Publicado el 2012-11-07 In Jubileo 2014

“Volver al fuego del primer amor: un desafío de los misioneros

P. Guillermo Carmona, Asesor Nacional de la Campaña del Rosario en Argentina. La historia del misionero de María es una historia de amor entre él y la MTA. En realidad, toda nuestra historia es una historia sagrada, porque es la expresión de una Alianza de amor entre el misionero y María. Ella toma la iniciativa y el misionero le da su “sí”, consciente y libre, a la oferta que Ella le hace. El misionero es un enamorado que experimenta este amor a cada paso.

En esta maravillosa peregrinación que es nuestra historia personal, María llama al misionero a compartir un camino. Es el desafío pendiente de cada misionero volver a encenderse en el fuego. En el Apocalipsis, en el capítulo 2, se encuentra una crítica del “vidente de Patmos” a la Iglesia de Éfeso:

“Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia… Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el primer amor”.

Para que ese amor no se entibie ni cuartee, el misionero debe transitar las estaciones de su amor con María y viceversa. Llamaremos a estas estaciones: atracción, decisión, vivencia, proyección y plenitud de amor.

Primera estación: La atracción del amor

Hay en la historia de todo misionero un momento en donde sintió que alguien lo llamaba y convocaba. La palabra vocación viene del latín -“vocare”- que significa llamado. El misionero vive de la mística de este llamado. El llamado llega a través de personas: otra misionera o misionero, alguien que lo invita, un párroco, una aparente causa fortuita. De todas estas realidades se prende María para atraer al misionero.

Podríamos preguntarnos la causa del llamado: ¿Por qué puede Ella haberme llamado a mí? No hay respuesta a esta pregunta. Es el misterio del amor: la única explicación es su cariño y dilección. María pone su mirada en el corazón del misionero y le dice: “te quiero, te necesito, eres importante para mí”.

De esta realidad surgen sentimientos que irradian luz al corazón: gratitud y alegría. “Gracias, Madre, por tu elección”. El corazón expresa así su alegría.

Segunda estación: La decisión por el amor

De la atracción surge la decisión. Decidirse es optar, es hacer una elección. El misionero opta por la Mater. La razón es que ha experimentado la preferencia de María. Esto trae, como toda decisión en la vida, consecuencias lógicas. Yo me decido por Ella y Ella por mí. Es un pacto, una alianza, con derechos y deberes.

Los derechos del misionero son tres: experimentar un arraigo especial en el corazón de la Mater. Es sentir que en Ella se encuentra el hogar espiritual, la casa, un terruño interior. Es el regazo materno que cobija y da seguridad. El misionero que se compromete con María, experimenta en Ella “la roca”. Es un símbolo hermoso: roca es lo que nos permite levantar la casa sobre algo seguro y firme. Recordamos el pasaje evangélico: se puede levantar una casa sobre arena o sobre roca. Según esto, ella quedará en pie o se derrumbará cuando vengan los vientos y las lluvias. La casa es un símbolo de la vida. Puedo levantar la casa de mi vida sobre arena -cosas superficiales, el dinero, el poder, las relaciones- o sobre roca: la palabra, el amor de Dios, la fidelidad a su persona.

El segundo derecho del peregrino es dejarse moldear por María. Ella transforma, al decir del profeta, el corazón de piedra en corazón de carne, el egoísmo en generosidad, el odio en amor, etc.

Y un tercer derecho tiene el misionero: saber que su vida se amplifica y se hace fecunda. ¡Qué hermoso es saber que se tiene una misión, que se puede plasmar en otros lo que se ha recibido con tanta generosidad!

Los deberes del misionero se centran en la fidelidad al amor: quererla en serio, expresarle la alegría de su llamado y asumirlo con responsabilidad. No hay otro deber más grande que comprometer la vida en el amor: confiar en ella, visitarla en el Santuario, sentir que somos, como decía don Joao Pozzobon, una flauta que la Mater sopla y hace salir su mensaje, su melodía de gracia y de vida.

Tercera estación: La vivencia en el amor

La relación del misionero con María y viceversa genera un vínculo, una vivencia de alianza. Convivir es vivir con Ella. Es la comunión con Ella, es compartir las tres experiencias existenciales:

a. Se comparten las alegrías. Las experiencias de “Tabor”. Los momentos de gozo y plenitud. Compartir con la Mater las alegrías es multiplicarlas. También compartimos los éxitos, las buenas acciones que hacemos, los regalos que la Campaña nos da, las personas que se abren al mensaje y las experiencias gratificantes del amor.

b. Pero compartimos también las cruces, los sufrimientos. No todo será alegría, tendremos también experiencias de limitación, desengaños, desilusiones, vivencias destronadotas. Si las compartimos con la Mater, serán más llevaderas. Asumiremos mejor la enfermedad, el fracaso, el desencanto.

c. Podremos finalmente tener momentos para compartir las cosas sencillas y nimias de cada día. Las experiencias del amor sin sobresaltos, ni grandes euforia o túneles del alma. Son las “experiencias nazarenas”, aquellas de María en su hogar de Nazaret, tan sencillas, tan cotidianas, pero todas transidas en el amor. Sólo el amor hace grande las cosas pequeñas.

