Publicado el 2010-04-21 In schoenstattianos

Cuanto tiembla la tierra: un testimonio personal

P. Raúl EspinaP. Raúl Espina. El 26 de febrero fue un día muy normal para mí. A la noche hablé, en Santiago, con algunos seminaristas de nuestra comunidad. Conversamos sobre diversos temas. Más tarde me acosté, no sin antes contemplar y admirar la magnífica noche y la luna llena. De repente me desperté. Está temblando, me dije.

 


Me dije interiormente: debo conservar la calma. Ya pasará, es de nuevo un temblor como los que viví ya innumerables veces. Esta vez me equivoqué. Me levanté, recordé todas las recomendaciones dadas ante un terremoto: buscar un abrigo y calzado. Luego, si es factible y si es más seguro que estar dentro de la casa, salir rápidamente y esperar…

Chile después del terremotoYo estaba en el segundo piso y todo se movía como jamás lo había experimentado. Repentinamente se cortó la luz y, en medio de la oscuridad, alcancé a llegar al primer piso. Entretanto me sorprendí como me tambaleaba de izquierda a derecha mientras bajaba por la escalera. A la vez podía escuchar voces, los vidrios que se rompían y el increíble – e inconfundible – ruido que venía del interior de la tierra. Ahí tuve miedo. Todo duró dos minutos y cuarenta y cinco segundos.

¡Qué frágil es la vida!

Cuando la tierra tiembla del modo que experimentamos los chilenos el pasado 27 de febrero, se comprueba cuán frágil es nuestra vida y cuán expuestos estamos ante la naturaleza. En esos momentos se piensa en toda la gente, en los seres queridos, se piensa en todos los que quizás justo en esos momentos pierden la vida, se piensa en Dios, que permite tal catástrofe… Pensé enseguida en mis padres, que ya son mayores y viven solos; en mi hermana y sus hijos; en mi hermano, que vive en un séptimo piso; en mi abuela nonagenaria, que vive en las alturas de los Andes… No había ninguna posibilidad de hablar por teléfono. La red telefónica colapsó por varias horas. Recién a las seis de la mañana pude saber que todos ellos estaban bien. Pero también en ese momento supe lo tremendo que había sido el terremoto en otras ciudades. Y que incluso un tsunami había arrasado la costa chilena…

Iglesia en Chile después del terremotoQuiero compartir un breve testimonio de una joven alemana que en esa noche estuvo en Santiago. Cuenta lo que vivió después del terremoto: «Volvió la corriente eléctrica, también el agua corriente, pero no tiene aspecto de ser potable. En la casa no funcionan ni el teléfono, ni la televisión, ni Internet. Por consiguiente, estoy incomunicada. Es difícil buscar informaciones sobre como están los demás y avisar a casa que estoy bien».

Cuando en la tarde del 27 de febrero vi las primeras imágenes transmitidas por la televisión, me daba cuenta del daño que había causado el terremoto, cuánto dolor sufría la gente, y que prácticamente afectó al 80% de la población de Chile. Lo cierto es que en ese momento muchos no pudimos contener las lágrimas.

Los niños que no pudo salvar

Junto con los desgarradores relatos de los sobrevivientes, supimos también cuantos actos heroicos habían realizado algunas personas. En la región afectada por el maremoto, un campesino buscó su caballo y salió al camino a sacar gente del agua con su lazo. Salvó a muchos. Le preguntaron si estaba contento por ello. Contestó que se alegró por los sobrevivientes, pero que no podía olvidar los gritos de tres niños pequeños que estaban dentro de un auto, en medio de las aguas, y a los que no pudo alcanzar…

También pude comprobar como, el mismo 27 de febrero, los jóvenes se presentaron inmediatamente en todas las organizaciones de ayuda posibles. Como si fuera lo más natural, recorrieron las calles brindando auxilio: especialmente alimentos, agua potable, ropa. Otros viajaron inmediatamente a las ciudades devastadas. Lamentablemente en los medios apareció poco de esa increíble generosidad de muchos jóvenes.

Hoy acompañamos al Señor en su Vía Crucis, nuestro Vía Crucis. Simón de Cirene nos hace ver que llevamos nuestra cruz, pero al mismo tiempo, que también debemos ayudar a otras personas. Muy frecuentemente nuestra vida se ve afectada por terremotos internos y externos. Pareciera que todo se derrumba y se destroza. Quizás es bueno que con ello sintamos que nuestra vida le pertenece realmente a Dios. Él es nuestra roca y nuestra salvación. Confiamos en Él, incluso cuando debamos cargar una cruz.

Un signo de resurrección

En Chile comienza la reconstrucción. Los chilenos miran al futuro. Un futuro mejor. ¿Podemos interpretar esto como un signo de resurrección, y también colocar nuestra vida bajo este signo?

El presidente de la Conferencia Episcopal Chilena hizo el siguiente resumen de lo vivido: «Ante tal superioridad de la naturaleza, hemos recuperado algo que vive en el corazón de todos los hombres: ponerse a disposición de los demás. Esto nos guía a lo esencial, que no consiste en acumular bienes en exceso, sino en el amor, en la entrega y en el servicio magnánimo a los más débiles».

El P. Raúl Espina, miembro de la dirección general de los Padres de Schoenstatt, dio este testimonio en el Vía Crucis del Viernes Santo de 2010

Traducción: aat, Argentina

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