Publicado el 2018-11-08 In Vida en alianza

Libres y valientes, testigos fieles para servir a los demás

ESPAÑA, Juan Zaforas y Maria Fischer •

“Nos podríamos quedar en estos lugares comunes, en nuestros tópicos, pero que tocan la esencia de nuestro sacerdocio. ¿Cuándo se nos hacen reales? Cuando pasan por el corazón de los llamados. Cuando pasan por tu corazón, en concreto”, ha dicho el P. José María García en la homilía durante la primera Misa del P. Eduardo Segura Bueno, el 4 de noviembre de 2018, en el Santuario de Schoenstatt en Madrid, animándole a él y a todos ser “libres y valientes, testigos fieles para servir a los demás.” —


Fue un momento lleno de emoción, el día después de la ordenación sacerdotal, en presencia de muchísimos padres de Schoenstatt, familiares y amigos del neosacerdote y miembros de la familia de Schoenstatt. En una homilía muy personalizada, muy dirigida al P. Eduardo, el P. José María dejó un mensaje esperanzador sobre el sacerdocio y la misión del sacerdote, partiendo del símbolo del pan, que el P. Eduardo eligió para su lema sacerdotal: “El Señor tiene pan en las manos. Ese pan eres tú.”

“Nosotros además tenemos el privilegio de que ese sacerdocio que recibimos y en el cual nos educa la Santísima Virgen, es un sacerdocio con un testigo detrás, que es nuestro padre fundador. Es un hombre que fue valiente y libre, por ser libre. Pídele a él que te regale esa libertad para lo que sea, en la voluntad de Dios, y esa valentía que te permite estar dispuestos para todos, incluso para ese susto que a veces la vida te puede conllevar.

Libres y valientes.

Testigos fieles para servir a los demás.

Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo entregó.

Muchas gracias por encarnarlo”.


 

Publicamos aquí el texto completo de la homilía del P. José María García Sepúlveda, Madrid,

en la primera Misa del P. Eduardo Segura Bueno

Homilía del P Jose Maria García en la Primera misa del P Eduardo Segura Bueno (pdf)

Homilía del P. José María García Sepúlveda en la primera misa del P. Eduardo Segura Bueno

Domingo 4 de noviembre de 2018

Santuario de Schoenstatt de Madrid (Calle Serrano)

Evangelio (Mc 12, 28-34)

Realmente esto de ser el más viejo del lugar tiene sus privilegios… pero también sus responsabilidades. Realmente fue una sorpresa muy grata pero realmente conmovedora, el hecho de que, al paso, me dijeras si me atrevería a tomar la primera misa o que querías que tomara la primera misa. Me has dejado muy preocupado… (risas).

Las lecturas que hemos escuchado y el evangelio de hoy nos habla de algo que te va a pasar mucho a lo largo de tu vida sacerdotal. Muchos se van a acercar a ti, preguntándote por el camino del Señor, por el camino de la vida. Y tú vas a dar respuestas sensatas. Esa sensatez, sin dudas, con la que te has formado durante tantos años. Esa sensatez que viene también de tu propia madurez como persona.

Pero, esto que nos acerca al reino de los Cielos, bien lo sabemos, no es suficiente. La sensatez es necesaria pero no es suficiente para estar en el reino de los Cielos.

Para vivir en esa plenitud para la cual Dios nos ha creado, necesitamos ir un paso más allá. Ese paso al cual el Señor nos invita el Jueves Santo. Es el paso del nuevo mandamiento: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Esto es lo que nos permite estar en el reino de los Cielos, no cerca sino en el reino de los Cielos. Y para eso es que el Señor llama a su iglesia, llama a sacerdotes, para que ese amor del Señor se traduzca en anunciar la Buena Nueva, en salir al encuentro de los que sufren, como tú has hecho durante todo este tiempo de tu formación. Ese liberar los corazones oprimidos, ese sanar heridas… pero eso solamente es factible cuando amamos, cuando nosotros somos capaces de amar como el Señor nos ama.

