones han subido a Dios a través de su sacerdocio, así las vidas de estos hombres se han consumido lentamente, en ofrenda al Padre en el santuario celestial, unidos al sacrificio del crucificado y resucitado Hijo de Dios.

El último álbum de fotos

Hay otras fotos de tiempos posteriores, los años en los que el P. Weikamp regresó a Alemania. En el transcurso de unas cuantas páginas envejece, súbitamente envejece mucho. Algunas de las fotografías muestran a sus amigos y mentores que se han ido antes que él: muchas fotos del P. Monnerjahn y del P. Plein, cuando el primero enfermó y después, repentinamente, enfermó el otro. Vi en esas fotografías al P. Plein demacrado, yaciendo enfermo en cama y finalmente sobre su última cama terrenal, con el ícono de la MTA junto a él, los cirios encendidos, ataviado con sus vestimentas sacerdotales, esperando al Día Final. Ante esa fotografía el P. Weikamp no tuvo palabras, sólo una silenciosa pena ante el recuerdo de su amigo y padre que se adelantó. Lentamente pasamos las páginas.

El último álbum es uno pequeño. Es el libro de curso del P. Weikamp y sus compañeros de curso, que contiene un registro de sus reuniones y resoluciones a partir de 1945. Al principio hay casi 20 firmas. Él repasa cada una, pensando en voz alta. «No, él está muerto… Él está muerto también… ¡Él está vivo todavía…! Todavía nos reunimos cuando podemos». Sólo cinco están vivos todavía. El Padre llamó a cada hermano de curso fallecido de vuelta a casa cuando fue su momento. Nosotros también tenemos un día y una hora que no conocemos. En ese día, todas las oraciones que hemos rezado, todas las oraciones que otros han rezado por nosotros alguna vez, todas cuentan. Todo cuenta. «Allen alles sein», dijo el P. Kentenich: «Ser todo para todos» – esta es nuestra misión cristiana.

Esas gracias maravillosas en la vida del P. Weikamp

Todas estas… interesantes, más aún, estas maravillosas gracias en la vida del P. Weikamp. Nuestra Madre y Reina es admirable, más aún, es tres veces admirable, tres veces maravillosa. El Padre la eligió en su momento para llevar la Palabra. ¡Tan… maravillosa! ¡Él envió Su Espíritu a ella… ¡otra vez, maravilloso! Y en la plenitud del tiempo, dio a luz a Su único Hijo, monógenos… ¡No hay otras palabras para esto sino Maravilloso! La Madre tres veces agraciada es verdaderamente kexaritoméne – llena de gracia- , y de su Hijo sacerdote, cada sacerdote en la Iglesia – cada alter Christus- recibe su sacerdocio.

Cuando veo los ojos de un anciano sacerdote en el ocaso de su vida maravillarse de todo lo que ha experimentado y recibido, veo una vida sacerdotal ofrecida por completo al Theotokos, cada día renovado en su ofrecimiento completo de sí mismo a la Madre de Dios, guardando una alianza hecha con ella hace más de cincuenta veranos y cincuenta inviernos. Esta es la vida que resulta del «Yo me ofrezco del toda a ti…». Que cada seminarista tenga la gracia de llegar al altar de Dios, de postrarse algún día con el rostro en tierra para ser ungido en el sacerdocio de Melquisedec, la realeza de David, la vocación profética de Isaías, Jeremías y Ezequiel, y compartir más completamente el sacerdocio de Cristo, el Ungido del Señor. Que cada sacerdote sea fiel a su vocación, lo que sería imposible si no fuera por las gracias de sanación y transformación de Dios vertidas en todo nuestro ser por el vehículo perfecto, nuestra Reina, que es mediatriz de todas las gracias. Ella nos guiará, nos ayudará y nos mostrará a su Hijo. ¡Mater Tres Admirabilis, clarifica te!

Descanse en paz

Hace unos pocos días, el sábado 26 de junio de 2010, el P. Weikamp se alejó de la casa provincial de Schoenstatt por última vez, y encaminó sus pasos por el camino más allá del Monte Moriah, más allá incluso de Limburg, por el camino que lleva de la tierra a las puertas del cielo y al día del Juez Justo. Todo se le devuelve ahora al Padre, de quien todo vino. Vida, esperanzas, temores, personas por las que oró, personas por las que sufrió, personas a las que agradeció, pero principalmente los 58 años de sacerdocio del P. Weikamp.

La última cosa que recuerdo que me dijo el P. Weikamp, en julio de 2008, fue: «Por favor salude especialmente a la Hna. Mary Hastings, en Constantia, Cape Town». Ella también murió en febrero de este año. Ahora estos viejos amigos – creemos en la fe – pueden saludarse en persona, en la sala de espera del cielo. Descanse en paz, sacerdote de Dios.

Traducción: Eduardo Shelley, Monterrey, México

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