Publicado el 2019-11-30 In Voces del tiempo

Un liderazgo desde la cruz

CHILE, P. Juan Pablo Rovegno •

La solemnidad de Cristo Rey nos pone en el escenario de la realeza de Cristo. Una realeza que dista mucho de la realeza del mundo o la forma como la entendemos hoy: desde el reino de la ostentación de los jeques árabes, hasta los reinos simbólicos y casi estéticos europeos; desde el sencillo rey pacífico de Bután, hasta el reinado por turnos de Malasia; desde los reyes tribales africanos hasta el equilibrio contenido de los emperadores del Japón. Incluso en nuestra picardía nacional tenemos desde el rey del mote con huesillos, hasta el rey y la reina huachacas. •

La imagen del Rey como Aquel que conoce, cuida, contiene y conduce a su pueblo, como Aquel que une a través de esas actitudes, se fue desdibujando primero por reyes que se servían a sí mismos, hasta llegar después, a los más cruentos absolutismos. O bien fueron mutando en totalitarismos o populismos, que endiosan a sus líderes, uniformando o polarizando al pueblo confiado, según sea el caso.

Mirado el panorama, nos podríamos preguntar: ¿Qué actualidad tiene esta fiesta? ¿De qué sirve hablar de Cristo Rey?

Hoy tiene una gran actualidad en la perspectiva de una de las crisis más profundas que vivimos: la pérdida del sentido de autoridad. Pérdida que tiene muchas causas: la carencia o ausencia de autoridad en la crianza y en los diversos espacios de crecimiento y desarrollo de la personalidad; el autoritarismo invalidante de la sana autonomía y las tensiones propias de toda convivencia humana; la parálisis o huida de quien está llamado a ejercer la autoridad; el advenimiento de liderazgos mesiánicos y narcisistas; el surgimiento de movimientos anarquistas y rupturistas, que desconocen o niegan el valor de las instituciones y a quienes las lideran.

Más allá de las causas sociológicas y antropológicas que expliquen este fenómeno, necesitamos rescatar y resignificar el valor y el sentido de la autoridad. Esto representa un desafío mayúsculo en la actual crisis que vivimos en nuestra patria.

Sin embargo, al menos que Dios nos sorprenda, hoy el liderazgo que busca espacios y que tiene la capacidad de contrarrestar la anarquía y la violencia, la ingobernabilidad y la impunidad, tendrá que tener un carácter comunitario, es decir, un liderazgo compartido, corresponsable y colaborativo. Lo que no significa renunciar al sentido de la autoridad, sino reconocer un tipo de autoridad capaz de unir, conciliar, integrar y valorar a un conjunto de actores sociales. Un “primus inter pares”, un “primero entre iguales” que actúa como un signo de comunión entre diversos intereses, representaciones y visiones.

La paz social y la justicia social.

En se sentido, hoy tenemos la oportunidad de asumir el liderazgo que a cada uno le toca en lo que es, hace y con quienes está, y, en esa suma de liderazgos individuales, en diversos espacios y de diversa índole, ir unificando y edificando el país. Sumando fuerzas capaces de poner el bien común en el centro y no sólo defender los intereses individuales. Bien común que hoy tiene dos dimensiones irrenunciables: la paz social y la justicia social.

Quien nos puede enseñar a ejercer este tipo de liderazgo es justamente la Virgen María en el Cenáculo: uniendo posiciones, dando ánimo, mirando más allá de la incertidumbre o las estrecheces personales, recomponiendo vínculos heridos. Un tipo de liderazgo que no busca el protagonismo, sino que hace posible el surgimiento de una primera iglesia colegiada, corresponsable, cuerpo de la única cabeza que es Cristo.

¿Cómo debe ser entonces nuestro liderazgo desde Cristo?

Junto con ser un liderazgo corresponsable, colaborativo y compartido, nuestro liderazgo debe tener como fuente y fin a Cristo, con un liderazgo que conoce, que cuida, que contiene, que conduce, que une… pero que lo hace desde la Cruz.

El Evangelio de hoy nos ilumina: no nos describe a un Jesús hablando sobre el Monte a la multitud de la gente, ni dialogando con Pilatos acerca de un reinado que no es de este mundo, tampoco confrontando a fariseos o a la clase dirigente de su época. Es un liderazgo en y desde la cruz: un Rey que reina desde la cruz, entre dos malhechores: uno que lo cuestiona al verlo derrotado, otro que se compadece al verlo injustamente crucificado.

Queda fuera todo triunfalismo o pretensión de dominio. El tipo de realeza que Jesús inaugura desde la cruz, asume en sí mismo toda la ignominia, la violencia, el odio y la injusticia de la que es capaz la humanidad.

En este sentido, nuestro liderazgo está llamado a nutrirse en la cruz (si es que queremos detentar un mínimo de autoridad). Ejercido así, nuestro liderazgo supone tres consecuencias:

  1. Un liderazgo que reconcilie, es decir que una lo que está dividido.

  2. Un liderazgo que repare, es decir que sane lo que está herido.

  3. Un liderazgo que reconstruya, es decir que vuelva a edificar lo que se rompió.

Un liderazgo desde la cruz es capaz de asumir todos los dolores, las contradicciones, el pecado y la irracionalidad humanas. Desde ellos reconstruye, repara y reconcilia. Es un nuevo comienzo, pero asumiendo la realidad rota y resquebrajada.

¿Es posible asumir este tipo de liderazgo en medio de la incertidumbre reinante, en medio del proceso social, político y ciudadano que vivimos, en medio de una violencia e intransigencia que no dan tregua?

Con una fe activa, aliancista, que cree en la intervención y conducción de Dios en la historia, y en nuestra necesaria colaboración, es posible.

Hoy tenemos la posibilidad de colaborar y hacernos corresponsables del proceso país que vivimos. Estamos llamados a hacerlo desde la cruz de nuestras heridas sociales, que tanto dolor nos han causado durante estos días de crisis, pero sólo desde ellas: asumidas, reconciliadas, reparadas, podremos reconstruir no sólo los espacios, sino los vínculos heridos de nuestra patria y su futuro.

 

Foto: iStock Getty Images ID 486066360, licensed for schoenstatt.org

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