Esto es, diríamos, lo general del sacerdocio cristiano. Esto todos lo sabemos y nos podríamos quedar en estos lugares comunes, en nuestros tópicos, pero que tocan la esencia de nuestro sacerdocio. ¿Cuándo se nos hacen real? Cuando pasan por el corazón de los llamados. Cuando pasan por tu corazón en concreto.

Nuestro padre fundador siempre nos decía que cada generación tiene que fundar de nuevo para que esa comunidad se renueve en el espíritu, para que sea efectiva, para que sea fecunda, pero fieles al origen pasando por tu corazón, entregarse a los hombres.

Y así se funda de nuevo. Así la Iglesia siempre está lozana. Vivimos en tiempos desafiantes, vivimos en tiempos difíciles. Vivimos en tiempos donde la Iglesia está siendo crucificada incluso en sus propios pecados. Y nos podemos replegar, nos podemos acomplejar, nos podemos, de alguna manera, achicar por miedo ante esa contundencia. Y, sin embargo, justamente allí es donde está nuestra fuerza para seguir adelante.

En ese asumir nuestra pequeñez, en ese asumir nuestra debilidad está justamente la posibilidad de que la iglesia se renueve; de que la iglesia sea ese instrumento en manos del Señor que anuncia la Buena Nueva, como los discípulos de Emaús después del encuentro con el Señor. De dar alegría y esperanza a los hombres a pesar de que habían pasado por un momento de inseguridad, de desconcierto, de dolor, porque ellos eran muy conscientes del pecado de Pedro, eran conscientes de la debilidad de Tomás, de tantos otros… ¡de Judas mismo! Y, sin embargo, salen a anunciar la Buena Nueva.

Y esa es la puerta que les lleva a liberar los corazones oprimidos, a dar esperanza y alegría, como antes decía. Pero pasaba por el corazón de ellos. Y esa es nuestra vocación, de eso se trata. De vivir, diríamos, en esa profunda experiencia del amor de Dios, de ese amor de Jesús en nosotros, que nos permite sembrar esperanza y renovar esta iglesia nuestra a la que amamos apasionadamente hasta entregar nuestra vida por ella.

Iglesia es esto, es esta comunidad de creyentes, es esta gente que se junta en torno al altar, justamente para dejarse querer por Dios, para dejarse transformar por Dios, para dejarse sanar por Dios; para dejarse tocar en nuestras heridas más profundas, porque en ese asumir nuestras heridas es donde también nosotros podemos crecer como instrumentos de Dios. De esto se trata.

¿Cómo se vive esto? ¿Cómo viven estos sacerdotes diríamos esta realidad?

Tú nos lo has dado claramente. Les decía esta mañana a algunos que la homilía no la hago yo, la homilía la haces tú. Tú eres la homilía que el Señor nos regala. Y le ha puesto nombre. Y ayer nos lo dijiste claramente. Tu homilía es “Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo entregó”. Esa es la homilía que el Señor nos regala hoy día, el día de tu primera misa.

¿Y qué significa esto? Pues justamente para ser este sacerdote que trae esperanza, alegría, confianza en una iglesia, que vive en un mundo real, ¿cómo lo hacemos? “Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo entregó”.

Y este es el misterio del sacerdote. Que Jesús va a estar, a partir de hoy, en tus manos; pero que tú también vas a ser pan en manos de Jesús. Ayer lo nombraste en el momento de tu agradecimiento: “Soy pan en manos del Señor”.

Este es el misterio del sacerdote. Ese Jesús en mis manos y yo en manos de Jesús, para ser pan. Y esto es lo que nos lleva hoy día justamente a acompañarte con profunda alegría porque has tenido el valor de decir “Quiero ser pan. Me siento llamado a ser pan en manos del Señor porque el Señor es pan en mis manos”.