El misionero va tejiendo este vínculo con María. Va anudando la red que sostiene su vida y sus actividades. Esto se llama, en términos del P. Kentenich, tejer los vínculos. Ellos son lo más hermoso y delicado en la vida del hombre. Hay que cultivar estos vínculos como se cultiva el fuego del hogar en las horas frías del invierno.

¿Cómo hacerlo? Como se tejen los vínculos entre dos personas que se quieren. No son cosas grandes sino sencillas pero llenas de significación y fuerza. Veamos algunas de estas acciones que cultivan el vínculo:

* Mirarla: observar detenida y largamente la imagen de la Mater.

* Hablarle: hablarle a la Mater sobre nuestras preocupaciones o alegrías.

* Escucharla: porque ella habla y nos da siempre una respuesta. María no es muda: como buena mujer y madre, sabe hablar y dar consejos…

* Acariciarla, en sentido psicológico. Hacerle pequeños regalos. Buscar su aprobación en todo cuanto hacemos. Es la ternura del hijo por su madre que se expresa en lo que le podemos dar a los demás. Ella premia el corazón del hijo que hace algo por sus hermanos.

* Decidir con ella: se trata de consultarle cuando se tiene que tomar una decisión importante. Siempre se decide mejor cuando la consultamos…

* Compartir con la Mater el apostolado: lo que realizamos. De esta forma no recabaremos para nosotros solos los éxitos pero tampoco los fracasos.

Cuarta estación: La proyección del amor

El amor es difusivo, dice Santo Tomás. El amor, si es verdadero, se proyecta y da fruto. Si vivimos en el amor -y lo cultivamos- daremos frutos. Es la consecuencia de la permanencia: “Yo soy la vid verdadero, mi Padre el viñador y ustedes los sarmientos. Si permanecen en mí, darán mucho fruto”. Si permanecemos en María, daremos mucho fruto.

Los frutos del misionero tienen que ver con el “Reino Mariano del Padre”. El servicio y la entrega van conquistando corazones, gente que se asocia al amor de María. Es lindo constatar en el cuadernillo que acompaña la Peregrina, cómo estas experiencias son frutos del paso de María por las casas, los hospitales, etc.

Estos frutos debemos compartirlos con los otros misioneros. Esto alimenta el fuego y mantiene ardiendo el primer amor. De allí la importancia de asociarse con otros misioneros. Nadie misiona solitario. Todos formamos una gran familia de misioneros y nos sabemos entroncados en una gran red de solidaridad.

Quinta estación: La plenitud

Es el premio de la entrega, es la corona del amor. Todas las acciones son recompensadas. Si hasta un vaso de agua será valorado en el cielo, cuánto más lo que hace el misionero. La eternidad será el premio a los gestos de servicio que hacemos: “Al final de la vida, seremos juzgados por el amor” (Juan de la Cruz).

Para el P. Kentenich, la plenitud tenía rasgos de “asemejación” o semejanza con María. Parecerse a la Virgen. Es la realización de la jaculatoria: “María, que quien me vea, te vea a ti”. ¿Puede esperarse algo mayor? Es la semejanza con María lo que hace al misionero una misión viva. No llevamos solamente la peregrina, sino que nos llevamos a nosotros mismos en la imagen. La gente no quiere recibirla sólo a ella: quiere ver esa imagen presente en la imagen viva de María que somos los misioneros.

Un signo de la plenitud es la alegría del servicio. Otro fruto es la paz del corazón, la serenidad de la acción bien hecha. Es llegar a la noche con el cansancio del camino, los pies quizás llenos de polvo, pero el corazón radiante. Es dormir en paz, en el regazo interior de la Madre. Es reconquistar el paraíso perdido. Hay algo, quizás mucho, de felicidad: “destellos” de felicidad.

Esto no significa que de vez en cuando no nos cueste la entrega. Vendrán obstáculos, cansancio, desilusión, incompetencia para el cargo, crisis personal o desidia. En todos estos casos podemos pensar que el amor se prueba en las dificultades. Sólo el dolor acrisola la entrega. Podremos rezar con el P. Kentenich en el Hacia el Padre: Madre, “ha llegado la hora de tu amor”. Hora de confiar, de tener paciencia, de ser humilde, de rezar y sufrir por la causa de María.

Plenitud no es magia, sino luz, fortaleza y alegría. Es el cambio del corazón que se hace en el amor más veraz, alegre, bondadoso, más semejante al suyo y al de Cristo. Donde ella enamora, se genera un orden santo, la armonía. Es el “carácter de aparición”: la tierra destello del cielo, camino hacia él. En esa plenitud, el misionero escucha la voz de la Amada, María: “No alcanza con querer un mundo mejor hay que hacer algo por él. Ahora tienen la mejor oportunidad”. Aquí estoy, Mater, “para hacer tu voluntad”…

Carta a los misioneros de la Campaña del Rosario, Argentina


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Publicado el In Jubileo 2014

“Volver al fuego del primer amor: un desafío de los misioneros

P. Guillermo Carmona, Asesor Nacional de la Campaña del Rosario en Argentina. La historia del misionero de María es una historia de amor entre él y la MTA. En realidad, toda nuestra historia es una historia sagrada, porque es la expresión de una Alianza de amor entre el misionero y María. Ella toma la iniciativa y el misionero le da su “sí”, consciente y libre, a la oferta que Ella le hace. El misionero es un enamorado que experimenta este amor a cada paso.

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