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Publicado el 2021-09-13 In Vida en alianza

¿Qué queremos dejarles a nuestros hijos?

H3M, Paz Leiva, España •

Con la pandemia ha cambiado mucho todo y los calendarios se han alterado y retrasado. Hace poco asistimos a una primera comunión en un barrio muy nuevo, de clase media, habitado por gente que ronda los 40. Los protagonistas eran 14 niños, que, tal y como discurrió la ceremonia, iban muy bien preparados por los catequistas de la parroquia. Todos procedían de un colegio laico. —

Hay que tener en cuenta que el 40 % de los españoles ya se declaran ateos. A estas ceremonias asisten muchos por la presión social de “mi hijo no va a ser menos”. Eso se nota mucho observando la actitud de padres y familiares durante la misa. “Es posible que para algunos esta sea la primera y la última comunión”, comentamos al ver el panorama.

El párroco, un hombre a todas luces cuidadoso con la liturgia, muy bien formado y conocedor de sus ovejas, utilizó una historia, para animar su homilía – muy amena y muy bien preparada – que bien merece una “historia de tres minutos” (H3M).

A mitad de la plática preguntó; ¿Qué queremos dejarles a nuestros hijos?

En tiempos de la Unión Soviética una niña lituana es obligada a dejar su tierra y su familia y es trasladada a Kazajistán. Allí dejó de hablar su idioma, solamente se hablaba ruso y el idioma del lugar.

Muchos años más tarde, unas monjas lituanas piden ser trasladadas a Kazajistán para ejercer, de incógnito, su profesión de enfermeras en un hospital. Una noche, las monjas-enfermeras, acostumbradas ya a hablar en kazajo, oyen los lamentos de una anciana, que reza el avemaría en lituano.

Se acercaron a la habitación y encontraron a una anciana a punto de morir sin compañía. Era la niña desplazada. En su vejez y cerca de la muerte, echó mano de lo que de niña le habían enseñado sus padres: rezar en su idioma el avemaría, para implorar la compañía de la Virgen. Las monjas-enfermeras estuvieron hablando en lituano y rezando con la anciana, hasta que su corazón se paró definitivamente. Aquella mujer no murió sola. Murió acompañada por las dos religiosas, que rezaron con ella el avemaría en lituano y pudieron consolarla. Aquella mujer no murió sola, porque echó mano de sus raíces.

¿Qué queremos dejarles a nuestros hijos? – repitió el párroco.

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