Y ese pan que toma el Señor es un pan que se ha ido forjando durante treinta y tantos años. Un pan que se formó ahí, en ese… como decían antiguamente, en ese primer seminario. Hoy día utilizando la imagen del pan diríamos, como “la panadería original”. Eduardo y Ángeles hicieron el pan. Hay un gesto muy bonito que ayer lo vimos. Tus padres te trajeron los ornamentos, te ofrecieron. El ofrecimiento es real y por eso nuestra gratitud a vosotros dos es que habéis traído vuestro pan y ese pan es éste. Es el pan que habéis ofrecido, el pan que habéis trabajado durante años, que habéis gestado como fruto de vuestro amor, que habéis llevado en vuestro cuerpo y en vuestra alma, que habéis llevado en vuestro corazón. Y por eso nuestra gratitud. Porque si no hay familias que gesten el pan, que amen el pan, no hay sacerdotes, no hay pan para ser ofrecido. Por eso nuestra gratitud profunda a vosotros dos.

Evidentemente que está la gracia detrás y esa gracia fue la que os disteis el uno al otro en el momento de vuestro matrimonio.

Y fruto es este pan. Es el pan que se ofrece.

Y ese pan lo tomó el Señor.

Ese pan lo tomó el Señor ayer. Y ayer sentisteis, experimentasteis, oísteis, por fin, el llamado. Ese llamado que pudiste tener en un momento en tu corazón, en esa convicción interior, pero que siempre estuvo entre el claroscuro de la fe. Y ayer lo escuchaste. “Eduardo Segura”. “Aquí estoy”. Ese es el llamado que el Señor te hace a través de la iglesia. Y es un llamado contundente. Es un llamado claro. Y tú respondiste de la misma manera.

El pan fue llamado. El Señor lo tomó. Tú dijiste que sí. Y ese pan pasó a ser pan en manos de Jesús. Y es esa imagen que tú tienes allí. Por eso en esa imagen tan original que tienes en tu estola, digamos que sé quiénes están ahí; pero lo central, lo que queda clarísimo es que el Señor tiene pan en las manos.

Ese pan eres tú.

Y esa va a ser la mística con la cual vas a vivir tu sacerdocio todos los días. El Señor te toma y te va a tomar todos los días, desde la mañana hasta la noche. Pan para ser consagrado. Tomó el pan y lo bendijo.

¿Cómo te bendice el Señor? ¿Cómo te va a bendecir todos los días? Como lo ha hecho hasta ahora, a través de su iglesia. La bendición la recibisteis de la iglesia. Y esa iglesia, no es solamente la bendición oficial que te dio Don Carlos ayer, esa consagración que te dio, sino que esa bendición que te va a hacer sacerdote durante toda tu vida. Porque ese pan que recibes de tu familia va a ser pan sacerdotal en la medida en que tú pases a ser alimento de todos nosotros, que te dejes tocar por todos nosotros.

Esta comunidad te hará sacerdote, moldeará tu sacerdocio. ¿Cómo lo hizo la comunidad, ese “hornearte” en tantos lugares? En Paraguay, que con el calor, bien que te hornearon ya; en Chile, con todo lo que conlleva; en esos lugares donde serviste, ahí te fueron horneando. Pero el pan que el Señor te hornee es siempre pan fresco, es siempre pan que va a pasar por el horno de la bendición, que vas a recibir a través de la iglesia todos los días. Por eso, la disposición a abrirse a la bendición.

Tienes un don, pero te va a ser fecundo en la medida en que sea bendecido por aquellos que el Señor te confíe. Vas a ser sacerdote de la iglesia, pero de la iglesia real, de esa iglesia concreta, con rostro, con heridas, con bendiciones, pero también una iglesia que necesita liberación de sus miedos. Dejate tocar por Él porque ahí es donde tendrás la bendición.

También, no solamente te bendice sino también te parte. ¿Por qué? Porque la bendición quiere ser compartida. Por eso parte por romperte de alguna manera. No hay uso de un poder como el que Dios te da, sin lo que llamamos la ascética del poder. Es decir, de dejarte, de alguna manera, romper para no sentirte tú, todopoderoso, sino lo que es la esencia del sacerdote: Servidor. Servidor y testigo.

