Publicado el 2010-05-26 In schoenstattianos

Su último gesto consciente, en terapia intensiva, fue acariciar la imagen de la Mater…

Un regalo para los 50 años de Schoenstatt en EcuadroECUADOR, Mirella Estrella de Polit. Tuve el regalo del cielo de casarme en febrero de 1976 con un hombre maravilloso, un periodista inteligente y sumamente correcto, pero que provenía de una familia nada religiosa.

 

 


Santuario de GuayaquilTeníamos la costumbre de vacacionar en familia durante un mes, y solíamos leer algún libro los dos juntos. Pertenezco a la Rama de señoras del Movimiento de Schoenstatt, y en las vacaciones de 1996 elegí llevar una de las biografías del Padre y fundador. A medida que avanzábamos en la lectura, Ricardo – mi esposo – se interesaba cada vez más. Comenzó a admirar y a querer al Padre por toda su entrega y heroísmo, sentía que eran muy parecidos en la forma de pensar, y lamentaba que en el año 1963 había estado cerca de Milwaukee y no sabía de su existencia: le hubiera querido hacer muchas preguntas.

Apenas llegamos a Guayaquil, de retorno de las vacaciones, quiso ir a la ermita a ver la foto del Padre. Desde entonces nunca más dejó de visitar la ermita y de seguir leyendo escritos del Padre, de poner en práctica la ascética schoenstattiana. Preparó con nuestros hijos la conquista del Santuario del Hogar, y todas las noches nos convocaba a la oración. Formuló su ideal personal, quería ser como el Padre José Kentenich: «Padre para todos». Comenzó a participar en la Misa con mucho gusto, experimentó en su vida las tres gracias del Santuario, se fue enamorando de la Mater y de su Hijo Jesús, y en las siguientes vacaciones se confesó y comulgó en el domingo de Pascua. Él mismo decía: «es un milagro del Padre Kentenich». En su oficina nadie salía sin la oración de consagración, y en la solapa de su traje llevaba la imagen de la Virgen de Schoenstatt. De ser extremadamente perfeccionista, pasó a tener misericordia con las imperfecciones de su prójimo.

Así como él lo había hecho en Dachau

Dos años más tarde le diagnosticaron una enfermedad rara e incurable: una parálisis progresiva. En su oración de la noche muy sencilla le pedía al Padre Kentenich que le enseñara como ofrecerla, así como él lo había hecho en Dachau. Murió el 17 de enero de 2000, con una mirada de santidad. Su último gesto consciente, en terapia intensiva, fue acariciar la imagen de la Mater, pues en el Santuario le había pedido a Ella que cuando ya no pudiera más, intercediera ante su Hijo para volver al Padre.

Al día siguiente 18 de enero, en la Misa de alianza, creció en mi corazón un amor profundo, lleno de gratitud, al Padre y fundador, por su influencia en Ricardo. Siempre le recuerdo que yo trabajo por la Familia que el fundó y le pido que interceda, junto a mi esposo en el cielo, por mis hijos.

¡El Padre José tiene que ser conocido y canonizado, pues es un puente entre Dios y los hombres, es una respuesta para el hombre de este siglo desvinculado de Dios, es una persona que también desde el cielo nos enseña a amar como Cristo amó a su Iglesia!

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