Menschen

Publicado el 2022-07-15 In Vida en alianza

Todavía existen. Tres nombres y rostros en el diario de la gratitud

H3M, Maria Fischer •

Todavia existen. Esos vecinos, esas personas que te encuentras una vez en la vida, en la caja del supermercado o en el aparcamiento… y que acaban en el diario de gratitud y en tu corazón y se quedan y son «culpables» de la fuerza con la que afrontas la vida y los retos (Y sí, los que molestan). —

Miércoles: compras después del trabajo, algo para la oficina y bebidas, ensalada y fruta y chocolate para la visita a la residencia de ancianos y… La cola ante las dos únicas cajas abiertas es larga, hace calor y está abarrotada. Meto la mano en el bolso, me asusto, busco, me asusto de nuevo: la tarjeta de débito y tarjeta de crédito están (con suerte) en casa, pero ahora… no conmigo. ¿Cuánto dinero en efectivo tengo conmigo? Treinta euros y el depósito de botellas… Demasiado tarde para salir de la cola, me pongo a ordenar, a calcular, la cajera hace las cuentas. Y entonces este joven que está detrás de mí, de unos veinte años, le dice a la cajera y a mí: «Está bien, pon el resto en el mío, yo lo pagaré por ti». El mundo se detiene durante una pequeña eternidad. «¿Realmente existe alguien como tú?», le pregunto mientras saco los cinco euros que me faltan del bolsillo del pantalón. Ni siquiera sé su nombre. O sí lo sé. Se llama Jesús y Jesús lleva hoy una camiseta de HardRock Café.

Domingo: llaves del coche, bolsa, otra bolsa, cartera y en mi mente todavía una pesada visita a unos enfermos. De alguna manera, todo está enredado y yo también. «¿Puedo ayudarte?», pregunta alguien detrás de mí que acaba de meter su coche en la plaza de aparcamiento. Y juntos desenredamos… y nos reímos. Compartimos una parte del camino hacia casa. Cuando llego a la puerta de entrada, él sigue, se despide y dice: «Tenemos que estar ahí el uno para el otro, no hace daño. Si alguna vez necesitas algo, dímelo. ¡Que tengas un buen domingo!”

Martes: De repente pienso en este joven después de haber estado intentando mover una silla de oficina rota, durante una hora, desde mi tercer piso hacia la calle. Mañana por la mañana hay colecta de residuos voluminosos. El monstruo no se puede desmontar (al menos no por una persona sin talento técnico como yo), es demasiado ancho y pesado y no hay ascensor. Llamar a las puertas de los vecinos de la casa no sirvió de nada. Y entonces me pongo delante de la puerta, en la calle, recuerdo este encuentro del domingo, espero… y simplemente me acerco al hombre que sale de la casa diagonalmente opuesta con su hija y su perro. Pero claro, con mucho gusto, si tienes tiempo hasta después del paseo… Cuarenta minutos más tarde llama al timbre, se avergüenza bastante cuando le doy las gracias con una botella de vino, baja el pesado coso alegre y despreocupadamente por las escaleras y me llama: «Si alguna vez necesitas algo, Schwarz del otro lado de la calle, toca el timbre, ¡somos vecinos!».

Hombre… sí. Todavía existen, las buenas personas.

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