Pero para eso necesitamos rompernos cada día. Rompernos en esta aridez que hay y rompernos desde la humildad, desde saber asumir las injusticias en carne propia, de saber asumir las incomprensiones en carne propia.

Ayer, tu hiciste un gesto que vas a repetir, ojalá, todos los Jueves Santo. Es un gesto que nos define y que conmueve por lo fuerte que es. ¿Sabes cuál es? El de la postración. Eso es romperse. Eso es anonadarse. Ese el anonadamiento de Cristo vivo en ti. Y después, justamente, entregarte. Porque cuando nos rompemos es cuando nos podemos entregar. Es pues por donde podemos ser compartidos, donde podemos tener la sensibilidad para todos, especialmente con los que sufren.

Siempre ha sido un misterio esto, por lo menos para mí, esto de que el Señor te ame especialmente en los más necesitados, pero también es verdad que en el sufrimiento es donde tenemos más sentido de la realidad. Pero también en ese sufrimiento que pasa por el amor de Dios, porque así nos ama Cristo, es donde está la fecundidad de nuestro sacerdocio.

Vas a ser tomado todos los días.

Vas a ser bendecido todos los días.

Vas a ser partido todos los días.

Y vas a ser repartido todos los días.

¿Por qué? Porque es lo mismo que tú vas a hacer con Jesús

Él, en un gesto de humildad total, se va a hacer pan en tus manos.

¿Para qué? Para que lo bendigas. Sí. Tú bendices ese pan y haces con tu bendición, que ese pan pase a ser pan eucarístico, que lo partas y lo repartas.

Cristo en tus manos, tú en manos de Cristo.

Y hay dos momentos que ojalá te conmuevan siempre. En los momentos donde esta comunión se hace plena; un momento donde, por decirlo así, nuestro sacerdocio tiene razón de ser, donde tiene esa entidad que nos empapa para servir a los otros como testigos del amor de Cristo.

Y es el momento en que tú digas “Esto es mi cuerpo”. Y será Cristo el que hable en ti, pero serás tú el que hable también en Cristo. Porque ese pan, serás tú también. Si no, no hay que ganar el corazón de la gente. Tú estás llamado a entregar tu cuerpo por ellos. Y la convicción, el amor que le pongas a esto va a ser ese alimento para muchos. Esto es mi cuerpo.

Y también lo otro, que conmueve mucho más, y es el momento del perdón: “Y yo te absuelvo de todos tus pecados”. Ese “Yo te absuelvo” bien lo sabemos es Cristo, pero pasa también por tu perdón. Tú como sacerdote tienes que perdonar. Tú como sacerdote estáis llamado a asumir el pecado del otro, el dolor del otro que se abre a ti. Y hacerlo tuyo. Si no, caemos en lo mágico y eso no transforma. Asúmelo con valentía. Asúmelo con algo que va más allá de la sensatez, de la que nos hablaba el evangelio de hoy. Es ese reino de Dios que pasa por involucrarse totalmente.

“Este es mi Cuerpo” y “Yo te absuelvo”.

La Santísima Virgen nos acompaña en todo esto porque Ella es tu Reina, es tu Educadora. Es la que va a cuidar que el pan que ofrecieron tus padres, siga siendo un pan fresco, siga siendo un pan apetecible, un pan creíble, un pan atrayente. ¿Por qué? Porque Ella nunca deja de educarnos, nunca deja de formarnos.

Nosotros además tenemos el privilegio de que ese sacerdocio que recibimos y en el cual nos educa la Santísima Virgen, es un sacerdocio con un testigo detrás, que es nuestro padre fundador. Es un hombre que fue valiente y libre, por ser libre. Pídele a él que te regale esa libertad para lo que sea, en la voluntad de Dios, y esa valentía que te permite estar dispuestos para todos, incluso para ese susto que a veces la vida te puede conllevar.

Libres y valientes.

Testigos fieles para servir a los demás.

Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo entregó.

Muchas gracias por encarnarlo.

Que así sea.

Durante la ordenación sacerdotal, imposición de mano (P. José María)

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