Publicado el 2017-04-02 In Vida en alianza

En aquel banco de la primera fila, está el alma de mi mamá

PARAGUAY, Marcela Encina •

Conocí a la Mater través de mi mamá. Ella no formaba parte del Movimiento de Schoenstatt ni estaba en alguna rama, y sin embargo creo haber visto en ella a la más ferviente schoenstattiana.

Desde que tengo recuerdos, la imagen de la Mater estuvo presente en mi casa. La recuerdo vívidamente en los meses de embarazo de mamá esperando a mi hermano, cuando mis padres le habían pedido a Ella que les concediera el varón después de las 3 nenas que habíamos venido antes, y los recuerdo tan agradecidos luego del nacimiento del regalo tan esperado, que estaban seguros que Ella les había enviado.

Pero la devoción de mamá estuvo aún más marcada desde aquel septiembre del año 2000, cuando a sus 45 años fue diagnosticada con un cáncer de mamas agresivo y que ya había hecho metástasis en otras zonas. Sus días de estudios, cirugía, internación para las sesiones de quimioterapia, turnos para las radioterapias, todas eran acompañadas por la Mater, en quien tenía tanta fe.

Una fe que jamás fue quebrantada, aun cuando le informaron que los tratamientos no estaban funcionando, que el cáncer seguía su curso sin detenimiento y que lo único que podían lograr era tratar de darle un poco más de tiempo junto a nosotros.

Desde mi corazón y con mucho egoísmo de hija, debo admitir que estaba enojada. No entendía como ella podía seguía confiando en la Mater cuando evidentemente, ante mis ojos, Ella no la estaba escuchando. La critiqué y le dije con impotencia y dolor que quizás era momento de confiar en alguien más y rezarle a otro Santo… Fue en esos días en que su enfermedad llegó a los huesos, cuando la morfina no podía calmar los dolores que le dejaban despierta toda la noche, mamá me pedía que le llevara al único lugar donde sentía la paz que su alma necesitaba y la calma que su cuerpo urgía… ese lugar era nuestro Santuario Joven.

Fui testigo de que el Santuario fue su refugio, ese lugar donde la Mater le acogía, amaba y consolaba, como solamente una Madre es capaz de hacer por una hija que iba a su encuentro. Las horas ahí pasaban, ella dormía en el primer banco de enfrente y su semblante solo transmitía, por fin, un buen descanso y paz.

Mamá nunca dejo de rezar la oración de Consagración, y un día antes de partir, un rato antes de que perdiera la consciencia y entrara a un profundo sueño, ella nuevamente le entregó a la Mater “sus ojos, sus oídos, su lengua y su corazón, en una palabra todo su ser”… para finalmente terminar la batalla que le tocó pelear el 23 de mayo del 2003.

Muchos años estuve “enojada” con la Mater, pero irónicamente nunca dejé de ir al Santuario. Con los años volvió a renacer en mí, la fe y el amor hacia Ella, hacia nuestra Madre que siempre perdona y acoge.

La Mater me regaló el lugar donde para mí, en aquel banco de la primera fila, está el alma de su fiel hija Alba, mi mamá, a quien tanto amó y nunca abandonó, y que algún día quisiera imitar.

 Fuente: Revista Tuparenda, 03/2017

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1 Responses

  1. Angie Santos dice:

    Qué hermoso testimonio, me emocionó hasta las lágrimas, gracias por compartirlo!

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